Argentina/ capitalismo y estado en la cultura política de los argentinos [Fernando Rosso]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Jue Oct 16 11:46:31 UYST 2014


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Correspondencia de Prensa

boletín informativo – 16 de octubre 2014

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A l’encontre – La Breche

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Argentina

Capitalismo y Estado en la cultura política de los argentinos

El promedio de los argentinos impugna de alguna manera a los empresarios y
avala alguna forma de intervención estatal. Las potencialidades y límites de
esta difusa conciencia estatista y los desafíos programáticos para la
izquierda.

Fernando Rosso

La Izquierda Diario, Buenos Aires, 15-10-2014

http://laizquierdadiario.com/

El último número de octubre Le Monde Diplomatique (Edición Cono Sur) destaca
en su editorial una investigación de Flacso-Ibarómetro sobre las
orientaciones ideológicas de los argentinos. “De acuerdo a la investigación,
un porcentaje mayoritario de los argentinos se manifiesta a favor de una
intervención activa del Estado en la economía (61,8 por ciento), prefiere
las alianzas con los países de la región antes que con las potencias del
primer mundo (53,6), apoya los juicios por violaciones a los derechos
humanos (61,4) y asegura que la búsqueda de la igualdad debe ser, más que de
la libertad, el principal objetivo de un Gobierno democrático (50,5 contra
32,8)”. De estos indicadores, José Natanson, autor del artículo y director
de la publicación, expone la siguiente conclusión: “Las principales
orientaciones políticas del kirchnerismo definen un núcleo básico de ideas
compartido por un porcentaje mayoritario de la población”.

Hace poco el diario La Nación daba cuenta de otro estudio, esta vez de la
consultora Management & Fit, donde se medía la imagen de los empresarios
entre la población. Tampoco en este caso sale bien parada la clase
empresaria, y el estudio constata que, en tiempos de crisis, su imagen
acompaña la caída en la consideración popular que sufre la casta política, a
la que es vinculada íntimamente por temas como la corrupción, entre otras
cuestiones.

“Los argentinos vs. el capitalismo”, tituló la derecha inteligente (siempre
preferible frente al centroizquierdismo necio). El objetivo fue, como decía
Chesterton, convertir la exageración en un microscopio de los hechos y de
esta manera extraer un núcleo de verdad “anticapitalista”, que se expresaba
en los resultados de la encuesta, para poder impugnarlo de plano.

Los discretos hijos del poder

Por su parte, la revista Crisis saca en su número 20 un artículo sobre un
grupo autodenominado GAM (Grupo Argentina Mejor), que está integrado por los
hijos de la burguesía criolla y que se congrega para “pensar el futuro” del
país, que en este caso coincide exactamente con el propio. Apellidos como
los de Bulgheroni, Blaquier, Eurnekian, Urquía, Rocca y Elsztain son algunos
de los que integran la lista de la renovación generacional de los dueños del
país, que hace sus primeras armas en el arte de pensar cómo seguir viviendo
del trabajo ajeno.

El grupo se caracteriza por el secretismo, y los autores del artículo
afirman que esto no es casual porque “mientras en Estados Unidos los
magnates se pelean por figurar en los primeros lugares del ranking de
Forbes, la edición argentina de esa publicación -cuya franquicia administra
el exbanquero Sergio Szpolski- debe hacer malabares cada año para que los
empresarios top entreguen algún dato certero sobre sus patrimonios. No se
trata solo de un acto reflejo para eludir a la AFIP ni de una confirmación
de aquello que Max Weber problematizó en La Ética Protestante. En el país
del papa Francisco los ultramegarricos no están bien vistos, porque Dios
quiso que la salvación sea en el cielo y no en la tierra, pero también
porque durante décadas sus familias saquearon todo lo que pudieron al
Estado, fugaron todo lo que pudieron al exterior y reclamaron, apoyaron y
hasta colaboraron activamente con la represión ilegal de la última
dictadura”.

Estatismo, control y anticapitalismo

Sin obviar que estos datos son muy generales y que se deberían desagregar
por clases y sectores sociales, sintéticamente puede afirmarse que tanto el
empresariado argentino como las potencias imperialistas tienen una baja
consideración en la opinión popular. Y de esto se pueden desprender algunas
conclusiones preliminares.

La primera es que esta “conciencia media” es menos un producto de la
“batalla cultural” que de la experiencia histórica reciente, primero con el
neoliberalismo que entró en debacle hacia fines del siglo pasado y no logró
recuperarse, así como con el estatismo tímido de la última década. Si bien
la crisis del 2001 tuvo expresiones con ciertos ribetes de antipolítica,
también contuvo elementos anticapitalistas. El discurso del Gobierno (como
engranaje del proceso de pasivización y desvío para salir de la crisis que
estalló en 2001) es un producto de estas circunstancias y de esta relación
de fuerzas. Exactamente al revés de cómo lo piensa el kirchnerismo cultural,
las condiciones impusieron un relato al pragmatismo peronista. Aunque, como
se afirmó en muchas oportunidades, el kirchnerismo produjo más relato del
que es capaz de digerir o de satisfacer.

La segunda es que, además de la relación de fuerzas sociales, existe un
límite ideológico-político a los “giros a la derecha” que pretendan encarar
quienes buscan llegar al Gobierno, incluidos aquellos que proponen desde
dentro mismo de la coalición oficial la continuidad con cambios o viceversa.
De ahí que hasta Massa y Scioli se presenten como variantes del “mejor
espíritu” del kirchnerismo y hasta Macri busque su relato de “tercería vía”
y de un desarrollismo inocente con moderada -pero presente- intervención
estatal.

Y, en tercer lugar, plantea un desafío a la izquierda sobre cómo dialogar
con ese núcleo de verdad contradictorio que reside en el anhelo de “control”
y de cierto rechazo hacia los empresarios. Un factor que puede contener
tanto una aspiración hacia un paternalismo del Estado como un potencial
desarrollo anticapitalista. Este problema no puede resolverse solo con la
propaganda de las virtudes de otra forma de organización social
(socialista), factor que es necesario para la lucha de ideas, pero no
suficiente para la lucha política y estratégica y sobre todo para la pelea
por transformar la conciencia de amplios sectores.

En este núcleo de aspiración al “control” cobran relevancia propuestas como
“Que todos los funcionarios y legisladores cobren lo mismo que una maestra”,
en el caso de la pretensión de terminar con las corruptelas y lograr un
“Gobierno barato”. O la nacionalización de la banca, del comercio exterior y
el “control obrero”.

El Gobierno argentino en la coyuntura habla del control a los bancos y
esporádicamente denuncia sus maniobras (como la reciente resolución de
obligarlos a pagar una tasa más alta de interés a los ahorristas), pero son
medidas que en última instancia no van al núcleo ni afectan los beneficios
estructurales. El Gobierno también bastardea aspiraciones al control sobre
los recursos estratégicos como el petróleo o sobre la economía de conjunto,
por ejemplo con la regulación burocrática de las exportaciones.

Referido al control obrero, Vladimir Lenin, en un texto del año 1917,
denunciaba que se considera justo y archilegal que el patrón o el banquero
hagan públicos los ingresos de los obreros. Nadie iba a ver en eso un
atentado a la vida privada. Y a la vez se preguntaba qué pasaría si los
oprimidos quisieran controlar a los señores.

Por ejemplo, hacer públicas las ganancias de los discretos niños ricos que
no tienen tristeza y que conforman el GAM, ocupando el amplio y lujoso lado
VIP de la vida. “Sus futuras herencias, sumadas, sobrarían para pagar la
deuda externa”, afirma el artículo de Crisis.

Concluía Lenin: “¡Pero que los oprimidos intenten controlar a los opresores,
sacar a la luz sus ingresos y sus gastos, denunciar su lujo, aun en tiempos
de guerra, cuando ese lujo es causa directa del hambre y de la muerte de los
ejércitos en el frente...! ¡Oh, no! ¡La burguesía no tolerará el ‘espionaje’
ni la ‘delación’!”.

La cuestión es descubrir y actualizar los planteos programáticos de
popularización hacia los sectores cada vez más amplios que se inclinan a
seguir (o de mínima a escuchar) a la izquierda; y llegar al punto de
encuentro entre las aspiraciones que manifiesta ese difuso rechazo
político-cultural al empresariado y un horizonte anticapitalista.

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