Uruguay/ de robinjudes a neotupamaros [Samuel Blixen]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Vie Ago 19 14:04:48 UYT 2016


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Correspondencia de Prensa

19 de agosto 2016

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Uruguay

De robinjudes a neotupamaros 

Vendrán otros desparpajos, a medida que los neotupamaros completen su
transformación en robinjudes, mediante una explotación desvergonzada de
viejas historias y viejas leyendas. 

Brecha, Montevideo, 19-8-2016 

http://brecha.com.uy/

Afines de los setenta periodistas europeos –replicados por periodistas
locales– compararon a los tupamaros con la leyenda de Robin Hood, lo que
venía bien para la política de captar la simpatía popular para la guerrilla;
después los tupas abruptamente dejaron de ser robinjudes y, más tarde aun,
quisieran no haberlo sido nunca: Robin Hood, de hecho, después de asaltar a
los cobradores de impuestos en los caminos, terminó ostentando un título
nobiliario y se casó con una dulcinea británica.

El historiador Eric Hobsbawm recopiló los casos históricos de personajes, en
su mayoría campesinos, que se alzaron contra los déspotas locales –señores
feudales o funcionarios de la corona– y se convirtieron en bandidos fuera de
la ley; sus reivindicaciones eran compartidas por los habitantes de la zona,
que aportaban protección y apoyo. Como a nuestro vernáculo Martín Aquino, el
último de los matreros, la suerte de los bandidos, según Hobsbawm, era la
muerte, o la vuelta al redil. Pocas veces los bandidos tenían la capacidad
militar para enfrentar la represión, por más que sus reivindicaciones eran,
a veces, revolucionarias.

En el siglo XX Pancho Villa y Emiliano Zapata fueron bandidos, también lo
fue Sandino, y los invasores del Granma fueron bandidos ocultos en la Sierra
Maestra, hasta que cumplieron lo que el general Líber Seregni calificó como
la excepción que confirma la regla: una fuerza irregular nunca puede
derrotar a un ejército profesional, decía; en todo caso triunfará cuando
parte de este ejército se incorpore a aquella fuerza. Es difícil aceptar la
ecuación cuando los antecedentes históricos en nuestro continente oponen a
hombres generosos, valientes y consustanciados con la causa, con mercenarios
que dan golpes de Estado, torturan y desaparecen prisioneros. Pero la
evidencia es que, en su gran mayoría, las experiencias revolucionarias de
gruidos insurgentes fueron ahogadas por los ejércitos profesionales.

¿Dónde está la explicación? Una puede ser que la convicción política, la
fortaleza ideológica y el compromiso personal no pueden contra el
entrenamiento permanente, el apoyo material, en insumos, armas, logística, y
el sistema vertical de la orden que se impone por el miedo y la sanción.

Los tupamaros estuvieron a punto de dejar de ser bandidos, pero fueron
derrotados militarmente, aunque en el exilio y en las cárceles, para
desespero de represores y carceleros, se empeñaron en buscar la vuelta de
tuerca para los viejos objetivos revolucionarios. Aquí aparece una
peculiaridad que hubiera interesado a Hobsbawm: la derrota se convirtió en
triunfo cuando, a caballo de las particularidades de la coyuntura a la
salida democrática, se buscaron formas de organización y de funcionamiento
para intentar, desde la legalidad (mientras durara), avanzar en los
objetivos de la liberación nacional. Si no hubiera habido un cisma interno,
y se hubiera puesto toda la carne en el asador, el pragmático Raúl Sendic
hubiera concretado el sueño de la reforma agraria sin necesidad de
expropiaciones, por la vía de colonizar las tierras en manos del Banco
República, que eran la garantía de préstamos nunca pagados; una deuda
vencida, incobrable, cuya dimensión, en hectáreas, era inmensa. La
propuesta, impecable desde el punto de vista legal (el Estado era dueño de
las tierras) no sedujo, claro, al presidente Julio María Sanguinetti, pero
tampoco a los legisladores blancos que reivindicaban la política agraria de
Wilson Ferreira Aldunate; Sendic quedó solo agitando el proyecto desde las
páginas de Mate Amargo.

El ascenso del Mpp (Movimiento de Participación Popular) como fuerza
electoral dejó atrás las iniciales dudas sobre las consecuencias de la
incorporación al Parlamento y las advertencias sobre la capacidad de
aspiradora del sistema. Pero en algún momento hubo un punto de quiebre, el
Parlamento dejó de ser una tribuna de agitación y uno de los escenarios para
dirimir las contradicciones en una izquierda que iba siendo cada vez menos
izquierda (en ese proceso de captación de las mayorías nacionales) para
convertirse en la usina de cargos públicos, un control de una parcela de
poder que justifica el apoyo a políticas económicas para reproducir ese
control. Así como el Frente Amplio en su conjunto fue desdibujando sus
perfiles históricos, el Mpp fue transformándose en el opuesto de aquel Mln
(Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros) revolucionario. Aquel
argumento de que se debía avanzar de a poco quedó desmentido por 12 años de
gobierno con mayorías parlamentarias, en los que el Mpp ha sido la principal
garantía de esa involución.

Los revolucionarios se convirtieron en políticos, y después los políticos se
convirtieron en funcionarios. Habría que ser un sofista (experto en trampas
dialécticas) para encontrar en las propuestas tupamaras algún indicio de que
la “tarea de la etapa” es administrar el capitalismo y aportarle un rostro
humano. O, como acaba de decir el flamante subsecretario de Defensa
Nacional, Daniel Montiel, que las fuerzas armadas uruguayas cumplen hoy
roles de liberación nacional, nada menos. La liberación nacional, estimados
funcionarios, estaba asociada en el esquema tupamaro a transformaciones
radicales que expresaran las necesidades de las grandes mayorías por la vía
de la desarticulación de los privilegios de las minorías oligárquicas;
ahora, la liberación nacional se expresa en el despliegue del batallón
Escorpión para disuadir a aquellos estados que ponen el ojo en nuestra agua
dulce y nuestros alimentos. (Para quienes piensen que exageramos, ver la
entrevista de El Espectador a Daniel Montiel, miércoles 17)

Vendrán otros desparpajos, a medida que los neotupamaros completen su
transformación en robinjudes, mediante una explotación desvergonzada de
viejas historias y viejas leyendas. Pero, aquí, en el símil de Robin Hood, y
en esa “transustanciación” vale la pena citar al escritor y erudito Robert
Graves, para quien, buscando fuentes históricas del legendario bandido, hood
era una especie de piojo que habitaba el leño, tallado en una encina
sagrada, “que se quemaba durante las fiestas de la primavera; el piojo tenía
la cualidad de saltar junto con las chispas del fuego, quedando así
alegremente siempre libre del peligro”.

Exacto.

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