Sudamérica/ modelo progresista: un "maldesarrollo" basado en el extractivismo y el despojo [Maristella Svampa - entrevista]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Mar Nov 11 17:13:52 UYST 2014


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Correspondencia de Prensa

boletín informativo – 11 de noviembre 2014

germain5 en chasque.net

A l’encontre – La Breche

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Sudamérica

Entrevista a Maristella Svampa

“Cristina usa a Messi para vender el ‘maldesarrollo’ petrolero” 

La socióloga argentina Maristella Svampa habló con Brecha sobre las claves
de su último libro, “Maldesarrollo, la Argentina del extractivismo y el
despojo”, escrito con el abogado ambientalista Enrique Viale, en el que se
critica el rumbo del modelo productivo de los gobiernos progresistas
sudamericanos.

Emiliano Guido, desde Buenos Aires

Brecha, Montevideo, 7-11-2014

http://brecha.com.uy/

Los libros de y ensayos de Maristella Svampa no ocupan un lugar central en
las bateas promocionadas por los gobiernos progresistas sudamericanos.
Indudablemente piezas como 15 mitos y realidades de la minería transnacional
argentina, o la novela Donde están enterrados nuestros muertos, van a
contramano de la narrativa de época gubernamental.

—Venís acuñando la categoría “consenso de los commodities” para referirte a
un modelo productivo y cultural regional invisibilizado en el relato
político de los gobiernos progresistas, ¿Qué hechos, datos o acontecimientos
de la actual coyuntura sudamericana te parecen que refuerzan o resignifican
tu tesis sobre la “ilusión (neo) desarrollista”?

—Creo que, en los últimos años hubo una suerte de “blanqueo” del consenso de
los commodities. Me explico. La expansión del neoextractivismo, y la
conflictividad asociada a éste, hay que leerlas desde una perspectiva
dinámica. En esa línea, el consenso de los commodities tiene varios
momentos. La primera fase es la del período de auge económico, de apertura
política, pero también de no reconocimiento de los conflictos asociados a la
dinámica extractiva. Esta fase se extiende aproximadamente desde 2002-2003
hasta 2008-2010, época en la cual varios gobiernos progresistas,
consolidados en sus respectivos mandatos (algunos en un contexto de
reelección) fueron admitiendo una matriz explícitamente extractivista,
debido a la virulencia y la visibilidad a nivel nacional que adquirieron
ciertos conflictos territoriales y socioambientales: ahí los casos del
Tipnis (Bolivia); la construcción de la megarrepresa de Belo Monte (Brasil),
la pueblada de Famatina (Argentina) y las resistencias contra la megaminería
(Argentina), la suspensión final de la propuesta Yasuní (Ecuador), el
conflicto por el proyecto megaminero de Aratirí (Uruguay), entre ellos. La
respuesta de los diferentes gobiernos progresistas fue la estigmatización de
la protesta ambiental y la deriva hacia una lectura conspirativa. Optaron
por un lenguaje nacionalista y el escamoteo de la cuestión, negando la
legitimidad del reclamo y atribuyéndolo, sea al “ecologismo infantil” (en
Ecuador), al accionar interesado de Ong extranjeras (en Brasil y Bolivia) o
incluso al “ambientalismo colonial” (según el vicepresidente García Linera,
en Bolivia). Ni que hablar de Argentina, donde se minimizó el conflicto en
Famatina, se buscó su reencapsulamiento en la esfera provincial y la
megaminería fue finalmente blanqueada; esto es, presentada como parte
legítima del proyecto kirchnerista.

Se abrió, entonces, lo que llamo una segunda etapa que nos interna en un
período de blanqueo u oficialización del consenso de los commodities, a raíz
de los conflictos en los territorios. Esta corresponde también a una época
en la cual los gobiernos progresistas redoblaron la apuesta, a través de la
multiplicación de los proyectos extractivos, paradójicamente utilizando un
discurso industrialista. Para el caso de Brasil, el Plan de Aceleración del
Crecimiento multiplica el número de represas en la Amazonia. En Bolivia es
la promesa del “gran salto industrial”, fórmula lanzada en 2010 y basada en
la multiplicación de los proyectos extractivos (gas, litio, hierro,
agronegocios, entre otros). Para el caso de Ecuador, es el avance de la
megaminería y el final de la moratoria del Proyecto Yasuní (2013). Por su
parte Venezuela formuló en 2012 el plan estratégico de producción del
petróleo, que implica un avance de la frontera de explotación en la faja del
Orinoco, donde se hallan los crudos extrapesados (no convencionales).
Argentina lanzó el Plan Estratégico Agroalimentario 2010-2020, que proyecta
un aumento de la producción de granos, al tiempo que avanza en la
explotación de los hidrocarburos no convencionales, a través del fracking.
Entre 2013 y 2014 Uruguay anuncia de modo unilateral dos aumentos en la
producción de la pastera Upm (ex Botnia); y el conflicto por Aratirí se
profundiza.

Además, como afirma Martínez Alier en un artículo reciente, la balanza
comercial de países como Argentina, Colombia, Brasil, Perú y Ecuador ya
presenta un saldo negativo. Se exporta mucho y sin embargo no se cubre el
costo de las importaciones. Esto no sólo conlleva más endeudamiento sino
también más extractivismo, a fin de cubrir el déficit, con lo cual entramos
ya en una espiral perversa.

—¿Qué líneas de continuidad o ruptura tiene el actual desarrollismo con el
modelo desarrollista de sustitución de importaciones pregonado en la década
del 60 en la región. 

—Veo escasas continuidades y claras rupturas. Más allá de la retórica
nacionalista en boga, uno de los elementos clave es la asociación con los
capitales privados multinacionales, cuyo peso en las economías regionales,
lejos de atenuarse, se fue acentuando a medida que se expandían y
multiplicaban las actividades extractivas. Un nuevo desarrollismo, más
pragmático y en clave extractivista, no necesariamente ligado a las formas
del estatismo propio de los años cincuenta-setenta, asoma como rasgo central
de la práctica dominante, y configurando la nueva hegemonía. Además, el
efecto de reprimarización de las economías se profundiza con el rol cada vez
mayor que tiene China en América Latina.

El “maldesarrollo” no tiene que ver solamente con modelos de producción sino
también con modelos de consumo que prevalecen tanto en el Norte como en el
Sur global, con lo cual estamos frente a un problema de fondo, de orden
civilizatorio. Esto no significa desresponsabilizar a los gobiernos
latinoamericanos, cuando vemos que éstos promueven activamente dichos
modelos de maldesarrollo a través de políticas públicas y los presentan como
la panacea. Es lo que hizo el kirchnerismo en la última década, a través del
modelo sojero, el de megaminería y ahora con el de hidrocarburos.

Tomemos el modelo sojero: en vez de pensar en una transición y salida del
monocultivo, el gobierno redobla la apuesta a través del Plan Estratégico
Agroalimentario 2010-2020, que plantea un aumento del 60 por ciento de la
producción de soja, con los efectos que esto tiene en términos de
deforestación, corrimiento de la frontera agropecuaria y, por ende, de mayor
criminalización y represión de poblaciones campesinas e indígenas. A esto
sumaría los efectos socio-sanitarios que se están haciendo públicos y los
nuevos convenios con la trasnacional Monsanto y los conflictos desatados en
la provincia de Córdoba, que también ilustran la relación entre modelo
sojero y regresión de la democracia. Por último, agreguemos el proyecto de
la nueva ley de semillas, que avanza en el sentido de la mercantilización.
Así, pese al fuerte imaginario agrario que hay en Argentina, la visibilidad
del agronegocio como modelo de maldesarrollo es cada vez mayor.

—Los gobiernos de la región aducen que China, o muchos de los países del
Brics (grandes inversores en el área de los commoditites), ejercen una
suerte de dominación suave, ya que como hegemón no se entrometen en la
agenda doméstica gubernamental, en contraste con el injerencismo
estadounidense. ¿Qué te parece esta lectura política?

—Creo que es de una gran ingenuidad. Lejos de la autodefinición como “país
en desarrollo”, China constituye hoy una gran potencia económica, con un
ascenso vertiginoso y una diversificada presencia a nivel global. El ingreso
a un mundo multipolar tiene a China como uno de los candidatos firmes a
convertirse en posible hegemón en el moderno sistema-mundo. Según el Consejo
Nacional de Inteligencia de Estados Unidos, para el año 2030 Asia habrá
superado a América del Norte y a Europa combinadas en términos de un poder
global basado en el nivel de Pib, población, gasto militar e inversión
tecnológica. En este marco, en los últimos años los intercambios entre
América Latina y China se intensificaron notoriamente. Tal es así que China
ocupa el primer puesto como país de destino de sus exportaciones para
Brasil, Chile y Perú; el segundo para Uruguay, Venezuela y Colombia, el
tercero para Argentina. Asimismo, es el principal país importador para
Brasil y Paraguay, y el segundo para Argentina, Bolivia, Chile, Colombia,
Costa Rica, Ecuador, Honduras, México, Perú, Panamá y Venezuela.

Así, en el sector de hidrocarburos, están presentes en la región las cuatro
grandes empresas de origen chino: Sinopec, la Corporación Nacional de
Petróleo de China, la China National Offshore Oil Company y Sinochem. Por
otra parte, no podemos dejar de mencionar la participación conjunta en
explotaciones por parte de Sinopec con Repsol Brasil, y de Sinochem con
Statoil Brasil (ambas de origen europeo) y la adquisición del 50 por ciento
del grupo Bridas (Argentina) por parte de Cnooc. Bridas, que es la
propietaria del 40 por ciento de las acciones de Pan American Energy,
explota el yacimiento petrolífero más importante de Argentina, Cerro Dragón,
en Chubut. También están presentes capitales chinos en Vaca Muerta, para la
explotación de hidrocarburos no convencionales. Puede concluirse que el tipo
de inversiones que la región latinoamericana recibe de China no tiende a
desarrollar capacidades locales, ni actividades intensivas en conocimiento o
encadenamientos productivos. Tiende a potenciar las actividades extractivas
en detrimento de aquellas con mayor valor agregado, lo cual genera un efecto
reprimarizador de las economías de América Latina.

Más allá de las expresiones de deseo que podemos encontrar en los documentos
de la Cepal, o en ciertos analistas (Mónica Bruckmann, por ejemplo), estamos
lejos de una relación de cooperación Sur-Sur. Antes bien, estamos asistiendo
a la consolidación de nuevas y vertiginosas relaciones asimétricas entre
América Latina y China. La emergencia de una nueva dependencia, cuyos
contornos –en término de ordenamiento económico y jurídico– y condiciones de
subordinación (y de desarrollo) se estarían definiendo, hacen plausible la
hipótesis del pasaje del consenso de los commodities al consenso de Beijing,
lo que traerá aparejado nuevas consecuencias políticas, sociales,
ambientales y culturales.

—Muchos intelectuales orgánicos del rumbo progresista regional, como el
vicepresidente boliviano García Linera, defienden el modelo extractivista
con dos ejes bien claros: que la captura de renta posnacionalización de
recursos permite fomentar planes sociales y, por otro lado, recuerdan que
los países periféricos deben completar la senda del desarrollo económico
para luego, sí, poder dar un salto cualitativo en la matriz productiva. 

—Bolivia es uno de los países en los cuales la política de planes sociales
está directamente atada a la renta extractiva. Sin embargo, creo que se
exagera la relación entre planes sociales y reducción de la desigualdad. En
realidad, a la hora de hacer un balance ya se está viendo que en países como
Ecuador y Argentina, en la última década, la disminución de las
desigualdades fue mínima y la concentración económica mayor. Sucede que si
el patrón de distribución de riqueza no es afectado, como afirma el
ecuatoriano Alberto Acosta, “los ricos seguirán siendo más ricos, y los
pobres, pueden en algún caso mejorar sus condiciones de vida, gracias a una
serie de ejercicios clientelares del Estado, pero seguirán siendo marginados
y dependientes”. Tengamos en cuenta que el 19 por ciento de la población
latinoamericana, según estimaciones de la Cepal, recibe planes sociales.
Podemos compartir la medida, pero de ninguna manera podemos afirmar que esto
se traduzca en una reducción significativa de las brechas de desigualdad.
Los excluidos siguen siendo excluidos y, más que nunca, dependientes de las
políticas gubernamentales.

Por otro lado, es un error seguir creyendo que hay una senda evolutiva que
conduce del subdesarrollo al desarrollo. El extractivismo no conduce a un
modelo de desarrollo industrial o a un salto de la matriz productiva, sino a
más reprimarización y a la consolidación del maldesarrollo, insustentables
en diferentes niveles y dimensiones, que abren a una fase de criminalización
y violación de derechos humanos. Por último, hay que pensar de modo más
global, no quedarnos en la cuestión nacional y regional: los sucesivos
informes sobre los límites del crecimiento, la huella ecológica, el
calentamiento global, entre otros, nos envían claras señales hacia los
países del Sur de que el modelo de desarrollo industrial propio de los
países del Norte no puede ser universalizable, ya que tenemos un solo
planeta, y queremos conservarlo.

—El agronegocio sojero y la megaminería ganaron cierto consenso social y un
significativo apoyo gubernamental gracias a su alta renta en divisas. ¿Los
promotores petroleros del fracking recorren la misma estructura narrativa
que las anteriores oleadas extractivistas para promocionar la viabilidad del
gas shale?

—Para comenzar, no es lo mismo el agronegocio, en términos de renta en
divisas, que la megaminería. En el libro mostramos las limitaciones de esta
lectura respecto de la megaminería, contestando punto por punto los
argumentos y datos de la Cámara Empresarial Minera. No los voy a repetir
acá. Por otro lado, el libro tiene un capítulo largo sobre el fracking donde
analizamos la construcción de lo que llamamos el “consenso sobre el
fracking”, el cual se monta sobre una campaña nacionalista (la expropiación
parcial de Ypf), y en la asimilación entre soberanía hidrocarburífera y
soberanía energética.

No es casual que esta campaña haya arrancado luego de la aprobación del
convenio con la multinacional estadounidense Chevron. A partir de ahí, la
estrategia comunicacional del gobierno se propuso minimizar todas las
irregularidades e ilegalidades cometidas, colocando un manto de olvido sobre
las múltiples dudas que había respecto del citado convenio. Más aun, buscó
construir un consenso en torno del fracking, mostrando que de la mano de Ypf
éste no es sólo “seguro” y “necesario”, sino además altamente “beneficioso”
para el país. Así que, si bien encontramos una narrativa “eldoradista”, ésta
se hace en clave fuertemente nacionalista; algo que el gobierno argentino
explotó al máximo, al punto de identificar la selección de fútbol con Ypf, y
el valor de la recuperación de Ypf con la figura de Messi.

—¿A qué te referís cuando hablás de urbanismo neoliberal?

—Me refiero al modelo de ciudad que hoy se impone en nuestro país, expresado
en el vertiginoso proceso de especulación inmobiliaria que mercantilizó
hasta el paroxismo las condiciones de acceso a la vivienda, cuestionando la
tradición de los espacios públicos. Enrique Viale lo denomina también
“extractivismo urbano”. Lejos de salir del modelo de ciudad neoliberal, en
los últimos diez años los diferentes gobiernos profundizaron la acción del
mercado de la mano de los grandes agentes económicos. También incluimos en
el libro la expansión de los megaemprendimientos residenciales –al estilo de
los countries–, comerciales y turísticos, que se reactivaron de la mano de
desarrolladores y grandes grupos inmobiliarios a partir de 2004. Un ejemplo
de ello son las urbanizaciones cerradas acuáticas que construyen su oferta
en torno a paisajes asociados al agua y que hoy amenazan ecosistemas
estratégicos y frágiles, como los humedales y las cuencas de los ríos,
imprescindibles para la sustentabilidad del aglomerado metropolitano.

—En clave regional, organismos como la Unasur han dado debates y acciones
soberanas muy interesantes en el capítulo de la defensa (Consejo de Defensa
Sudamericano), en materia política (desconexión de la Oea), e incluso
antinarcóticas (despegue de la doctrina del Comando Sur). ¿Por qué te
parece, entonces, que el proceso de integración regional no aborda de manera
encendida cómo desconectarse de las grandes cadenas de valor mundial que
profundizan el perfil primarizante de nuestra economía?

—La Unasur defiende una perspectiva neoestructuralista, desarrollada por la
Cepal, que parte del reconocimiento de que la acumulación se sostiene en el
crecimiento de las exportaciones de commodities o bienes primarios. Ya en
2010 el brasileño Bresser Pereira escribió sobre el neodesarrollismo
señalando que “en la era de la globalización, el crecimiento liderado por
las exportaciones es la única estrategia sensata para los países en
desarrollo”. El neoestructuralismo aparece así como la base conceptual de
los gobiernos progresistas en cuanto a la concepción del desarrollo. Esta
posición, hoy sostenida por la Cepal, fue presentada oficialmente en la
Unasur en la reunión de Caracas, en junio de 2013, centrada en el tema
“Recursos naturales para un desarrollo integral de la región”, que subraya
las condiciones privilegiadas que ofrece América Latina en la actual fase,
en términos de “capital natural” o de recursos naturales estratégicos,
demandados por el mercado internacional, muy especialmente Asia.

El neoestructuralismo tiene una concepción sobre los bienes naturales que
instala un campo de ambigüedad entre la noción de commodities y recursos
naturales estratégicos. Si bien la política de desarrollo se orienta al
crecimiento de las exportaciones y la asociación con grandes corporaciones
trasnacionales, también busca un control mayor por parte de los estados de
la renta extractiva, en materia de hidrocarburos y energía. En una suerte de
wishful thinking, la región propone como estrategia industrializar los
recursos naturales, que algunos avizoran a través de la relación estratégica
con China (véase Mónica Bruckmann). Otros autores consideran que a partir de
la primera parte del siglo XXI ya no es posible hablar de deterioro de los
términos de intercambio (tal como lo hacía Raúl Prebisch en décadas pasadas
al criticar la estructura productiva de los países latinoamericanos y dar
cuenta de las relaciones asimétricas del intercambio comercial con los
países desarrollados). Pero los deseos no pueden contra la realidad, ya que
lo que tenemos es un escenario crecientemente reprimarizador. Y, además,
pareciera que la caída de los precios de los commodities en los últimos
tiempos no les darían la razón.

—La Alianza del Pacífico, en caso de ensancharse a nivel regional,
¿implicaría una profundización del modelo productivo extractivista?

—Es cierto que tres de los cuatro países que componen esa alianza (Perú,
Chile, Colombia), son exportadores de commodities y son
extractivo-dependientes (a excepción tal vez de México, el cuarto socio).
Pero la profundización del extractivismo también se ha venido dando en un
contexto de gobiernos progresistas. La industria retrocede en Argentina, e
incluso en Brasil, frente a la demanda de commodities.

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