Uruguay/ situación de Jihad Diyab: eres libre, caballo salvaje [Soledad Platero]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Mar Sep 13 14:12:03 UYT 2016


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Correspondencia de Prensa

13 de setiembre 2016

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Uruguay

Situación de Jihad Diyab

Eres libre, caballo salvaje

Soledad Platero

La Diaria, Montevideo, 13-9-2016

http://ladiaria.com.uy/

A la hora que escribo esta columna, un grupo de allegados a Jihad Diyab
debería estar reuniéndose con autoridades de la cancillería. Él, mientras
tanto, agoniza. Su salud se deteriora rápidamente (está haciendo una
severísima huelga de hambre que incluye la abstención de líquidos, y no
permitió que se lo rehidratara con suero) y ya dijo que no está dispuesto a
ceder: o se junta con su familia en el exterior, o se muere. Y se va a
morir. En la cara de todos, mientras la pelota pasa de uno a otro y todo el
mundo explica que no tiene la culpa, el tipo se va a morir.

Entre los recuerdos más desesperantes de mi adolescencia está la huelga de
hambre de Adolfo Wasen Alaniz, hacia el final de la dictadura. Wasen tenía
38 años y estaba enfermo de un cáncer diagnosticado a destiempo y nunca bien
atendido. Había sufrido dolores insoportables y sabía que no había retorno,
así que hizo lo único que podía hacer en sus circunstancias: se transformó
en bandera. Empezó una huelga de hambre por la libertad de todos los presos
políticos. Nadie fue liberado, por cierto (tampoco él, que tenía las horas
contadas), pero su sacrificio puso la cuestión de los presos en primer
plano. Muchos que vivían de espaldas a la existencia de lugares como el
Penal de Libertad o el de Punta de Rieles terminaron, finalmente, sabiendo
lo que eran las cárceles del régimen.

Diez años después, en 1994, durante el gobierno de Lacalle, la huelga de
hambre de los tres vascos que esperaban la deportación a España sensibilizó
a miles de uruguayos que se movilizaron contra la extradición y fueron
salvajemente reprimidos por la Policía en las cercanías del hospital Filtro.

Adolfo Wasen, Jesús María Goitia, Mikel Ibáñez y Luis Lizarride estaban
presos y dispusieron de la única herramienta que tenían para dar batalla:
sus propios cuerpos.

Jihad Diyab, se nos dice, es un hombre libre. Extraña libertad la de ese
individuo que no tiene a su familia, no tiene un trabajo, no tiene ingresos
propios, no tiene a nadie con quien conversar en su propia lengua sobre sus
propias cosas. No tuvo, tampoco, la libertad de dejar Uruguay.

Es difícil entender cómo pudo haberse hecho todo tan mal desde el primer
minuto. Cómo ahora estamos viendo morir en vivo y en directo a un hombre que
fue secuestrado, recluido y torturado durante 12 años, que fue liberado en
Uruguay gracias a un acuerdo en el que no participó (sería una infamia decir
que él aceptó, de algún modo y como si hubiera tenido margen de acción, las
condiciones de su salida de Guantánamo) y que una y otra vez vio frustrados
sus esfuerzos por encontrarse con su familia en un lugar menos hostil, menos
incomprensible.

Es difícil entender la pasividad con que hemos asistido a su tormento. O tal
vez se deba, sencillamente, a que Jihad existe en otra dimensión. A que su
existencia se despliega, fantasmal e increíble, en la esfera del espectáculo
y la curiosidad. A que se materializa apenas en el espacio contrastado por
la reafirmación de nuestras buenas cualidades (la solidaridad, la
tolerancia, los valores republicanos, la siestera tranquilidad del país
laico) y la retorcida ingratitud ajena. ¿Cómo no valoró lo que le dimos?
¿Cómo puede preferir volver a Siria? ¿Por qué pide ir a Turquía, donde no lo
quieren? ¿Por qué prefiere morir, incluso, antes que seguir siendo libre
entre nosotros?

Es la pesadilla surrealista de este tiempo: multitudes que quieren irse, que
se mueven en bloque, que terminan presas, confinadas, que salen en la tele,
que son asistidas, contadas, medidas, fotografiadas, vacunadas y,
finalmente, deportadas o mantenidas en retenes eternos mientras su destino
se discute en foros y audiencias globales. Es la paradoja de la
desterritorialización tecnológica y la violenta territorialización de la
vida, con sus burocracias nacionales y supranacionales, sus muros de
concreto, sus alambres de púas, sus campamentos a los costados de las vías o
en las orillas de los mares. Un mundo hiperconectado que tira abajo la
percepción que solíamos tener de la distancia y, al mismo tiempo, multiplica
los controles migratorios, lleva al ridículo las normativas sobre equipajes
y obliga a cientos de personas cada día a descalzarse, sacarse el cinturón y
hacerse desnudar en el escáner de cada aeropuerto.

En las últimas horas se supo que Jihad no será recibido en Qatar ni en
Líbano, y no es probable que lo acepten tampoco en Emiratos Árabes, a donde
llegaron en agosto 15 hombres procedentes de Guantánamo. La semana próxima
su hija, que vive en Turquía, va a casarse, y él no va a estar allí. Y
nosotros, anonadados, absortos, seguiremos sin entender qué fue lo que pudo
haber fallado, si fuimos tan generosos y le ofrecimos un país tan tranquilo.

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