México/ la rabia de los estudiantes: "yo podría ser el Che" [Jan Martínez Ahrens - Diego Genaro]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Jue Oct 16 15:19:45 UYST 2014


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Correspondencia de Prensa

boletín informativo – 16 de octubre 2014

germain5 en chasque.net

A l’encontre – La Breche

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México

La rabia de los estudiantes

“Yo soy el Che Guevara”

La escuela de los estudiantes desaparecidos es un hervidero revolucionario
en el que tras los lemas anticapitalistas late, como en todo México, el
miedo

Jan Martínez Ahrens, desde Chilpancingo

El País, Madrid, 16-10-2014

http://internacional.elpais.com/

Diego Genaro Mesa es todo ideales. Marx, Engels, Lenin… Admira la trinidad
comunista. Para él, nada la supera, salvo el mito, el icono guerrillero del
Che Guevara. “Yo podría ser el Che”, afirma con ojos brillantes.

Diego Genaro es imberbe, de escasa estatura y difícilmente se le puede
imaginar cruzando la Sierra Maestra con un fusil en la mano, pero este
estudiante de la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa
parece estar hecho del material con el que se forjan muchos sueños aquí en
Guerrero, en el sur profundo de México. Una aleación en la que nunca falta
la pobreza. A sus 23 años, Diego Genaro sabe bien lo que es eso. Hijo de un
campesino de la Costa Chica, ha trabajado desde los 11 años. En casa no
entraban más de 100 euros al mes. Y eran siete hermanos. De todos ellos, él
descollaba como el más avispado. Por eso decidió dejar atrás los frijoles y
tomates para estudiar y convertirse en maestro. Y además, si la oportunidad
lo permitía, hacer la revolución. Ese momento parece llegado.

Con la matanza de Iguala y la desaparición de 43 de sus compañeros de
escuela, la campana de la sublevación ha sonado para él y muchos otros.
“Esto es como la matanza de 1968 en Tlatelolco, sólo que aquí han asesinado
normalistas. Vamos a luchar”, proclama sentado en el patio de Ayotzinapa.
Hace un día soleado y una suave brisa ondea las 17 banderas rojas que
presiden el patio. Tantas como escuelas normalistas hay en México. “Todos
van a venir y seremos una gran fuerza”, explica Genaro.

Y no se equivoca del todo. Aunque el paso del tiempo haya quitado la pátina
heroica a las escuelas normales (magisterio), estas siguen representando un
poder, ajeno al narco y bien anclado en las zonas donde sobreviven. Nacidos
al calor de la Revolución Mexicana de 1910, estos centros supusieron en las
primeras décadas del siglo XX una formidable cuña en la lucha contra el
analfabetismo. Los maestros que salían de sus aulas, de la misma extracción
que sus alumnos, pusieron una semilla de modernidad en una sociedad agraria
profundamente estancada.

Pero la industrialización fue arrinconando este modelo. Solo sobrevivió en
las zonas más depauperadas de México, manteniendo la llama revolucionaria,
pero ya fusionada con el marxismo radical. La escuela de Ayotzinapa, con su
organización asamblearia, sus 540 alumnos y su titulación universitaria, es
quizá el mejor ejemplo de ello. De sus recintos salieron los guerrilleros
Lucio Cabañas y Genaro Vázquez Rojas. Dos leyendas mexicanas a las que Diego
Genaro admira, aunque palidecen frente a su Che Guevara.

—¿Le gustaría ser revolucionario?

—No me gustaría, ya lo soy.

—¿Y tomaría las armas?

—Si es necesario, sí.

—¿Y en qué caso sería necesario?

—Si hacen desaparecer y asesinan a mis compañeros. Sería justo ante tanta
sangre.

Diego Genaro afirma estas cosas con cierta grandilocuencia. Sabe que estos
días vive un momento histórico y le gusta adoptar un papel a la altura. El
día anterior, los normalistas prendieron fuego al palacio de Gobierno de la
capital y, aunque no lo digan abiertamente, él y sus compañeros están
preparando nuevas “acciones” contra ese Ejecutivo al que culpan de todos sus
males. “No pararemos hasta que nos traigan a nuestros compañeros”, explica
confiado.

Pero si se mira de cerca, hasta su revolución tiene algunos límites. En
especial uno del que nadie habla dentro ni fuera de la escuela. Uno que
sella las bocas en Guerrero. Uno que, según las investigaciones, apretó el
gatillo contra sus compañeros la salvaje noche del 26 de septiembre y luego
desolló y vació las cuencas de los ojos a su compañero Julio César
Mondragón. El narco. El innombrable. Ante él, hasta el joven revolucionario
titubea. Y cuando se le pregunta si les atacaría como a tantas otras
instituciones capitalistas, responde en un arranque de franqueza: “No,
porque sabemos lo que hacen”.

De la misma opinión es José Luis, normalista de tercer grado, otro admirador
absoluto del Che, y que gusta de hablar en primera persona del plural,
aunque esté medio tumbado, pintando un cartel para la manifestación de la
tarde. “Con ellos lo tenemos difícil. Todo el mundo les tiene miedo; actúan
de forma descomunal”, admite, para luego explicar que la lucha social se
desarrolla en tres fases: la intelectual, la pacífica y la armada. “En esta
última tiene que ser el pueblo el que se levante”, puntualiza.

A pocos metros, una madre con los ojos llorosos pide que no se haga
demasiado caso a lo que dicen los jóvenes. “Si quieren lograr algo, tendrán
que ser pacíficos”, sentencia. Lleva ropa y bolso de marca. Está harta de
tanta espera, de tanta falsa esperanza, y habla con claridad. “¿Por qué no
nos dicen lo que ha ocurrido? ¿Por qué no dicen que los han matado? ¿Por qué
nos engañan así?”. Para ella, la verdadera revolución es que se sepa la
verdad.

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