Sierra Leona: la historia de Ishmael Beah, el niño de la guerra [Sergio Kiernan]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Dom Mar 23 10:09:10 GMT+3 2008


--------------------------------------------------------------------------------

correspondencia de prensa - boletín solidario  
Agenda Radical
Edición internacional del Colectivo Militante
23 de marzo 2008
Redacción y suscripciones: germain5 en chasque.net


--------------------------------------------------------------------------------


Sierra Leona

El chico de la guerra

Ishmael Beah era uno de los cientos de miles de niños que fueron convertidos en soldados y obligados a luchar en uno de los escenarios más brutales que vio la historia bélica contemporánea: el de las guerras civiles en Africa. Como tantos otros, fue criado en entrenamientos sanguinarios, obligado a torturar y matar, y testigo de atrocidades impensables. La diferencia es que él no sólo sobrevivió, sino que además fue rescatado y, pocos años después, escribió sus memorias. Ahora, Un largo camino (RBA) llega a las librerías argentinas.


Sergio Kiernan
Suplemento Radar
Página/12, Buenos Aires, 23-3-04
http://www.pagina12.com.ar/


Cuando éramos chicos -cuando alguien era chico- hubo algo llamado civilización. No era apenas hablar latín, tomar el té o esperar el turno sin colarse. Era, en realidad, algo que se había perdido a partir de agosto de 1939, a manos del tal Adolfo. Resulta que en la Primera Guerra Mundial, que estrenó eso de tener millones de muertos, el 90 por ciento de las bajas andaban de uniforme y uno en diez era civil. Para 1945 la proporción se había invertido a fuerza de masacres planificadas, revanchas masivas y bombardeos. Era la guerra total, las naciones movilizadas verticalmente, sin cuartel y sin nadie protegido.

Africa le agregó últimamente otra página a las barbaridades que siguieron a la guerra de Hitler. El nivel de caos de la franja ecuatorial del continente es difícil de explicar. Africa es donde se mató a medio millón de personas a machetazos en un Holocausto de cuatro meses. Es donde se reinventó la violación como estrategia de guerra. Y es donde se descubrió que los chicos son estupendos soldados, entre más chicos mejor.

Ishmael Beah es un caso rarísimo de un pibito que fue rescatado y luego educado, como para que pueda contar su historia. Su libro, Un largo camino, memorias de un niño soldado, cuenta la entropía animal de Sierra Leona y explica por qué un chico de trece años, como era él, es un militar ideal para este tipo de guerra, uno del que cabe lamentarse solamente que no tuviera diez años. Es que los chicos todavía no son morales y consideran normales las cosas más inverosímiles, como decía George Orwell. Para Ishmael, cortarle la garganta a sus prisioneros era una tarea alegre porque le valía el postre de un buen porro y porque alegraba a su teniente, un hombre joven que conocía a Shakespeare y era su único adulto cariñoso. El Pentágono mataría por tener tropas así.

El primer muerto

Mientras observábamos, salió un grupo de hombres vestidos con ropa de paisano de debajo de los matorrales. Agitaron las manos y salieron más combatientes. Algunos eran niños, tan jóvenes como nosotros. Se sentaron en fila, agitando las manos y planificando una estrategia. El teniente ordenó disparar un cohete, pero el jefe de los rebeldes lo oyó cuando salió de golpe por encima de la selva.

-¡Retirada! -ordenó a sus hombres.

La explosión de la granada sólo alcanzó a algunos de ellos, cuyos cuerpos destrozados volaron por los aires.

La explosión fue seguida de un intercambio de tiros por ambos bandos. Me quedé con el arma apuntando delante, incapaz de disparar. Tenía el índice entumecido. La selva me daba vueltas. Me sentía como si la tierra estuviera del revés y yo fuera a caer, así que me agarré al tronco de un árbol. No podía pensar, pero oía el sonido de las armas a lo lejos y los gritos de los que agonizaban dolorosamente. Había empezado a caer en la pesadilla. Un chorro de sangre me manchó la cara. En mi ensueño abrí la boca y la saboreé. La escupí y me sequé la cara, y vi al soldado de quien procedía. Le salía la sangre de los agujeros de bala como agua que corre hacia nuevos afluentes. Tenía los ojos muy abiertos; todavía sostenía el arma. Me quedé mirándolo cuando oí gritar a Josiah. Llamaba a su madre con la vocecita más penetrante y conmovedora que había oído en mi vida. Me vibró en la cabeza hasta el punto de que me sentí como si el cerebro se me hubiera soltado de raíz.

El sol reflejaba las puntas de las armas y las balas que silbaban hacia nosotros. Los cadáveres empezaban a amontonarse uno encima de otro cerca de una palmera baja, cuyas hojas chorreaban sangre. Busqué a Josiah con la mirada. Una granada le había levantado del suelo y lo había lanzado sobre un tronco caído. Agitó las piernas hasta que sus gritos fueron calmándose gradualmente. Había sangre por todas partes. Parecía como si las balas cayeran en la selva desde todos los ángulos. Me arrastré hasta él y le miré a los ojos. Tenía lágrimas y los labios le temblaban, pero no podía hablar. Mientras lo miraba, las lágrimas fueron sustituidas por sangre que tiñeron sus ojos marrones de rojo. Me cogió el hombro como si quisiera apoyarse e incorporarse. Pero a medio camino, dejó de moverse. Dejé de oír los tiros, y fue como si mi corazón se hubiera detenido y todo el mundo estuviera inmóvil. Le tapé los ojos con los dedos y lo erguí. Tenía la espalda hecha pedazos. Le dejé en el suelo y cogí mi arma. No me di cuenta de que me había levantado. Sentí que alguien me tiraba de la pierna. Era el cabo; decía algo que no llegué a entender. Movía la boca y parecía aterrorizado. Me tiró al suelo, y al caer sentí que el cerebro se me movía en el cráneo y que la sordera desaparecía.

-Al suelo -gritaba-. Dispara -dijo, alejándose de mí a rastras para recuperar su posición.

Mirando hacia donde estaba él, vi a Musa con la cabeza cubierta de sangre. Sus manos parecían demasiado relajadas. Me volví hacia el pantano, donde había tiradores corriendo, intentando cruzar. Llevaba la cara, las manos, la camisa y el arma cubiertas de sangre. Levanté el rifle y apreté el gatillo, y maté a un hombre. De repente, como si alguien estuviera disparando desde mi cabeza, todas las masacres que había presenciado desde el día en que nos afectó la guerra volvieron a mí. Cada vez que dejaba de disparar para cambiar el cargador y veía a mis dos amigos sin vida, apuntaba con furia el arma al pantano y mataba. Disparé a todo lo que se movía, hasta que nos ordenaron retirada por un cambio de estrategia.

Cogimos las armas y la munición de los cadáveres de mis amigos y los dejamos en la selva, que había cobrado vida propia, como si hubiera atrapado las almas que se habían separado de los difuntos. Nos agachamos y formamos otra emboscada a unos metros de distancia de nuestra posición inicial. De nuevo, esperamos. Yo estaba junto al cabo, que tenía los ojos más rojos de lo normal. El no me miró. Oímos pasos sobre la hierba seca y apuntamos inmediatamente. Un grupo de tiradores y niños salió de los matorrales, a gatas, y buscó cobijo detrás de los árboles. Al acercarse, abrimos fuego y abatimos a los de la primera fila. Al resto lo hicimos correr hacia el pantano, donde los perdimos. Allí, los cangrejos habían iniciado un festín con los ojos de los muertos. Extremidades y cráneos fracturados se esparcían por el lodo y el agua del pantano se había tornado sangre. Dimos vuelta a los cadáveres y les arrebatamos la munición y las armas.

No me daban miedo aquellos cuerpos sin vida. Los despreciaba y les daba patadas para darles la vuelta. Encontré un G3, munición y una pistola que se quedó el cabo. Me fijé en que la mayoría de tiradores y niños muertos llevaban muchas joyas al cuello y en las muñecas. Un niño, con los cabellos despeinados, empapados en sangre, llevaba una camiseta Tupac Shakur que decía: "Todos me miran". Perdimos a algunos veteranos de nuestro bando y a mis amigos Musa y Josiah. Musa, el narrador, había muerto. Ya no quedaba nadie que nos contara historias y nos hiciera reír en momentos de necesidad. Y Josiah... tal vez si le hubiera dejado seguir durmiendo el primer día de instrucción, no habría ido al frente a morir.

Degüellos

La mañana después del discurso del teniente, estuvimos practicando cómo matar prisioneros de la misma forma que él. Había cinco prisioneros y muchos participantes ávidos. Así que el cabo tuvo que elegir a unos cuantos. Eligió a Kanei, a tres chicos más y a mí para la exhibición. Pusieron a los cinco hombres en fila frente a nosotros, en la zona de instrucción, con las manos atadas. Debíamos cortarles el cuello cuando el cabo lo ordenara. Aquel cuyo prisionero muriera más rápidamente ganaría el concurso. Teníamos las bayonetas en la mano y se suponía que debíamos mirar al prisionero a la cara al sacarlo de este mundo. yo ya había empezado a mirar al mío. Tenía la cara hinchada por la paliza que había recibido y miraba más allá de mí. La mandíbula era lo único tenso en su rostro, por lo demás parecía en calma. No sentía nada por él, no me parecía mal lo que estaba a punto de hacer. Sólo esperaba la orden del cabo. El prisionero no era más que otro rebelde culpable de la muerte de mi familia, como había acabado por creer. El cabo dio la señal con un tiro de pistola y yo cogí al hombre por la cabeza y lo degollé con un movimiento rápido. Abrí camino con el afilado cuchillo en el bocado de Adán y marqué el filo de la bayoneta en zigzag al sacarla. Puso los ojos en blanco y me miró directamente, configurando una expresión horripilante, como si lo pillara por sorpresa. Dejó caer su peso sobre mí exhalando su último suspiro. Lo dejé caer al suelo y me limpié la bayoneta con su ropa. Me presenté ante el cabo, que sostenía un cronómetro. Los demás prisioneros forcejearon en brazos de los otros chicos, y algunos siguieron temblando en el suelo un rato. Fui proclamado vencedor, y Kanei quedó segundo. Los chicos y los soldados que formaban el público aplaudieron como si hubiera realizado la mayor de las gestas. Me concedieron el rango de teniente junior y a Kanei lo ascendieron a sargento junior. Celebramos el logro de aquel día con más drogas y más películas de guerra.

Los dos miedos

Cuando nos acercábamos al edificio, salió un soldado con un G3 y se plantó en la puerta. Nos sonrió, levantó el arma y disparó varias rondas al aire. Nos caímos al suelo y él se rió de nosotros y volvió a entrar. Cruzamos la puerta y entramos en las tiendas que había dentro. El edificio no tenía techo, excepto una tela impermeable que cubría las cajas de munición y los rifles almacenados contra la pared, y en el único espacio común, un televisor enorme sobre un tambor destrozado. Unos metros más allá de la televisión había un generador, junto con bidones de gasolina. Los soldados salieron de sus tiendas y el sargento nos acompañó a la parte trasera, donde ninguno de nosotros había estado. Allí había más de treinta chicos; dos de ellos, Sheku y Josiah, tenían siete y once años. Los demás teníamos trece años, excepto Kanei, que tenía diecisiete.

Un soldado con ropa civil y un silbato colgado del cuello se acercó a un montón de AK-47 y nos dio uno a cada uno. Cuando se plantó delante de mí, evité mirarle a los ojos, pero él me levantó la cabeza hasta que le miré. Me dio el arma. La sostuve con una mano temblorosa. Después me dio el cargador y temblé aún más.

-Parece que todos vosotros tengáis dos cosas en común -dijo después de evaluarnos-. Os da miedo mirar a un hombre a los ojos y os da miedo coger un arma. Os tiemblan las manos como si el arma os apuntara a la cabeza. -Caminó arriba y abajo de la fila un momento y continuó-: Este rifle -levantó el AK-47- pronto os pertenecerá, así que más vale que aprendáis a no tenerle miedo. Por hoy esto es todo.

La ciudad de los muertos

 Al cruzar la ciudad silenciosa y casi desierta, que ahora nos parecía desconocida, vimos cazos con comida podrida abandonados, cadáveres, muebles, ropa y toda clase de enseres tirados por todas partes. En un porche había un anciano sentado en una silla como si durmiera. Tenía un agujero de bala en la frente, y bajo el pórtico yacían los cadáveres de dos hombres cuyos genitales, extremidades y manos habían sido cortados con un machete que quedaba en el suelo junto al montón de sus partes. Vomité e inmediatamente me sentí enfebrecido, pero teníamos que seguir. Corrimos de puntillas lo más rápida y cautelosamente que pudimos, evitando las calles principales. Nos apoyamos en las paredes de una casa e inspeccionamos las callejuelas de grava hasta pasar a la otra. Cuando hubimos cruzado la calle, oímos pasos. No había un sitio cercano donde ocultarse, de modo que tuvimos que subir corriendo a un porche y escondernos detrás de los ladrillos de cemento. Fisgamos a través de los agujeros y vimos a dos rebeldes con vaqueros holgados, chancletas y camisetas blancas. Llevaban bandas rojas en la cabeza y las armas colgadas a la espalda. Escoltaban a un grupo de chicas que cargaban cazos, sacos de arroz, morteros y manos de mortero. Los observamos hasta que desaparecieron y volvimos a movernos. Finalmente llegamos a la casa de Khalilou. Todas las puertas estaban rotas y el interior patas arriba. La casa, como toda la ciudad, había sido saqueada. Había un agujero de bala en el marco y cristales rotos de cerveza Star, y paquetes vacíos de tabaco en el suelo del porche. No había nada útil dentro. La única comida que quedaba eran sacos de arroz demasiado pesados para cargar. Pero, por suerte, el dinero seguía donde lo había dejado, en una bolsita de plástico debajo de una de las patas de la cama. Me la metí en la deportiva y nos dirigimos otra vez al pantano.

Nos reunimos al extremo del pantano tal como habíamos quedado y empezamos a cruzar el claro de tres en tres. Yo estaba en el segundo turno, con Talloi y otro. Empezamos a arrastrarnos a través del claro en cuanto el primer grupo que había llegado al otro lado nos dio la señal. Cuando estábamos a mitad, nos indicaron que nos detuviéramos, y en cuanto nos pegamos al suelo, que siguiéramos arrastrándonos. Había cadáveres por todas partes y las moscas se estaban dando un festín con la sangre coagulada.

--------------------------------------------------------------------------------

Correspondencia de Prensa - Agenda Radical - Boletín Solidario
Ernesto Herrera (editor): germain5 en chasque.net
Edición internacional del Colectivo Militante - Por la Unidad de los Revolucionarios
Gaboto 1305 - Teléfono (5982) 4003298 - Montevideo - Uruguay
Agendaradical en egrupos.net

--------------------------------------------------------------------------------


------------ próxima parte ------------
Se ha borrado un adjunto en formato HTML...
URL: http://listas.chasque.net/pipermail/boletin-prensa/attachments/20080323/bbe1af96/attachment-0001.html


Más información sobre la lista de distribución Boletin-prensa