América Latina/ agotamiento del progresismo y relanzamientos de las izquierdas [Eduardo Gudynas

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Jue Oct 8 15:04:30 UYST 2015


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Correspondencia de Prensa

boletín informativo – 8 de octubre 2015

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A l’encontre – La Breche

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América Latina

La identidad del progresismo, su agotamiento y los relanzamientos de las
izquierdas

Eduardo Gudynas *

ALAI AMLATINA, 7-10-2015 

http://www.alainet.org/

Las circunstancias que afectan a los gobiernos progresistas en América
Latina siguen despertando mucha atención. Algunas reflexiones recientes
señalan una crisis, un final o un agotamiento del progresismo, mientras que
otros rechazan cualquier debilidad o retroceso (1). Intentando salir del
ruido en este debate, se confirma la divergencia entre izquierdas y
progresismos, donde éstos últimos muestran una condición propia de un
agotamiento antes que un final. Sorpresivamente, unos cuantos defensores de
los progresismos en lugar de repotenciarlo confirman esta situación.

El reconocimiento que los progresismos tienen una identidad política en sí
misma es evidente desde los dichos y prácticas de esos gobiernos y sus bases
de apoyo. Estos usan ese rótulo, lo defienden, e incluso lo usan en sus
coordinaciones continentales (como los Encuentros Latinoamericanos
Progresistas, ELAP).

Esta distinción del progresismo como un régimen político distintivo, que
resulta de una “gran divergencia” con las izquierdas desde las cuales se
originaron, ya fue señalada poco tiempo atrás (2). En efecto, las izquierdas
de fines de los años noventa, entre otras cosas criticaban las bases
conceptuales del desarrollo, se comprometieron a terminar con la corrupción
en el estado y la política, defendían la ampliación de los derechos y la
justicia, buscaban una radicalización de la democracia con más participación
y consultas, y estaban estrechamente vinculadas a diversos movimientos
sociales.

Los progresismos actuales, en cambio, abrazan las ideas del desarrollo
aunque disputan la apropiación de sus excedentes, parecen haberse rendido
ante la corrupción, recortan algunos derechos ciudadanos, insisten en una
mirada economicista de la justicia, detuvieron o retrocedieron en los
mecanismos de democracia participativa y deliberativa para volcarse hacia el
hiperpresidencialismo, y poco a poco se fueron desconectando de muchos
movimientos sociales hasta terminar enfrentados con algunos de ellos.

Los progresismos se reconocen a sí mismos como una familia política y
establecen claras distinciones con otras posturas. Se presentan como parte
de un mismo agrupamiento progresista gobiernos que van desde Nicolás Maduro
en Venezuela hasta Tabaré Vázquez en Uruguay. A la vez se consideran
distintos, por un lado de los gobiernos conservadores (otro amplio conjunto
que incluye a O. Humala en Perú o J.M. Santos en Colombia), y por otro lado,
del resto de las izquierdas, a las que varios califican como infantiles,
ultra, radicales o trotskistas. Por todo este tipo de razones, las
diferencias entre izquierdas y progresismos se han vuelto fáciles de
capturar y las organizaciones ciudadanas las usan cada vez más.

Es comprensible que existan muchos entusiastas del progresismo, pero también
hay que aceptar que sus ideas y prácticas merecen ser sopesadas
críticamente. Si eso se hace con seriedad, está claro que estos progresismos
no se han vuelto neoliberales. Calificarlos de esa manera no sólo me parece
exagerado, sino que muestra problemas conceptuales en entender el concepto
de neoliberalismo.

Pero los progresismos también son diferentes de las posiciones de las
izquierdas plurales, independientes y democráticas de las que partieron a
finales de los años noventa. Los progresismos rehúyen de las pluralidades y
prefieren los pensamientos únicos, no les gusta mucho la independencia ya
que reclaman obediencia, y privilegian la delegación democrática hacia el
hiperpresidencialismo antes que radicalizarla localmente.

En cuanto a sus ideas sobre el desarrollo, cuando se analiza lo que dicen y
hacen los progresismos, si bien hay matices en sus estrategias, todas ellas
buscan el crecimiento económico a partir de la exportación de recursos
naturales y la atracción de inversiones, apoyan la ampliación del consumo
popular y aplican algunas medidas compensatorias con los sectores más
pobres. Sus Estados conceden al capital en varios frentes para conseguir
estabilidad económica e inserción comercial, mientras que intenta
controlarlo en otros, en especial allí donde puede aumentar la captura
estatal de excedentes. Supieron aprovechar una coyuntura de altos precios de
las materias primas y crisis en las naciones industrializadas para crecer
económicamente.

Fin de ciclo o agotamiento

Esas estrategias están enfrentando variados problemas, y que son
especialmente evidentes en Venezuela y Brasil. Bajo ese contexto resurgió el
debate sobre si esos progresismos están en una crisis terminal o se están
agotando. La distinción entre las dos condiciones no es menor, ya que sería
muy arriesgado hablar de un final de ciclo. Aún bajo condiciones muy
adversas, los agrupamientos políticos progresistas pueden ganar una elección
y retener el poder (como sucedió con la reelección de Dilma Rousseff en 2014
en Brasil). Incluso hay progresismos que por ahora tiene buen respaldo y son
estables (como el Frente Amplio en Uruguay).  

Pero más allá de si retienen o no los gobiernos, es más claro que se ha
debilitado la reflexión teórica que los sostenía, están perdiendo sus
capacidades de innovación, de responder a las nuevas circunstancias, y les
cuesta mucho mantener alineada a su propia militancia por lo que deben
recurrir asiduamente a las adhesiones de sus propios funcionarios o a
impresionantes campañas publicitarias. Se le hace más difícil explicar los
pactos económicos para sostener sus estrategias de desarrollo (como las
concesiones al capital extranjero, las flexibilizaciones sociales y
ambientales o los acuerdos con la vieja derecha). Siguen pendientes
problemas serios, como la violencia urbana o agudos deterioros ambientales.
La conclusión es que no estamos ante una crisis final sino que presenciamos
un agotamiento.

Al sumarse los problemas, la conflictividad retoma en varios países, pero ya
no se logra apaciguarla fácilmente apelando al encantamiento con ideas y
sensibilidades progresistas. A la vez, hay menos opciones para revertirla
por medio de compensaciones económicas. El Estado progresista se ve forzado
a lidiar con la conflictividad mediante otros instrumentos, como recortando
algunos derechos, criminalizando la protesta, e incluso ha llegado a cruzar
algunas líneas rojas de la represión (como ha ocurrido recientemente contra
movilizaciones indígenas en Ecuador y Bolivia). Son medidas que alejan a
esos gobiernos todavía más de la izquierda y los vuelve aún más
progresistas.

Las defensas progresistas

Es bajo esta coyuntura que aparecen las recientes defensas a los
progresismos. En muchas de ellas los alcances son limitados y se repiten
ideas comunes, pero lo que más impacta es que en su propia formulación
refuerzan esta percepción de agotamiento. Algunos ejemplos ilustran esta
situación.

Como los argumentos escasean, posiblemente las defensas más comunes están en
afirmar que cualquier cuestionamiento expresa pensamientos conservadores o
sirve a los intereses de la derecha. No se analizan las puntualizaciones de
la izquierda, sino que el progresismo inmediatamente la rotula de
conservadora. O bien, se afirma que las prédicas de la izquierda son
funcionales a las ideas conservadores. Tampoco hay argumentos, sino que se
parte de un juicio previo donde cualquier crítica al progresismo siempre
serviría a intereses conservadores y por ello debe ser rechazada.

Otras defensas se centran en destacar hechos positivos, como la reducción de
la pobreza o el control nacional sobre algunos recursos naturales. Sin duda
allí hay avances progresistas, y esas son sus herencias más positivas. Pero
parece que no se asume que ese tipo de justificaciones están perdiendo su
fuerza, y que las contradicciones actuales de ese tipo de desarrollo son
cada vez más claras. La insistencia en reducir la justicia al campo de los
instrumentos de compensación económica parece estar chocando son sus
límites, y se hace evidente que por ese sendero se vuelve a caer en una
mercantilización de la vida social y la Naturaleza, un extremo que las
izquierdas rechazan pero los progresismos parecen aceptar bajo ciertas
condiciones.

Están los que afirman que los progresismos no pueden ser culpados por los
problemas actuales ya que ellos se deben a lo que ocurrió diez o quince años
atrás, bajo los gobiernos neoliberales. Por ejemplo, la desindustrialización
en Brasil sería culpa de las administraciones Collor o Cardoso, y se evita
analizar en detalle las responsabilidades de los dos gobiernos de Lula da
Silva o Dilma Rousseff. En la misma línea, otros van todavía mucho más
atrás, sosteniendo que contradicciones actuales, como los extractivismos, no
se pueden resolver porque venimos haciendo lo mismo durante cinco siglos.

Aquí el agotamiento se expresa como fugas al pasado que desnudan las trabas
en asumir un análisis crítico sobre el presente. Siguiendo con el ejemplo de
Brasil, hay dificultades para evaluar el papel del progresismo en exacerbar
la primarización de las exportaciones, el desmedido apoyo gubernamental a
las grandes corporaciones (los llamados “campeones nacionales”, algunos de
los cuales ahora se sabe participaban en redes de corrupción con el mundo
político), las resistencias a lograr cadenas productivas compartidas con los
países vecinos, o las medidas financieras que sobre todo beneficiaron a la
banca.

Otras defensas, en cambio, se atrincheran en la dimensión internacional,
aunque por momentos se cae en simplificaciones fenomenales. Los progresismos
por cierto han tenido momentos estelares, como la derrota del ALCA, y que
debemos reconocer. Pero eso no impide analizar problemas actuales, como los
roles concedidos a China, las razones que explican la ausencia de políticas
regionales comunes en rubros claves como energía o agroalimentos en espacios
como UNASUR, o las incapacidades en concretar efectivamente el Banco del Sur
o el SUCRE.

Por último, hay defensas progresistas que son bastante sinceras en dejar al
desnudo este agotamiento. Como no hay argumentos piden adhesión y
obediencia. Esto se puede ver, pongamos por caso, en los cuestionamientos de
Emir Sader a los que denomina como mesiánicos escritores de misivas (tal vez
en alusión a una carta pública donde varios intelectuales alertábamos sobre
el hostigamiento del vicepresidente de Bolivia, Álvaro García Linera, a un
puñado de ONGs). Sader dice, con mucha acidez, que los que firman esas
cartas públicas son personas sin “ninguna capacidad de influencia en la
realidad”, sin “ningún vínculo con la izquierda latinoamericana realmente
existente”, y que cuando fueron candidatos partidarios tuvieron “votaciones
irrisorias” (3). Su posición es clara: abandona el sitio de un intelectual
independiente y crítico, para reclamar disciplina y adhesión partidaria.

Si se apelara a una defensa basada en argumentos y explicaciones, habría que
fundamentar qué tiene de izquierda amenazar con cerrar a organizaciones
ciudadanas que trabajan en temas de desarrollo o ambiente, o que apoyan a
sindicatos o indígenas. O analizar si un gobierno es realmente tan pero tan
débil que siente que cuatro pequeñas ONGs lo amenazan. O explicar cuál es la
lógica política de entender que una carta pública será cierta o errada según
el caudal de votos que pudieron tener algunos de sus firmantes. Uno de los
adherentes en defensa de esas ONGs fue Noam Chomsky, de donde habría que
preguntarse si lo que ha escrito ese académico debe ser desechado por no
haber ganado nunca una elección.

Cuando el único camino que queda para este tipo de defensas es apelar a una
incondicional y disciplinada adhesión al gobierno, es evidente que estamos
ante un agotamiento conceptual. No se analiza si lo que hace un gobierno
está bien o mal, sino que se exige no hacer públicas las críticas.

Relanzando debates en clave de izquierdas

¿Cómo lidiar con esta situación?  Las izquierdas que son plurales e
independientes no pueden quedar atrapadas bajo estas circunstancias. El
debate de ideas sigue siendo fundamental, el entendimiento de las prácticas
y urgencias de los movimientos sociales es indispensable, y el antídoto ante
los slogans sigue siendo manejos serios y rigurosos de la información y los
análisis. Las voces de las izquierdas son necesarias, aunque sin duda
deberán navegar bajo condiciones adversas ya que en muchos casos serán
hostigadas desde los progresismos como por la derecha.

Las izquierdas plurales, democráticas e independientes siguen teniendo un
papel crítico, tanto para evitar retornos a gobiernos y posturas
conservadoras, como para alertar sobre consecuencias negativas de los
progresismos actuales. Muchas medidas que están tomando estos gobiernos ante
la presente crisis tienen efectos casi contrarios a los supuestos beneficios
que dicen sus defensores. Por ejemplo, la adicción progresista a los
extractivismos, está dejando economías todavía más dependientes de las
materias primas, un viejo sueño de las corporaciones transnacionales que
manejan el comercio en esos rubros, y a la vez se traban las exploraciones
de alternativas postextractivistas, otro sueño de las empresas mineras y
petroleras.

Las izquierdas plurales y democráticas también deben estar atentas a no caer
en reflejos conservadores, ni ser partícipes de una restauración neoliberal.
El antídoto está en permanecer siempre enfocadas en los compromisos con la
justicia social y ambiental. Pero tampoco deberían caer en guerrillas
intelectuales donde la diferencia es personificada en enemigos a combatir, o
en una lucha para ver quién es más de izquierda.

Muy por el contrario, las izquierdas deben relanzar sus propias miradas
críticas, que rescaten los aportes positivos de los progresismos, pero que
también sean capaces de entender sus contradicciones y retrocesos. Ellas
dejan en claro que los progresismos no son el final del camino, sino una
etapa en procesos de cambio que necesitar proseguir. No pueden quedarse
calladas, y todos tenemos que escuchar sus reflexiones sobre justicia social
y ambiental.  

* Eduardo Gudynas es investigador en el Centro Latino Americano de Ecología
Social (CLAES). Este artículo adelanta algunas ideas de un libro en
preparación sobre la divergencia entre las izquierdas y los progresismos en
América del Sur.

Notas

1. Algunas defensas conocidas son: ¿El final del ciclo (que no hubo)?, Emir
Sader, ALAI (Quito), 14 setiembre 2015; Diagnosticadores de la capitulación,
Aram Ahoronian, Nodal (Buenos Aires), 15 setiembre 2015; Geopolítica de
América latina: entre la esperanza y la restauración del desencanto, Alfredo
Serrano M., ALAI (Quito), 15 setiembre 2015. Entre las críticas recientes se
pueden señalar a: El fin del relato progresista en América Latina, S.
Schavelzon, Animal Político, La Razón, La Paz, 21 junio 2015; Hora de hacer
balance del progresismo en América Latina, R. Zibechi, Brecha (Montevideo),
agosto 2015; Venezuela: ¿crisis terminal del modelo petrolero rentista?, E.
Lander, Aporrea (Caracas), Octubre 2014.

2. Esta distinción fue adelantada, por ejemplo, en Izquierda y progresismo:
la gran divergencia, E, Gudynas, ALAI, Quito, 24 diciembre 2013,
http://alainet.org/active/70074

3. Os missivistas messiânicos, E. Sader, Carta Maior (S. Paulo), 30 agosto
2015.

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