Brasil/Venezuela/ ¿y ahora qué hacemos? [Pablo Stefanoni]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Mar Mayo 31 19:14:43 UYT 2016


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Correspondencia de Prensa

31 de mayo 2016

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Brasil/Venezuela

¿Y ahora qué hacemos?

Cómo utilizar una misma vara, desde la izquierda, para pensar la situación
venezolana y brasileña

Pablo Stefanoni

Nueva Sociedad, mayo 2016

http://nuso.org/

La crisis en Brasil y Venezuela presenta no pocos problemas para las
izquierdas y las fuerzas populares latinoamericanas. La coincidencia
temporal de ambos sucesos obliga a buscar una vara común para evaluarlos, a
riesgo de mostrar serias inconsistencias argumentativas –lo que, hay que
decirlo, no desanima a algunos opinadores de las izquierdas
«antiimperialistas» continentales–.

En el primer caso, asistimos, dicho en el portugués inventado de los
hispanohablantes, al grotesco «mais grande do mundo», en el que una banda de
congresistas corruptos, reaccionarios y oportunistas escenificaron un
impeachment aprovechando la mayoría opositora en las Cámaras y el masivo
rechazo contra la corrupción.

Se trató de una conspiración política de grandes dimensiones, montada por
funcionarios como Eduardo Cunha –presidente del Congreso y apartado apenas
de votó el juicio político impulsado por él–, acusados de numerosos actos de
corrupción y diversos delitos. Paradójicamente, no suspendieron a Rousseff
por corrupción sino en virtud de la acusación de maquillaje del déficit.
«impeachment sem crime e golpe», denunció sin éxito el PT. Y el ya
renunciado ministro Romero Jucá admite en una conversación filtrada que la
suspensión de Dilma buscaba frenar las investigaciones judiciales que
involucraban a parte de la elite parlamentaria.

Pero esta conspiración fue posible solo en virtud de un sistema político
(proporcional de lista abierta) que destruye la incidencia de los partidos y
fragmenta de tal forma el sistema parlamentario que impide la constitución
de voluntades colectivas transformadoras. Así, Dilma, que fue elegida con el
42% cuenta solo con un 15% de los diputados (que en su enorme mayoría son
hombres y blancos). Por su parte, la denominada «Bancada da bala» (ex
policías y militares) junto a ruralistas y evangélicos conforman una derecha
sobrerrepresentada gracias al sistema electoral. Como ha señalado el
politólogo Germán Lodola, no se puede entender la política brasileña desde
los modelos imperantes en otros países de la región: en Brasil, «los
presidentes son siempre minoritarios y lo que hay que mantener es un
gobierno de coalición». En ese contexto, grupos de poder como los
ruralistas, mediante su bancada y su control de la Comisión de Agricultura,
son capaces de frenar cualquier atisbo de reforma agraria, en tanto que los
evangélicos constituyen un grupo transversal a los partidos.

Para explicar la caída de Dilma es mejor alejarse de los memes que muestran
la foto de una Dilma guerrillera como blanco del «golpe»: el gobierno de
Dilma no solo nombró a la agrosojera Kátia Abreu a la cabeza del ministerio
de Agricultura o al neoliberal Joaquim Levy en Finanzas, sino que ya desde
la era Lula el PT se volvió una fuerza crecientemente desmovilizada. Pero, a
su turno, tampoco parecen suficientes los análisis politológicos más
asépticos. Es cierto, como ya se señaló, que el problema central de Dilma es
que se destruyó su coalición de gobierno con el Partido del Movimiento
Democrático Brasileño (PMDB), una fuerza básicamente oportunista de la que
proviene el vicepresidente Michel Temer, ahora a cargo del Ejecutivo. El
nuevo gobierno, con aristas claramente conservadoras, ha construido su
propia base de apoyo repartiendo ministerios entre todos los partidos
opositores de centroderecha y derecha. Ahora bien, eso ocurre con el
trasfondo de una masiva movilización de las fuerzas «anti-PT», que incluyen
rechazos clasistas y antiplebeyos a los avances sociales –materiales y
simbólicos– de la década larga de gobierno de centroizquierda. El PT no solo
perdió en la arena institucional sino, de manera más preocupante, en la
calle. Y todo ello ocurrió en el marco de una especie de Mani Pulite a la
brasileña, que repitió problemas de la experiencia italiana  y agregó
aristas vernáculas tropicales. Hoy varios poderosos empresarios están tras
las rejas, pero en el plano político quien pagó el costo más alto por el
Lava Jato (megacorrupción en Petrobras) fue sin duda el PT.

En paralelo a esta crisis, asistimos al agravamiento de la situación en
Venezuela. Allí, la oposición logró por primera vez, el 6 de diciembre
pasado, derrotar al (pos)chavismo en las urnas y lo hizo con contundencia.
El choque de poderes estaba cantado. Mientras el oficialismo controla el
Poder Ejecutivo, la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) tiene mayoría
calificada en la Asamblea Nacional y, desde ese espacio institucional
legítimo, busca la forma de destituir a Maduro en medio de una crisis con
dimensiones de derrumbe societal posbélico. Durante la era Chávez, se había
instalado una barrera entre la mayoría popular chavista y la oposición que
hacía que no operara el tradicional voto castigo (cuando las cosas van mal
se vota por la oposición realmente existente) ya que para esas mayorías, los
opositores eran «contrarrevolucionarios» y sus líderes solo «niños ricos»
con caras bonitas.

Pero la crisis volteó esas murallas y el voto contra el exchofer de Metrobús
y heredero de Chávez empoderó a una oposición que combina rostros nuevos
(como el del encarcelado Leopoldo López) con figuras de la vieja política
como el nuevo presidente de la Asamblea Nacional Henry Ramos Allup, de la
tradicional Acción Democrática (AD). Sintomáticamente, tanto López como
Ramos Allup se definen como «socialdemócratas» y el segundo funge de
vicepresidente de la Internacional Socialista (un organismo hoy atravesado
por diversos cuestionamientos internos y pérdida de peso en el ámbito
global). En un escenario de unidad formal y fuertes tensiones en su
interior, Henrique Capriles trata de instalar su estrategia de apuesta
principal a las urnas, con la certeza de que la polarización en las calles
beneficiará a la postre a Maduro, aunque sin descuidar la presión callejera.
Recientemente, Capriles declaró que se opone al impeachment a Dilma y que
tanto en Brasil como en Venezuela, la salida a la crisis debe pasar por las
elecciones (de hecho, eso es lo que propone el PT en una versión siglo XXI
de las «Diretas já» de las postrimerías de la dictadura).

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