Brasil/Amapá/ cientos de mujeres y niñas sin cuero cabelludo [Claudia Bellante]
Ernesto Herrera
germain5 en chasque.net
Vie Jul 4 17:01:41 UYT 2014
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Correspondencia de Prensa
boletín informativo – 4 de julio 2014
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A l’encontre – La Breche
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Brasil/Amapá
Amazonas sin cuero cabelludo
Cientos de mujeres y niñas (y algunos hombres) han perdido accidentalmente
su cuero cabelludo en el estado de Amapá, uno de los más pobres de Brasil,
intentando atravesar el Amazonas, la única vía de comunicación de la región.
De no ser por la acción de una asociación que las reúne, su extraña historia
de vida hubiera sido de soledad y marginación.
Claudia Bellante, desde San Pablo
Brecha, Montevideo, 4-7-2014
http://brecha.com.uy/
Era una tarde cualquiera de una temporada que en Macapá, capital del estado
amazónico de Amapá, es siempre la misma: caliente, húmeda y soñolienta.
Rosinete regresaba de un día de trabajo en una escuela de la aldea: “Tenía
20 años y era maestra de alfabetización. Estaba cansada, el barco estaba
lleno, cerré los ojos y me quedé dormida, ocurrió en un momento”.
Rosinete Rodrigues recuerda muy bien el día que cambió su vida. Lo hace en
voz baja, sin llorar, como si fuera normal que una chica joven e inteligente
pudiera ser víctima de un accidente tan grave como el que ella sufrió: la
pérdida del cuero cabelludo. “Mi pelo se enredó en el motor y no había nada
que hacer, me tomó todo por la borda. Al principio ni siquiera sentí dolor.”
Pero luego vino el sufrimiento. “No pude quedarme en mi pueblo, con mi
familia. Yo ya no era la persona hermosa y sonriente que estaban
acostumbrados a ver. Así que me fui.”
La historia de Rosinete parece salida de una telenovela brasileña, de esas
que mantienen a millones de espectadores pegados a la pantalla cada noche.
Por suerte, también la suya tiene un final feliz. “Estuve hospitalizada
mucho tiempo, y una enfermera llamada Elma me tomó tanto cariño que
prácticamente me adoptó. Pasé por momentos de depresión y soledad, pero ella
siempre me alentó y me ayudó para que no me hundiera.” Tras recuperar
fuerzas, abandonó también la casa de Elma y se puso a trabajar como empleada
doméstica: “Estaba embarazada del primer hombre que llegó”, admite. Pero un
día, por casualidad, vio en la televisión a las que ahora son dos de sus
compañeras de lucha más activas, que reclamaban sus derechos ante el
presidente Lula, y se dio cuenta de que no estaba sola. “El momento más
importante para todas las víctimas –explica– es cuando se dan cuenta de que
lo que les ha sucedido no es un caso excepcional, sino que, por desgracia,
hay otras mujeres y niñas que están pasando por el mismo trauma.”
Según las estimaciones publicadas por la Associação de Mulheres Ribeirinhas
e Vitimas de Escalpelamento da Amazônia (amrvea), de la que es presidente
Rosinete hoy en día, hay más de 400 casos registrados en el estado de Amapá.
En 2013 los accidentes fueron siete, pero seis de ellos tuvieron lugar en la
vecina región de Pará, y hasta abril de 2014 fue señalado un solo caso.
Amrvea fue fundada en 2007 y desde hace algunos años tiene su sede en una
pequeña casa de color rosa que está cerca de la marina. “Estamos haciendo
reformas para hospedar a las chicas que necesitan permanecer en la ciudad
para recibir los tratamientos –dice Rosinete–, y me gustaría crear un centro
de belleza para nuestras invitadas.” Después de sentirse rechazada durante
años, es ahora una mujer feliz que se desvive por las demás: “Estoy casada
con un hombre que es también miembro: el motor le lesionó una parte de la
cara. Pero nos amamos y tenemos dos hermosos hijos”.
Macapá, donde vive Rosinete y donde se fundó la asociación, es la ciudad más
grande del norte de Brasil, cerca de la frontera con la Guyana francesa, y
es la única que no está conectada con el resto del país por rutas y
autopistas sino sólo por vías navegables. No hay muchas razones para
visitarla, no tiene un centro histórico digno de mención y no es famosa
entre los trotamundos, como Manaos; además es mucho más calurosa, con una
temperatura que nunca baja de los 19 grados y que puede alcanzar
tranquilamente los 40. Para llegar a ella hay que ser paciente y aceptar el
hecho de que el tiempo del viaje no lo marca el acelerador ni el
cuentaquilómetros sino las corrientes del Amazonas.
La gente que vive a lo largo de los ríos sufre de pobreza extrema y
sobrevive vendiendo las pocas cosas que recoge y pesca –principalmente
camarones y palmitos– a los turistas y viajeros que pasan delante de sus
aldeas en los grandes barcos que conectan la ciudad de Belén, capital del
vecino estado de Pará, y Macapá. Para ir a la escuela, al trabajo, a visitar
a sus familiares, no tienen otro medio de locomoción que pequeñas
embarcaciones. La mayoría son impulsadas con remos, pero las familias que
tienen alguna posibilidad deciden comprar un motor para reducir el tiempo de
los desplazamientos, que pueden ser infinitos.
“Los primeros motores llegaron al Amazonas en los sesenta, y entonces
comenzaron los accidentes”, explica María Socorro Damasceno, una de las
fundadoras de amrvea. “El problema es que no tienen tapa, porque son
máquinas que se utilizan para talar la selva.”
La diputada Janete Capiberibe es una política activa del estado de Amapá. En
2007 presentó un proyecto de ley, aprobado dos años después, que exigía la
regularización de todas las embarcaciones, ofreciendo a los propietarios un
servicio gratuito para que aplicaran las medidas de seguridad. Pero no fue
suficiente para cambiar las cosas, visto que sólo 5 mil de los más de 20 mil
botes que circulan están registrados por la Capitanía de Puerto.
Los accidentes con los motores de los pequeños barcos también involucran a
los hombres, aunque en una forma diferente. Algunos se lastiman el rostro,
como le sucedió al esposo de Rosinete, y hay quien pierde una pierna o un
brazo. Pero es muy raro que pidan ayuda a las asociaciones, y por eso las
cifras oficiales no se conocen. Se habla de que alrededor de 10 por ciento
de estos accidentes afectan a los hombres, una cifra que se considera
bastante ajustada a la realidad pues a ellos les compete llevar el timón, y
a las mujeres eliminar el exceso de agua que entra al barco para enfriar el
eje que va del motor a las hélices. Se trata de una actividad considerada
más liviana, pero que demasiadas veces acaba en tragedia por culpa de un
rotor capaz de dar entre 1.500 y 3 mil vueltas por minuto.
En 2004, Glaisie, por entonces de 11 años, estaba en el barco con sus
abuelos, con quienes iba a pasar la Navidad. “Ella estaba atrás, echando el
agua al motor y se distrajo.” Geneci y Robsan, los padres de Glaisie, no
pueden parar de llorar y dicen que el abuelo todavía no se ha recuperado del
trauma. La adolescente, en cambio, sonríe y bromea con las otras chicas de
amrvea, que son como hermanas mayores para ella.
Lo peor de estas historias es el trato que estas mujeres han recibido en el
hospital, el tiempo que han tenido que esperar a veces para recibir las
curas de emergencia y el poco respeto y comprensión que han tenido con
ellas. “Mi hija tuvo el accidente un domingo a las 11 de la mañana y pudo
llegar al hospital recién a las 2 de la tarde. La doctora que nos recibió
nos dijo que podíamos tranquilamente empezar a preparar la funeraria, y no
mostró ninguna compasión por el dolor que estábamos viviendo.”
Al principio a Glaisie le hicieron un implante con parte de su muslo, porque
el motor le había arrancado el centro del cuero cabelludo, pero el lunes
todavía estaba infectada, y por culpa de quienes la curaron casi pierde una
oreja. Ahora lleva un gorrito negro con un pequeño lazo rosa, y no se le
nota. La peluca se la pone sólo para ir a la escuela, en un intento de parar
con las burlas de sus estúpidos compañeros, pero su madre se ha hecho cortar
el pelo para que, cuando quiera, Glaisie pueda tener otra y elegir cada día
la que le guste.
Un hada guerrera
Socorro perdió su cuero cabelludo cuando tenía 7 años. “Soy hija de
pescadores”, cuenta, sentada a la mesa de la pequeña cocina de su amiga
Ivonne, a la que a menudo va a visitar. Lleva una peluca rubia que le llega
hasta los hombros, con un flequillo descarado que enmarca la cara redonda.
El lado izquierdo de su rostro está cubierto de cicatrices que no le dejan
abrir ese ojo por completo. Su pelo también oculta las orejas, cortadas en
buena parte por el motor. Su voz es ronca y suave, y cuando habla capta la
atención del oyente. Se ve como un hada, pequeña y redonda, y mirándola uno
renuncia enseguida a las definiciones que normalmente utilizamos para
establecer los cánones de belleza. “Luego del accidente estuve en el
hospital durante casi tres años, pero mis heridas no sanaban. Así que una
enfermera le sugirió a mi mamá que me llevara a casa, a la aldea, y le
enseñó a tratarme con hierbas. Me sumergía en el río y luego ella me ponía
los medicamentos. En seis meses mi cabeza se curó.”
Para estar cerca de ella la familia de Socorro renunció a todo, abandonó la
casa en el río y se mudó. “Para nosotras es imposible aguantar el calor y la
humedad excesiva. Tarde o temprano todas nos vamos a la ciudad.” Y aquí
empieza otro problema, porque las mujeres que llegan a la metrópoli casi
siempre pertenecen a familias humildes y no pueden permitirse una vivienda
digna. Así que terminan en las afueras, viviendo en chozas de madera que
carecen de las condiciones higiénicas básicas necesarias para hacer frente a
los delicados tratamientos que requieren.
Entre sus reivindicaciones amrvea plantea la obtención de boletos populares
y subvenciones para el acceso a viviendas y a la educación.
Socorro habla con orgullo de los pequeños pero importantes éxitos de la
asociación: “Dos de nuestras chicas se graduaron de pedagogas. Yo nunca
estudié, pero he aprendido mucho, he viajado a Brasilia y por todo el país,
conocí a importantes políticos y aprendí a hacer valer nuestros derechos”.
En 2012, gracias a un programa gubernamental implementado en colaboración
con la Sociedad Brasileña de Cirugía Plástica, 47 mujeres fueron operadas de
forma gratuita: “Fueron seleccionadas casi 70, pero para algunas, por
desgracia, la intervención no fue exitosa: su cuero cabelludo rechazó el
implante. A mí me curaron sólo un lado de la cara, pero estoy feliz de todos
modos, mis cicatrices me hacen una guerrera”. amrvea también está llevando a
cabo una batalla legal para garantizar que las víctimas reciban una
compensación por el trauma sufrido: “Algunas la han obtenido, y a todas nos
pagan la mitad del salario mínimo por mes (unos 150 dólares)”.
Entre las que han sido indemnizadas tras el accidente está Ayani, una niña
de 13 años. “Nos dieron 35 mil reales (poco más de 15 mil dólares) y los
usamos para comprar un barco de motor, en buen estado”, dijo su madre, María
José, que vende frutas y verduras en el puerto. Ayani es muy tímida, sonríe
y escucha con atención. Lleva una peluca color marrón con una pequeña pinza
azul en un lado. Va a Macapá periódicamente para los chequeos médicos, pero
sigue viviendo en el pueblo con sus padres. “Viajábamos en un pequeño bote
junto con otras seis personas, eran las 7.30 de la mañana y acabábamos de
salir del mercado cuando Ayani cayó al agua. El conductor no quiso volver
atrás y nos dejó en la orilla, donde esperamos a que pasara otro barco.
Conseguimos llegar al hospital recién a las dos de la tarde, y a las tres
entró a la sala de operaciones.” Durante todo ese tiempo Ayani había perdido
mucha sangre, y por milagro se salvó de morir a causa de la hemorragia.
Permaneció hospitalizada cuatro meses, hasta que su madre la llevó de vuelta
a casa y comenzó a tratarla con hierbas. “En un mes su herida cicatrizó”,
recuerda con orgullo. Los primeros meses después del accidente fueron
difíciles para Ayani, sus compañeros de clase se burlaban de ella, y ella no
podía nadar, como siempre hacía. Luego conoció en el hospital a Socorro y a
las otras mujeres de la asociación, y poco a poco comenzó a superar el drama
y la vergüenza. En 2009 le donaron una peluca y hoy en día, además de ir a
la escuela y haber aprendido a responder a los que no la respetan, juega en
el equipo de fútbol de su pueblo.
“Estamos necesitando ayuda
” Trindade Maria Gomes es la otra columna de la asociación. Es una mujer
alegre, pasea por Macapá saludando a todos y siempre va acompañada de su
hijo Simiao, de 18 años, que se convertirá en padre dentro de unos meses.
Todos los días Trindade tiene un aspecto diferente: a veces es pelirroja,
otras rubia. Esto se debe a que en los dos últimos años ha ido montando un
taller dedicado a la confección de pelucas para las víctimas de estos
accidentes. Para aprender a hacerlas se fue hasta San Pablo. “Viajé de un
lado a otro durante seis meses, porque allí, gracias a Internet, encontré
una persona dispuesta a enseñarme a utilizar la máquina de coser y el pelo
natural.”
La historia de Trindade es una de las más difíciles de escuchar. “Yo tenía 7
años, y cuando los médicos le dijeron a mi padre que era necesario
trasladarme a otro hospital para curarme mejor, él dijo que no gastaría ni
un real para salvar a un muerto. Mis padres me abandonaron y me crié en el
Hospital Militar de Belén, hasta que cumplí 15 y me fui a trabajar como
niñera en la casa de un gringo.”
Trindade también volvió a vivir cuando conoció a otras como ella. “La
primera vez que nos mostramos en público fue en una reunión del Movimiento
de Mujeres. Como había revuelo, pedí un minuto de silencio y cuando me
prestaron atención me quité la peluca diciendo: ‘Existimos, estamos vivas y
necesitamos ayuda’.”
En su largo viaje de conocimiento y aceptación, las mujeres de amrvea han
contado con personas que, de diferentes maneras, les han ofrecido apoyo y
ayuda. La más útil y práctica es, sin duda, la del doctor Alexandre
Lourinho, quien hace 22 años decidió mudarse a Macapá para estudiar y tratar
el trauma experimentado por la pérdida del cuero cabelludo: “No hay
literatura médica sobre el tema –admite–, y la investigación no avanza.” La
mayoría de las pacientes que se enfrentan a una cirugía atraviesan dos
etapas: primero se les hace un injerto hecho de piel, normalmente tomada del
muslo, y luego se les coloca una expansión que permite que el cuero
cabelludo recupere su elasticidad. Entre las niñas al cuidado de Alexandre
está Tatiana, víctima de un accidente en 2004, que ahora tiene 17 años. “Los
pacientes más jóvenes tienen más posibilidades de cura, porque sus tejidos
se reconstruyen más rápido”, dice el médico. Tatiana no usa peluca sino un
sombrero de ganchillo. Durante los dos años que pasó en el hospital de Amapá
sus padres iban y venían con regularidad desde el pueblo, hasta que
decidieron mudarse. “Vendimos todo y empezamos de nuevo. La vida en la
ciudad es mucho más cara y difícil para nosotros, que venimos del río, pero
las cosas nos van bastante bien”, dice Manuel, su padre, que ahora trabaja
como vigilante. Tatiana sueña con ser doctora. “Si nos hubiéramos quedado en
la aldea no hubiera seguido estudiando, aquí tendrá las oportunidades que yo
nunca tuve –admite Manuel–; quizá a veces el mal viene para hacer el bien.”
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