Chile/ ¿fin de la clase trabajadora? [Sergio Grez]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Mie Abr 29 13:34:58 UYT 2015


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Correspondencia de Prensa

boletín informativo – 29 de abril 2015

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A l’encontre – La Breche

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Chile

¿Fin de la clase trabajadora? Los muertos que vos matáis...

Sergio Grez *

The Clinic, N°591, Santiago, abril 2015

http://www.theclinic.cl/

La reaparición en el escenario público y mediático de los movimientos
sociales en Chile ha suscitado variadas interpretaciones acerca de sus
causas, características y potencialidades. Aquí me referiré a aquellas
posturas que sostienen que estos movimientos, especialmente de trabajadores,
son incapaces de constituirse en sujetos de cambio con proyección política.
El trabajo –alegan algunos analistas– dejó de ser el espacio donde se
configuran clases y estratos sociales. La diversificación del mercado
laboral (empleo precario, contratos y escalas de sueldo muy desiguales,
descentralización de las empresas, etc.) y la desindustrialización hacen
imposible la articulación de grupos sociales que devengan en actores
políticos. No es el trabajo, entonces, el espacio de cohesión para hacer
frente a la privatización de nuestra sociedad, compuesta en su mayoría por
individuos desclasados: solo los capitalistas son “clase para sí”. Si bien
estas lecturas contienen algunos elementos que dan cuenta de la realidad
actual, adolecen de un vicio interpretativo derivado de cierto mecanicismo
y, en algunos casos, también de una mirada complaciente hacia la sociedad
neoliberal. Así, la tranquila “resignación” baña los análisis, confundiendo
las proyecciones de futuro con una simple constatación del presente.

La alternativa a esa resignación, desde luego, no es reeditar visiones
teleológicas sobre determinados grupos sociales –como el proletariado–
atribuyéndoles “misiones históricas” que ni siquiera ellos perciben como una
necesidad (ni menos como un deber ser), sino encontrar en la realidad actual
los elementos que permitan apostar por la constitución de actores sociales y
políticos de cambio radical. ¿Qué nos indican los hechos?

En primer lugar, que si bien la clase obrera tradicional (esencialmente
industrial y minera) se ha contraído debido a la desindustrialización, el
crecimiento de los servicios, el desarrollo tecnológico, la proliferación
del empleo precario y otros elementos característicos de la fase actual del
capitalismo, no es menos cierto que el trabajo asalariado se ha extendido,
formando nuevos estratos de mano de obra (subcontratados y ocasionales) que
incluyen no solo a obreros, sino también a técnicos y profesionales de
distinto tipo. En las últimas décadas, los trabajadores lejos de desaparecer
han crecido, especialmente por la incorporación de mujeres a la vida
económica “activa”. Se trata, ciertamente, de una masa heterogénea, carente
hasta ahora de una identidad común y difícilmente agrupable por medio de las
organizaciones clásicas (sindicatos u otras). También debemos considerar un
sector –generalmente muy precarizado– de cuentapropistas, cuya
identificación con los asalariados es aún más azarosa. Pero la dificultad de
los productores directos para constituirse en sujetos políticos no reside
solo en la estructura del modelo económico. Los factores políticos
(hegemonía de las fuerzas que lo apoyan) y legales (Constitución,
legislación laboral) hacen todavía más difícil la transformación en “clase
para sí” de sectores sociales subordinados y atomizados. Y si bien el marco
de la empresa –exceptuando quizás la gran minería del cobre, los puertos y
algunas grandes compañías– ofrece pocas posibilidades para la gestación de
sujetos colectivos con capacidad de liderar una rearticulación social y
política, en los últimos años se han desarrollado experiencias promisorias
que apuntan, precisamente, a instalar la contestación al modelo en terrenos
más favorables para los asalariados y otras víctimas del sistema.

Las uniones portuarias y el movimiento No Más AFP, por ejemplo, tienen como
protagonistas centrales a trabajadores que, desbordando el marco tradicional
del sindicato de empresa, se las arreglan para superar los estrechos
márgenes de la legislación laboral (en el caso de los portuarios) o para
liderar a vastos sectores de la población – pensionados, trabajadores
precarios y no sindicalizados, diversos tipos de pobres, etc.– cuestionando
uno de los pilares esenciales de acumulación del modelo y del gran capital
(las AFP).

Ello sin considerar otros movimientos –mapuche, estudiantil, de protesta
regional y local - que se alzan contra aspectos específicos de la dominación
tales como centralismo, discriminación, usurpación de derechos,
mercantilismo, saqueo de recursos naturales o daños medioambientales.
Conviene recalcar que en todos esos conflictos, el poder del capital es el
elemento clave, aunque no siempre se exprese en la esfera de las relaciones
capital/trabajo sino por medio de expoliación, usura o lesión de los
intereses de las grandes mayorías. Los pesimistas –por ende resignados–
argumentan que los movimientos sociales no constituyen más que un mosaico de
quejas y reivindicaciones dispares, incapaces de converger ni proyectar nada
aparte de sus propios malestares. Más que una constatación lúcida, esta
crítica huele a connivencia con el actual estado de cosas. Las
condicionantes “estructurales” no son determinantes absolutas, puesto que
también son afectadas por factores subjetivos como los de tipo político y
los estados de ánimo de la población.

Por lo mismo, si los agentes de cambio radical que actúan en el seno de los
movimientos sociales son capaces de levantar propuestas aglutinadoras en
torno a necesidades comunes claramente identificables (por ejemplo,
sustituir las AFP por un sistema de verdadera seguridad social basada en un
reparto solidario), y si dichas proposiciones son acompañadas de esfuerzos
para hacer converger distintos movimientos en torno a horizontes
compartidos, podrían configurarse escenarios más favorables para el
surgimiento de nuevos sujetos políticos.

La creciente crisis de credibilidad de la casta político-empresarial que
dirige el país, crea mejores condiciones para romper, desde la acción social
y política, con la jaula de hierro del neoliberalismo. El proyecto de
refundación institucional mediante una Asamblea Constituyente ofrece un
horizonte común a movimientos y actores diversos que, manteniendo sus
identidades y fisonomías, podrían fortalecerse en la lucha por este
objetivo. ¡Ni qué decir de la superación del neoliberalismo! Esto crearía, a
su vez, mejores condiciones para la recomposición del movimiento de
trabajadores. La historia por venir es un libro abierto cuyas páginas aún no
han sido escritas. Es altamente probable que a los agoreros del fin del
sujeto trabajador les ocurra lo mismo que a quienes hasta hace muy poco
vaticinaban el “fin de la Historia”. Entonces, al igual que el personaje
clásico de la literatura, los hacedores de la riqueza espetarán a nuestros
mentados analistas: “Los muertos que vos matáis gozan de buena salud”.

* Historiador, académico de la Universidad de Chile

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