México/ incendian palacio de gobierno: oleda de furia por desaparición de estudiantes [Jan Martínez Ahrens - imágenes]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Mie Oct 15 12:42:28 UYST 2014


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Correspondencia de Prensa

boletín informativo – 15 de octubre 2014

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México

Imágenes

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Desaparición de estudiantes

“Esto no va a parar, que sepan lo que se viene encima”

Los alumnos de magisterio compañeros de los 43 desaparecidos irrumpen en la
sede estatal e incendian una de las oficinas centrales.

Jan Martínez Ahrens, desde Chilpancingo, Guerrero.

El País, Madrid, 14-10-2014

http://internacional.elpais.com/

La venganza está llamando a las puertas de Guerrero. La desaparición y
probable asesinato de 43 estudiantes de magisterio en Iguala ha
desencadenado una oleada de furia de sus compañeros cuyas consecuencias
pocos se atreven a prever. Más de 2.000 normalistas procedentes de la vecina
Michoacán llegaron este martes a la Escuela Rural de Ayotzinapa para apoyar
a sus compañeros en la "lucha" que mantienen abierta para dar con el
paradero de los compañeros desaparecidos el pasado 26 de septiembre tras un
salvaje enfrentamiento con la policía y sicarios.

Estos refuerzos, aupados por una cadena de solidaridad y de huelgas
universitarias, se presentan en vísperas del temido miércoles, la fecha
límite dada por los estudiantes a las autoridades para que encuentren a sus
camaradas. Si entonces no se ha avanzado, amenazan con desatar su furia. Un
anticipo de esta cólera se vio el lunes por la tarde, cuando asaltaron y
quemaron sin contemplaciones el Palacio de Gobierno de Guerrero, en
Chilpancingo, la capital. "Lo hicimos para que supieran lo que va a venir.
Esto no va a parar hasta que no demos con nuestros amigos. Han pasado 18
días y no sabemos nada de ellos", afirmó a este periódico uno de los líderes
normalistas.

Ante esta bomba de relojería, cuya onda expansiva amenaza con salpicar al
propio Gobierno federal, las autoridades respondieron con un pretendido
golpe de efecto, abatiendo por la noche a tiros a Benjamín Mondragón, un
supuesto cabecilla del cartel de Guerreros Unidos, la organización criminal
que controla Iguala y cuyos sicarios, infiltrados hasta la médula en las
fuerzas de seguridad municipal, participaron en la matanza y secuestro de
estudiantes.

La estocada policial, nimia en comparación con la magnitud de la tragedia,
apenas tuvo efecto en Chilpancingo. En la desangelada ciudad, hundida bajo
un sol de plomo, toda la tensión se concentraba en la inminente demostración
de fuerza de los normalistas. A lo largo de las avenidas y edificios
principales se apostaban agentes antidisturbios. Pero no era un despliegue
de músculo policial, sino más bien de vigilancia a distancia. Con un paso
atrás, los agentes evitaban su exhibición. En el caso del Palacio de
Gobierno, blanco de la iras de los normalistas, los antidisturbios,
entretenidos comiendo fruta, incluso se habían encerrado dentro del recinto,
un complejo de siete edificios, de cristales rotos y en cuya fachada
principal, como un signo de los tiempos, era bien visible la mordedura del
fuego.

Afuera se arremolinaban algunos trabajadores que habían acudido a echar un
vistazo, recoger sus papeles o simplemente departir con sus colegas. “Pues
ya ve, hoy aquí no se trabaja”, decía un empleado que, como otros, evitaba
dar su opinión sobre las desapariciones. Nada extraño en un estado donde el
crimen es casi tan común como el mal tiempo. “Y yo qué le voy a decir”,
comentaba otro.

El miedo y el silencio. Dos tumores que en los últimos años han avanzado a
pasos agigantados en Guerrero. Y que ahora, por primera vez en mucho tiempo,
ven amenazado su imperio. La movilización emprendida por estudiantes y
padres, junto al espanto general detonado por las atrocidades de Iguala, han
puesto a las autoridades del Estado, el más violento de México, frente a un
incendio que difícilmente se apagará. De nada han servido los continuos
llamamientos a la calma del gobernador, Ángel Aguirre, ni sus extemporáneas
declaraciones señalando que los cadáveres hallados en las fosas no
correspondían a normalistas. La incapacidad para identificar con rapidez los
cuerpos descubiertos o para aportar una respuesta clara y contundente a un
enigma que lleva más de dos semanas hundiendo en el dolor a los padres y
compañeros, han hecho estallar la olla a presión. Las consecuencias son
difícilmente calculables.

Ya no se trata solo de nuevos ataques, sino de que los estudiantes emprendan
una senda de violencia estructurada y continua que hace años abandonaron. De
ideología radical, los normalistas han sido durante décadas el principal
semillero de las guerrillas del sur. Una tradición venerada, pero que había
quedado como un vestigio del pasado, hasta que la muerte y desaparición de
sus compañeros les han movilizado como nunca en años. Y si en los primeros
días, mientras acompañaban a los padres de las víctimas en las tareas de
búsqueda, sus “acciones” no pasaron de cortar carreteras y tomar puestos de
peaje; ahora, han escalado en la selección del objetivo y elegido un primer
blanco político: el Palacio de Gobierno, el símbolo de los males que para
ellos aquejan a Guerrero. Al gobernador le acusan, cuando no de connivencia
con el narco, sí de lenidad en su persecución.

Aguirre, llamado El Cacique de la Costa Chica, representa como pocos la
adherencia al cargo de ciertos políticos mexicanos. Durante 30 años militó
en el PRI, donde disfrutó, como senador, diputado federal y hasta gobernador
interino, de las mieles del poder. Pero la decisión de su partido de
descartarle como candidato en las pasadas elecciones de 2011, le llevó a
pasar con todo su bagaje al PRD (izquierda). Un salto del que, haciendo gala
de su enorme conocimiento del terreno, resultó vencedor. Desde entonces, la
acelerada descomposición que ha vivido Guerrero ha erosionado fuertemente su
figura. Una degradación que la matanza de Iguala ha llevado al extremo.

El propio Aguirre, consciente de que está sentado sobre un polvorín que
cualquier mal gesto puede prender, ha evitado verse las caras con los
normalistas. Sus declaraciones han adoptado un tono conciliador y atribuido
la culpa a otros, concretamente al alcalde de Iguala y su esposa, fugados
tras los hechos. Pero su cabeza, es un secreto a voces, es pedida dentro y
fuera de su partido. Él, de momento, se resiste, pese a que la situación se
degrada día a día y, en la calle, miles de jóvenes enfurecidos se preparan
para tomar venganza.

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