Colombia/ sorpresas, paradojas y lecciones [Juan Duchesne-Winter]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Mar Oct 4 14:10:21 UYT 2016


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Correspondencia de Prensa

4 de octubre 2016

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germain5 en chasque.net

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Colombia

Sorpresas, paradojas y lecciones

A la guerra en Colombia se le acabó el combustible. Pero luego del triunfo
del No, el uribismo quiere montarse en el carro de paz que Santos puso en
marcha, lo que abre un escenario de incertidumbre y retrocesos
conservadores.

Juan Duchesne-Winter

Nueva Sociedad, octubre 2016

http://nuso.org/

El plebiscito colombiano, en el que ganó sorpresivamente el repudio al
acuerdo de paz, ha actuado como una piedra de cuarzo en la que se traslucen
múltiples posicionamientos del espectro político dentro y fuera del país. En
Colombia, dichos posicionamientos añaden paradojas a la sorpresa:
inmediatamente después de la derrota del voto afirmativo, apuntan a la
irreversibilidad del proceso de paz. Pero primero echemos un vistazo desde
afuera.

Ya se produjeron los necesarios rasgamientos de vestiduras y los
innumerables lamentos por parte de la coalición del Sí y de la comunidad
internacional. Ya hubo vítores de la oposición en Venezuela y Cuba, cuyos
gobiernos coadyuvaron al proceso de paz. Muchos venezolanos y cubanos de la
oposición identificaron al movimiento de paz colombiano con una conspiración
«castrochavista» de hippies y gays, algo en lo que coincidieron con el
discurso del movimiento del No, un bloque de uribistas y de religiosos muy
homogéneo en su conservadurismo. Resulta particularmente triste que mientras
en Venezuela Nicolás Maduro tilda a todos sus opositores de «burgueses
fascistas» –en una obvia distorsión de la realidad–, muchos de los
opositores venezolanos, cuando miran a Colombia, aplican el mismo rasero
reduccionista y tildan a todos los pacifistas de «castrochavistas», igualito
como llama Uribe a todos sus opositores.

Estos posicionamientos resultan aleccionadores. Otros observadores
internacionales, entre los que de destacaron algunos de Argentina,
criticaron la intensa reacción frente a los resultados expresada por quienes
respaldaron el Sí. Les advirtieron que respetaran el voto democrático, que
no redujeran el voto por el No a un simple apoyo a la guerra y que no se
refirieran a los votantes del No con tono de superioridad moral.
Curiosamente, es a quienes han apostado por la paz y por la consulta
democrática a quienes estos críticos les ofrecen lecciones de democracia y
equidad cuando manifiestan honda preocupación con los resultados. La
frustración y aprehensión de quienes participaban en la coalición que
promovía el proceso de paz es entendible.

Tomemos en cuenta el contexto concreto. El movimiento del No es dirigido por
políticos que históricamente han utilizado la guerra para aumentar su poder.
Son aquellos a los que los especialistas han definido como los «señores de
la guerra». Ese mismo movimiento (agrupado en torno del partido Centro
Democrático dirigido por Álvaro Uribe) que denuncia que el acuerdo de paz
sentaría a guerrilleros en el Congreso y les otorgaría impunidad todavía
tiene sentados en el mismo Congreso a individuos estrechamente ligados al
paramilitarismo, al narcotráfico y a la usurpación ilegal de tierras,
amparados precisamente en la impunidad. Ciertamente, es motivo de enorme
preocupación que ese sector haya ganado un plebiscito con una campaña
belicista colmada de posicionamientos muy conservadores, como la «defensa»
de tonos homofóbicos y misóginos de la familia tradicional que se coló de
contrabando en la campaña del No.

Pese al resultado nefasto del plebiscito y paradójicamente por obra de el
mismo, se producen giros interesantes. Surgen indicios de que el cese al
fuego, la otorgación de inmunidad y el proceso de desarme ya son
irreversibles. En las últimas horas los bandos se han comportado de tal
manera que se suman al camino hacia la paz. El momentum de las negociaciones
y del propio proceso plebiscitario en sí mismo ha generado un rodaje
indetenible. Como afirmó el jefe de las negociaciones, Humberto de la Calle,
independientemente del resultado plebiscitario, la paz se está abriendo un
espacio en Colombia. Mientras, el analista Javier Duque Daza nos advierte
que «antes de celebrarse el plebiscito, Uribe y sus allegados bombardearon
los medios con el coro de que ‘el plebiscito es injusto, tramposo e
irrespetuoso’. Estos atributos perversos desaparecieron con su triunfo y se
sienten legitimados para ‘cambiar el rumbo’ a las negociaciones». Uribe pide
ahora sumarse a una reanudación de negociaciones en representación de la
voluntad expresada electoralmente. Habla de buscar unidos un pacto nacional.
Pide amnistía general a guerrilleros de las Fuerzas Armadas Revolucionarias
de Colombia (FARC). En un mensaje no muy velado a sus huestes paramilitares
en la noche de la victoria electoral, pidió que se proteja a las FARC y que
se mantenga el cese de hostilidades. Francisco «Pachito» Santos, quien fuera
vicepresidente de Uribe, actúa como el «loquito» del movimiento del No. Con
su habitual dedicación al lanzamiento de consignas para ver como son
recibidas en la opinión pública, declaró que el movimiento del No acepta el
80% de los acuerdos y solo quiere discutir cambios en el 20% restante. Es
que ahora Uribe quiere montarse en el carro de paz que Santos puso en
marcha. Es su chance de reinstalarse en la iniciativa política nacional. Los
votos lo avalan y lo inducen a transmutar su señorío de la guerra en un
señorío de la paz, pues le dan la oportunidad de convertir en política de
convocatoria nacional una política belicista que solo le venía redituando
como política sectaria y que ya le rindió el máximo posible.

Ante un rendimiento decreciente de la política belicista, la derecha ya se
ha ido decantando por otros caballitos de batalla, temas históricos del
conservadurismo, relativos a la ley y el orden, los derechos de
terratenientes y patronos, la explotación irrestricta de los recursos
minerales y la lucha contra las drogas. A ellos se les suman aspectos de la
agenda neoliberal, la defensa de la familia y la religión, algo en que han
desplegado una actividad inusitada. Basta citar como un ejemplo estelar el
estribillo de que el «castrochavismo» quiere convertir a toda Colombia en
gay, uno de esos cuentos pintorescos del discurso posmoderno de derechas que
han resultado más efectivos.

Por otro lado, las FARC abandonarán la guerra. No les darán el gusto de
proseguir la guerra a los belicistas porque, simplemente, no tienen
condiciones para hacerlo. Las FARC se autoliquidaron políticamente hace
décadas, cuando montaron la logística criminosa del secuestro y la
tributación del narcotráfico. Con su actuación militarista, sanguinaria y
autoritaria, cayeron en su propia emboscada, de tal manera que toda la
pericia militar, la militancia tenaz y el apoyo incondicional de reductos
territoriales no les han valido de mucho. Ahora son completamente incapaces
de alcanzar la iniciativa estratégica en el plano político-militar. En las
declaraciones más recientes han asegurado que mantienen el cese definitivo
del fuego y siguen firmes en los acuerdos pese a la derrota del plebiscito,
la que consideran como una suspensión política pero no como la invalidación
jurídica de un proceso de paz que ya es irreversible. El proceso está, de
hecho, refrendado por el marco jurídico nacional e internacional y se puede
reanudar en el nuevo escenario político brindado por el resultado
plebiscitario inesperado. Además, el líder guerrillero Rodrigo Londoño
–alias «Timochenko»– y su equipo ya pidieron perdón a las víctimas y fueron
perdonados. No pueden causar más víctimas. Lo único que los devolvería a la
guerra sería una violación de los acuerdos que garantizan que los
guerrilleros no serán apresados y liquidados física o políticamente, es
decir, un atentado a su supervivencia personal y política.

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