Siria/Israel/ la próxima revolución árabe [Santiago Alba Rico]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Mie Jul 23 13:07:11 UYT 2014


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Correspondencia de Prensa

boletín informativo – 23 de julio 2014

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A l’encontre – La Breche

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Siria/Israel

Israel y la próxima revolución árabe

Santiago Alba Rico

Cuarto Poder

http://www.cuartopoder.es/

Imaginemos a un sirio que soñase con un poco de democracia, un poco de
libertad, un poco de justicia social: en definitiva, con un poco de dignidad
humana. ¿Contra qué -y cuántas- fuerzas tendría que luchar?

En primer lugar, contra una dictadura dinástica que, desde hace más de
cuarenta años, ha reprimido, empobrecido y asesinado a su pueblo y que,
desde hace tres años, no duda en utilizar contra él la tortura, las
ejecuciones extrajudiciales, los bombardeos aéreos y hasta las armas
químicas, sin olvidar el envenenamiento sectario y la propaganda más
abyecta.

En segundo lugar ese sirio soñador tendría que luchar contra los grupos
yihadistas que, al amparo del caos y con más o menos tolerancia del propio
régimen, tratan de imponer, como alternativa a la dictadura, su propia y no
menos atroz dictadura basada en una concepción oligosémica, primitiva y
fanática de la religión, concepción mohosa y repugnante que no les impide,
sin embargo, usar las armas más modernas ni los más sofisticados medios de
comunicación y propaganda.

En tercer lugar, ese sirio soñador tendría que luchar contra los barrotes de
una jaula geopolítica de innumerables cerrojos: los aliados
protoimperialistas de la dictadura (Irán, Rusia o Hizbullah) y los aliados
protoimperialistas de los yihadistas (Arabia Saudí, Qatar, Turquía), todos
los cuales, en defensa de sus intereses en la región, alimentan la
confrontación mientras la desvían de su inicial impulso democrático. Ese
sirio soñador, por decirlo así, está enterrado bajo una colosal masa de
estratos geológicos multinacionales que aplastan sus sueños y su
respiración.

En cuarto lugar, y para rematar la montaña de escombros (materiales y
políticos) bajo la que se mueve nuestro sirio soñador, está el tándem del
que, en última instancia, dependen todos los desplazamientos en la relación
de fuerzas de la región: la alianza entre EEUU e Israel, que en el caso de
Siria -como bien recuerda Yassin Al-Haj Saleh- ha escogido claramente apoyar
pasivamente la dictadura y/o la prolongación de la agonía, con la
consiguiente destrucción del país.

Si ese sirio soñador fuese además kurdo, tendría que luchar contra un quinto
elemento: la desconfianza, si no hostilidad, de otros sirios soñadores que
consideran que la “nación árabe” y la “lengua árabe” son evidencias
innegociables.

Pues bien, ese sirio soñador no era uno sino miles en 2011, cientos de
miles, miles de miles, y si hoy son menos o tienen menos peso y visibilidad
es porque algunas de estas fuerzas geológicas los han matado y otras los han
abandonado, incluyendo los medios de comunicación y la mayor parte de los
partidos e intelectuales de izquierdas, los cuales -por omisión o por
acción- han acabado aceptando con toda naturalidad los barriles de dinamita
del dictador y casi justificándolos con arrogante pragmatismo frente a las
atrocidades de los yihadistas.

Esta es la situación de un sirio soñador realmente existente. Pero, con
variaciones en el grado e intensidad de la tragedia y en la combinación de
los elementos, puede aplicarse a cualquier ciudadano soñador del mundo
árabe. Lo mismo le pasa a un iraquí soñador, obligado de repente a escoger
entre el Estado Islámico, apoyado o consentido por los restos del partido
Baaz de Saddam Hussein, y el gobierno sectario y autoritario del Maliki,
apoyado por EEUU e Irán; y lo mismo le pasa a un libio soñador, atrapado
entre un golpe de Estado “saudí” y unas milicias sin proyecto nacional; o a
un egipcio soñador, sometido a la bota de una nueva dictadura militar,
pro-saudí y pro-israelí, que alimenta la violencia yihadista que justifica
la dictadura; o incluso a un tunecino soñador, que ve retroceder todas sus
conquistas en las angosturas de la oposición binaria entre un consenso de
élites y el terrorismo yihadista (que la semana pasada se cobró 14 víctimas
mortales). Aclaremos, en todo caso, que estos sirios, iraquíes, libios
(etc.) soñadores no son sólo soñadores sino también luchadores, y al precio
a menudo de su vida o su libertad, y que merecen por ello al menos tanta
solidaridad y apoyo (si no más, dado el número de enemigos y los riesgos a
los que están expuestos) que un hondureño soñador o un griego soñador.

Pero esta es la situación, sí, en el mundo árabe, con al menos diez guerras
frías o calientes abiertas en su territorio. Tenía razón, pues, Bachar
Al-Assad cuando decía, en su reciente discurso de investidura que “las
revoluciones árabes sólo han traído caos y violencia a la región”. ¿La
tenía? Para medir hasta qué punto son razonables estas palabras del dictador
sirio basta recordar que en realidad son un plagio de una declaración de
Netanyahu, hace poco más de un año, en el mismo sentido. Bachar Al-Assad
señala con el dedo las ruinas de su país y dice: “mirad la destrucción que
ha traído vuestra reclamación de democracia”. Netanyahu señala hoy Gaza y
dice a los palestinos: “mirad la destrucción que ha traído vuestro apoyo a
Hamas“. No, lo que ha traído caos y destrucción al mundo árabe -que, no hay
que olvidarlo, llevaban ahí décadas bien asentadas- es la contrarrevolución,
de la que los bombardeos de Assad son la fuente más activa y antigua; y lo
que ha traído caos y destrucción a Palestina es la ocupación israelí, de la
que los bombardeos de Netanyahu son una mera prolongación.

Porque algo habrá que decir también de los palestinos soñadores, enterrados
más o menos bajo el mismo espesor geológico de piedras y escombros que todos
sus hermanos, pero en otro orden o en otra combinación. Porque en el caso de
Palestina, el tándem Israel-EEU, que corona la montaña en Siria o en Yemen o
en Jordania, pesa aquí de manera directa, sin mediaciones o estratos
interpuestos, sobre el territorio y sus habitantes. Esto sin duda justifica
la unanimidad solidaria -o la atención privilegiada- que no reciben los
sirios o los egipcios o los iraquíes o los tunecinos. Israel, protegido por
EEUU, decide sobre la vida y la muerte de millones de seres humanos en
territorios que no le pertenecen. Su particular relevancia tiene que ver con
el hecho de que -como recuerda Alain Gresh- es el “último conflicto
colonial” (o uno de los últimos).

El otro día recordaba en este mismo medio que el sionismo fue un “proyecto
europeo”, colonialista y racista, que hizo realidad, de manera paradójica y
perversa, el “asimilacionismo” que la combinación de antisemitismo y
sionismo abortaron en Europa el siglo pasado: Israel europeizó a los judíos
fuera de Europa y contra otros pueblos. Pero no es menos cierto que Israel,
como bien dice el editorialista del diario Al-Quds, se ha convertido ya en
“otro régimen árabe”. Lo es en primer lugar porque surge, como todos los
otros regímenes árabes, de forma directa o indirecta, al hilo del reparto
colonial cristalizado en los acuerdos Sykes-Picot (1916) que configuraron
política y territorialmente el mundo árabe tras el fin del imperio otomano.
Pero también porque, en términos de comportamiento político y militar, en
nada difiere de otros regímenes árabes. No es una casualidad que hoy, cuando
los aviones israelíes, como los sirios, desmigajan casas y despedazan niños,
Netanyahu encuentre su más sólido y proficuo apoyo en el “régimen árabe” por
excelencia, el Egipto del dictador militar Sisi (o en los Emiratos, Jordania
y Arabia Saudí o en la propia pasividad de Siria y de la Liga Árabe). Israel
es otra dictadura árabe que, como todas las otras, sólo podrá ser derribada
por una nueva “primavera árabe” que, esta vez sí, alcance sus objetivos.

¿No hay ninguna diferencia entre Israel y, por ejemplo, Siria o Egipto? La
hay. La primera: que el número de ‘yihadistas’ israelíes es muy superior al
de los países vecinos, como lo demuestra la reacción, complacida y hasta
orgásmica, de la mayoría social israelí frente a las atrocidades de su
ejército en Gaza (el nihilismo de muchos israelíes, que vitorean la muerte
de niños y reclaman el uso de napalm o bombas atómicas contra “esas
alimañas”, sólo es comparable al de los decapitadores del Estado Islámico).
La segunda: que el número de israelíes soñadores es también mucho menor que
el de sirios o egipcios o tunecinos soñadores. Son menos, pero tampoco hay
que olvidarlos (Amira Hass, Gideon Levy, Uri Avnery, Michel Warschawski,
Ilan Pappé y tantos otros) porque sin ellos -y sin todos los judíos
antisionistas que se juegan el pellejo en todo el mundo adoptando la
posición más difícil, la de los justos entre los injustos- la próxima
“revolución árabe” tampoco triunfará.

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