Argentina/ la economía en su laberinto: espejismos y relatos [Esteban Mercatante]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Vie Oct 16 16:34:54 UYT 2015


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Correspondencia de Prensa

boletín informativo – 16 de octubre 2015

germain5 en chasque.net

A l’encontre – La Breche

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Argentina

De laberintos, espejismos y relatos

Esteban Mercatante 

Ideas de Izquierda N° 24, Buenos Aires, octubre 2015

www.laizquierdadiario.com/

Se hace cada día más palpable que con la conclusión del mandato de Cristina
Fernández llega el final del ciclo político iniciado en 2003 aunque el FPV
retenga la presidencia. No sorprende entonces que la producción editorial
que ofrece balances del período para todos los gustos esté funcionando a
pleno, de lo que ya dimos cuenta en el número 21 de esta revista.

Con la economía argentina en su laberinto sentamos postura en el debate
sobre lo que dejan los doce años de gobiernos kirchneristas. Y lo hacemos
tomando distancia de las posiciones que en su contrapunto pretenden reducir
a esta alternativa binaria toda evaluación: los defensores entusiastas del
autodenominado “modelo de crecimiento con inclusión social”, y los críticos
ultraliberales de la política del gobierno nacional. En esta nota
presentamos algunos de los puntos centrales del análisis que recorren el
libro.

Inicio… caja negra

Una cuestión muy discutida durante los años de mayor crecimiento de la
economía durante el kirchnerismo es cuánto pesó en el mismo el “viento de
cola” de la economía internacional y cuánto el impulso propio generado por
las políticas de demanda. Aunque el deterioro económico de los últimos años
ha desplazado el tema del sitial central de los debates, no deja de tener
peso en los balances del período.

El boom internacional en los precios de los commodities, que se inició en
2003 y acompañó prácticamente todo el período kirchnerista, alteró la
ecuación económica del país de una forma sin precedentes en muchas décadas.
Gracias a los altos precios de los commodities, y al aumento en la
producción de granos que generó el desarrollo del agronegocio en el país
(gestado durante los noventa pero con una prosperidad formidable en el nuevo
contexto internacional), la economía argentina se llenó de dólares. Hacía
varias décadas que las ventas al exterior no superaban a las importaciones
tan holgada y sostenidamente como lo hicieron durante estos doce años. Por
lo general la economía argentina de los últimos cuarenta años solo alcanzaba
un superávit comercial cuando entraba en recesión, lo que reducía las
compras al extranjero. Los momentos de crecimiento y superávit existieron
durante este período, pero tuvieron duración efímera.

Esta inusitada posición externa fue algo que la Argentina compartió con
buena parte de América del Sur; y más en general con lo que ha dado en
denominarse como Sur global, que vio durante estos años aumentar el volumen
de su comercio exterior. Desde finales de 2013 esta situación se está
transformando para todo este conjunto de países, y el viento de cola empieza
a transformarse en uno de signo contrario.

Para los que sostienen que el desempeño de la economía argentina durante los
primeros años del período kirchnerista se explica de forma central y
exclusiva por este contexto internacional, no habría elementos de la
política local que sean de relevancia para analizar el desenvolvimiento de
la economía. La evaluación que hacen quienes sostienen esta postura se
concentra por lo general en criticar el efecto negativo que le asignan a las
medidas “populistas” que habría tomado el kirchnerismo, dedicado a
usufructuar las condiciones internacionales con medidas de corto aliento en
vez de incentivar los animal spirits de los empresarios.

Desde el kirchnerismo, se contrapone a estas lecturas la evaluación del rol
central que le habría cabido a las políticas redistributivas para estimular
la demanda, y con esta, la inversión y el crecimiento. Sus defensores
destacan el incremento del gasto público con énfasis en el gasto social y
también subrayan el aumento de los ingresos de los asalariados desde el bajo
piso en que se encontraban en 2003 como elemento que empujó el consumo
(aunque esto tiene menos que ver con una política oficial que con la
recomposición del empleo que se produjo desde 2003 y la disposición que
mostraron amplios sectores de trabajadores a la lucha y a presionar a las
conducciones sindicales).

Desde ambos lados de la “grieta”, se presentan aspectos que fueron
importantes, pero que oscurecen lo que fue la verdadera “caja negra” del
crecimiento económico de esta década, como la definiera el hoy ministro de
Economía Axel Kicillof cuando todavía no reportaba en las filas del
kirchnerismo: el salto en la rentabilidad empresaria que ocurrió a partir de
2002, por los efectos que tuvo la devaluación del peso. Cómo se logró este
salto en la rentabilidad no es ningún secreto: la megadevaluación de 2002
como resultado de la salida de la caótica convertibilidad, condujo a un
desplome de los costos salariales para el conjunto de la clase capitalista.
Con los precios moviéndose al calor de la desvalorización del peso en
relación al dólar (de forma desigual en distintas ramas), los empresarios
adecuaron sus ingresos a la nueva situación; pero en la abrumadora mayoría
de los casos, un costo fundamental, el del salario, se mantuvo casi
incambiado en términos nominales; es decir que perdió incidencia en la
ecuación económica del capital, que pudo así incrementar su participación en
el valor generado. La degradación de las condiciones de los trabajadores
asalariados fue un elemento fundamental para abrir un nuevo panorama para la
economía nacional. Bajo las condiciones de hiperdesocupación (llegó a 25 %
durante 2002) y con el apoyo de prácticamente todas las alas de la
burocracia sindical a la salida devaluatoria, los intentos de resistencia al
mazazo que representó el salto de los precios (de 40 % en un año) sobre los
salarios fueron imponentes. Este desplome en el valor de la fuerza de
trabajo, unido al mercado que se abrió para un montón de sectores
productivos gracias al sideral encarecimiento de productos importados que
significó pasar del “1 a 1” al “3 a 1” en pocos meses, constituye la base de
la reactivación económica. Por eso es este nuestro punto de partida para
analizar el período. Se comprende que no sea grato para quienes hablan de
“crecimiento con inclusión” reconocer que fue esta “desposesión” en gran
escala lo que creó las condiciones para el mismo. Las etapas que recorrió la
economía bajo el kirchnerismo, pueden entenderse a partir de este cambio que
significó la salida de la convertibilidad, y las contradicciones que se
fueron desarrollando a partir de él.

La transformación estructural falta a la cita

Si algo caracteriza el período que siguió a la recuperación
posconvertibilidad es la pronunciada diferencia entre los recursos que tuvo
a su disposición la clase dominante y los que fueron puestos en juego en la
inversión. Tanto la evolución de los desembolsos de las grandes firmas, como
los agregados macroeconómicos muestran un ritmo de acumulación de capital
que no se condice con los niveles de rentabilidad alcanzados durante estos
años. La clase capitalista destinó a la ampliación y renovación de las
capacidades productivas recursos menores de los que tuvo disponibles. El
correlato de esto fueron los giros de utilidades de las firmas extranjeras,
y la fuga de capitales, que juntos suman la friolera de 140 mil millones de
dólares durante los gobiernos kirchneristas.

Viendo estos números, difícilmente pueda sorprendernos comprobar que la
estructura productiva haya mantenido los rasgos que arrastraba desde la
década previa: una fuerte desarticulación, dependencia de insumos
importados, y baja agregación de valor en todas las cadenas. Tampoco es una
sorpresa que rápidamente se agudizaran las tensiones inflacionarias, como
respuesta a las contradicciones que generó la devaluación, por la disputa de
márgenes entre los sectores capitalistas y la respuesta de los trabajadores
para defender sus ingresos, y también surgen de la brecha entre el aumento
de la demanda agregada y lo que creció la oferta, a consecuencia del débil
ritmo de la inversión.

Espejismos

La necesidad de analizar la economía política kirchnerista tomando como
referencia el verano caliente de 2001 no se debe sólo a la magnitud del
hundimiento previo y la reestructuración salvaje que produjo la salida de la
convertibilidad. El rechazo a las políticas antiobreras y antipopulares con
las que la clase capitalista quería descargar la crisis sobre las espaldas
del pueblo trabajador, que se venía manifestando de forma creciente en las
acciones de protesta de trabajadores ocupados y desocupados desde los
últimos años de Menem, y en las puebladas que recorrieron todo el país,
culminó con la caída de De la Rúa como resultado de movilizaciones de masas.
Esto signó la política del período posterior. De forma paradojal, la
resistencia obrera y popular que actuó como freno para las políticas de
ajuste y austeridad en los marcos de la convertibilidad, terminó
favoreciendo las condiciones por las cuales la disputa entre sectores
burgueses se saldó con un ajuste devaluatorio. Pero al mismo tiempo se
produjo un cambio en la relación de fuerzas entre las clases. Cuando asumió
Néstor Kirchner en mayo de 2003, el régimen político continuaba
desprestigiado; reverberaba el “que se vayan todos” que cientos de miles
habían voceado en las calles un año y medio antes.

En estas circunstancias, Kirchner apostó desde el primer momento de su
mandato a recomponer la hegemonía con políticas que fueron presentadas como
de un signo distinto, presentando al Estado como “árbitro”. Estas
pretensiones del estatalismo y las contradicciones que desarrolló, ocupan un
lugar destacado en nuestro estudio.  El objetivo profundamente conservador
fue la reconciliación de los vastos sectores obreros y populares con el
régimen que cuestionaban en las calles. La restauración que llevó a cabo el
kirchnerismo fue ante todo la del poder de la burguesía.

Durante algunos años se alimentó un espejismo: sin una ruptura en las
relaciones con el imperialismo ni un ataque a sus posiciones en el país, sin
una transformación de la estructura impositiva, y sobre la base de la
estructura económica dependiente y desarticulada, se pretendió que podría
haber crecimiento sostenido a tasas elevadas con “inclusión social”.
Pretendida inclusión que desde el comienzo tuvo como límite infranqueable la
preservación de las condiciones degradadas que afectan a franjas muy
significativas del pueblo trabajador, como resultado de la fragmentación y
precariedad laboral que siguieron sancionadas por las leyes y convenios
impulsados durante estos últimos doce años. Si esta pretensión pareció
sostenible casi una década, fue por la magnitud del ajuste de 2002, que
permitió que las tensiones que empezaron a surgir se desarrollaran al
principio paulatinamente, dando margen para los ensayos de contención.
También, por el hecho de que el ciclo kirchnerista tuvo lugar en un momento
internacional excepcionalmente favorable en términos de precios y demanda de
los granos que exporta el país.

Pero el precio de la continuidad de la dependencia fue elevado, como suele
ocurrir. Durante el período 2002-2014, la Argentina acumuló un superávit
comercial de 184 mil millones de dólares, pero el mismo no tuvo como
correlato ninguna canalización de recursos que sentara las bases para la
transformación –siquiera mínima– de la estructura productiva. En tiempos de
abundancia tanto el estado como la burguesía –la imperialista y la
“nacional”– transfirieron recursos al exterior a ritmo acelerado. El Estado
lo hizo en nombre del “desendeudamiento”. Los capitalistas extranjeros y la
burguesía colocaron en el exterior buena parte de las ganancias amasadas en
el país, bajo la forma de giros de utilidades los primeros, como lisa y
llana fuga (acompañada casi siempre de evasión) los segundos. El resultado
de que los recursos excedentes se concentraran en alimentar esta salida de
dólares, fue la vuelta del frenazo de la economía por escasez de divisas a
partir de 2011.

En estas circunstancias, no hay pretensión de conciliación de clase que
pueda perdurar. Desde que Cristina inició su segundo mandato que la economía
se encuentra en situación de estancamiento. La administración de los varios
frentes de tormenta, que el gobierno pretendió hacer sin cambiar en lo
sustancial los mecanismos de política económica que viene profundizando
desde 2003, llevaron a tensiones con sectores del empresariado,
especialmente de los sectores más poderosos de la burguesía industria, que a
través de AEA y del Foro de Convergencia Empresarial vienen pronunciándose
por cambios drásticos en el ordenamiento de la economía. Las dificultades
también llevaron al gobierno a entrar en conflicto con sectores de la clase
trabajadora. Nada menos que con aquellos que fueron los más beneficiados por
el “modelo”: los asalariados que más vieron recomponerse sus ingresos y
están alcanzados por el impuesto a las Ganancias. La idea de que este sector
de trabajadores sería “privilegiado” y debería ser solidario con los de
menores ingresos como fundamento de una supuesta progresividad de cobrar
este impuesto, se choca de bruces con la regresividad que caracteriza a todo
el sistema impositivo, de la que damos cuenta en nuestro trabajo.

Con el gobierno llevado a aplicar medidas de freno a la economía para cuidar
los dólares y a entrar en conflicto con sectores de las clases que pretendía
conciliar, empezó a hacerse humo el espejismo con el cual el kirchnerismo
apuntó a recomponer el dominio de la burguesía.

El país de los senderos que se bifurcan

La parábola recorrida por la economía política kirchnerista muestra el techo
que pueden encontrar las aspiraciones obreras y populares en la Argentina
del siglo XXI gobernada por los capitalistas. Un techo ubicado por debajo
del de otras experiencias de conciliación de clase que recorrieron la
historia nacional. Al cabo del período, se muestra que continúa la
degradación en las condiciones de trabajo, mientras que el nivel de
remuneraciones y la participación de la fuerza de trabajo en el ingreso
generado apenas recuperaron el nivel medio de los años noventa, muy lejos
del de los años setenta. Esto se explica por el sencillo hecho de que en un
mundo signado por las consecuencias de la restauración burguesa neoliberal y
en medio de una crisis iniciada en 2008 que sigue produciendo nuevos
episodios, como analizan Paula Bach y Eduardo Molina en esta revista, las
pretensiones de conciliación del proyecto kirchnerista se dieron sobre la
base de asegurar todos los “derechos” del capital trasnacional, como son los
regímenes laborales flexibles y los estímulos impositivos para la radicación
de inversiones, así como los tratados bilaterales que comprometen al Estado
nacional en la reproducción del capital global. El “capitalismo en serio”
que el kirchnerismo se propuso cubrir con un nuevo manto de legitimidad,
mostró “serios” límites para las aspiraciones de los sectores populares.

Lo que deja el kirchnerismo vuelve a evidenciar que es utópico abrigar
expectativas en lo que puede deparar un proyecto burgués “nacional y
popular” para los sectores populares. La idea de que a la Argentina le falta
más desarrollo capitalista o que puede aspirar a otro tipo de capitalismo es
una falacia. El capitalismo argentino está ya desarrollado; lo está como una
formación atrasada y dependiente. Nada bueno puede surgir de su perpetuación
para los trabajadores y sectores populares.

El próximo período estará signado por la implementación de una agenda que a
grandes rasgos es compartida por los principales candidatos a la sucesión,
incluso los que se proponen la continuación del proyecto kirchnerista,
convergiendo todos en la “gran moderación” que signa la conclusión de este
ciclo. Es la que vienen reclamando los principales exponentes de la
burguesía argentina y extranjera con presencia en el país.

Nuestra crítica de la economía política de los años kirchneristas apunta a
poner en evidencia que ante las opciones en las que se debaten el
kirchnerismo y la oposición patronal se abren otros posibles cursos de
acción, a condición de cuestionar las reglas del juego de la economía
capitalista semicolonial que unos y otros coinciden en mantener. Es falso
que no hay alternativas al ajuste que, con más shock o gradualismo, todos
los aspirantes a la sucesión presidencial se preparan para profundizar.
Ellos tienen una hoja de ruta, nosotros debemos contraponer la nuestra; para
ello el desafío es poner en movimiento las energías que puedan abrir paso a
las alternativas de otra clase. Este libro es una apuesta a contribuir al
desarrollo de esta perspectiva, que solo puede surgir si cobra fuerza
material en millones de trabajadores la idea de que es necesario fortalecer
una alternativa política independiente para luchar por transformar de raíz
este orden social basado en la ganancia, desatando los nudos de la
dependencia y el atraso que una burguesía unida por mil lazos al
imperialismo no hace más que perpetuar.

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