Brasil/gobierno Dilma: definitivo giro a la derecha para salir de la crisis [Agnese Marra]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Vie Ago 21 22:31:26 UYT 2015


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Correspondencia de Prensa

boletín informativo – 21 de agosto 2015

germain5 en chasque.net

A l’encontre – La Breche

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Brasil 

El dolor de ya no ser 

Con un 71 por ciento de la población en contra, la presidenta Dilma Rousseff
logra salir de la crisis cediendo terreno a la oposición en toda la línea.
La Agenda Brasil, impuesta por el Senado a cambio de no votar un
impeachment, supone una oleada de privatizaciones, pérdida de derechos de
los trabajadores y un cambio radical en la política exterior.

Agnese Marra

Brecha, Montevideo, 21-8-2015 

http://brecha.com.uy/

Desde que Dilma Rousseff asumió su segundo mandato el pasado octubre,
“impeachment” se convirtió en la palabra de moda en la política brasileña.
Este término, repetido como si de un eslogan publicitario se tratase, se
vitorea por las calles como si fuera el himno de una hinchada. Pero más allá
de la frivolidad de su uso, su repetición ha cumplido con la principal
amenaza de la oposición, aquella que el senador Aloysio Nunes (Psdb) hizo el
pasado diciembre: “No vamos a acabar con Dilma, vamos a hacerla sangrar”.

Las ansias de poder del Psdb (que perdió las elecciones por apenas 1,6 por
ciento de los votos) y de los barones del Congreso, más interesados en hacer
negocio que política, se sumaron al contexto de crisis económica y al goteo
de escándalos de corrupción surgidos como resultado de la investigación
policial denominada Operación Lava Jato. La popularidad de la presidenta fue
cayendo en picada hasta que en el mes de julio batió récords. Según una
encuesta de Datafolha, siete de cada diez brasileños calificaban al gobierno
de la petista como malo o pésimo, convirtiéndola en la jefa de Estado más
rechazada desde la redemocratización del país.

La misma pesquisa reflejaba que el 66 por ciento de los encuestados quería
que el Congreso llevara a cabo un proceso de impeachment contra Dilma. El
presidente de la Cámara, Eduardo Cunha, del ala más conservadora del Pmdb,
amenazaba con esta posibilidad desde su elección en enero. Pero fue a
mediados de julio cuando, al ser acusado de recibir 5 millones de reales en
propinas por el escándalo de Petrobras, anunció en televisión que rompía
definitivamente con el gobierno, y sus conspiraciones para cumplir la
amenaza comenzaron a tomar forma. Su primera medida fue liderar una votación
para revisar las cuentas económicas de Rousseff e intentar que el Tribunal
de Cuentas de la Unión pudiera acusarla de las famosas “pedaleadas
fiscales”, para conseguir por primera vez una causa con algo más de peso
para procesarla.

Su compañero del Pmdb en el Senado Renan Calheiros, mucho más moderado y
negociador, también investigado en la misma trama de corrupción, ha usado el
fantasma del “golpe blanco” de manera intermitente. Sin embargo, fue él
quien, con menos aspavientos que Cunha, precipitó la caída libre de Rousseff
para días después tenderle la mano con un as en la manga.

La caída

Todo sucedió en apenas una semana. Tras el receso de la Cámara por las
vacaciones de julio, Dilma Rousseff retomó sus actividades con el peso del
descontento popular sobre sus espaldas. Su primera medida fue reunirse con
los gobernadores del país para pedirles apoyo en las propuestas de ajuste
fiscal y evitar más traiciones de las bancadas del Congreso. Después se
encontró con 80 líderes de los partidos aliados para hacerles la misma
petición. No la escucharon.

Ese mismo día Rousseff se enteraba de que el ex ministro de la Casa Civil y
mítico representante del PT José Dirceu, en prisión domiciliaria por el
escándalo de corrupción del mensalão, era detenido nuevamente por estar
también involucrado en otro caso similar descubierto por la Lava Jato. La
noticia provocó una desbandada de partidos aliados. Sumando a los
representantes del Partido Democrático de los Trabajadores (Pdt) y del
Partido Socialista Brasileño (Psb), 44 parlamentarios se retiraron del grupo
dilmista.

Mientras los aliados se iban, Eduardo Cunha ponía en marcha tres comisiones
de investigación en la Cámara de Diputados y dejaba al PT fuera de todas
ellas. Pero el golpe final se produciría durante la votación de una de las
“pautas-bomba” (medidas que tendrán como consecuencia el aumento de los
gastos del gobierno), impulsadas por Cunha. La propuesta consistía en subir
el techo salarial de los abogados de la Unión de 16 mil a 26 mil reales
mensuales, con un impacto en las arcas del Estado de 2,4 billones, justo
cuando la presidenta instaba al ajuste fiscal y a reducir el déficit de las
cuentas públicas. Rousseff fue derrotada por 445 votos contra 17,
traicionada por los aliados y por miembros de su propio partido. Todo ello
días antes de la manifestación del 16 de agosto que tenía como leit motiv la
petición de un impeachment. Dilma tocaba fondo y el Senado, que en los
momentos más difíciles solía protegerla, la dejaba caer.

Paralelamente, las agencias internacionales de riesgo Moody’s y Standard &
Poor’s advertían sobre una posible caída de la nota de Brasil si la
inestabilidad política se mantenía. Las grandes empresas empezaban a
percibir que un impeachment no era conveniente para las finanzas del país.

Rápidamente las federaciones de la industria de San Pablo y Rio de Janeiro
publicaron un manifiesto en todos los periódicos: “Es el momento de la
responsabilidad, del diálogo y de la acción para preservar la estabilidad
del país. Es hora de colocar de lado las ambiciones personales o partidarias
y mirar por el interés mayor de Brasil”, decían en clara alusión al
Congreso.

El conglomerado mediático de Globo, enemigo histórico del PT, se unió al
empresariado y publicó un editorial contra el impeachment. El presidente del
banco Bradesco abundó en la misma línea: “Debemos tener la grandeza de
encontrar una convergencia”, declaró en la Folha de São Paulo.

Puestos sobre la mesa los deseos de la banca y las empresas, sólo faltaba un
político que cumpliera con el llamado a la convergencia. Renan Calheiros, el
mismo que dio la espalda a la presidenta, tomó el testigo y le tendió la
mano a Rousseff para recuperar la anhelada estabilidad política. El trato
quedaba implícito: se dejaba de hablar de impeachment a cambio de un
programa de gobierno impuesto por el Senado. Dilma aceptó sin condiciones.

El giro a la derecha definitivo

Después de la tormenta, Rousseff y Calheiros aparecieron ante los medios
como si nada hubiera pasado. Presentaron la Agenda Brasil, un conjunto de 27
propuestas (después se ampliarían a poco más de cuarenta) diseñadas por el
presidente del Senado en aras de la ansiada gobernabilidad. El Pmdb, partido
de Calheiros y de Cunha, conocido históricamente por su pragmatismo y por
pretender llegar al poder por el poder en sí, parece erigirse finalmente
como el verdadero gobierno del segundo mandato de Dilma.

A finales de la semana pasada el ministro de Hacienda, Joaquim Levy, se
reunió con el presidente del Senado para discutir cada una de las
propuestas. Una de las más polémicas, la privatización del Sistema Único de
Salud, acabó por dejarse de lado debido al rechazo de diversos partidos.

Otras medidas se evaluarán en las próximas semanas. Entre ellas el aumento
de la edad mínima para jubilarse y la regulación de la tercerización
laboral, para proteger a las empresas que opten por externalizar todos sus
servicios. Los pueblos indígenas y el ambiente son otras de las víctimas de
esta agenda. Entre las propuestas de Calheiros destaca la revisión del marco
jurídico que regula las áreas indígenas, para que en ellas se puedan llevar
a cabo actividades productivas. Establecer plazos más ágiles para conseguir
licencias ambientales en la construcción de grandes obras, y revisar la
legislación para flexibilizar la construcción en zonas costeras, áreas
naturales protegidas y ciudades históricas, son otras de las medidas
pensadas para estimular el desembarco masivo de capitales extranjeros.

En lo que refiere a política internacional, el presidente del Senado colocó
en su lista la posibilidad de acabar con el Mercosur para permitir que
Brasil tenga libertad de concluir acuerdos bilaterales sin depender de los
otros miembros del bloque. Hasta ahora el gigante del grupo nunca había
manifestado nada parecido. En los últimos 15 años la política de Itamaraty
se centró en todo lo contrario, la cooperación Sur-Sur que tanto éxito
internacional le dio al ex presidente Lula da Silva. El ministro de Hacienda
Levy convenció a Calheiros de dar marcha atrás con esta propuesta, que por
ahora sólo traería complicaciones internacionales.

Sin embargo, el Grupo de Reflexión sobre Relaciones Internacionales, de la
Universidad de San Pablo, asegura que hay que seguir atento ante un posible
giro en la política internacional del país. Las sospechas comenzaron tras el
último viaje de Dilma Rousseff a Estados Unidos, donde firmó varios acuerdos
militares y de intercambio de información. “Las relaciones con Estados
Unidos no se atendrán tan sólo a cuestiones económicas”, advirtió la
presidenta, que había concluido su primer mandato cuando las relaciones con
la superpotencia estaban en su peor momento.

Al día siguiente de su reunión con Obama, Brasil votó contra Siria en las
Naciones Unidas y a favor de una resolución del Consejo de los Derechos
Humanos promovida por Washington y por la Unión Europea, dejando a un lado a
sus aliados de los últimos diez años. “Es pronto para hablar de un cambio en
la política de alianzas del gobierno de Dilma, pero este caso es simbólico,
ya que mientras Rusia y el resto de los Brics han apoyado en los últimos
tiempos al gobierno sirio, Estados Unidos ha hecho esfuerzos en una
dirección totalmente contraria”, destaca la publicación de izquierda Carta
Capital.

Según señaló en su columna semanal de Folha de São Paulo el politólogo y
periodista André Singer, “la orientación general es clara: se trata de hacer
concesiones a la derecha a cambio de salvar el mandato de la presidenta”. A
su vez, para el profesor de políticas públicas de la Universidad de San
Pablo Pablo Ortellado “la oposición no haría nada de diferente de lo que
está haciendo la presidenta. En términos de políticas es exactamente lo
mismo, la polarización entre el Psdb y el PT es una farsa, el poder está en
otra parte”. El líder del Movimiento de los Trabajadores Sin Techo fue
todavía más tajante: “El verdadero golpe es la Agenda Brasil”.

Movilizaciones tardías

La gran manifestación del domingo, que tenía como objetivo pedir el
impeachment, perdió fuerza. Las negociaciones entre oficialismo y el grueso
de la oposición ya estaban concluidas y Rousseff respiraba tranquila. Según
Datafolha, marcharon por la Avenida Paulista alrededor de 135 mil
manifestantes, más gente de la que hubo en la marcha de abril y menos que en
la de marzo.

La escenografía fue la misma: camiones con altoparlantes pintados con la
bandera de Brasil y una mayoría de gente con la camiseta de la selección,
que a estas alturas se ha convertido en el nuevo símbolo del conservadurismo
del país. Los cánticos contra Dilma, Lula y ahora también contra Renan
Calheiros (acusado de salvar el cuello de la presidenta) se entonaron con
fuerza. Eduardo Cunha y el juez Sergio Moro, encargado principal de la
investigación en la Operación Lava Jato, pasaron a ser los nuevos ídolos de
los manifestantes. Las selfies con la policía volvieron a repetirse, y
pancartas terroríficas como “Dilma, qué pena que no te ahorcaron en el
Doi-Codi (centro de tortura de la dictadura)” o “Por qué no los mataron a
todos en 1964” se hicieron virales en las redes. En Curitiba un joven
petista fue golpeado y le arrancaron y quemaron su camiseta con la cara del
Che Guevara.

En relación con las anteriores marchas llamó la atención que el pedido de
intervención militar se repitiera más entre los jóvenes: “Todos los
políticos son ladrones, sólo los militares pueden poner orden a tanta
corrupción moral”, decía Silvia Saraiva, cajera de supermercado de 19 años.

El perfil de los manifestantes no varió respecto de marchas pasadas: mayoría
de blancos, de más de 30 años de edad y con ingresos relativamente altos, al
menos cinco veces por encima del salario mínimo. Pero también había gente
joven de las periferias: “Estamos cansados de no poder pagar las cuentas y
que ellos sigan robando”, decía Walter Gama, nordestino de 25 años que vive
en la zona este de la capital.

El jueves fue el turno de la izquierda. Movimientos sociales como los Sin
Tierra, los Sin Techo y la Central Unitaria de Trabajadores rechazaron el
impeachment en las calles. Pero  a último momento agregaron otras demandas,
y pidieron una salida de la crisis “por izquierda”, rechazando los
lineamientos de la Agenda Brasil.

En Planalto, en Brasilia, probablemente estas manifestaciones no hayan
molestado más que el zumbido de una mosca que incomoda durante la siesta.
Renan Calheiros ha conseguido que el Senado, y no la Cámara de Diputados,
tenga la última palabra cuando el Tribunal de Cuentas de la Unión evalúe al
gobierno de Rousseff, de modo que ya no estaría en las manos de Cunha la
posibilidad de provocar un “golpe a la paraguaya”. Cunha promete seguir
dando guerra a Dilma, pero está más aislado. El ministro Levy continúa su
evaluación de las propuestas de la Agenda Brasil y mantiene la tranquilidad
que los mercados pedían. En la izquierda, el diputado del Partido Socialismo
y Libertad Marcelo Freixo le dedicó al PT un verso del poeta Manuel
Bandeira: “La vida entera que podía haber sido y que no fue”.

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