Uruguay/Debates/ el partido que no estaba a la izquierda del capitalismo [Gabriel Delacoste]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Mar Ene 26 00:08:08 UYT 2016


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Correspondencia de Prensa

26 de enero 2016

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germain5 en chasque.net

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Uruguay/Debates

El partido que no estaba a la izquierda del capitalismo 

Gabriel Delacoste

La Diaria, Montevideo, 21-1-2016

http://ladiaria.com.uy/

La discusión entre Fernando Isabella y Rodrigo Alonso en las páginas de La
Diaria y Brecha (1) ilustra el estado de la discusión actual en la izquierda
uruguaya. Si bien el tema del crecimiento no es nuevo ni exclusivo de
Uruguay, en la coyuntura actual el problema se encuentra en un lugar
central. Ambas partes tienen algo de razón, y lo primero es reconocer que
los dilemas planteados son reales y hablan de una situación en la que no es
evidente qué hay que hacer. No hay una receta para las izquierdas de países
pequeños y periféricos en una situación de enfriamiento económico.

A pesar de esto, la discusión, como casi todas en la izquierda uruguaya,
tomó rápidamente un formato estereotipado. Primero se postulan dos
opiniones: una más moderada, una más radical. Luego, el portador de la
opinión moderada se asegura de arrinconar al radical en la esquina formada
por las paredes del sesentismo y la mística. Pintar a las posturas radicales
como desactualizadas (y, por lo tanto, anticientíficas) y pasionales (y, por
lo tanto, irresponsables) deja el espacio libre para moverse como el
portador del saber técnico y la responsabilidad política.

Para las posiciones moderadas es muy cómodo ocupar ese lugar después de las
derrotas que sufrieron las izquierdas radicales en los 70 y los 80 y del
relativo éxito electoral de las izquierdas “renovadas” y permeadas por el
liberalismo. Sin embargo, las cosas están cambiando. La hegemonía del
neoliberalismo en las ciencias sociales está aflojando, el marxismo se está
recomponiendo como fuerza intelectual y la desigualdad vuelve a ser vista
como inherente al capitalismo. Además, ya pasaron 30 años desde los 80 y
empieza a ser un poco extraño que quienes continúan una pelea comenzada por
aquellos años y son hoy hegemónicos se sigan planteando como “la renovación”
y el futuro. Más aún si tenemos en cuenta la destrucción de la
socialdemocracia europea, modelo para los “renovadores” de todo el mundo. No
sólo las izquierdas radicales fueron derrotadas. Después de tres décadas de
agresiva moderación, hoy los partidos socialdemócratas europeos se
encuentran o bien aplicando ajustes fiscales salvajes, o bien gobernando
como socios menores en coaliciones conservadoras, o bien reducidos a su
mínima expresión electoral, o bien, finalmente, replanteándose seriamente su
rumbo hacia el centro ante demandas de sus exasperadas bases partidarias.

Si vamos a aprender de la historia, este hecho no puede ser soslayado,
especialmente porque la socialdemocracia europea fue hasta ahora el proyecto
más exitoso de, en los términos de Erik Olin Wright, “capitalismo domado”.
Salvo que contemos al hiperliberal Estados Unidos o al “milagro coreano”,
donde la gente trabaja más horas que en cualquier otro país desarrollado y
se suicida más que en casi todos los países del mundo (entre ellos, por
cierto, Uruguay).

Es necesario tener en cuenta, además, un hecho adicional: la “doma”
socialdemócrata del capitalismo europeo durante los “30 gloriosos” no
ocurrió sólo gracias a alianzas policlasistas y una tecnocracia virtuosa,
sino a un contexto en el que la amenaza revolucionaria era muy real, pocos
años después de las guerras mundiales y a pocos kilómetros de un bloque
socialista (el resultado de la Nueva Política Económica -NEP- que elogia
Isabella) que no siempre fue sinónimo de estancamiento. La desaparición de
la amenaza revolucionaria es gran parte de la explicación de por qué en las
últimas décadas la socialdemocracia cedió tanto y el neoliberalismo, tan
poco.

El capitalismo necesita crecimiento eterno: nadie invierte si no piensa que
le va a volver más de lo que puso. Y la Tierra no soporta crecimiento
eterno. Es posible que haya que hacer alianzas tácticas con sectores del
capital para hacer viable un proyecto político transformador, pero es
importante enmarcarlas estratégicamente para no hacer nuestro el proyecto de
éstos. De lo contrario, corremos el riesgo de postergar indefinidamente la
construcción de algo nuevo. ¿Hay un umbral de Producto Interno Bruto a
partir del cual se pueda empezar a construir el socialismo? ¿Cuál va a ser
la señal política de que el crecimiento económico ya no es un juego de suma
positiva? ¿Vamos a tener fuerza en ese momento para traicionar nuestras
“sólidas alianzas”? El desarrollismo a veces suena como la peor versión del
etapismo marxista, sólo que para justificar políticamente lo contrario.

Hago estas preguntas porque veo cómo aun los países más ricos del mundo son
incapaces de discutir el crecimiento y siguen viéndolo como la solución de
sus problemas políticos y económicos. Acá ya sabemos, por lo menos, que diez
años de gobierno de izquierda con las tasas de crecimiento más
espectaculares del último medio siglo no alcanzan. Dudo que 20 sí sean
suficientes. Me pregunto si, a este ritmo, viviré para ver a la izquierda de
este país replantearse el tema.

Es cierto que el crecimiento económico permitió en los últimos años alianzas
de clase amplias y dio poder de negociación a los trabajadores gracias a la
baja del desempleo. Los logros en este terreno no son despreciables. Pero
tampoco hay que negar que ese mismo crecimiento ha generado tensiones
imposibles de ocultar.

El crecimiento económico que efectivamente vivió Uruguay en los últimos diez
años tuvo lugar principalmente gracias a tres factores: inversión
extranjera, altos precios de las materias primas exportadas y consumo
interno derivado del crecimiento de los salarios. Es problemático pensar que
podemos relanzar el crecimiento sobre estas bases.

Para volver a captar grandes volúmenes de inversiones extranjeras tenemos
que ofrecernos como un país más rentable, devaluando aun más o con más
beneficios y exoneraciones al inversor, comprometiendo a futuro la relación
entre crecimiento y recaudación. En un contexto de bajo crecimiento, eso no
es compatible con mantener una política salarial suficientemente expansiva
como para que el consumo interno siga siendo un motor del crecimiento, salvo
que se recurra masivamente al endeudamiento externo para estimular la
economía (ya que aumentar los impuestos también es recesivo). Otra salida es
intensificar y tecnificar aún más la producción agrícola, para mantener las
exportaciones de materias primas aun si se reduce la demanda. Las señales
crecientemente urgentes que nos dan nuestros ríos, nuestras tierras y el
éxodo campo-ciudad desaconsejan esta salida. También se puede apostar todo a
encontrar petróleo. En un mundo asolado por el cambio climático, esto sería
de una irresponsabilidad inaceptable.

Las propuestas de Isabella son atendibles y me gustaría verlas
implementadas, pero hay que tener claro que no son las que han generado el
crecimiento de estos años y que no existen garantías (si sólo podemos usar
la historia como laboratorio) de que vayan a funcionar.

Vemos, entonces, que el crecimiento no se puede pensar en abstracto, no da
garantías y no es gratis. Y sus costos los paga el proyecto político. Los
choques con los funcionarios públicos generados por las tercerizaciones, los
contratos precarios y las sociedades anónimas propiedad del Estado que
promovió el Frente Amplio tensionan la unidad de la clase trabajadora (es
llamativo cómo Isabella señala como trabas a los trabajadores del Estado y
no al empresariado). La tendencia de los sectores más dinámicos de la
economía del conocimiento a crear empleos precarios pone en entredicho la
posibilidad de mantener las tasas de sindicalización a futuro. La apuesta a
una alianza de clases amplísima hace difícil comunicar la naturaleza del
proyecto político, instalando la sensación de que “es todo lo mismo” (las
derrotas electorales no sólo se arriesgan “por izquierda”).

Hay que pensar con precisión quiénes forman parte de la alianza de clases
frenteamplista. Parecería que todos: trabajadores, capas medias,
capitalistas y capital transnacional. No se debe tensionar las relaciones
sociales, pero ¿qué pasa si las tensionan los capitalistas, exigiendo
ajustes?

Esto es lo que está ocurriendo en Brasil. Si no podemos ignorar los fracasos
de Venezuela y Argentina, tampoco podemos ser indiferentes a lo que pasa en
nuestro vecino del norte. Allí, un gobierno con toda la intención de dar
buenas señales a los mercados y relanzar el crecimiento está siendo cada vez
más asediado por una clase empresarial que quiere ejercer directamente el
poder. Fue la clase empresarial y no la izquierda la que rompió el pacto
desarrollista. El gobierno del Partido de los Trabajadores va cediendo de a
poquito, perdiendo lentamente su razón de ser. Los fracasos en Argentina y
Venezuela serán más espectaculares, pero el de Brasil no es menos trágico.
Estamos juntos en este barco. El capitalismo dispara sobre moderados y
radicales, sin distinción.

Debemos saber que en una democracia, un día las elecciones se van a perder y
que después de eso la lucha sigue. Y que si una derrota electoral revierte
lo logrado, no será solamente por “no escuchar al pueblo”, sino también por
no haber sido audaces solidificando los avances, haciendo de la economía
social un sector relevante, desarmando el poder mediático, formalizando y
desprecarizando la ampliación del Estado, integrándonos con la región y
reformando la Constitución. Eso también lo tenemos que aprender de
Argentina.

En este barco, nadie tiene el monopolio del realismo: son realistas los
radicales cuando dicen que el capitalismo genera crisis y desigualdad, y
que, en última instancia, los juegos de suma cero son inevitables. De la
misma manera, el lenguaje florido y la mística no son monopolio de los
radicales: si así fuera, los “realistas” no hablarían en nombre del
bienestar de las mayorías ni de la revolución.

Para lo que viene vamos a necesitar mística y realismo por igual, saliendo
de nuestras trincheras sectoriales. Vamos a necesitar también repensar la
unidad, siendo claros en quiénes son nuestros compañeros y quiénes son
aliados circunstanciales que van a abandonar el barco a la primera
oportunidad. Vamos a tener que ser autocríticos, finos y rigurosos para
diferenciar qué cosas son maniobras astutas ante un enemigo superior y
cuáles son capitulaciones que nos suman a su flota. Y, sobre todo, vamos a
necesitar discutir sobre nuestro deseo y nuestro rumbo, para que las
maniobras evasivas no nos lleven a la nada. 

Nota de Correspondencia de Prensa

1) La Diaria, 31-12-2015 y 14-1-2016 y Brecha 8-1-2016. Ver Correspondencia
de Prensa, 10-1-2016.

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