Africa/sueño blanco, pesadilla negra [Andrés Criscaut - Bernardo Valli]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Mar Jun 23 12:27:07 UYT 2009


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23 de junio 2009
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África

Sueño blanco, pesadilla negra

A lo largo de su historia moderna, Africa ha sido un territorio dominado y repartido entre las grandes potencias. Después de un complicado proceso de descolonización, junto a instrumentos de progreso, persisten conflictos que en su momento fueron estimulados. 
 
Andrés Criscaut


Revista Ñ, diario Clarín
Buenos Aires, 20-6-09
http://www.revistaenie.clarin.com/


Exterminad a todos los salvajes" es lo que recomienda, en el relato de Joseph Conrad El corazón de las tinieblas un personaje llamado Kurtz, quien abrió, a golpe de masacre y esclavismo, la cuenca superior del río Congo al progreso europeo de principios del siglo XX. Si bien ya han pasado más de cien años de esta historia, esa gran masa de territorio que se extiende al sur del Mediterráneo sigue siendo aún una terra incógnita, un pedazo de mapa incompleto. Pestes, conflictos, inestabilidades, hambrunas y barbarismos continúan siendo las claves de lectura de un continente que, si bien geográficamente se encuentra mucho más cerca de la Argentina que Europa o los Estados Unidos, en el imaginario occidental posee un lugar y una dimensión mucho más distante, vasta y amenazadora que la real. Como dijo el periodista y cronista polaco Ryszard Kapuscinski en su libro Ebano: "Este continente es demasiado grande para describirlo. Es todo un océano, un planeta aparte, todo un cosmos heterogéneo y de una riqueza extraordinaria. Sólo por una convención reduccionista, por comodidad, decimos 'Africa'. En la realidad, salvo por el nombre geográfico, Africa no existe". 

Sí existen dos regiones bien definidas, separadas por ese inmenso y refractario mar de arena que es el desierto del Sahara y el Sahel. El Africa que queda al norte es una estrecha franja que bordea el Mediterráneo y que histórica y culturalmente posee una homogeneidad muy marcada, ya que siempre estuvo orientada hacia el mundo árabe. Vista desde los grandes imperios musulmanes que dominaron desde Oriente Medio y Egipto, esta es una importante prolongación de su área de influencia, que en algún momento llegó incluso a poseer en sus confines a España, Sicilia, Córcega y Cerdeña. El uso del camello permitió sortear el desierto y, junto con las rutas comerciales árabes, entre el 600 y el 1500, el islam llegó a extenderse más hacia el sur y al oeste, marcando una segunda gran divisoria, esta vez religiosa y cultural, a lo largo del norte de la línea del Ecuador y de la costa del océano Indico. Varios conflictos actuales, como el de Sudán o Nigeria, tienen un importante componente que bordea esta línea de alta tensión entre un norte islámico y un sur evangelizado por el cristianismo. 

Hacia el sur, Africa subsahariana o "negra" presenta una complejidad geográfica y social, así como un desarrollo histórico, mucho más acentuado. Entre los siglos XVI y XVIII sus costas se vieron salpicadas de enclaves comerciales europeos que extrajeron, de una miríada de pequeños "estados" autónomos, 15 millones de esclavos y valiosos productos. Sin embargo, con el gran auge de la industria y la tecnología europea del siglo XIX, ese "gran interior" llegó a ser penetrado y pasó a ocupar un lugar de reservorio de materias primas del sistema imperial. La difusa figura del misionero, explorador y comerciante concentró la "carga del hombre blanco", que bajo toda una panoplia ideológica y política, devino en la del soldado. Entonces, la conquista dejaba de ser un emprendimiento "privado" y/o científico limitado, y se transformaba en parte de una política militar y a gran escala de los gobiernos de las metrópolis. Comenzaba una gran carrera imperial en la que Africa, más que cualquier otra parte del mundo, pasó a ser parcelada en colonias, protectorados y condominios, y donde grandes zonas y poblaciones eran piezas de un gran juego militar y diplomático. 

En 1884 las potencias se reunieron en el Congreso de Berlín para intentar poner orden al caos y a las tensiones entre ellas, repartiéndose casi todo el continente. Sin embargo, 1898 sería el año decisivo para una nueva "pax britannica" en el continente. Tanto Portugal como Francia ansiaban lograr una continuidad territorial de sus colonias, una línea este/oeste entre el Atlántico y el Indico: la primera uniendo Angola y Mozambique, en lo que se conoció como el "mapa cor-de-rosa", por el color que utilizaban en su cartografía; los franceses debían alcanzar su pequeño puerto de Djibouti (o Yibuti) sobre el Mar Rojo, con sus vastos territorios de Africa Occidental y Central, que se desparramaban desde Senegal hasta Sudán. El gran eje británico norte/sur, entre El Cairo y Ciudad del Cabo, precisamente interceptaba estos planes en seco. 

Una pequeña guerra fría se desató en ese momento, cuando los portugueses fueron fácilmente sacados del circuito cuando Inglaterra los intimó a abandonar sus pretensiones sobre lo que sería luego Rhodesia (hoy Zambia y Zimbabwe) y las fuerzas francesas tuvieron que retroceder al encontrarse cara a cara con los británicos en la ciudad de Fachoda (hoy Kodok, en el sur de Sudán). La evolución de la zona sur del continente mostró quizás uno de los pocos casos de una guerra colonial entre blancos. En su lucha contra Napoleón, Londres tomó nuevamente el enclave estratégico de El Cabo en 1806, desplazando hacia el interior a los colonos holandeses, asentados en la región desde el siglo XVII y, por entonces, aliados de los revolucionarios franceses (la palabra apartheid es, de hecho, de origen holandés). Los bóeres o afrikaners establecieron dos repúblicas en el interior, Orange y Transvaal, que entre 1899 y 1900 mantuvieron una feroz resistencia de guerrillas. Doblegarla le costó a Inglaterra casi 22.000 muertos, de un total de 70 mil muertos (28 mil civiles bóeres y 20 mil negros). Los ingleses no sólo vieron en riesgo su honor militar sino que tuvieron que desplegar las técnicas más modernas de combate y control social: fue la primera vez en la historia que se establecieron campos de concentración y confinamiento para civiles. A partir de entonces y hasta ahora, el predominio blanco sudafricano ha influido en toda la zona: llegó a ser el baluarte anticomunista durante la Guerra Fría, intervino en las guerras civiles de Angola y Mozambique contra tropas cubanas, apoyó la independencia de facto de 250.000 rhodesianos blancos sobre cuatro millones de negros en 1965, invadió Namibia y estuvo presente con mercenarios y traficantes en casi todo conflicto. 

Ente 1885 y 1908, el Estado Libre del Congo, adjudicado al rey Leopoldo II de Bélgica en nombre del comercio libre, la evangelización y la filantropía de sus habitantes, resultó ser el mayor campo de trabajo forzado privado de la historia; y quizás la máxima premonición de un Estado presente sólo para generar ganancias. Peter Forbath en su libro El río Congo no dejas dudas: "El Congo no había pasado a ser una colonia de Bélgica (...). Se había decretado la aparición de un Estado flamante en medio del vasto territorio africano", y cita a un periodista estadounidense que dijo en aquel entonces que "Leopoldo II es el dueño del Congo al igual que Rockefeller es el dueño de la Standard Oil". Allí fueron esclavizados, mutilados y exterminados más de 10 millones africanos que trabajaban en la extracción de marfil y en la naciente industria del caucho. El famoso y lúgubre explorador Henry Morton Stanley fue la mano derecha del rey en esta empresa, y Conrad, Mark Twain y Arthur Conan Doyle, junto a varios misioneros protestantes, participaron de la primera gran campaña por los derechos humanos contra esta explotación. 

Los africanos fueron muy probablemente los primeros en conocer las ametralladoras a repetición, la guerra química, e incluso el bombardeo aéreo estratégico de poblaciones civiles, durante la conquista española de Marruecos. El sistema de "gobierno indirecto", como lo llamaban los británicos, no sólo aprovechó y ahondó diferencias existentes entre los colonizados, sino que en muchos casos inventó estas discrepancias. Muchos conflictos "étnicos" actuales, como el de los hutus y tutsis, deben ser analizados dentro de esta mecánica de "artificialidad". Ella fue heredada tras años de un sistema gestor de desequilibrios. 

Así, más que un continente de bárbaros o "brutos", Africa fue y sigue siendo una zona barbarizada y embrutecida hasta un nivel todavía desconocido, mucho mayor que lo ocurrido en Asia o en las Américas. Sin embargo, cierta "devolución" de este salvajismo colonial, comienza a verse, al menos en algunas interpretaciones de la Guerra Civil Española (Franco pertenecía al ejército colonial de Marruecos), de la Segunda Guerra Mundial, e incluso del genocidio nazi, como continuidad y como partes de un mismo contexto. Las aplicadas en aquellos casos fueron políticas semejantes a la aplicada en Africa, sólo que en estos casos se ejercía sobre la población autóctona europea, de manera aún más industrial. 

Si hasta 1950 sólo Egipto, Liberia y Etiopía lograron mantener cierta independencia, a partir de ese momento comenzaría una verdadera revolución descolonizadora. La Primera Guerra Mundial demostró a los batallones de africanos que lucharon contra los alemanes la vulnerabilidad del hombre blanco. Y el fin de la Segunda Guerra Mundial, que los imperios ya no podían sostener sus colonias. A su vez, las elites africanas aprendieron los conceptos de Estado e independencia en las mismas escuelas europeas. Así como también "que si no hubiera sido por Rusia, el movimiento africano de liberación hubiera sufrido la persecución más brutal", como dijo el ghanés Kwame Nkrumah, uno de los primeros líderes independentistas africanos. 

Aunque luego se sucedieron dictadores y cruentas guerras civiles, las condiciones de vida básica de los africanos mejoraron y produjeron un importante crecimiento poblacional. Kapuscinski mostraba en sus crónicas de Africa cómo la simple introducción del bidón de plástico permitió a los niños acarrear agua a sus poblados y mejorar así su bienestar. Sin embargo, el fracaso, la inoperancia de los gobiernos, el derrumbe del bloque socialista, y el capitalismo salvaje han invocado una nueva versión del colonialismo en suelo africano. Así como los limites de la administración colonial se perpetuaron casi sin grandes modificaciones en las fronteras de los actuales países africanos (aún mucho más que en América, y sin duda alguna que en Europa o Asia), el espíritu del rey Leopoldo II sobrevuela el continente, ahora con otros ropajes. 

El niño de las minas de ese pedazo de Zaire arrebatado por Laurent Nkunda (líder militar tutsi y predicador mesiánico adventista de los Rebels for Christ, una de las casi 9.000 sectas que proliferan como hongos en el caldo de cultivo de la miseria africana) sólo sabe que la vida es corta; que su padre fue asesinado y que su madre fue violada. Nada sabe de que ese polvo que busca es coltan y que terminará dentro de algún celular en Calcuta.

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Las plagas de un continente
 
Buena parte del territorio africano recién pudo salir del colonialismo hace medio siglo. Enfermedades endémicas, hambrunas y dictaduras aún signan sus días. Un periodista que cubrió algunos de los procesos independentistas, traza un panorama apenas esperanzador. 
 
Bernardo Valli *

La Repubblica y Clarín 
Traducción de Cristina Sardoy 

 
Africa independiente está por cumplir medio siglo: efectivamente, en 1960 muchos países conquistaron la soberanía nacional. En ese año, el proceso de descolonización, ya iniciado en la década anterior, y anunciado incluso anteriormente, justo después del final de la Segunda Guerra Mundial, acelera el ritmo en el continente. El proceso se prolongará hasta los años setenta para las colonias portuguesas, Angola y Mozambique, obligadas a esperar la "descolonización interna" de Portugal, es decir, el fin de la dictadura de Salazar. 

Para un joven cronista como era yo en esa época, fue apasionante asistir al nacimiento de tantas naciones. Era uno de los grandes acontecimientos del siglo XX: los africanos eran a partir de ese momento protagonistas en su propia tierra, que se coloreaba con muchísimas banderas nacionales después de haber sido una gran mancha ("sin historia y sin individuos") sobre la que ondeaban las banderas de las potencias coloniales. Sin la emancipación de Africa probablemente hoy no habría al frente de los Estados Unidos de América un presidente con una ascendencia africana precisa. 

La desilusión suele sobrevenir cuando los importantes giros de la historia, que marcaron el progreso y encendieron las fantasías, se enfrentan con la realidad. No pocos líderes de los movimientos independentistas llegados en su momento al poder se transformaron en verdaderos déspotas. 

Los retratos de los líderes que escribí (un poco al estilo Risorgimento ) no tuvieron los mismos tonos después de conocerlos: de Nkrumah, presidente de Ghana, o de Seku Turé, presidente de Guinea, sin hablar de Mobusi, presidente del Congo (probablemente no del todo ajeno a la eliminación de Lumumba, a quien conocí como representante de la cerveza Primus, en Stanleyville). 

Son muchas las explicaciones. Una democracia no nace espontáneamente. Los europeos lo sabemos. En el caso de Africa, cabe recordar que al trazar los confines de sus posesiones, a fines del siglo XIX, las potencias coloniales no se preocuparon por la homogeneidad cultural de los grupos humanos. Los mismos límites pasaron a ser en los años sesenta los correspondientes a los Estados-nación independientes. Así, para dar un ejemplo, los pueblos de lengua kongo fueron dispersados en tres Estados, el Congo ex francés, el Congo ex belga y Angola ex portuguesa. 

Nadie tuvo en cuenta el hecho de que esos pueblos habían constituido en el pasado un poderoso reino que duró bastante más que la época colonial. La gran Nigeria, al igual que otros países más pequeños, reúne un mosaico de grupos heterogéneos (étnicos, tribales) a los que se superpuso una estructura estatal. Nacieron, pues, generalmente Estados y no verdaderas naciones. 

El nacionalismo después de la independencia se transformó en una ideología de Estado que legitimó el poder de un grupo, de una elite. Casi todas las crisis, en muchos casos sanguinarias, de las últimas décadas se debieron a enfrentamientos entre grupos étnicos que se disputaban el poder. Y los partidos políticos corresponden en general a las tribus. 

La toma de conciencia de la nacionalidad es sin embargo muy rápida, en particular en las localidades urbanas donde el cruce étnico es inevitable y donde reside el poder. En menos de una generación, la mitad de la población africana será ciudadana y los individuos se sentirán cada vez más senegaleses, kenianos, marfileños, gaboneses, camerunenses, y ya no serene, ulof, kikuyu, beté, fang o bamileké. 

Las crisis recurrentes en el continente no son una fatalidad. Hace veinte años, la totalidad de Africa austral estaba en guerra. Había guerra civil en Mozambique y en Angola. Una guerra de liberación en Zimbabue. El apartheid en Sudáfrica y en Namibia. Hoy Africa austral salió de la guerra. Continúa siendo detestable la situación de Zimbabue. 

Desde la independencia, Africa de los Grandes Lagos pasó por masacres en el Congo ex belga y la guerra anexa de la provincia de Katanga; una feroz guerrilla en el Congo ex francés; el genocidio de 1994 en Ruanda; la guerra civil en el norte de Uganda. Y la guerra casi mundial en el Congo ex belga, devenido Zaire y luego República Democrática, con la intervención militar de nueve países y la participación de un número indeterminado de grupos armados. Sería aventurado decir que ahora todo marcha bien en la República democrática del Congo. Cabe, de todos modos, señalar que ha habido varias elecciones: desde legislativas hasta presidenciales. 

Seguidas, es cierto, por otra crisis en la región de los Grandes Lagos. En Africa occidental se produjo la guerra de Biafra, la guerra civil en Liberia y en Sierra Leona. Los conflictos en Nigeria fueron sofocados. Costa de Marfil destruyó su imagen de país ordenado y rico. Y después está el Cuerno de Africa, donde las ex colonias italianas han sido durante mucho tiempo centro de conflictos: por la independencia de Eritrea; la revolución etíope que destituyó a la monarquía; y sobre todo por el drama de Somalia, país que en la década de 1980, cuando declaró la independencia, fue señalado como un ejemplo de democracia. 

Esta lista larga, exhaustiva pero incompleta, sirve para subrayar que en la actualidad sigue habiendo crisis, muchas en estado latente, pero que una sola merece ser definida como crisis abierta y sanguinaria: la de Darfur, una guerra sucia que puede extenderse a los países vecinos. 

Muchas dictaduras se transformaron en democracias, aunque sean precarias. La gran difusión de los teléfonos celulares, a veces incluso en aldeas aisladas, favorece las comunicaciones, o sea un intercambio de informaciones y de ideas, que en otro tiempo era impensable. 

Las plagas de Africa son numerosas: van de la mortalidad infantil al paludismo, a la tuberculosis, al SIDA. En The Bottom Billion , Paul Collier, estudioso de la economía en vías de desarrollo, trata de explicar la pobreza de los condenados de la Tierra: los mil millones de mujeres y hombres que viven en alrededor de 58 países, el 70% de éstos del Africa subsahariana. Los principales motivos serían cuatro: 

1) Los conflictos armados que se repiten sin tregua, más o menos intensamente, de manera crónica y en cualquier caso siempre latentes, que generan inestabilidad, una baja tasa de escolaridad y una criminalidad fuerte. 

2) La maldición de los recursos naturales, que representan un maná creando un desastroso clientelismo en los sistemas democráticos y un arma peligrosa en los autoritarios. 

3) La interclusión, o sea, la situación de los países sin salida al mar y dependientes de aquellos que los rodean y abusan de su posición privilegiada imponiendo tasas y cánones. 

4) El mal gobierno. El futuro no es rosa, dice Collier: el paisaje mundial se ensombrece sobre los países pobres, que soportarán más que los otros el peso de la crisis. 

* El autor es escritor y periodista especializaco en temas africanos.

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