Rusia/ el sistema Putin [Pablo Stefanoni]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Lun Dic 15 11:29:57 UYST 2014


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Correspondencia de Prensa

boletín informativo – 15 de diciembre 2014

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A l’encontre – La Breche

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Rusia

Tras la crisis en Ucrania y las tensiones con Occidente

El sistema Putin 

La reconstrucción del Estado ruso luego del derrumbe de 1991 se inicia con
la llegada al poder de Vladimir Putin. Apoyado en la riqueza de los
hidrocarburos y en un fuerte liderazgo, logró estabilizar al país tras el
desastre que había dejado la salida al capitalismo. Su siguiente misión
sería devolverle a Rusia su lugar de gran potencia.

Pablo Stefanoni *

Le Monde Diplomatique N° 186, Buenos Aires, diciembre 2014

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Ellos no quieren humillarnos, ellos quieren someternos, resolver sus
problemas a costa nuestra [pero] nadie en la historia pudo lograr esto con
Rusia y nadie lo hará nunca” (1). Estas declaraciones de Vladimir Putin
expresan el nuevo momento de tensión de las relaciones Rusia-Occidente,
posterior a la crisis ucraniana y a la anexión de Crimea (2). Moscú busca
volver a ocupar su lugar de gran potencia luego de la catástrofe nacional
que significó su disgregación en 1991, y este renacimiento coincide con la
era de Putin, un ex espía de la KGB que llegó al poder de la mano de Boris
Yeltsin en el año 2000, en su etapa de declive final. El actual apoyo
popular al presidente es consistente con sondeos que indican que el 63% de
los consultados manifiesta una mala opinión sobre la Unión Europea y el 73%
se expresa en el mismo sentido respecto de Estados Unidos (3).

El renacimiento

El politólogo Dimitri Oreshkin sostiene que luego de acumular recursos
políticos y económicos, Putin “mostró su verdadero yo” hacia 2006-2007 (4).
La construcción de un liderazgo fuerte estuvo asociada a la subida de los
precios del petróleo y del gas, cuya explotación es la base del
“renacimiento ruso”. Pero además, el presidente ruso consiguió la
estabilización de la élite, el fin de las guerras de clanes de la era
Yeltsin y una cierta reposición del poder estatal. Como recuerda el pensador
Boris Kagarlitski, el desgraciado destino de los millonarios Vladimir
Gusinski, Mijail Jodorkovski y Boris Berezovski (fallecido en 2013) –cuyos
negocios abarcaban petróleo, banca, mass media y otros rubros estratégicos–
no fue ajeno a esos cambios. Estos tres empresarios integraban el grupo de
las personas más influyentes en los años de gobierno de Yeltsin y no
quisieron resignar sus posiciones de privilegio en tiempos del nuevo
presidente, de modo que fueron socavando la lógica del compromiso general
que radicaba en la base del “sistema Putin”. El resultado del enfrentamiento
fue previsible: los tres tuvieron que emigrar y Jodorkovski, además, pasó
diez años en la cárcel (5).

La construcción de la imagen de Putin tiene como contrapartida numerosas
fotos que lo muestran como un líder viril: en una está abrazando a un
cachorro de leopardo (un internauta ruso lo comparó con Barack Obama con un
caniche en las rodillas, lo que motivó la pregunta “¿en quién confías más
como Comandante en Jefe?”); en otra, tomada en 2012, aparece con casco y una
bata blanca guiando la migración de cigüeñas desde un ala delta, y en varias
se lo puede ver con el torso desnudo y uniforme de fajina. En todas ellas,
pese a su metro setenta de estatura, se proyecta como “un grande”. “A
algunos escritores y también a la gente común les gusta compararlo con
varios zares, desde Iván el Terrible a Nicolás I. Pero no es casual que él
clave la vista en Occidente cuando dice que lo suyo se parece en realidad a
lo hecho por Franklin D. Roosevelt, el presidente que rescató a Estados
Unidos del pozo de la Gran Depresión en la década de 1930”, recuerda la
periodista Hinde Pomeraniec en su libro Rusos. Postales de la era Putin (6).

Pero si en los primeros años de gestión la prioridad era interna, en los más
recientes Putin ha intensificado su meta de devolverle a Rusia un lugar en
el concierto global. “Si anteriormente se ocupaba de alimentar ciertos
clanes a cambio de su apoyo, ahora parece tener la sensación de tener una
sola misión: reponer el lugar de Rusia en el mundo. Y ya no parece
interesarse más que por la política exterior”, explica Oreshkin en una
entrevista reciente (7). El analista llama al nuevo sistema económico ruso
“burness”, una palabra compuesta de burócrata y business: los funcionarios
se dedican a los negocios y/o las empresas “compran” a los funcionarios, y
dentro de funcionarios o ex funcionarios un factor clave, en un país como
Rusia, son los servicios secretos.

La venganza del capital

Si durante la Nueva Política Económica (NEP), tras la Revolución de 1917,
Nicolái Bujarin promovió el lema “Enriquézcanse” entre los campesinos, tras
la caída de la URSS no hizo falta un llamado semejante para que la
nomenklatura se transformara en burguesía, en un proceso anticipado por León
Trotsky en su libro La revolución traicionada de 1937. “Imagínense un pastel
dividido en partes iguales pero pequeñas. Eso es el socialismo. Ahora
imagínense un enorme pastel dividido en partes desiguales, pero de modo que
hasta una pequeña parte del segundo pastel es más grande que una de las
partes iguales del primero. Eso es el capitalismo”, rezaba un spot liberal
que propagandizaba la transición al capitalismo (8). Personajes como el
banquero Boris Jordan vivieron el proceso como una venganza personal: “Lo
que mi abuelo no pudo lograr en la época de la guerra civil con el Ejército
Blanco contra los comunistas, lo hicimos nosotros expulsando al Estado de
las relaciones de propiedad”, confesó en un libro de entrevistas (9).

Dejando ver las facetas conspirativas en el tránsito hacia el “libre
mercado”, el propio Putin reconoció en 2013 la presencia de agentes de la
Central Intelligence Agency (CIA) entre los ministros reformadores de
comienzos de los años 90, sin privarse de señalar que “lo más notable es que
cuando regresaron a Estados Unidos [varios de estos agentes] fueron juzgados
por haber violado las reglas de su país por su enriquecimiento a costa de
las privatizaciones rusas, lo cual no podían hacer como agentes de la CIA”
(10). Fue un verdadero saqueo de los recursos públicos en beneficio de
nuevas oligarquías, con derrames hacia lo que los rusos llaman “clases
creativas”, especialmente de las capitales: Moscú y San Petersburgo, pero
para la mayoría constituyó una catástrofe material y también moral.

Si en Europa del Este el comunismo era visto como algo impuesto desde
afuera, para Rusia resulta inseparable de su propia historia. Además, como
escribió Bruno Groppo, la liberación del orden opresivo en Rusia coincidió
con la pérdida de la posición hegemónica del Imperio soviético, y a la
postre su desintegración (11). En ese marco, el problema de la visión de los
ultraliberales de la era Yeltsin es que transformaron a la historia
soviética en un paréntesis, en una suerte de desvío del camino nacional que
debía rectificarse recuperando la continuidad con la historia
prerrevolucionaria. Pero es precisamente la victoria de 1945 contra el
nazismo lo que funda el patriotismo moderno ruso (12). Eso no remite
directamente a una supervivencia de los imaginarios soviéticos, pero, claro
está, tampoco las separaciones son a menudo tan claras; de ahí la
complejidad de la figura de Stalin en la actualidad.

Putin se propuso, con éxito, incorporar esta parte de la historia sin
reivindicar el comunismo (considera positivamente a la URSS pero
negativamente a Lenin y a la Revolución), de tal forma de construir una
“visión positiva” de la historia nacional plasmada en los nuevos manuales
escolares. Posiblemente, la mejor síntesis de su visión esté contenida en
una de sus frases célebres: “Quien no eche de menos a la Unión Soviética no
tiene corazón, quien la quiere de vuelta no tiene cerebro”. En ese marco, el
Stalin “positivo” será el jefe de la Gran Guerra Patria, no el líder
comunista colectivizador, aunque el presidente no suele mencionarlo
explícitamente.

Amigos y enemigos

Quienes sí reivindican –al menos retóricamente– al hombre de acero y el
retorno de la URSS, son los miembros del Partido Comunista de la Federación
Rusa (PCFR), liderados por Guennadi Ziugánov. En un reciente artículo, el
secretario de ideología del Comité Regional de San Petersburgo, Alexéi
Bogachev, escribió como respuesta a una opinión crítica del presidente ruso
sobre los bolcheviques que “la lucha por las mentes es la principal lucha
del momento actual, y estamos obligados a ganarla. Sólo nuestro proyecto, el
proyecto del renacimiento ruso soviético, es capaz de salvar a Rusia de ese
vacío que se está formando hoy en torno al Kremlin y personalmente alrededor
de Vladimir Putin” (13). No obstante, el PCFR es parte del sistema Putin, es
decir de los partidos tolerados por el régimen de democracia controlada; por
eso algunos de sus críticos lo denominan con ironía “Ministerio de Oposición
Roja”.

En efecto, el PCFR no participó orgánicamente de las protestas de 2011
contra el supuesto fraude montado por el gobierno en las elecciones
legislativas y contra la corrupción en las altas esferas del Estado. El
Occupy Moscú convocó a un heterogéneo frente que iba desde liberales hasta
anarquistas, pasando por diversas combinaciones de izquierdas y
nacionalismos; entre estas últimas se destaca el Frente de Izquierda,
liderado por Serguéi Udaltsov. En esa ocasión, el gobierno fue hábil para
oponer la supuesta “gente bien” de las protestas al “pueblo sencillo”,
imagen a la que contribuyeron unos liberales adversos a la inclusión de
consignas sociales (14).

Una de las expresiones del inconformismo actual –con menos prensa positiva
en el exterior, donde tienen más relieve disidencias como las del grupo punk
feminista Pussy Riot– son los escritores “nacional-bolcheviques”. Inspirada
en la figura de Eduard Limónov (15), esta generación de escritores jóvenes
–algunos de ellos premiados– reflejan un complejo procesamiento del trauma
de la vergüenza del pasado nacional y buscan representar a la Rusia
profunda, pobre y silenciosa, alejada del glamour de las dos capitales.
Dispuestos a poblar las cárceles, los nac-bol promueven un patriotismo
radical que reclama más “respeto” hacia el pasado soviético. La propia
combinación de los términos “nacional” y “bolchevique” habla de complejas y
a menudo indescifrables tramas de sentido, en cuya base está el profundo
desprecio por los personeros de las reformas liberales de los 90, su cinismo
y su “racismo de clase”. Una de las polémicas iniciativas nac-bol fue la
publicación, en 2012, de una “Carta a Stalin”, escrita por Zajar Prilepin
(39 años), considerado por The Telegraph “un Tolstoi moderno” (16). “¿Stalin
maníaco sanguinario? Sí, pero también comandante supremo [y vencedor de los
nazis]” dice uno de los párrafos de este escritor, que fue arrestado unas
150 veces. Respondiendo a sus críticos, escribió que sus invectivas se
dirigen hacia quienes “convirtieron a Stalin en un monstruo para justificar
su propia monstruosidad”. Y aunque en apariencia muchas de sus posiciones
son similares –al menos en los discursos– a las lecturas de la historia de
Putin, los nacional-bolcheviques están entre sus más enconados enemigos. A
tal punto, que Limónov se alió con los liberales en 2009 en contra del
gobierno y conformó el grupo Estrategia 31, en referencia al artículo de la
Constitución que habilita la libertad de reunión y protesta pacífica, pero
no impide los arrestos de manifestantes.

La situación política interna, no obstante, cambió con la crisis de Ucrania
y los nacionalistas radicales quedaron objetivamente del mismo lado que el
Presidente. Ahora Rusia debe enfrentar sanciones internacionales que afectan
a varios de sus empresarios y a la industria petrolera (17). Los “ataques de
Occidente” permiten nuevamente decodificar sentimientos en clave de dignidad
nacional, algo productivo para Putin, al menos mientras la economía no se
sienta verdaderamente afectada.   

* Jefe de Redacción de la revista Nueva Sociedad.

Notas

1. La Nación, Buenos Aires, 18-11-14.

2. Territorio emblemático de la historia rusa, Crimea fue cedida por Nikita
Jruschov a Ucrania en 1954, pero en ese momento la decisión no tuvo
consecuencias porque seguía dentro de la URSS.

3. Agathe Duparc, “A Moscou, le centre Levada détaille les ressorts de la
popularité de Poutine”, Mediapart, 17-10-14.

4. Dimitri Oreshkin, “The wheels have come off the Putin model”, ODR,
26-8-09.

5. Boris Kagarlitski, “El modelo Putin: de la normalización política a la
crisis de Ucrania”, Nueva Sociedad, Nº 253, septiembre-octubre de 2014.

6. Hinde Pomeraniec, Rusos. Postales de la era Putin, Tusquets Editores,
Buenos Aires, 2009.

7. Agathe Duparc, “Comment fonctionne le régime Poutine, au faîte de sa
puissance”, Mediapart, 14-10-14.

8. Ruslan Dzarasov, “Cómo Rusia volvió al capitalismo. El desarrollo del
subdesarrollo en sociedades postsoviéticas”, Nueva Sociedad, Nº 253,
septiembre-octubre de 2014.

9. Ibid.

10. Monique Slodzian, Les enragés de la jeune littérature russe, La
Différence, París, 2014.

11. Bruno Groppo, “Los problemas no resueltos de la memoria rusa”, Nueva
Sociedad, Nº 253, septiembre-octubre de 2014.

12. Slodzian, ob. cit.

13. Alexéi Bogachev, “Putin y el vacío. Sobre las declaraciones
antibolcheviques del ‘líder nacional’”, La República.es, 12-11-14. El texto
fue publicado originalmente en ruso en la página del PCFR y señala que
“Stalin habría resuelto hace tiempo la cuestión con ese tipo de parásitos
dañinos [actuales]”.

14. Aleksandr Shubin, “Occupy Moscú. Las protestas de 2011-2013 y la
izquierda crítica”, Nueva Sociedad, Nº 253, septiembre-octubre de 2014.

15. Emmanuel Carrère, Limónov, Anagrama, Barcelona, 2013.

16. Anna Nemtsova, “Zakhar Prilepin: a modern Leo Tolstoy”, The Thelegraph,
13-4-12.

17. Agathe Duparc, “Comment la Russie s’adapte au régime de sanctions
occidentales”, Mediapart, 2-11-14.

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