América Latina/ El ciclo progresista terminó: pensar en el fin de los ciclos [Gabriel Delacoste]
Ernesto Herrera
germain5 en chasque.net
Sab Abr 8 19:17:35 UYT 2017
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Correspondencia de Prensa
8 de abril 2017
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América Latina
Crisis
Pensar el fin de ciclo para pensar en el fin de los ciclos
El ciclo terminó. Ya no es razonable pensar que la continuidad de los
procesos del giro a la izquierda permita grandes avances en la lucha contra
el neoliberalismo. Demasiada potencia se perdió en los pactos con el
establishment y el capital. Las preguntas ahora son: ¿qué hizo que lleguemos
hasta acá y qué tenemos que abandonar para que lo que se abra a partir de
ahora no vuelva a repetir lo mismo?
Gabriel Delacoste *
Brecha, 7-4-2017
http://brecha.com.uy/
La socialdemocracia y el nacionalismo popular ceden ante la embestida
neoliberal, o si no lo hacen tanto como se les exige, son destruidas por la
inflación y la fuga de capitales. La democracia se tambalea y se hace
difícil de separar del autoritarismo, mientras campea la represión.
Esta descripción podría ser de la América Latina contemporánea, pero también
de finales de los ochenta y principios de los noventa. En aquel momento,
mientras muchos países salían de las dictaduras y reemergían las demandas
sociales, la crisis de la deuda era usada por el neoliberalismo para
disciplinar a las democracias, reduciendo a las fuerzas tradicionales del
reformismo (el batllismo, el Partido Socialista chileno, Fernando Henrique
Cardoso, Acción Democrática) y el nacionalismo popular (el peronismo, el
boliviano Movimiento Nacionalista Revolucionario, el mexicano Partido
Revolucionario Institucional) a ejecutores de los paquetes de ajuste.
El vacío dejado por esas fuerzas en la representación de los intereses
populares dio lugar a levantamientos, resistencias y reorganizaciones de los
trabajadores, los pueblos indígenas y la izquierda, de los que tomaron
fuerza las organizaciones que un par de décadas después protagonizarían el
“giro a la izquierda”. Giro que a su vez dio lugar a nuevos nacionalismos
populares y reformismos modernizadores que, después de un intermezzo de
victorias y conquistas, al llegar la crisis económica volvieron o bien a
hacer ajustes y grandes concesiones a las empresas multinacionales, o bien a
ser escarmentados.
Un tiempo cíclico está sustituyendo al tiempo lineal del progresismo (y el
pseudomarxismo etapista). En lugar de esperar que el crecimiento económico
infinito nos acerque a los países del primer mundo, vemos ciclos de ajuste,
resistencia, reconfiguración y nuevamente ajuste. Visto así, no es extraño
que la discusión sea en torno a si estamos o no ante un “fin de ciclo”.
De un lado, Emir Sader, Álvaro García Linera y Atilio Borón (históricos
intelectuales del “giro a la izquierda”) defienden lo que queda de los
procesos, apuestan por un rápido contragolpe y ven en esta crisis una
intervención imperialista apoyada por el simulacro mediático y las
oligarquías empresariales. El “fin de ciclo”, para ellos, es un relato de la
derecha para desmoralizarnos.
Del otro, desde varias corrientes críticas entre las que se encuentran
Maristella Svampa, Raquel Gutiérrez y Raúl Zibechi, se señala que el
extractivismo y la corrupción son parte de estos procesos, que el
“nacionalismo popular” invisibilizó y reprimió reclamos legítimos, y que no
se puede hablar de un corte tajante en las formas de hacer política con
respecto al neoliberalismo.
Grietas
La semana pasada dio munición a ambos bandos. La crisis institucional en
Venezuela abrió una nueva ronda de declaraciones del fin de ciclo, mientras
la victoria de Lenín Moreno en Ecuador dio lugar a desmentidas de esa
tendencia. Pero también ocurrieron otras cosas: protestas contra una
enmienda constitucional terminaron con el Congreso paraguayo incendiado,
Cristina Fernández de Kirchner fue procesada y Eduardo Cunha condenado
mientras las calles argentinas hierven contra el ajuste macrista y las
chilenas, contra las administradoras de fondos de pensiones (Afp).
La realidad no se deja encasillar en una sola narración limpia, pero algunas
cosas son claras. Mal que le pese a quienes resisten la idea de fin de
ciclo, algo cambió en los últimos años con respecto a, digamos, 2008. Aun
antes de las debacles de 2015 y 2016, los procesos se hicieron más ambiguos,
apareció la represión contra movimientos sociales, hubo un claro
acercamiento a los sectores empresariales y se debilitó la apuesta por la
integración regional. Antes de ser derrotados, el Partido de los
Trabajadores llevó a cabo el ajuste que reclamaban “los mercados” y el
kirchnerismo presentó su candidato más “moderado”. Decir que sostener y
reivindicar estos procesos implica una resistencia contra el neoliberalismo
ya no es del todo creíble.
No hay manera de volver el tiempo y no se puede esperar que las pérdidas de
claridad y apoyos de los últimos años desaparezcan y que todo vuelva a ser
como en 2008. Existen, sin duda, el ataque imperialista y el simulacro.
Existen, de hecho, desde antes que comenzara el giro a la izquierda. Pero
que existan no alcanza para explicar lo débil que está la base de apoyos de
los procesos para enfrentarlos. Las grietas en esa base fueron abiertas por
los propios procesos y sus contradicciones.
Aun bajo sus propios términos, las narraciones del giro a la izquierda
tienen problemas. La prédica desarrollista de que la inversión extranjera
iba a dar un valor agregado a nuestras exportaciones, que nos permitiría
salir de la dependencia de las materias primas, tiene que ser cuestionada
dado que las megainversiones que llegan a la región más bien buscan
radicalizar el extractivismo, y que después de una década en la que se
batieron todos los récords de inversión, una baja en los precios de las
materias primas genera una inmediata crisis económica y política.
Mientras tanto, la narración nacionalista-popular de que los liderazgos de
este proceso responden a la resistencia antineoliberal y a los intereses
populares también está cuestionada. Esos liderazgos y las elites que los
rodean en muchos casos reprodujeron el funcionamiento anterior de los
sistemas políticos y su clientelismo, corrupción y convivencia con sectores
empresariales. Las investigaciones en torno a la corrupción del sistema
político brasileño lo dejan claro. Que Lugo y Cartes acordaran la enmienda
constitucional que motivó las protestas de la semana pasada muestra una
clase política unificada contra la protesta popular.
También tenemos que pensar con realismo en el poder del imperialismo y el
capital, y el tipo de reacciones que despiertan los desafíos a su poder. Un
pensamiento institucionalista que ve como posibles grandes cambios sin
conflictos sociales ni momentos difíciles es tan irresponsable como un
pensamiento pragmático que cede todo “porque es necesario” e igual de
voluntarista que los intentos de instaurar el socialismo por decreto. A
veces, simplemente, el enemigo es más fuerte y no encontramos armas para
combatirlo.
Pero tal como no se puede volver a 2008, tampoco se trata de una vuelta a
los noventa. El neoliberalismo ya no goza de un dominio total sobre la
ciencia económica ni comanda el relato sobre la historia reciente del
continente. Al mismo tiempo, la crisis de 2008, que sigue haciendo estragos
en el norte, hace que incluso allí el neoliberalismo se vea cuestionado como
principio ordenador del sistema internacional, mientras Estados Unidos no
goza ya del dominio que tenía en los tiempos del “mundo unipolar”.
El ciclo terminó
Las transformaciones que vivió América Latina en estos años garantizan que
este nuevo ataque neoliberal encontrará resistencias y contrataques. Al
mismo tiempo, que las versiones de esta década del progresismo y el
nacionalismo lograran, sobre la base de una mayor organización de la
sociedad, resistir mucho más que sus versiones de los ochenta a los intentos
neoliberales de cooptarlas o destruirlas habla de que la política importa y
de que no hay una inevitabilidad del triunfo imperialista. Las disputas en
los mundos académicos, tecnocráticos e internacionales privaron al
neoliberalismo de parte de su capacidad de maniobra, mientras los intentos
de construcción de lo nacional permitieron construir grados de soberanía que
dieron lugar a avances impensables en los noventa.
Y, sin embargo, el ciclo terminó. Ya no es razonable pensar que la
continuidad de los procesos del giro a la izquierda permita grandes avances
en la lucha contra el neoliberalismo. Demasiada potencia se perdió en los
pactos con el establishment y el capital. El impulso necesariamente tendrá
que venir de las resistencias y los descontentos que crecieron en estos años
contra el poder estatal y empresarial, parte del cual se dio contra
proyectos apoyados por los gobiernos progresistas.
Pero tal como mucho de lo que terminó por constituir a las izquierdas de los
dos mil se basó en ruinas de lo que se destruyó en los ochenta y los
noventa, mucho de lo que se construyó en estos años será reapropiado y
resignificado por nuevos ciclos. La lucha en torno a su significado ya se
está dando y es importante evitar que en esa lucha triunfe una narración
neoliberal que tache de imposible e irresponsable todo cambio político, pero
también una narración complaciente que impida aprender de lo que ocurrió en
estos años. La izquierda no tiene que cargar con pesos innecesarios, y sus
líderes y elites no tienen derecho a exigírselo.
Porque si bien podemos ver a este momento como un fin de ciclo, tenemos que
pensar en cómo salir del tiempo cíclico. Que cada resistencia no dé lugar a
una reorganización de la dominación que luego termine en un ajuste que sea
necesario volver a resistir. Las preguntas ahora son: ¿qué hizo que
lleguemos hasta acá y qué tenemos que abandonar para que lo que se abra a
partir de ahora no vuelva a repetir lo mismo? La crítica a la
intensificación del extractivismo, los liderazgos personalistas y la
subordinación de lo social al Estado es un buen lugar para empezar.
* Politólogo.
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