Uruguay/ después del miedo: 15 años de pasta base de cocaína [Salvador Neves]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Dom Jun 21 00:30:23 UYT 2015


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Correspondencia de Prensa

boletín informativo – 21 de junio 2015

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A l’encontre – La Breche

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Uruguay

15 años de pasta base

Después del miedo

El consumo de pasta base de cocaína (PBC) parece haberse retraído, o al
menos permanecería estable. Las razones del fin de esa “epidemia” que
durante años se presentó como el gran “flagelo” de la sociedad, ayudan
también a entender su origen. Esta nota intenta arrojar luz sobre la
compleja relación entre la pobreza y las adicciones.

Salvador Neves

Brecha, Montevideo, 19-6-2015

http://brecha.com.uy/

Por la cara que puso Murmullo al entender que el periodista efectivamente le
estaba preguntando si había “aflojado la cuestión de la pasta base”, la
hipótesis era un completo disparate. Ella tenía por qué saber. Hace cuatro
años –después de intentar cuanto pudo– decidió echar de la casa a su
compañero, y sabe que todavía sigue enganchado. Sus dos hijas mayores ya
tienen marido y con uno de ellos también hubo que cinchar para que largara
la pipa. Le quedan cuatro niñas y un varón por terminar de criar. Vive al
norte del Cerro y siempre tiene una boca cerca. Sin embargo Carmiña,
matriarca también pero de La Teja, había respondido que sí, que la cosa
estaba más tranquila. Iba cargando un gomero que le habían obsequiado. “De
nuevo tengo jardín. No me roban más plantas. Hace tiempo que no me llevan el
contador. Anoche la pinza durmió afuera. Me la dejé en el murito y hoy ahí
estaba.” Las estadísticas favorecen la versión de Carmiña, al menos las
dedicadas a la evaluación del consumo entre estudiantes de enseñanza media,
que son las que con más frecuencia se hacen. La primera, de 2003, establecía
que siete de cada mil estudiantes manifestaban haber fumado pasta al menos
una vez durante el último año. En 2007 llegaron a ser 11 de cada mil, pero
desde entonces el número descendió. En la última edición (2014) eran cinco.1

En octubre del año pasado lo había dicho el secretario general de la Junta
Nacional de Drogas. Este consumo –afirmaba Julio Calzada– venía “en una
prolongada meseta descendente desde 2008 a la fecha”. El viernes pasado
Milton Romani, que dirige ahora esa secretaría, se arrimó a la Policlínica
de Inve 16, en Hipólito Irigoyen e Iguá, donde funciona uno de los llamados
Puntos de Encuentro del programa Aleros, un espacio al que dos veces por
semana concurren usuarios de pasta de la zona y que les ofrece una ducha, el
uso de un lavarropas, alguna propuesta de conversación con los técnicos del
equipo y los estudiantes que los acompañan, y algún tentempié, que en la
ocasión consistió en un buen guiso de lentejas cuya cocción se atribuyó el
propio Romani.

“En 2002 yo era docente de psicología en Apex Cerro. Ahí era como un reguero
de pólvora –recordó Romani–. Los últimos años estuve fuera del país y cuando
regresé me di una vuelta por el Cerro, por el Portal Amarillo, y, a ojo de
buen cubero, no diría que el fenómeno haya desaparecido, pero hay menos, y
se nota”, enfatizó.

Los datos que recibe de la Policía indicarían lo mismo: como la clientela no
crece, los traficantes se están disputando territorios violentamente. Además
“los operadores de calle dicen que la mejora de las condiciones económicas
hace que alguno salte a la cocaína, lo que se compadece con algunos
resultados que nos dan cierto aumento del consumo de esta sustancia”.

Romani explica lo sucedido con dos argumentos: la existencia de políticas
para enfrentar la expansión y “una curva de los consumos: las sustancias
nuevas tienen un pico, después bajan y se mantienen en una meseta”.

En la vuelta andaba aquel a quien llamaremos Fito. Tiene 34 años, consume
hace 14, anda en plan de rescate y plantea su propia teoría sobre el punto:
“La gente, me parece, se fue dando cuenta del daño que te trae. No es como
cuando nosotros éramos chicos, que fue como una ola que agarró a todos los
pibes. Hoy ves que hay mucha gente que a los pastabaseros no los quiere. Los
pibes se esconden para fumar pasta porque saben que si los ven los amigos
van a venir y les van a prender la tuba y ta, les van a decir la verdad: que
se dejen de ir a fumar eso, que es una mierda y que van a terminar como
aquel que está adentro de la volqueta juntando botellas”.

—¿Cuándo vos arrancaste eso no pasaba?

—No. Todo era de “¡Cómo está esto! ¡Mirá lo duro que estoy! ¡Mirá cómo te
deja!”. Era igual que cuando vino el boom de la cocaína, que todo el mundo
tomaba. La pasta base era así cuando yo empecé.

Claves y enigma

Las primeras referencias al consumo de pasta datan de los setenta y
provienen de países andinos. Se trata de un producto intermedio en la
transformación de la hoja de coca hasta lo que llamamos cocaína. En los
noventa llegó a Chile, a fines de esa década a Brasil (donde se la llamó
crack, que en rigor es otra cosa) y a principios de los dos mil entró con
fuerza en el Río de la Plata.2

Cecilia Scorza, doctora en ciencias biológicas del Instituto Clemente
Estable, quien junto al equipo del instituto viene realizando relevantes
aportes en la materia, recordó a Brecha los inicios de las
investigaciones:“Me acuerdo de foros en que los médicos que recibían a los
consumidores explicaban que nunca se habían encontrado con un perfil clínico
de esa naturaleza. Se decía que los consumidores iban a morir en poco
tiempo”.

Más de una década después, el consumo en sí mismo no parece haber matado a
nadie y la situación es otra. “Quedan zonas de desinformación, pero a nivel
clínico y asistencial ya todos sabemos con qué estamos trabajando”, señaló
Scorza.

También se tiene una idea de lo que sucede en el cerebro del adicto, y una
estrategia para abordar esta adicción. Los daños producidos por el consumo
crónico “logran revertirse al menos parcialmente”, aseguró la investigadora.
“Son estrategias multidisciplinarias que llevan muchísimo tiempo, pero el
individuo vuelve a sentir placer a través de sus reforzadores naturales y a
reinsertarse normalmente en la sociedad.”

—¿Se curan?

—Es muy difícil que alguien se cure de una adicción a las drogas. Es una
patología crónica, como el asma, que se puede mantener controlada.

Hallar la cura requeriría conocer mejor las causas del fenómeno, y en
realidad “no se sabe si el consumidor crónico tenía ciertos trastornos
orgánicos previos o si es la droga la que los produce”.

Por lo pronto se prefiere hablar de factores de riesgo, de vulnerabilidad,
de protección. Pero “la etiología no se conoce. El gran enigma es que no
toda la gente que consume drogas de abuso se vuelve adicta. La relación con
la droga pasa por distintas etapas, y nosotros no sabemos cuál es el switch
entre consumo, abuso y dependencia. Lo que sabemos bien –sentenció– es el
final de la historia”.

De Paso Molino al Harlem

“No tenemos estudios longitudinales. ¡Estamos lejos de estar
sobrediagnosticados, como algunos dicen!”, protestó el antropólogo Marcelo
Rossal, quien también lleva largo rato estudiando, desde su ángulo, a los
consumidores de pasta base.

“Pasar por el Portal Amarillo o por alguna institución no es que los cure.
Es un momento de ‘rescate’, y ellos salen de ahí con nada. Apenas con unos
quilos más. Vuelven a los mismos barrios donde estaban”, interviene Luisina
Castelli, también antropóloga y parte del equipo del Centro de Estudios
Interdisciplinarios Latinoamericanos de la Facultad de Humanidades, que con
Rossal realizó un importante estudio con consumidores de la zona de Paso
Molino.3

Según los etnólogos “no es que el consumo haya bajado; se ha ‘amesetado’”.
No es que se cierre boca tras boca. “Eso es una utopía –aseguró Rossal–.
Pues no hay que pensar en el narcotraficante como el monstruo, como un
Scarface en una piscina de merca (cocaína). Se trata de familias pobres que
encontraron en eso su salida, y siempre hay un hijo, un sobrino para
continuar. Lo que sí hay –admitió– es un mercado estable que está
restringido territorialmente.”

La prueba de esa estabilización es que la edad promedio de los consumidores
aumentó. En la investigación sobre el Paso Molino era de 29 años. En el
Punto de Encuentro de Inve 16 es de 30, 31. “Hay una visión bastante clara
de que los usuarios de pasta base hace ya varios años que están en el
consumo, que los nuevos suelen ser muchachos con problemas muy particulares,
y que son pocos”, sostuvo el antropólogo.

Su explicación reúne la “curva de consumos” de la que habló Romani y la
“tuba” que invocó Fito: “Entre las generaciones más nuevas fumar pipa, ser
un pastoso, está fuertemente estigmatizado; el discurso que circula lo juzga
moralmente inapropiado pero digno de compasión; la pasta no tiene buena
prensa en ningún espacio social; tampoco donde solía reclutar a sus
usuarios. Por eso el consumo tiende a estabilizarse y la población a crecer
en edad. Ha pasado en otros países. En Estados Unidos lo ha estudiado
Philippe Bourgois. Los más jóvenes no quieren usar crack”.4

Esto explicaría la onda del “bazoco”, el cigarro de marihuana y base. Un
fragmento del diario de campo de la referida pesquisa pinta a tres de sus
consumidores: “Los tres vinieron muy ‘empilchados’: ropa Nike y Reebok de la
cabeza a los pies. (…) Estos muchachos evidencian una trayectoria que
difiere de la del típico pastoso –categoría que utilizan para referirse a
los otros– y da cuenta de la permanencia del vínculo familiar estrecho”.
“Los más jóvenes no quieren exponerse ante los demás usando una pipa; no
quieren portar el estigma”, explicó Castelli. En realidad nadie quería el
infierno.

Pegue

—¿Vos alguna vez consumiste pasta base? No hay nada que se parezca a ese
pegue. ¿Sabías?

–soltó Fito.

—¿Cómo es?

–—Te levanta. Te deja allá arriba. Tenés que probar. No te lo puedo
explicar. Para llegar al mismo estado tenés que socarte de merca, tomar
acelerante. ¿No tomaste? Lo que les dan a los caballos para que corran más
rápido. Vos con una sola seca de pasta llegás al mismo estado: el corazón a
dos mil, la cabeza a doscientos. Yo he tomado merca. Vos te metés una raya y
te ponés a charlar y al rato capaz que te metés otra. No te pide enseguida.

La vía de entrada de la pasta, la inhalación pulmonar, logra que la droga
entre inmediatamente al cerebro e impacte particularmente en el denominado
circuito motivacional, “una intersección de varias regiones cerebrales donde
se nos define la motivación por diversos factores”, explicó Scorza. “Ese
efecto placentero, de estimulación y de grandilocuencia, digamos, es
producto de las consecuencias neuroquímicas de las alteraciones de la
activación de ese circuito motivacional.”

“Una entrevistada nuestra era instrumentista quirúrgica –contó Rossal–. Era
una señora de 60 y pico de años, que por circunstancias de la vida, la
cercanía de un hijo, empezó a fumar pasta. ‘Ay m’hijito’, nos decía,‘me
siento con la mente clara. Me siento bien. Pero no sabés en los ambientes en
que he estado’.”

La cosa es que el flash es tan potente como efímero. Luego, explicó Scorza,
“queremos repetir lo que nos ha hecho sentir placer, y a consecuencia de esa
repetición hay un aprendizaje, una alteración del circuito motivacional.
Éste está conectado con la corteza prefrontal, que regula el comportamiento
mediante la inhibición. Entonces la corteza ya no me inhibe. Por eso se dice
que los adictos pierden la capacidad de decidir si consumir o no consumir.
Siempre van a resolver que sí. Ellos conocen las consecuencias negativas de
sus consumos, les ha pasado de todo, y siguen consumiendo. Sólo encuentran
placer en el consumo de la droga, esa es la definición del adicto”.

Se conoce bastante lo que suele venir después. Pero a veces cuesta aceptar
cómo precariedad y adicción se retroalimentan. “Un muchacho en situación de
calle, que hace unas semanas que no estaba consumiendo, nos decía: ‘Estoy
más gordito, mi cuerpo está mejor, pero estoy peor’”, contó Rossal. “Aunque
en lo que decía influyese el hecho de estar en abstinencia –reflexionó el
etnógrafo–, era algo muy lúcido: ‘Yo cuando estoy de pasta voy caminando por
la calle y estoy cagado y no me siento el olor. Ahora estoy de cara y estoy
sintiendo cómo estoy. Veo mi ropa sucia, mi aspecto deplorable. Estoy
viviendo en la calle. Estuve preso. Mi familia no me recibe’.”

La sustancia también ayuda a distraerse del dolor. En 2013 Castelli
investigó a usuarias de pasta que se habían internado en el Pereira a tener
a sus hijos: “El cuerpo era como obliterado; todo lo que habían vivido en la
calle, lo que habían padecido, era invisibilizado; había una negación de la
experiencia corporal; en sus historias no había mención a dolores, todo era
un relato de amor maternal”, recordó.

Y tampoco se trata sólo de anestesia. “A nuestro libro le pusimos Fisuras.
Si hay ‘fisura’ es porque también hay deseo, algo por qué caminar”, apuntó
Rossal. Como explicaba uno de sus entrevistados: “Si no fumo pasta no
consigo plata, no me brotan las palabras, ¿entendés?”.

Agencia

Para Rossal ese es el concepto. “Como la hoja de coca se agencia bien con el
trabajador rural andino y le permite soportar la altura y el trabajo en esas
condiciones, la pasta base se agencia bien con la vida en la calle. Aumenta
la capacidad de agencia del sujeto.”

Hubo y hay aquellos para quienes esta penillanura es cordillera. Los
usuarios de pasta no salieron de cualquier sitio. Como muestran Héctor
Suárez y Jessica Ramírez, investigadores del Observatorio Uruguayo de Drogas
y autores de la aproximación cuantitativa “Los desposeídos”, la patria de
los consumidores es la ciudad de las necesidades básicas insatisfechas, más
de la mitad ya habían dejado la escuela cuando conocieron la sustancia.
Entre los que el Portal Amarillo atendió hasta 2007, 80 por ciento habían
empezado consumiendo inhalantes: Novopren, nafta, esas cosas.

Cierto que la ola arrastró a otros. En los noventa, en ambientes delictivos
donde la cocaína era muy abundante, era posible encontrar fumadores de
crack, producto que se “cocina” a partir del clorhidrato. Eso empezó
consumiendo Fito: “A los 14 fumaba cocinada, pero eso hasta que probé esta
porquería. A los 18 me la trajeron así, hecha. Antes no había. Para mí
arrancó en la Aduana, después apareció por el Mercado Agrícola, el ‘barrio
de los judíos’, y después se vino más pa’ acá: Villa Española, el Platense y
al fin llegó al cante este. Y acá ya estaba todo el mundo tomando cocaína,
la probó y buá. Gente merquera de años, gente que te decía: ‘Soy cocainómano
yo, lo mío es la cocaína’. Mentira. Probó la pasta base y dejó la cocaína,
gente que se picaba (inyectaba) de toda la vida dejó el pico para agarrar la
pasta”.

Por eso también, suprimidas ciertas condiciones, el encanto de la pipa
parece menguar. En octubre Calzada había subrayado el mérito que cupo en
esto a las acciones que condujeron a la “descallejización” de niñas y niños.
Rossal concuerda: “Vos me preguntás por la eficacia de la Policía, pero yo
te hablo de todo ese entramado de trabajadores, que muchas veces son
precarios, funcionarios de Ong que el Estado contrata por seis meses, y que
efectivamente han hecho un buen laburo en cuanto a los niños y adolescentes
en la calle y a las madres con hijos en la calle. Eso sirvió para cortar un
ciclo que, aunque en lo numérico era de un impacto relativo, sí tenía mucha
visibilidad”.

El legado

Estabilizado o en disminución, el número de consumidores de pasta no es
precisamente desdeñable. En su estudio, Suárez y Ramírez estiman que en
Montevideo hay entre 9.800 y 17.800 (los de cocaína serían el doble), y
parece consensuado que más de la mitad son dependientes. El precio de un
“chasqui” sigue siendo desdeñable: 25 pesos; y según advierte Scorza, “su
composición está variando. Como suele suceder, cuando una droga se está
instalando en el mercado se ofrece más pura, y a medida que se consolida,
que ya tiene a sus clientes enganchados, empieza, digamos, a bajar de
calidad”. Cuando su equipo empezó a analizar las “tizas” la cantidad de
cocaína era muy elevada. Llegaba a ser el 68 por ciento, cuando el más puro
de los clorhidratos alcanza el 89 por ciento, “y también por eso era tan
adictiva”. Siempre estuvo adulterada, pero la sustancia de corte más hallada
era la cafeína. “Ahora está apareciendo fenacetina, que es hepatotóxica y no
sabemos si tiene efecto en el cerebro. No sabemos por qué la mezclan”,
señaló.

“En el mercado de drogas de la pobreza la garantía es el cuerpo”, recordó
Rossal. Los usuarios de pasta son “los literalmente cagados a palos, y es
pesado incluso para quienes trabajan con ellos encontrarse con las
cicatrices, las huellas de los castigos”.

“Haber sido abusadas sexualmente era un lugar común entre las mujeres que
conocimos en nuestras investigaciones”, apuntó Castelli. “Después nos alarma
el aumento de los homicidios, de las lesiones en ambientes de pobreza
extrema –insistió su colega–, pero no se tienen en cuenta estos factores.
Por cierto que las sustancias generan afectaciones a la salud, pero cuántas
más afectaciones a la salud y a la vida cotidiana de un barrio genera la
ilicitud.”

Según el antropólogo, “la profesionalización delictiva a la que asistimos en
los últimos años tiene que ver con la creación de un mercado ilegal”. La
torta no es chica. Sólo un corto segmento de ese mercado, los
aproximadamente 150 consumidores de Malvín Norte, gastan en la sustancia no
menos de 1,8 millones de pesos al mes. Para Rossal la cárcel complementa
este esquema aportando “espacios de perfeccionamiento”. “‘Yo de acá salgo a
apretar ‘pastosos’ es algo que se oye –comenta–. No sería una novedad. ¿Cuál
fue el legado de la ley seca? La mafia, el perfeccionamiento de la
organización del delito.”

Notas

1. Disponibles en la página de la Junta Nacional de Drogas.

2. Comisión Interamericana para el Control del Abuso de Drogas, “Informe
sobre uso de drogas en las Américas, 2015”.

3. Fueron cuatro meses de entrevistas con 40 consumidores seleccionados
según criterios de representatividad. Giancarlo Albano y Emmanuel Martínez
completaron el equipo. El estudio se titula “Caminando solos” ,y junto a
“Los desposeídos”, de Héctor Suárez y Jessica Ramírez, forma parte del
volumen llamado Fisuras.

4. Philippe Bourgois, En busca de respeto. Vendiendo crack en el Harlem.

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