Siria/ Alepo, la tumba de la izquierda [Santiago Alba Rico]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Jue Dic 22 17:27:16 UYT 2016


  _____

Correspondencia de Prensa

22 de diciembre 2016

Boletín Informativo

redacción y suscripciones

germain5 en chasque.net

  _____

Siria

Alepo, la tumba de la izquierda

Al aceptar un falso yugo geoestratégico y sin entender el nuevo desorden
global, se ha entregado el pueblo sirio a un dictador asesino, a la Rusia de
Putin, al Irán de los ayatolás, al Estado Islámico y a las teocracias del
Golfo.

Santiago Alba Rico *

ctxt, contexto y acción, 21-12-2016

http://ctxt.es/es/

Viento Sur, 22,12-2016

http://www.vientosur.info/

Para matar a gran escala, lo sabemos, hay que mentir y además insultar y
despreciar a las víctimas. Eso es lo que hizo EEUU en Iraq o lo que ha hecho
siempre Israel en Palestina. Toda la izquierda compartió en 2003 esta
denuncia al lado de la gente normal y decente; y se indignó y se condolió al
lado de la gente normal y decente tras los bombardeos de Bagdad o de Gaza. 

Pues bien, ocurre que eso que tanto nos duele y enrabieta cuando son EEUU o
Israel los verdugos se ha convertido en la rutina mental de la izquierda en
su relación con Siria. Hemos aceptado mentir a gran escala para que el
régimen de Asad y sus aliados ocupantes —Rusia, Irán y Hezbollah— maten a
gran escala; y al hacerlo no sólo hemos abandonado y despreciado a las
víctimas, sino que nos hemos separado de la gente normal y decente. Una
buena parte de la izquierda mundial se ha situado, en efecto, al margen de
la ética y al lado de los dictadores y de los muchos imperialismos que
doblegan la zona. En una Europa en la que crece el neofascismo –y el
terrorismo islamista— a velocidad acelerada, este nuevo error, sumado a
tantos otros, nos puede costar muy caro.

Para permitir a Asad matar a gran escala ha hecho falta mentir mucho: ha
hecho falta negar que el régimen sirio fuera dictatorial y afirmar, aún más,
que es antiimperialista, socialista y humanista; ha hecho falta negar que
hubo una revolución democrática muy transversal, no sectaria, en la que
participaban millones de sirios, muchos de ellos de izquierdas, que no se
reconocían en una dirección o un partido (una especie de 15M gigantesco
cristalizado en Consejos y Coordinadoras Locales); ha hecho falta negar la
represión brutal de las manifestaciones, las detenciones, las torturas, las
desapariciones; ha hecho falta negar la legitimidad del Ejército Libre Sirio
(ELS); ha hecho falta negar los bombardeos con barriles de dinamita y el uso
de armas químicas por parte del régimen; ha hecho falta negar o justificar
los bombardeos masivos de la Rusia de Putin; ha hecho falta negar la
tolerancia de todos (Asad, Rusia, Irán, EEUU, Arabia Saudí, Turquía) hacia
el crecimiento del ISIS; ha hecho falta negar la ocupación iraní de Siria;
ha hecho falta negar el imperialismo ruso y su excelente relación con
Israel; ha hecho falta negar la indiferencia errática de EEUU, que sólo ha
intervenido para dejar el paso libre al mismo tiempo al régimen sirio y a
Arabia Saudí; ha hecho falta negar el embargo de armas, que ha dejado la
rebelión en manos de los sectores más radicales, tan contrarrevolucionarios
como el propio régimen; ha hecho falta negar la existencia de
manifestaciones simultáneas contra Asad y contra el ISIS (u otras milicias
yihadistas) en pueblos y ciudades destruidos y asediados; ha hecho falta
negar la ausencia del ISIS en Alepo, expulsado por el ELS en 2014; ha hecho
falta negar el sufrimiento y terror de la población alepina bajo asedio;
pero ha hecho falta –lo peor— negar el heroísmo, el sacrificio, la voluntad
de lucha de miles de jóvenes sirios que se parecen a nosotros y quieren lo
mismo que nosotros; ha hecho falta –aún peor y peor— despreciarlos,
calumniarlos, insultarlos, convertirlos en terroristas, mercenarios o
enemigos de la “libertad”.

Nunca la izquierda, frente a una revolución popular, se ha comportado de un
modo tan innoble: no sólo no se ha solidarizado con ella ni —una vez
derrotada— ha honrado a sus héroes y lamentado el desenlace, sino que les ha
escupido en la cara y ha celebrado su muerte y su derrota. Coherentes con
este negacionismo típicamente imperialista (o estalinista) se ha situado al
lado de la extrema derecha europea y ha reprimido además las movilizaciones
en nuestras ciudades, criminalizando para colmo a la izquierda sensata que,
al lado de la gente normal y decente, ha denunciado los crímenes de Asad y
sus aliados sin dejar de denunciar asimismo los de Arabia Saudí, Turquía y
EEUU ni –por supuesto— el fascismo intolerable, en todo equivalente al del
régimen, del ISIS o del Frente-al-Nusra.

Como dice el comunista Yassin Al Haj Saleh, preso 16 años en las cárceles
del régimen y uno de los más grandes intelectuales vivos, Siria revela el
estado de la vieja izquierda y certifica su muerte. Cuando hace seis años
estalló una revolución democrática mundial cuyo epicentro fue el “mundo
árabe”, la izquierda no estaba preparada ni para protagonizarla ni para
aprovecharla; ni siquiera para entenderla. Hoy, cuando las
contrarrevoluciones victoriosas extienden las redivivas “dictaduras árabes”
a EEUU y Europa, la izquierda ha quedado fuera de juego como resistencia y
como alternativa. Incomodados o molestos, todos los actores abandonaron o
combatieron a las fuerzas democráticas sirias y todos –gobiernos,
organizaciones fascistas y partidos comunistas— han acabado por coincidir en
el relato del “mal menor” que condena a Siria a la dictadura eterna, a la
región a la violencia sectaria y a Europa al terrorismo sin fin.

Esta teoría del “mal menor” (¡mal menor el asesino de cientos de miles de
sirios, bombardeados, torturados o desaparecidos!) ha sido la matriz
histórica de esa “estabilidad” regional, opresora y mortal para los pueblos,
que justificó durante la segunda mitad del siglo XX el apoyo occidental a
todas las dictaduras de la zona. Tras una revolución malograda, ese modelo
del siglo pasado vuelve ahora con ferocidad redoblada, embragado y lubricado
por un sector de la izquierda que aplaude y se entusiasma con “la gran
victoria” de Bachar Al Asad; un modelo hasta tal punto perteneciente al
siglo pasado que se diría que algunos la viven –esa “gran victoria”— como
si, 25 años después y gracias a Putin, la URSS hubiera ganado finalmente la
Guerra Fría. Una cosa es segura: los que la han perdido también esta vez, en
Siria y en Europa, y en Rusia y en América Latina, son la democracia y la
justicia, las únicas soluciones posibles frente a los autoritarismos, los
imperialismos y los fascismos —yihadistas o pardoeuropeos—, hermanos
trillizos que van ganando terreno sin resistencia, que se reclaman
recíprocamente y que, por tanto, sólo podrán ser vencidos si se los combate
al mismo tiempo.

¿Cómo definir esas “revoluciones árabes” que hoy mueren definitivamente en
Alepo con la complicidad del yihadismo y la complacencia de la amplia
alianza internacional, de derechas y de izquierdas, volcada contra Siria?
Esas revoluciones fueron, sobre todo, una revuelta contra el yugo de la
geopolítica que mantenía congeladas, como bajo el ámbar, las desigualdades y
resistencias de la zona desde hacía al menos 70 años. En un mundo de
relaciones de fuerza desiguales entre naciones-Estado, la geopolítica impone
siempre límites a toda política emancipatoria de izquierdas. La geopolítica
–es decir— no es de izquierdas y, si hay que tomarla en cuenta para hacer
mínimos progresos realistas frente a los imperialismos y en favor de la
soberanía, no podemos llegar al punto de contradecir los principios
elementales asociados al carácter universal de toda ética de la liberación:
eso que antes se llamaba “internacionalismo”, cuyo impulso es necesario
recuperar en una versión no-identitaria y democrática.

El llamado “mundo árabe” (que es kurdo y amazigh y bereber y tubu, etc.) es
el ejemplo más doloroso de una entera región, rehén de sus propias riquezas
petroleras, sacrificado al interés común de potencias y subpotencias en
liza: la así llamada “estabilidad”. Cuando los pueblos de la zona se
rebelaron en 2011 contra este “equilibrio” monstruoso, sin pedir permiso a
nadie y al margen de todos los intereses inter-nacionales, la geopolítica
les cayó encima, como una camisa de fuerza, y la izquierda corrió, al lado
de sus enemigos, a anudarle las mangas y apretarle los botones de hierro.

En un contexto en el que la hegemonía de los EEUU se debilita, en el que
otras potencias igualmente imperialistas se independizan de su hegemonía
para imponer sus propias agendas y en el que el campismo de la 2ª mitad del
siglo XX es sustituido por un avispero de intereses reaccionarios
contrapuestos muy parecido al de la 1ª Guerra Mundial –también porque no hay
ahí ni una sola fuerza o proyecto anticapitalista o emancipador— la
izquierda, sin entender nada del “nuevo desorden global” ni de su
musculatura reaccionaria, se ha precipitado a entregar el pueblo sirio,
atado de pies y manos, a un dictador asesino, a la Rusia de Putin, al Irán
de los ayatolás y, de paso, al Estado Islámico y a las teocracias suníes del
Golfo. Es decir, a lo que muy justamente Pablo Bustinduy ha llamado “la
geopolítica del desastre”. No lo hace ahora y en nombre del “mal menor”
(¡Franco y Pinochet un mal menor!). Molesta y desbordada por esas intifadas
populares que no entendía (salvo un puñado de “trotskistas” que eran
“trotskistas” sólo porque sí las entendían y las apoyaban), la izquierda
mundial reaccionó desde el principio de la misma manera que los gobiernos y
la extrema derecha: apoyando a los dictadores. Para los imperialistas eso no
ha supuesto jamás un problema (“nuestros hijos de puta”) pero sí debería
plantear alguno a la gente que se dice “de izquierdas”, que han acabado por
renunciar a comprender el mundo al tiempo que a sus principios éticos y
políticos. Para abandonar a nuestros afines sobre el terreno, apoyar a sus
verdugos y dejar matar a gran escala, decíamos, ha hecho falta deshacerse de
la verdad y someterse a los mismos clichés culturalistas, racistas e
islamófobos de la peor derecha europea.

Apostando por un esquema geopolítico superado que impide abordar el “nuevo
desorden global”, la izquierda ha abandonado, en efecto, sus principios
éticos a cambio de nada; o, mejor dicho, para favorecer así el regreso, en
versión expandida y agudizada, de las dictaduras, los imperialismos y los
yihadismos. Este gran éxito geoestratégico se ha alcanzado a costa de
aceptar una triple contradicción, incompatible con la universalidad de la
ética de la liberación y brutalmente occidental y orientalista.

Aceptar este yugo geoestratégico –por lo demás ilusorio y mal fundamentado—
supone, en primer lugar, declarar sin vergüenza que un madrileño tiene
derecho a combatir una monarquía insuficientemente democrática y un
bipartidismo corrupto y a desear, sin arriesgar la vida, más democracia y
más justicia social para su país mientras que un sirio debe en cambio
soportar una dictadura que lo encarcela, lo tortura y lo asesina y renunciar
a todo atisbo de democracia y de justicia social.

Aceptar este falso yugo geoestratégico supone, en segundo lugar, declarar
también que es mucho más grave que encarcelen a Andrés Bódalo en España que
a Yassin Al Haj Saleh o a Salama Keile o a Samira Khalil, todos comunistas,
en Siria; o que es mucho más grave la detención de unos titiriteros o el
procesamiento de un concejal en Madrid que el asedio por hambre y el
bombardeo de un entero país.

Aceptar este falso yugo geoestratégico supone, finalmente, reclamar con toda
naturalidad el derecho de los españoles (o los latinoamericanos) a decidir
si y cuándo y de qué manera pueden rebelarse los “árabes” contra sus
dictadores. Los sirios, al parecer, deben hacer lo que les indique desde
fuera una izquierda que se ha revelado impotente, inútil y ciega en sus
propios países. Eso implica, además, vivir como una amenaza, y no como una
esperanza, la voluntad democrática y las luchas sociales de los otros
pueblos: los que luchan en condiciones más difíciles por lo mismo que
nosotros se convierten no en compañeros sino en enemigos, no en valientes
afines con los que hay que solidarizarse sino en criminales “terroristas”,
ese término que tan justamente denunciamos o relativizamos cuando lo
utilizan nuestros jueces o nuestros gobiernos “imperialistas”.

Una buena parte de la izquierda árabe, europea y latinoamericana –en
resumen— ha sacrificado el internacionalismo a un orden geoestratégico en el
que los pueblos y sus luchas democráticas no tienen ya ningún amigo y en el
que, fuera de juego y en claro retroceso, esa izquierda ha dejado avanzar
sin resistencia, ahora en todo el mundo, los regímenes contra los que se
alzaron los “árabes” en 2011. No hemos comprendido nada, no hemos ayudado
nada, hemos entregado al enemigo todas las armas, incluso la conciencia. La
democracia retrocede desde Siria en todo el planeta. Alepo es, sí, la tumba
de los sueños de libertad de los sirios, pero también la tumba de la
izquierda mundial. Justo cuando más la necesitamos.

* Santiago Alba Rico es filósofo y escritor. Nacido en 1960 en Madrid, vive
desde hace cerca de dos décadas en Túnez, donde ha desarrollado gran parte
de su obra. El último de sus libros se titula Leer con niños.

  _____





---
El software de antivirus Avast ha analizado este correo electrónico en busca de virus.
https://www.avast.com/antivirus


------------ próxima parte ------------
Se ha borrado un adjunto en formato HTML...
URL: http://listas.chasque.net/pipermail/boletin-prensa/attachments/20161222/c175d5d1/attachment-0001.htm


Más información sobre la lista de distribución Boletin-prensa