Colombia/ los otros perdones de La Chinita, el barrio de Apartadó [Marta Ruiz]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Dom Oct 2 08:23:54 UYT 2016


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Correspondencia de Prensa

2 de octubre 2016

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Colombia

Los otros perdones de La Chinita

Lo que ocurrió el viernes en Apartadó es apenas el comienzo de la
reconciliación en una región que en el pasado fue el laboratorio de la
guerra sucia y el exterminio político.

Marta Ruiz

Semana, Bogotá, 1-1-2016

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Matar al enemigo es la guerra. Matar a los propios es el fratricidio.  Ese
principio universal deambulaba el viernes pasado en el acto de perdón
ocurrido en La Chinita, el barrio de Apartadó, en el Urabá antioqueño, donde
35 personas murieron asesinadas de manera indiscriminada en la madrugada del
24 de enero de 1994 durante una verbena popular a manos de un comando armado
de las Farc. Por eso, en nombre de esa guerrilla, Iván Márquez pidió perdón.
Dijo que aquella matanza en casa de Rufina nunca debió suceder. Que la
dirección de la organización nunca la ordenó. Y las víctimas, con la
generosidad que las caracteriza, le respondieron: Las víctimas de La Chinita
sí perdonan. Pero también dijeron que este es apenas el comienzo. Es apenas
una rendija que se abre para saber la verdad. Porque aunque Márquez diga que
los jefes de las Farc no ordenaron la masacre, la realidad es que en Urabá
hubo un exterminio sistemático entre fuerzas políticas que algún día fueron
hermanas.  Un fratricidio.

Mientras en el coliseo del barrio la comunidad estaba atenta a los discursos
de las víctimas, otro acto muy significativo de reconciliación ocurría de
manera silenciosa en medio de la multitud. Iván Márquez y Aníbal Palacio se
abrazaban, como quizá lo hicieron en 1984 cuando se vieron por primera vez
en una cumbre de la Coordinadora Nacional Guerrillera, el uno como dirigente
de las Farc y el otro como parte del EPL. Ambos buscaban entonces ponerle
fin a una guerra que ni siquiera había comenzado. Mucho antes de que la
vorágine de la violencia los convirtiera en enemigos y los lanzara por
caminos de insondable oscuridad.

Sí en algún lugar la violencia ha sido política es en Urabá. Las masacres de
trabajadores bananeros comenzaron allí a mediados de los ochenta de la mano
de Hernán Giraldo, primero y de Fidel y Carlos Castaño después. Eran el
castigo a unos sindicatos adheridos políticamente a las guerrillas,
especialmente al EPL y las FARC, grupos que no dejaban vivo a ningún capataz
de finca y que secuestraban a empresario que asomara cabeza en la región.
Luego fue el castigo a una población que votó en masa por la izquierda. Una
población que votó por la UP, y por Esperanza, Paz y Libertad después.  Y
vino lo que el investigador Andrés Suárez llamó el exterminio recíproco.
Porque si en algún lugar las guerrillas combinaron todas las formas de lucha
fue en Urabá: allí estaban los grupos armados, los partidos y los
sindicatos.

Los guerrilleros del EPL dejaron las armas en 1991 y se vieron expuestos a
las balas no solo de sus propias disidencias, sino a las de las Farc. Un
exmilitante del EPL recuerda que en una ocasión el DAS tuvo que sacar
escoltados a todos los excombatientes que trabajaban en un proyecto
productivo en una finca porque las Farc iban a matarlos. Los mataban uno a
uno en sus veredas acusados de ser sapos, de trabajar para el gobierno, para
el enemigo. El Estado, indolente, los dejó a la deriva. Pensaba que esa era
una vieja cuenta por saldar entre antiguos amigos. Que no había bala
desperdiciada. Entonces vino la reacción de un grupo significativo de
dirigentes del EPL que creó los comandos populares, un grupo armado que
actuaría contra las bases sociales de las Farc.  Y se mataron sin piedad,
los viejos camaradas, los antiguos hermanos de ideales revolucionarios.
Todos los días caía un líder, un militante, un amigo, un familiar bien fuera
de la UP, del Partido Comunista, de Esperanza Paz y Libertad, del Partido
Liberal o de los sindicatos.

Entonces vino una suerte de clímax en este fratricidio: la masacre de La
Chinita. Indiscriminada, cruel y despiadada. Con ella las Farc adoptaron el
modus operandi clásico de sus acérrimos enemigos: los paramilitares. Se
igualaron a ellos. Y la respuesta de los Comandos Populares no se hizo
esperar. Tal como ha quedado esclarecido en Justicia y Paz, estos se
lanzaron en brazos de Carlos Castaño.  El baño de sangre es inenarrable.
Aupado por la brigada 17 del Ejército y por las Convivir.

Porque tal como lo dijo Sergio Jaramillo el viernes pasado, si en algún
lugar del país hubo una alianza macabra entre paramilitares y fuerza
pública, fue en Urabá. Mientras la región se silenciaba a punta de plomo, el
gobernador de Antioquia de la época, Álvaro Uribe describía a Urabá como un
verdadero “laboratorio de paz”. No en vano llenó de homenajes al General
Rito Alejo del Río, hoy preso en una guarnición militar, y dispuesto a
contar la verdad exhaustiva sobre lo ocurrido en la guerra, ante la
Jurisdicción Especial de Paz.

En La Chinita las víctimas dijeron sí perdonamos, pero queremos la verdad.
Toda la verdad y de todos. Porque en Urabá ocurrieron 17 masacres y miles de
asesinatos selectivos. La última masacre ocurrió en 2005 en un corregimiento
llamado San José de Apartado, en el que terminaron arrinconadas las bases
sociales del Partido Comunista en la región. Hasta allí llegaron militares
de la Brigada 17 a matar a una familia, degollando incluso a los niños. Otro
perdón pendiente.

Toda esta impiedad se vivió bajo el silencio de la élite local, que aún hoy
se siente incómoda con la izquierda, aunque sea esta legal, y que hace todos
los esfuerzos posibles para que no se consolide el proceso de paz en la
región. Sectores de ella se han opuesto a la restitución de tierras, a la
reparación de las víctimas, y ahora a los acuerdos de paz.  Porque en Urabá
hubo despojo masivo de tierra, complicidad de empresas multinacionales y
nacionales con los paramilitares y su sangría.  Ellas  también tendrán que
comparecer, seguramente, ante la Jurisdicción Especial de Paz, que hoy
rechazan.

Hubo un tiempo en el que se creyó que el proyecto paramilitar había logrado
la hegemonía política, social y cultural en Urabá. Por algo allí se
reprodujo pronto la violencia, esta vez en una faceta más criminal, y con la
máscara de las bandas criminales, ejército gaitanista o clan del golfo. Los
Úsuga fueron combatientes de base del EPL, que se sintieron frustrados por
una paz insegura que no les brindaba nada. Se la jugaron a seguir de
pistoleros y en esas están. Alguna fuerza profunda y soterrada mantiene
encendida la llama de la guerra en Urabá.

Sin embargo, lo que se vio el viernes en La Chinita es que, como la política
es dinámica, posiblemente eso empieza a cambiar de la mano de un fenómeno
cuya fuerza es impredecible, y es la reconciliación. Al tiempo que Iván
Márquez y Aníbal Palacio se abrazaban con sentimiento de hermanos, Mario
Agudelo decía en otro lugar del coliseo: “Ya perdoné”. Y si Mario Agudelo
perdonó es porque Urabá puede llegar a ser realmente un laboratorio de paz.
Agudelo era diputado por Esperanza, Paz y Libertad en Antioquia, cuando le
llegó un libro de regalo. Era un libro de medicina y su hijo lo abrió con
ansia y curiosidad. El libro explotó y el niño murió. Era un ataque de las
Farc direccionado a Agudelo. Sereno y sonriente, Mario dice que ahora milita
en el partido del Sí, y que a partir del lunes lo hará en el de la
implementación de los acuerdos.

Los desmovilizados del EPL le tienden una mano a las Farc porque ellos saben
lo que se siente dar el salto de la guerra a la civilidad. Así lo dijo el
alcalde de Apartadó, Eliécer Arteaga: “Apartadó los acoge”. Sólo falta ver
si la élite local, los empresarios, se montan al tren de la reconciliación
que ya parece estar en marcha en esta palpitante región.

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