Guatemala/ #JusticiaYa: los jóvenes que aprendieron a hacer política mientras tumbaban al presidente[ Alberto Arce]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Mar Oct 11 16:23:03 UYT 2016


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Correspondencia de Prensa

11 de octubre 2016

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Guatemala

Los jóvenes que aprendieron a hacer política mientras tumbaban al presidente


Alberto Arce, ciudad de Guatemala

The New York Times en español, 7-10-2016

http://www.nytimes.com/es/

Una mañana soleada de octubre, un grupo de jóvenes se reúne en el salón para
eventos sociales de uno de esos barrios limpios y silenciosos de clase media
alta, cerrados por verjas y custodiados por guardias, que emergen entre el
caos y la pobreza de las capitales centroamericanas.

Es la zona 15 de Ciudad de Guatemala. Y los jóvenes no se han dado cita para
festejar, sino para hacer política.

Enfrente, a unos veinte metros, se alcanza a divisar el tejado de una
vivienda de ladrillo naranja. De allí salió, el 2 de septiembre de 2015, el
general Otto Pérez Molina, entonces presidente del país, para presentar su
dimisión y comparecer ante el juez, acusado de dirigir una estructura
corrupta que se apropiaba de dinero de las aduanas. Esa misma noche Pérez
Molina dormiría en la cárcel, de donde nada indica que vaya a salir pronto.
Su vicepresidenta ya estaba presa. Y después cayeron tras las rejas o
huyeron gran parte de sus ministros.

Un año después, en este salón, se encuentran algunos de los mismos que
entonces aprendieron a hacer política tumbando a un presidente. Jóvenes que
impulsaron movilizaciones, que llevaron a miles de personas a las calles con
sus convocatorias en redes sociales, que provocaron el movimiento popular
más importante que han vivido Guatemala y la región centroamericana desde
las guerras civiles que terminaron en la década de los noventa del siglo
pasado.

Son miembros del movimiento #JusticiaYa (heredero del #RenunciaYa), un
colectivo nacido de una etiqueta en redes sociales que, un año después, se
ha consolidado como actor político en el país sin tener siquiera todavía
personalidad jurídica. Y menos aún cómo financiarse.

Muchos lo llamaron entonces el comienzo de la “primavera centroamericana”.
No lo fue. Para bien y para mal. Para bien porque no hubo violencia, como en
los países árabes, aunque es imposible negar que ha provocado cambios
políticos. Para mal porque esos cambios —de eso están convencidos— no son
suficientes.

Lo que ellos sienten es parte de una sensación que se ha materializado entre
los estudiantes chilenos; en España con la emergencia de Podemos; en Estados
Unidos con la irrupción de Bernie Sanders; en Italia con los nuevos
movimientos políticos; en Honduras, donde miles de personas durante todo
2015  —entre ellos muchos jóvenes y de clase media— salieron a las calles
durante meses pidiendo que en el país se replicara el modelo guatemalteco de
Comisión Internacional contra la Impunidad. Es el mismo impulso que hoy, en
Colombia, lleva también a miles de ciudadanos frustrados por la victoria del
No en el plebiscito sobre el acuerdo de paz, a reclamar un #AcuerdoYa en las
calles.

Manifestantes del movimiento #JusticiaYa protestan contra la corrupción
frente al Palacio Nacional en Ciudad de Guatemala el 20 de junio de 2015.
Miles de personas salieron a las calles a exigir la renuncia del ahora
expresidente Otto Pérez Molina.  Credit Oliver de Ros para The New York
Times

El cambio y la incertidumbre

Natalia, Allan, Jorge, Paula, Ana, Javier, Bris, Álvaro, Silvia, Potter,
Rafa, Diego y Gabriel debaten ahora qué quedó de aquello, cuál es su futuro
como movimiento y qué pasos deben dar. Discuten entre ellos del mismo modo
en que han debatido con movimientos similares como Podemos en España o con
los estudiantes chilenos. Participan, desde su “soleada caverna” —como el
poeta salvadoreño Roque Dalton llamó a Centroamérica—, de una ola de
indignación y cambios globales.

Álvaro Montenegro, un estudiante de Derecho de 28 años, mira con sorna hacia
la casa del expresidente Pérez Molina y busca una metáfora con el paisaje de
Guatemala, uno de los países con más volcanes en América Latina: “Aquí
estalló un volcán y lanzó su lava. Estamos viendo cómo se solidifica, en qué
dirección, con qué forma”.

Gabriel Wer, de 34 años, es el responsable de dinamizar esta reunión, que
lleva un nombre maya, Kaban (palabra que designa el día del calendario en el
que hay un cambio en medio de la incertidumbre) y un subtítulo: “Identidad y
construcción del movimiento”.

Pone orden. Coloca grandes papeles blancos en las paredes que se llenarán de
ideas a color durante las dinámicas de grupo y distribuye marcadores por las
mesas. Pide que apaguen los teléfonos para mejorar la concentración. Son las
nueve y quieren irse, puntuales, a la una.

Gabriel Wer, que trabaja en una empresa de ascensores, fue uno de los que a
mediados de 2015 creó en Facebook una convocatoria que pedía la renuncia del
presidente Pérez Molina sin esperar que tuviera mucho impacto. En pocos
días, 40.000 personas habían anunciado que asistirían. Llegaron decenas de
miles más y tomaron el parque central de Ciudad de Guatemala. Las
concentraciones duraron meses. Terminaron en un paro nacional. El último
día, hasta Mcdonald’s y Pollo Campero —una cadena de comida rápida local—
dejaron por una tarde de ofrecer grasas a la población para que sus
empleados pudieran sumarse.

Gabriel cree ahora que todo aquello tuvo un inicio “espontáneo, con
ciudadanos sin experiencia específica, sin una postura ideológica concreta,
sin organización”, que se pusieron de acuerdo sobre la marcha, “de manera
ingenua, en torno a un tema evidente: la corrupción”.

El momento en el que se encuentran ahora, dice Gabriel, les abruma. “Pasamos
de lo espontáneo a una necesidad de organización y relación con el resto de
actores políticos del país”. Esa es su pelea. Después del éxito rotundo que
tuvieron, muchas personas les escriben para colaborar con ellos. No saben
cómo canalizarlo.

Un día antes de debatir con su propia organización, Gabriel había pasado
varias horas junto a un grupo de activistas de distintos movimientos para
una charla informal, repetida, sobre sí mismos y su papel en el país.
Reunidos en la Casa Cervantes —un caserón colonial contiguo a la Casa
Presidencial, donde en 2015 se comentaba lo sucedido tras cada marcha—,
gozaban de la privacidad, los sillones y las cervezas necesarias para
propiciar un diálogo abierto.

La primera en llegar fue Marcela López, una estudiante de comunicación de 20
años de la universidad privada Rafael Landívar. Hiperactiva, habladora hasta
por los codos, López recuerda que lo que vivió durante la caída de Pérez
Molina fue algo inesperado. “Muchos estudiantes desconocen totalmente la
política y la sociedad. Pero en aquel momento les llegó la información
política desde sus propias redes gracias a #JusticiaYa y no a los medios
tradicionales”.

La política, dice, se convirtió en algo cool que podía verse en las redes
sociales. Los estudiantes se involucran en las marchas, faltan a clases y se
toman una foto para mostrarla y decir que estuvieron ahí. “La sociedad
despertó con los estudiantes tirando del carro”, explica.

Donald Urízar es arquitecto y llega con un libro de poesía que acaba de
publicar. Comienza a hablar y se emociona con el recuerdo de las protestas
del año anterior. “Lloré al empezar todo porque me di cuenta de que éramos
muy pocos los que salíamos a las calles en el interior. Pero, aquellos días,
universidades privadas y públicas nos juntamos por primera vez. Terminamos
con un quiebre histórico en el país, nos juntamos de la capital y el
interior, de varias clases sociales. Pedíamos la renuncia del presidente y
de repente nos sorprendimos hablando de reformar el sistema político, de la
asamblea nacional, de la constitución. Fue un parteaguas”, dice.

Mynor Alonzo tiene 26 años y estudia Ciencias Políticas en la Universidad de
San Carlos, la única universidad pública de Guatemala. A diferencia del
resto, él viene de una historia de militancia tradicional marxista y la
reivindica: “Aquí se perdió una guerra y nunca se pudo recuperar el país.
Como institución, la universidad perdió esa guerra. En un punto de finales
de los setenta, toda la universidad se vuelca a la lucha armada
revolucionaria y hay más de mil muertos entre los cuadros de estudiantes”.

“En el interior del país también mataron a todos los directivos de las
organizaciones de estudiantes”, interrumpe Urízar. “Pero ahora se ha
validado de nuevo aquella lucha”.

Gabriela Carrera, politóloga, debate con compañeros de otras organizaciones
en un bar del centro histórico de Ciudad de Guatemala. "Ya no podemos pensar
como se pensó siempre. Estamos pensando en reunir ideas para crear algo
nuevo".  Credit Oliver de Ros para The New York Times

Gabriela Carrera, que tiene 29 años y enseña pensamiento político en la
Universidad Rafael Landívar, interrumpe de nuevo. Todos lo hacen. “Ya no
podemos pensar como se pensó siempre. Estamos pensando en reunir ideas y
crear algo nuevo. La política vuelve a ser emocional”, dice. Luego ríe,
cómplice, y suelta, más bajito: “Hay parejas, desparejas, y aún estamos
esperando a que salga el bebé producto de todo este grupo”.

Mynor se enfada. Pone calle y realidad. Suena a reproche, sin perder el
cariño. “Ahora ustedes se dieron cuenta de que los periódicos estaban
comprados y mentían”, dice. “La primera vez que yo entré en la terminal de
buses en una marcha se me acerca una señora y me dice que su mamá tiene
problemas en los riñones y que la clínica cerró. ‘¿Verdad que usted nos
puede ayudar?’, me dijo. ¿Qué puedo hacer yo? ¿Tirarme a llorar?”.

Lo que hay que hacer, dice Mynor, es capitalizar el poder político ganado
para participar y cambiar el país. Un país donde el 60 por ciento de la
población vive por debajo del umbral de la pobreza, y el 55 de los menores
de cinco años sufren desnutrición crónica.

“No somos ni un juguete ni un títere”

Al día siguiente, en el salón de eventos sociales frente a la casa del
expresidente Pérez Molina, Gabriel explica que una de sus principales
preocupaciones es abrirse a la sociedad. Repensarse como personas y como
movimiento. “Los privilegios que tenemos no nos permiten ver muchas cosas”,
dice.

El movimiento #JusticiaYa sigue estando formado mayoritariamente, como en
sus orígenes, por jóvenes de una clase media urbana blanca y educada en un
país de mayoría indígena. Gabriel recuerda los reproches de Mynor el día
anterior. “Mientras más cómodo está uno es más difícil romper esa comodidad
para acercarse a los problemas del resto”.

Para eso tienen que conocerse. Entonces Gabriel propone un ejercicio.

“Definan al indígena”, pide: “¿Qué oyeron sobre ese colectivo cuando eran
niños?”.

De las respuestas salen estos rasgos: haragán y sucio.

“¿Del campesino?”. Poco educado y carente de recursos.

“¿De mujer y hombre?”. Que cada uno tiene un rol que le corresponde.

“¿De Dios?”. Que es todopoderoso.

“¿Del gobierno?”. Que es malo.

“¿De sexualidad?”. Que de eso no se habla.

Pasan a la dinámica del dibujo. “Dibújense, muchá”, pide Gabriel. “Qué somos
y qué no somos”.

“No somos ni un juguete ni un títere”.

“Somos mano abierta, limpia y vacía. No buscamos nada más que el cambio”.

“Somos luz. Podemos marcar un camino”.

“Somos mesa redonda. Podemos ser los articuladores de un diálogo
constructivo entre sectores”.

Gabriel se siente constructivo: “Ahora podemos organizar una respuesta”,
dice.

Cuando Otto Pérez Molina renunció a su cargo se cumplió un sueño. Habían
derrocado a un presidente, aunque no lo hicieron solos. Lo hicieron
apoyándose en la investigación impulsada por la Comisión Internacional
Contra la Impunidad (CICIG), promovida por las Naciones Unidas y dirigida
por el colombiano Iván Velásquez y la fiscal general Thelma Aldana. Lo
hicieron poniendo presión en las calles sobre los diputados, a semanas de
las elecciones, para que le retirasen la inmunidad al presidente. Y pudieron
hacerlo porque, de algún modo, el poderoso sector empresarial le retiró el
apoyo a un gobierno que comenzaba a hacerles perder dinero.

Pero comenzaba también la travesía por el desierto por la que debe pasar
cualquier movimiento que, siguiendo la lógica de ese volcán que estalla,
luego tiene que ver como la lava se convierte en piedra. Cuando el
movimiento se solidifica llega el momento, mucho más difícil, de esculpir.

Cuando despertaron, la corrupción seguía allí

Alejandro Maldonado, el presidente provisional que asumió después de la
renuncia de Pérez Molina, dijo en su discurso de asunción que los jóvenes no
podían “dar por finalizada su tarea”, y que esa “generación que se alzó con
los símbolos de la paz no puede estancarse ni acomodarse”.

Pese a sus palabras, su nombramiento simbolizaba lo que hoy sienten muchos
en el país: que cuando despertaron, la corrupción seguía allí.

El presidente Maldonado, de 79 años, representaba los sectores más
conservadores desde que fue elegido diputado en 1966 por primera vez en las
filas de un partido, el Movimiento de Liberación Nacional, que siempre apoyó
las juntas militares, para las que fue ministro y embajador.

Después del impulso inicial que llevó a la dimisión de Pérez Molina, decir
que mil personas salieron a la calle cuando el congreso decidió, al fin,
retirarle la inmunidad, sería demasiado. Cuando el juez Miguel Ángel Gálvez
decidió enviar al expresidente a pasar su primera noche en prisión, apenas
una docena de curiosos se agrupó en las esquinas para observar la comitiva
de vehículos blindados que atravesó el centro de la capital.

La calma con la que los guatemaltecos se tomaron todo lo que sucedió desde
entonces podría explicarse en que el cielo se abrió y cayeron toneladas de
agua tropical que impedían salir a las calles. O porque, como creía entonces
Gustavo Berganza, sociólogo y profesor universitario, “la estructura del
poder es tan fuerte que no permite reformas reales, no digamos ningún cambio
radical”.

Por si eso no fuera suficiente, el vencedor de las elecciones celebradas
días después de la caída de Pérez Molina fue Jimmy Morales, un cómico sin
ninguna experiencia política que triunfó con el lema “Ni corrupto ladrón” y
llegó al poder rodeado de los miembros de la influyente y muy conservadora
Asociación de Veteranos Militares de Guatemala.

Su figura sirvió para canalizar el descontento de la antipolítica, pero no
pasó más de un año antes de que el hijo y el hermano de Morales, y el hijo
de su vicepresidente, Jafeth Cabrera, se convirtieran en objeto de
investigaciones abiertas por corrupción en el Ministerio Público. En
Guatemala sorprende poco. No solo numerosos diputados están ahora bajo
investigación por corrupción: un informe reciente de la Comisión
Internacional contra la Impunidad creada por las Naciones Unidas en el país
dijo que el hasta el 50 por ciento de la financiación de la política
guatemalteca viene del crimen organizado.

La comisión de comunicación de la plataforma #JusticiaYa debate medidas para
impulsar el movimiento y darle visibilidad en redes sociales. Credit Oliver
de Ros para The New York Times

Esto solo se arregla con transparencia

Los miembros de #JusticiaYa no permiten que la pasión les arrebate la
eficiencia. Para cada uno de los puntos de la agenda de la reunión hay un
tiempo pautado, y cada vez que suena la alarma de un iPhone tratan de pasar
al siguiente.

Cuando llega su turno, Javier Montenegro, ingeniero y especialista en
Finanzas de 32 años, deja a su bebé de pocos meses junto a su madre y pasa a
describir el panorama económico. Hay crisis y la parálisis política impide
aprobar presupuestos. Sin presupuestos no hay gasto público y el consumo
interno se retrae. Sin dinero para infraestructuras sube el precio de los
alimentos en el interior del país y aumenta la conflictividad social. El
debate sobre la reforma fiscal, explican, que este gobierno está
desarrollando sin un consenso claro con los empresarios, puede constituir
una oportunidad de posicionamiento.

Suena la alarma que marca el fin del análisis político. Llega el momento de
la definición del movimiento.

“Tenemos que terminar el mapeo de actores para ver con cuáles nos podemos
articular para retejer el hilo social que se desarticuló durante el
conflicto armado”, anuncia Gabriel.

La cuestión militar atraviesa todo el debate, siempre. Por el papel que los
militares aún juegan en la sociedad, en el gobierno de Jimmy Morales, y por
el rol definitorio que la guerra y sus consecuencias —el miedo a la
represión— juegan en los sentimientos de la generación que no la conoció.

Álvaro lo expresa sin tapujos: “La élite llega a cualquier lado con una
posición perfectamente articulada y la defiende con todo. En los diálogos de
la reforma constitucional vimos posiciones muy cerradas. Ante esto, nosotros
debemos practicar el valor de la apertura para lograr cambios irreversibles
a nivel nacional. Porque si los grupos criminales recuperan la fuerza que
han perdido, en cinco años nos matan. Y no lo digo en términos metafóricos,
sino reales”.

Esto sigue siendo Guatemala: jóvenes que, por un lado, han participado en
los debates sobre la reforma de la carta magna y, por otro, tienen miedo de
que los maten.

Cuando termina el momento del análisis político, Francisco Pérez, un
publicista de 31 años, ayuda a sus compañeros a definir #JusticiaYa.
Comienza: “Nos han dicho que somos un instituto de formación, una ONG, un
partido político, un medio de comunicación…Y sobre cada una de esas ideas
hay una serie de convencionalismos. Sobre eso vamos a trabajar. Vamos
ponerlos sobre la mesa y vamos a elegir primero qué no somos para saber qué
somos”.

Su lenguaje es profesional. Primero explica cómo hicieron en su agencia para
vender una bebida energizante. Después sigue: “Hay una carencia que Guate
necesita que nosotros cubramos. El año pasado este movimiento ofreció una
forma de mostrar su indignación, de decir: ‘Muchá, ya basta’. Fuimos una
reacción en contra de algo. La pregunta ahora es: ‘¿Qué necesita Guate que
sea mejor y que nosotros podamos darle?’. Definir nuestra identidad va a ser
un ejercicio largo”.

Se levantan de nuevo, serios, en dirección a los papeles pegados en las
paredes. Escriben. Leen en voz alta. Votan.

El resultado son las tres ideas a profundizar para #JusticiaYa. Los partidos
no son representativos, concluyen; los medios distorsionan la información;
los movimientos sociales están manipulados y no tienen rumbo. Los institutos
de investigación y sus análisis responden a las élites.

¿Qué pueden ofrecer ellos en concreto? Tras una nueva tormenta de ideas
limitada a 10 minutos cortados con alarma, sale: “Cápsulas de Fact Checking
(verificación de datos), un boletín informativo para estudiantes, participar
en los medios transmitiendo opinión o crear memes informativos para circular
en redes sociales”, resume Briseida Milián, que tiene 25 años y se dedica a
la comunicación.

Y surge otro tema, relacionado: la implicación en política partidaria de los
jóvenes indignados. “Si nos involucramos nosotros, reforzamos que la
participación política vuelva a legitimarse. Tenemos que participar.
Desatanizar la implicación política. Tenemos ideología, solo hay que
sistematizarla. No queremos ser un partido político, pero tenemos que
dejarle claro a la ciudadanía lo que vamos a hacer”.

Álvaro Montenegro introduce otro concepto del que todos hablan, universal:
“Existe la creencia de que todo lo que sucede es una conspiración. Y eso
solo se arregla con transparencia”.

Y Gabriel, por transparencia, plantea ante el grupo que están recibiendo
propuestas desde el exterior. Fundaciones y organizaciones que quieren
ayudarlos. Financiarlos, consolidarlos, liberar a alguno de estos
estudiantes y jóvenes profesionales para el trabajo político.

Una sola persona se expresa y dice: “No”. Pero no clausuran la posibilidad.
Solo que no es el momento de tomar una decisión.

Ese debate se pospone a futuro. Hasta la siguiente reunión.

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