Venezuela/ tras la muerte de Chávez ¿más de lo mismo o nueva etapa? [Ricardo Scagliola]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Mie Mar 6 09:57:43 UYST 2013


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boletín solidario de información
Correspondencia de Prensa
6 de marzo 2013
Colectivo Militante - Agenda Radical
Montevideo - Uruguay
redacción y suscripciones: germain5 en chasque.net

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Venezuela

¿Más de lo mismo o nueva etapa?



Ricardo Scagliola 
Proyecto Fósforo, Montevideo, 5-3-2013
http://proyectofosforo.com/

 
La madrugada del 4 de febrero de 1992 un entonces desconocido Hugo Chávez tomó por asalto la escena política venezolana al encabezar un fallido golpe de Estado en contra del presidente Carlos Andrés Pérez. "Compañeros, lamentablemente, por ahora, los objetivos que nos planteamos no fueron logrados", fue la frase con la que aquel comandante de paracaidistas selló su ingreso en la vida pública. En aquél momento, su imagen de "golpista" le valió duros reproches de la izquierda latinoamericana y, en la escena local, del propio Frente Amplio.  El 7 de octubre pasado fue elegido, por cuarta vez, presidente en las urnas. Hoy, tras luchar contra un furibundo cáncer, su muerte abre un nuevo capítulo de la historia latinoamericana. Su final rompe el silencio brezneviano que rodeaba su padecimiento y alimentaba especulaciones de todo tipo. Ahora, seguramente quede grabado a los ojos del mundo el recuerdo de un hombre que recorrió el globo proclamando la independencia de Estados Unidos y la unidad de América Latina. En un mundo donde amar y odiar pueden ser actos simultáneos o extremos que se recorren de manera vertiginosa, Hugo Chávez conoció el aplauso y la condescendencia, más tarde, la invectiva y, cuando su suerte se creía echada, la renacida popularidad, con picos de veneración.

El discurso de 1992, en circunstancias impactantes, marcaría desde entonces el vínculo emocional de Chávez con los ciudadanos y trazaría la senda de su liderazgo político. El golpe había fracasado pero Chávez había asumido su responsabilidad en un país en el que nadie parecía hacerse responsable por nada y que estaba viviendo una época de exacerbación de los conflictos sociales por una feroz oleada neoliberal. Tras haber estado dos años recluido en la cárcel, Chávez recorrió Venezuela con la propuesta de poner fin a la corrupción y cambiar el sistema político a través de una Asamblea Constituyente. Su mensaje caló hondo en un país donde el 80% de los ciudadanos querían cambios en el sistema político. La desorientación de los partidos tradicionales y el auge de la antipolítica sirvieron la mesa para darle el triunfo en las elecciones presidenciales de 1998. Tras llegar a la presidencia en 1999, Chávez aprovechó su elevada popularidad para impulsar la reforma constitucional y avanzar en el control de las instituciones del Estado. Dos eventos traumáticos, el golpe militar del mes de abril del 2002, y el boicot de los empleados petroleros a finales de ese año, le permitieron hacerse con el control de las Fuerzas Armadas y de la estatal petrolera Pdvsa. La decisión de la oposición de no participar en las elecciones parlamentarias del 2005 puso finalmente en sus manos el dominio de todo el aparato del Estado.

Sus dotes de orador, su capacidad para tener empatía con su audiencia y la sensibilidad que demostró con su discurso ante la pobreza y la exclusión social forjaron un vínculo inseparable entre Chávez y las clases más desfavorecidas. En realidad, hasta el 2003 esa relación se basó en la retórica. Sin embargo, a partir de ese momento, apoyado en los altos precios del petróleo y gracias a la asesoría cubana, el mandatario venezolano puso en marcha una serie de programas sociales -bautizados como misiones- destinados a prestar ayuda a los más pobres en los ámbitos de salud, educación, alimentación, vivienda, deporte, cultura y atención a ancianos, madres solteras y discapacitados. Tuvo que venir Chávez para que alguien se acordara de ellos, es cierto. Pero, a la vez, estas ayudas fueron ofrecidas como una dádiva directa del mandatario y no como políticas de Estado. La propaganda de estos programas -en la que se despliegan imágenes de Chávez y se resalta permanentemente que se trata de algo derivado de su voluntad- deja en evidencia el personalismo con el que fueron manejados. Grueso error si la intención era convalidar un proyecto y hacerlo sustentable en el tiempo.


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Habrá, en Caracas, y en toda América Latina, unos que llorarán de alegría y otros, que sólo llorarán. Se abren muchísimas interrogantes sobre el futuro del continente y sobre lo que le espera a la propia Venezuela. Si alguna vez el chavismo puro y duro estaba preocupado por su reproducción política más allá del comandante -a quien siempre le auguraron larga vida-, su enfermedad lo puso frente a un escenario imprevisible, nunca contemplado. De hecho, en todo este tiempo que duró la enfermedad del presidente, el partido de Gobierno y sus satélites empezaron a mostrar grietas y desavenencias que siempre estuvieron, pero que eran opacadas por la presencia vital del líder. Lo que en algún momento fue un liderazgo fuerte, con una enorme base de sustentación social, imprescindible quizás para emprender las necesarias reformas y el tan ansiado "socialismo del siglo XXI", asoma ahora como el principal enemigo del propio chavismo. Si durante todo este tiempo que ha durado la enfermedad de Chávez, el oficialismo fue verdaderamente consciente de que deberá sostener un proyecto político que trascienda a Chávez, eso aún está por verse.

El futuro de Venezuela es, por estas horas, seguido con inquietud fuera de fronteras. La región, que se había acostumbrado a lidiar con sus ambiciones, a atenuar su incontinencia verbal y, al mismo tiempo, integrarlo al proyecto latinoamericano, espera ahora la seguridad de una transición institucional y la extinción rápida y efectiva de cualquier tipo de intento de golpe de Estado. Podría ser una buena oportunidad para demostrar la efectividad de los procesos de integración regional por los que Chávez tanto batalló. Será una prueba de fuego para el recientemente ampliado Mercosur, que ahora deberá mostrar ahora a Venezuela que no se trata solamente de un copetín con cuatro invitados cada seis meses. Si para algo han servido los procesos de integración como la Unasur o el Mercosur, además de para despejar del camino el factor Estados Unidos, es precisamente para eso: para asegurar el camino democrático, para truncar golpes de Estado como el de Bolivia o Ecuador o, al menos, para sancionar a los golpistas, como en el caso de Paraguay.

El chavismo, que muchas veces ha alardeado contra la institucionalidad como sinónimo de statu quo, debe precisamente apelar a ella para defender las conquistas sociales. Habrá que ver cómo reacciona la oposición: si sigue los lineamientos de su líder, Henrique Capriles, que hace poco pidió a los suyos "no alimentar rumores" sobre la salud de Chávez y reivindicó la senda democrática, o si por el camino de los que hasta hace poco escribían "Viva el cáncer" por las calles de Caracas. Cualquier comparación es pura coincidencia, dirán. Por lo pronto, las últimas elecciones presidenciales nos dejan algunas pistas interesantes. El primer dato es que allí hubo una participación récord: más del 80% de los ciudadanos con derecho a votar salieron de su casa para acudir a las urnas porque pensaron que su voto era útil y necesario (cabe aclarar que el voto en Venezuela no es obligatorio). El segundo es la naturaleza de la candidatura y del candidato de oposición: se trataba de una candidatura unitaria, con una retórica moderada y con un aspirante joven que al saber los resultados electorales inmediatamente reconoció y aceptó su derrota, señalando que continuaría abanderando la oposición.

¿Qué añaden estos elementos al escenario político venezolano? Uno, la importante movilización ciudadana a la hora de votar: en cierta medida, y contrariamente a lo que se ha afirmado una y otra vez desde la oposición, el pasaje de Hugo Chávez por el poder estuvo acompañado por un resurgir de la política en el sentido más irrestricto del término. La segunda, la capacidad del chavismo de ser nuevamente avalado por las urnas. La tercera, la capacidad de la oposición de mantenerse unida y articulada frente a un candidato con proyección de futuro y el discurso conciliador de Capriles. A raíz de ello es posible exponer que hoy se abre en Venezuela un nuevo ciclo en el que, a diferencia de hace unos años, los ciudadanos contrarios al modelo de Chávez no son solamente los miembros de una clase media conservadora y nostálgica del anterior statu quo, sino una amplia y heterogénea coalición difícil de estigmatizar y en la que hay antiguos aliados del chavismo como los miembros de la formación Patria Para Todos (PTT), que hoy cuenta con seis diputados en la Asamblea Nacional. La oposición parece haber entendido que la vida política en Venezuela no se termina en la campaña presidencial, sino que la batalla electoral debe librarse en todos los campos.

Y la pregunta: ¿qué puede cambiar realmente en los próximos días, meses y años en Venezuela? No es fácil responder, pero todo dependerá de en qué medida los venezolanos estén dispuestos a defender el modelo de estos últimos años. Sin Chávez en escena, ahora lo que vuelve a estar sobre la mesa es el molde ideológico. Será cuestión de decidir si permanecer en la región o aliarse nuevamente a los Estados Unidos; de qué tan necesaria es la soberanía sobre las reservas de petróleo, que Venezuela ostenta como nadie en el vecindario latinoamericano. Terminados los actos fúnebres, el culto a la personalidad -muy común en los países del Caribe- no va a ser el ingrediente fundamental. La discusión ya no será Chávez sí, Chávez no. Y habrá que ver si aquella retórica final -tantas veces enunciada por Chávez, encarnada en Chávez-, esa que establece dos opciones para la lucha, el socialismo o la muerte, sigue tan vigente. O si se abstiene, porque la misma muerte, como alegoría y posibilidad cierta, se instaló no sólo en el cuerpo presidencial, sino en el cuerpo del Estado. 

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