Bolivia: viaje a la selva del Chapare, tierra de la coca [Leonardo Torresi]

Ernesto Herrera germain en chasque.net
Dom Jun 18 07:44:50 UYT 2006


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Boletín informativo - Red solidaria de la izquierda radical

Año III - 18 de junio 2006 - Redacción: germain en chasque.net

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Bolivia

Tierra de coca 


En la selva boliviana del Chapare, unas 23 mil familias viven del cultivo de la coca. Durante años, fueron perseguidos; hoy, uno de ellos es presidente. Viaje al corazón de la patria cocalera. 

Leonardo Torresi, enviado
Clarín, Buenos Aires, 18-6-06


Fruto evolucionado la mandarina: se pela con la mano y ya viene en porciones. Prodigio ideal para convidar en el medio de la selva, y eso es lo que hace Juan, sonriente y sin dificultad: en su campo, miles de mandarinas cuelgan de los árboles, insensibles a otras mandarinas que, cansadas de tanto colgar, se pudren tristes por el piso. Así es la abundancia, pero ahora, con una buena provisión frutal en los bolsillos, seguimos camino. Estamos en el corazón del Chapare, y aunque plante mandarinas, cebolla, también un poco de maní, Juan es, en esencia, cocalero. Ahora nos guía hacia su plantación. 

Como él, hay 23.000 cultivadores de hoja de coca autorizados en el Trópico de Cochabamba. Con las Yungas, en La Paz, es una de las dos áreas geográficas de Bolivia donde se puede plantar y vender coca con permiso. No es poco: la situación actual costó años de luchas y muchos muertos. Más de 300, según las cuentas del cultivador que, desde esta selva llegó al poder: Evo Morales, el presidente. 

Hoy se respira un clima de calma; o al menos de tregua, una tregua atenta. La presión militar, que se desplegó durante años a caballo de las políticas de erradicación de cultivos por la fuerza, atraviesa por bajos niveles. "Siempre habrá coca ", repite Evo cada vez que habla del asunto en público. Pero no habrá coca libre: aunque el Presidente sea uno de ellos, por el momento los productores se tienen que conformar con un cultivo de 40 metros por 40, nada más. 

COQUEANDO SE ENTIENDE LA GENTE 

A la provincia de Chapare se puede entrar por Cochabamba, una ciudad grande con un lindo bulevar que tiene otro nombre pero le dicen El Prado; un centro bien cerradito con recovas y, saliendo un poco, las canchas , como llaman aquí a las grandes ferias callejeras donde se vende de todo y más. 

Se venden, por ejemplo, unas remeras para turistas que dicen "La hoja de coca no es droga", o -una variante - "La hoja de coca no es cocaína", cada una con una buena hoja de goma estampada en el pecho. Las hojas de verdad creciendo en las plantas, secándose a la vista de todos en la calle, metidas en bolsas en los mercados, ya las veremos en la selva, sin ir muy lejos. 

Partiendo desde Cochabamba, la puerta de ingreso a la selva es Villa Tunari, una localidad etnoecoturística -tal como la define el arco de bienvenida en la ruta - que fue fundada recién en 1970; antes era todo monte, y el pueblo se armó a golpes de machete. El camino a Tunari (en rigor, el primer tirón en la ruta que une a Cochabamba y Santa Cruz de la Sierra) es una ruta fatigada de curvas con una impredecible sucesión de asfaltos, empedrados y tramos de tierra, pero con peaje, claro. Un loco camino que se empieza a transitar con un día lindo entre lindos; y de pronto el día se pone helado, justo cuando -notable espectáculo - las nubes quedan mirando para abajo. Enseguida volvemos a estar tranquilos con las nubes de nuevo en su lugar habitual, el cielo, pero ahora sobra calor, agobio pegajoso de mosquitos. 

Todo en menos de 170 kilómetros, donde cada tanto aparece un bar de esos, los mejores bares que hay, con unos tipos encorvados sobre una sopa y la espalda iluminada por el tubo fluorescente. La ruta tiene su punto crítico en El Sillar, donde hay un corte por obras de reparación. Sólo se puede pasar entre las ocho de la noche y las cinco de la mañana; y por si alguien no calcula bien, ahí en el corte se instaló un verdadero surtido de bolichitos donde se puede conseguir un gaseosa fría, o algo así para aguantar el fastidio de la espera. 

Antes, mucho antes del corte, a la salida de Cochabamba queda Sacaba, una localidad que le da el nombre al principal mercado de acopio de la hoja de coca en la zona. Bajo un tinglado hay una reunión importante. Debajo de la bandera aborigen, está el Viceministro Nacional de la Coca, que trajo a discusión un nuevo reglamento para la actividad. "Yo soy un cocalero sufrido como ustedes. Hoy somos gobierno y necesitamos aprobar esto" ,arremete, con ganas de que todo resulte expeditivo. "Hoy somos gobierno" es irreprochable: Evo Morales sigue siendo el líder de las Seis Federaciones del Trópico, la estructura sindical que nuclea a los cultivadores del Chapare. Eso es motivo de regocijo para los cocaleros, pero no quiere decir que en la asamblea retaceen la discusión. Es un debate con rostros severos y traducción simultánea. El quechua es el único idioma de muchos de los que participan en esta reunión, sentados sobre las bolsas de coca de 50 libras (unos 25 kilos).Hay hojas embolsadas y también hay hojas sueltas sobre la mesa del viceministro, sus asesores y los dirigentes sindicales. Todos mascan en el galpón; también coquean en la puerta, donde unas mujeres venden habas fritas (delicia boliviana de copetín) y unos helados que bajo el solazo parecen una mejor opción. 

PLANTA PETISA, HOJAS CHICAS 

De tan loca, la ruta a Tunari merecería terminar en un precipicio, o en un escalera. Pero desemboca en un bulevar de pueblo bastante animado. Ahí se puede conseguir uno de esos raros taxis chapareños, que alguien parece haber embalado todos juntos desde Oriente: tenían el volante a la derecha y se lo pasaron a la izquierda, pero el tablero quedó del lado original. El río San Mateo, bello con su piedras, abraza a un pueblo que recibe apacible a decenas de mochileros extranjeros, pero cuyo nombre sigue asociado con una masacre: el 27 de junio de 1988, helicópteros con agentes norteamericanos afectados a la lucha antidroga acribillaron a centenares de campesinos que se oponían al uso de herbicidas para erradicar cocales. Hubo 12 muertos -entre ellos varios chicos -, además de 20 heridos. 

La entrada a la selva-selva no es muy relajada. Hay que pasar sí o sí por un control de la UMOPAR, la policía rural dedicada al control del narcotráfico. Allí, agentes con atuendo de militares revisan cada vehículo de ida y de vuelta. De vuelta, para constatar si quienes traen hoja de coca cuentan con autorización (y para proceder, si alguien trae droga). De ida, revisan para comprobar que nadie ingrese químicos, cal o cualquier elemento que sirva para procesar la hoja dentro de la propia selva. 

Pero vamos por los cocaleros con permiso que sobreviven con su cato de 40 por 40.El destino es Bajo Mariscal, a unos 35 kilómetros por estos vistosos caminos empedrados de la selva. En Alto Mariscal hay una escuela; en Bajo Mariscal, otra. Pegada a la escuela, la sede del sindicato, el nombre que llevan las comunidades agrarias de los cultivadores. Por supuesto, hay reunión; siempre hay reunión de cocaleros. Teodora Chura, 48 años, paceña y protagonista "de todas las luchas", es la referente en este lugar. Julio Ortuño Rivera, su marido, se queda atendiendo el quiosco-almacén-bar donde a la noche se juntan los cocaleros a tomar chicha y a mirar un poco de tele. Muchos de los cultivadores de Chapare fueron desempleados que se radicaron en el Trópico buscando un modo de subsistencia. Pero Julio es chapareño de nacimiento. "Hace muchos años teníamos cultivo libre de coca. Pero no había narcotráfico", evoca. Ahora, como productor afiliado a la Federación del Trópico (una de "las seis") pude explotar su catito ,que ocupa una pequeña parte de su campo de 14 hectáreas. 

Julio invita a conocer el chaco , como el llama al terreno. Cruzamos el camino y nos introducimos en la espesura, acompañados por sus dos perros negros, igualitos. Después de 600, 700 metros, saltando algún arroyito, entre palmeras y una nube de mosquitos sin piedad, ahí están por fin las plantas de coca, en vivo y en directo. Dice Julio que mantener el terreno requiere trabajo. Primero hay que librarlo del cutzú, un yuyo expansivo que se puede reciclar para darle de comer a los chanchos. El cato recién produce después de un año y las plantas -no muy altas, de hojas no muy grandes- duran tres. Julio también cultiva achiote, una planta que da unos frutos rojos que sirven para hacer pinturas. La coca es un medio de vida, pero no alcanza. Sólo se pueden hacer tres cosechas por año y cada productor apenas arrima a los mil dólares de ganancia. Entonces, hay que buscar alternativas. 

Si las banderas tricolores del MAS de Evo Morales aparecen en cualquier parte colgadas de una caña sobrevolando los caminos, no podía faltar una en el boliche de Julio. Tampoco el póster con la foto del presidente. "Hasta hemos llorado el día que ganó ", dice Julio, que sólo pasó tres años por la escuela y hoy tiene a sus hijos, dos chicos de 10 y 12 años, como pupilos en un colegio alemán que beca a alumnos de familias humildes. 

LA TREGUA 

"Grave era ", resopla Justiniano Alvarado Alvarado, con su cara seria. Todavía carga con cuatro procesos judiciales por resistirse a los embates de las fuerza de seguridad. La historia de mayor violencia y represión en las zonas cocaleras arrancó en 1988, cuando el gobierno neoliberal de Víctor Paz Estensoro sancionó la Ley de Sustancias Controladas, que penalizó el cultivo tradicional de la hoja de coca. Todo en coherencia con la estrategia de Coca Cero -es decir, la erradicación forzosa de cultivos- manejada por los Estados Unidos dentro del mismo territorio boliviano. Frente a un despliegue de más de 5.000 militares, los cocaleros del Chapare pusieron el cuerpo durante un largo período de resistencia, con marchas, cortes de ruta y decenas y decenas de muertos. Hasta que la caída de Gonzalo Sánchez de Losada, en 2003, cambió el panorama. Al calor de otras luchas motorizadas por distintos movimientos vecinales, sindicales, y campesino-indígenas, los cocaleros le arrancaron al gobierno de Carlos Mesa un convenio -el Acta de Entendimiento- que les permitió perforar la ley de drogas y lograr la autorización para cultivar la hoja de coca. Eso sí, con una fuerte limitación: un cato de 1.600 metros cuadrados por productor, para llegar, en total, a un máximo de 3.200 hectáreas en toda la zona. "No podemos producir mucho, pero es un momento histórico para nosotros, porque ahora se nos respeta. Antes nos humillaban", dice Alvarado Alvarado, dirigente de Villa Tunari. No termina de redondear el comentario cuando por el camino de Bajo Mariscal pasa un camión tanque militar. "Agua para los soldaditos", informa el sindicalista -acaso con mordacidad- mientras saluda con la mano a los muchachos de uniforme; tampoco es una sonrisa lo que recibe a cambio, pero todo sigue tranquilamente su curso. 

UNA TORTA PARA FIDEL 

"Coca al poder ",pide una pintada que quedó de las elecciones en la pared de la sala de profesores de una escuela de Todos Santos, otra zona de cultivo. Para llegar hay que cruzar un río. A pie se puede, pero también hay una canoa con toldo que, por una monedita de dos bolivianos, el canoero mueve a mano hasta la otra orilla. Enfrente está Tocopilla, y preguntando un poco se puede conseguir uno de los taxis con el tablero del otro lado. El camino penetra la selva, la selva abruma y los cocales se alternan con las plantaciones de bananas; filas de cientos de metros con bananeros doblados de tantas bananas. La vuelta lleva hasta Cuatro Esquinas (hay que entender que en el Chapare no hay tantos caminos que se crucen), donde una canchita de fútbol está en uso como secadero de coca. No es grave la invasión: con buen sol, las hojitas estarán listas para ir a la bolsa en tres o cuatro horas. Frente a la canchita -de cemento gris, pero verde de hojas- viven los López, familia cocalera y sólo cocalera. La casa es como casi todas: de madera, sin puertas ni ventanas, piso de tierra abajo y una planta alta para dormir. En la calle, sobre una lona, también están secando. El cato está ahí nomás, pegadito a la casa. "Poco se gana. Para sobrevivir, nada más", se queja Victoriano López, 64 años, casi todos de cocalero. Empezó de chiquito como sus nietos -José, de 4, y Sonia, "casi de 5 "-, que ayudan a cosechar. La coca se cosecha pelando la planta hojita por hojita, con una bolsa de arpillera sujetada a la cintura. Cuando se acumula una buena cantidad, la llevan a los micromercados que existen en los pueblos, y después al mercado de acopio de Sacaba. Los galpones los maneja la propia Federación de Cocaleros. Y hasta ahí van a comprar los comerciantes que los distribuyen en las ciudades. La coca se vende en bolsitas para mascarla y tiene usos rituales y domésticos. El té de coca es de consumo muy difundido y las aplicaciones medicinales son comunes. También se puede transformar en harina. El propio Evo Morales prometió llevarle una torta de coca a Fidel Castro, cuando el líder cubano festeje los ochenta, en agosto, en La Habana. 

LEOPARDOS QUE BUSCAN COCAINA 

Entre la zona de las Yungas de La Paz (área tradicional de cultivo legal) y el Chapare, podría haber unas 13.000 hectáreas de cultivo ilegales. En marzo pasado, el Departamento de Estado de Estados Unidos, siempre encima del tema, estimó y comunicó con tono de alarma, que en 2005 el cultivo de la hoja creció un 8 por ciento. De acuerdo a una medición satelital de las Naciones Unidas, unas 7.000 hectáreas de los llamados cultivos excedentes estarían en la selva chapareña, e incluirían territorios de dos parques nacionales. De esas plantaciones clandestinas saldría el grueso de la hoja que luego se procesa como cocaína. 

Según el teniente coronel René Salazar, en el Chapare se detectan por día siete u ocho cocinas de droga en medio de la selva. Los Leopardos , nombre de fantasía del cuerpo antidroga que comanda, entran por río y por tierra. En el cuartel, en Chimoré, a unos 30 kilómetros de Villa Tunari, hay una pista de aterrizaje donde podría bajar un trasbordador espacial (regalo del Tío Sam). 

En mayo, cuando Evo Morales, en un acto cargado de simbolismo, volvió al Chapare, agradeció con ironía a los Estados Unidos por haberla construido. "Antes era usada para reprimir a los campesinos y ahora sirve para que aterricen los compañeros cubanos y venezolanos", soltó. A su lado estaban Hugo Chávez y el vicepresidente de Cuba, Carlos Lage. 

Ahora en la pista descansan cuatro helicópteros. En total son diez los que se usan para sobrevolar la selva. Dicen los soldados que es poco lo que se ve desde el aire porque la fronda opresiva tapa todo. En la entrada del cuartel, un letrero algo lavado por la lluvia y el tiempo convoca a la comunidad a denunciar a los narcotraficantes. Se ofrecen garantías de protección y alguna recompensa, también. Adentro todo está más o menos a la vista, salvo un área circundada por un paredón con alambres de púa arriba. Es el búnker de la DEA, la agencia antidrogas estadounidense. Muchos cocaleros estuvieron presos en Chimoré, entre ellos el propio Evo Morales. Ahora el Presidente busca equilibrio con la consigna Narcotráfico Cero , en lugar de la Coca Cero made in USA. El gobierno boliviano sostiene que lo mejor para controlar el narcotráfico es acotar las plantaciones, y que los propios productores se ocupen del control. Por eso, pusieron en marcha un estudio oficial sobre demanda legal de la hoja. Si crece la industrialización de la coca, si se abren las exportaciones (India pidió en estos últimos días té de coca), entonces los cocaleros pedirán la autorización para explotar dos catos . También defienden convenios que les permiten llevar un paquete de coca a sus lugares de origen, para poder hacer trueque con otros productos. 

Ultimamente, el presidente boliviano enfrentó un conflicto cuando resolvió autorizar el funcionamiento de un tercer mercado concentrador, en Caranavi, a unos 160 kilómetros de La Paz. En esa ciudad hay unos 3.000 productores y el enojo contra la posible apertura de un nuevo mercado se hizo notar en las Yungas: claro, a nadie le hace gracia que sus ventas disminuyan. 

LOS CLONES DE EVO 

"La coca es puro sacrificio. Nunca alcanza", dice Teófila Claros mientras mezcla las hojas con los pies caminando sobre la lona donde la puso a secar. Tiene en brazos a Rebeca, de dos meses, la más chiquita de sus cinco hijos. Cuenta que su marido maneja un camión que transporta frutas y así arriman el bochín de la supervivencia. A un puñado de kilómetros de la casa de Teófila está Vueltadero. pueblo de 30 casas repartidas a los costados del camino. Los chicos salen de la escuela y se amontonan contra la motito de un heladero. Juan Cairo agarra el machete y guía hasta su plantación. "Se puede plantar un poco ahora. Pero no nos van a perseguir más porque Chapare ha dado un presidente", va diciendo. Para llegar tendremos que cruzar un arroyo, un cursito marrón donde Juan cruzó una red y cae algún sábalo de vez en cuando. No hay canoero; hay que mojarse. Del otro lado sigue el sendero que Juan va desmontando al paso. Por fin llegamos al claro; es decir, al cato . Juan contrató a dos cosechadores para que lo ayuden. Se paga 10 bolivianos (un poco más de un dólar) por medio kilo de hojas. Juan deja a los muchachos y vuelve para la casa bolsa al hombro. Ahí lo esperan las nenas, Lourdes y Rosalía, y Margarita, su mujer, con tareas múltiples: barrer la coca sobre la lona; pelar tomates. Los tomates, con la yuca (mandioca) y el arroz, se repiten en la comidas de los campesinos del Chapare. 

En Vueltadero hay poco taxi, pero todo chapareño con vehículo puede suplir el servicio, y Juan tiene camioneta. Camino a Eterazama, donde está el mercado de coca de la zona, queda Samuzabety, un pueblito donde justo en este momento por una propaladora le grita a alguien que tiene un llamado telefónico. Ya deben estar viendo venir al avisado, porque enseguida no lo llaman más. Vereda por medio hay un secadero de hojas de coca y una señora de capelina que las barre para mezclarlas, debajo de un sol que arde en el cuello. 

La vereda de la peluquería Ledezma no es la excepción. Dentro del local, se corta el pelo y por cada tres cortes uno es gratis. Con Ricardo Arjona mirando desde un póster, con Van Damme en otro empuñando terrible ametralladora, sólo hay que elegir el corte en una de las fotos de revistas numeradas que tapizan las paredes. O, mejor aún, en una lámina con ejemplos: puede ser un corte juvenil , galán , fantasía , o egipcio .No está mal el egipcio , en medio de la selva boliviana. 

LA COCA EN CIFRAS

23.000 cocaleros existen en la zona del Chapare. Junto con las Yungas -cerca de La Paz- es una de las dos grandes zonas de cultivo autorizado en Bolivia. 

1.600 metros cuadrados puede cultivar legalmente cada productor: un pequeño terreno de 40 por 40 metros. 

7.000 hectáreas de cultivos excedentarios -es decir, ilegales- existirían en el territorio de la Selva Chapareña. 

8 "cocinas" que se utilizan para procesar cocaína se detectan cada día en la selva, según el jefe antidroga de la Policía. 

10 helicópteros patrullan la selva para detectar estas "fábricas de droga " clandestinas.  
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