Uruguay/ "La izquierda se fue despojando de lo que traía en su mochila" [Aldo Marchesi - entrevista]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Vie Abr 21 13:05:13 UYT 2017


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Correspondencia de Prensa

21 de abril 2017

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germain5 en chasque.net

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Uruguay

Con Aldo Marchesi *

“La izquierda se fue despojando de lo que traía en su mochila”

Aunque la agenda progresista sea “tímida” y haya abandonado debates sobre la
tierra, el capital o el poder imperial, Aldo Marchesi no cree que estuvieran
dadas las condiciones para cambios más radicales. Ni en las demandas
populares, ni en una generación de izquierda que se reconcilió con el
reformismo batllista. Incluso este tercer gobierno puede ser leído como un
“freno a las reformas”.

Marcos Rey

Brecha, 21-4-2017

http://brecha.com.uy/

—Uruguay históricamente se ha recostado en la potencia imperial de turno
para equilibrar su debilidad relativa frente a Brasil y Argentina. ¿La
apuesta de Tabaré Vázquez de acercarse a China, dejando de insistir con
Estados Unidos, también se puede inscribir en esa tradición?

—No termino de ver si Vázquez se está recostando en China, pero claramente
un lineamiento de la política exterior de Uruguay, desde Ponsonby en
adelante, es acercarse al imperio de turno para contrapesar a los dos
gigantes de la región. No es un accidente que Mujica, aunque fue el
presidente más latinoamericanista, tuvo una excelente relación con Estados
Unidos. Pueden pesar factores de la política cotidiana, pero el lugar de
Uruguay en la región y la necesidad de aliarse con una potencia frente a los
vecinos son estructurales. Con respecto a China, claramente estamos viviendo
una crisis de cierto orden global, pero no está claro hacia dónde se dirige
el orden internacional.

—¿Es el fin de la “pax americana” ante el ascenso imperial de China y su
apuesta al grupo Brics?

—En relación con un ciclo corto de la historia que se está acabando, que
empezó en los noventa con la globalización y las economías abiertas, hay
claramente un nuevo escenario. Incluso la apuesta a atraer inversores
extranjeros ya no parece funcionar tanto, porque las potencias centrales
quieren fortalecer sus propias economías. El debate interno en Estados
Unidos o en Europa con el Brexit tiene que ver con eso. Ahora, en un ciclo
histórico más largo está la posibilidad de una transición imperial. En
varios aspectos Estados Unidos está viviendo una crisis, y China no para de
conquistar mercados en Asia, en casi toda África, y América Latina es el
próximo paso. Por tanto, acercarse a China por parte del gobierno uruguayo,
pensando históricamente, no es tan diferente a lo que pasó antes con
Inglaterra o Estados Unidos.

—Pero los riesgos de entablar una relación neocolonial tampoco parecen tan
diferentes. ¿Conviene a un país tan pequeño acercarse a una potencia como
China a través de un tratado bilateral de libre comercio?

—Sí, es cierto, hay riesgos de atarse de manos con China. De todos modos,
América Latina tiene una posibilidad histórica de aprovechar esta
transición. La experiencia del batllismo, vinculada a otro momento de
transición imperial entre Inglaterra y Estados Unidos, muestra cómo Uruguay
supo jugar con eso en beneficio propio. América Latina podría operar de esa
manera si tuviera lógicas más autonomistas y no sólo se preocupara por el
nivel de inversión extranjera que recibe. Los acuerdos de libre comercio no
parecen ser un buen camino para eso. Pero no necesariamente tiene que haber
acuerdos comerciales malos, porque China puede querer dar una buena imagen
en la región. Eso hoy no está claro. Tampoco sería sólo un acercamiento a
Uruguay. China ya ha avanzado mucho en América Latina. Tuvo un acercamiento
fuerte con Argentina, durante el kirchnerismo, también con Brasil, Venezuela
y Cuba.

—El gobierno uruguayo no condenó el ataque unilateral de Estados Unidos a
Siria. ¿Hay más continuidades con la tradición batllista liberal del
panamericanismo que con la tradición latinoamericanista de la izquierda?

—Sí, pero más claro que con Vázquez se ve con Mujica, un latinoamericanista
que venía de la tradición blanca revisionista, reformulada desde la
revolución cubana en clave latinoamericanista de izquierda, pero que en
ningún momento de su gobierno confrontó con Estados Unidos. De hecho, en el
contexto especial de (Barack) Obama, Mujica trató de reformular la agenda
para acercarse a Estados Unidos desde una lógica más progresista; de ahí la
relación con (la ex embajadora estadounidense) Julissa Reynoso. Creo que el
panamericanismo es una marca más de la permanencia del batllismo en el
progresismo. Hay una dimensión del panamericanismo, previa a la lógica más
terrible de la Guerra Fría y al papel de Estados Unidos en la dictadura, que
tiene que ver con la defensa de la identidad americana frente al viejo mundo
colonial y monárquico europeo. El panamericanismo inicial del batllismo, así
como el del neobatllismo, tenían como referente el modelo de democracia
política de Estados Unidos, al que veían como una república constitucional
pujante de clases medias. Esa referencia modélica entró en crisis en el
marco de la Guerra Fría. Zelmar Michelini, por ejemplo, que viene de esa
tradición batllista, pasa de tener en los cincuenta escritos elogiosos sobre
la sociedad estadounidense, a realizar fuertes críticas a Estados Unidos en
los setenta. Si bien la izquierda venía de una fuerte tradición
antimperialista, durante el progresismo hubo cierto encuentro (con Estados
Unidos) que puede remitir a la tradición del panamericanismo batllista y a
esa necesidad estructural del lugar de Uruguay en la región.

—¿Qué queda entonces de la izquierda regional con identidad latinoamericana
que investigaste en tu tesis de doctorado?

—Uruguay siempre ha tenido una relación problemática con América Latina por
esa supuesta identidad más cercana a Europa, y que claramente expresaba el
batllismo. Un momento clave del acercamiento a la tradición
latinoamericanista fue en los sesenta, vinculado al ideal emancipatorio de
la revolución cubana. La crisis de los modelos reformistas en los cincuenta,
la polarización de los sesenta, las dictaduras de los setenta, las
transiciones democráticas de los ochenta fueron todas convergencias
políticas. Fue una suerte de agenda común en el Cono Sur. El ciclo
progresista es también una convergencia común, aunque parece quedar poco de
la última apuesta que hubo a la integración regional. Creo que la identidad
latinoamericana en la izquierda quedó más que nada como un punto de partida
para toda una generación política que se formó en esos años y que hoy está
en el gobierno.

—El debate político que propiciaron Vivian Trías o Methol Ferré sobre la
integración de Uruguay en la región quedó supeditado a cálculos pragmáticos
sobre la mera rentabilidad económica. Eso concluís en un trabajo reciente.
¿Puede atribuirse ese cambio al efecto que causó en las elites la hegemonía
neoliberal de los noventa?

—La idea de que el latinoamericanismo está asociado a la izquierda es una
convergencia histórica específica, porque también puede haber una identidad
latinoamericanista neoliberal. El Mercosur fue inicialmente un proyecto
aperturista de la hegemonía neoliberal, sus padres fundadores fueron
Lacalle, Menem, Collor de Mello… Lo que sí erosionó el clima de los noventa
en las elites, incluso en la izquierda, fue que se relativizara la reflexión
sobre el imperio. La izquierda uruguaya era muy antimperialista y crítica
con el Fmi, la deuda externa y el lugar de poder de una nación como Estados
Unidos frente a otras naciones. Todo esto se veía como un problema de
soberanía nacional. Pero desde los noventa, y hasta la actualidad, toda esa
dimensión crítica del poder imperial se fue perdiendo hasta llegar al
acercamiento de los gobiernos frenteamplistas con Estados Unidos. No sólo se
quitaron del discurso político palabras como “imperialismo”, sino que se
banalizaron a aquellos que las seguían usando. Es cierto que la relación con
el imperio es distinta desde la resistencia social que desde un lugar de
gobierno, pero el imperio no dejará de existir porque vos seas gobierno.

—¿Por qué declina el ciclo progresista en América Latina? ¿Demasiados pactos
con el establishment y el capital?

—Parece claro que algo se termina, el tema es ver qué es lo que se termina.
El progresismo en realidad ha perdido sólo dos elecciones, como decía
alguien en la prensa hace unos días: contra Macri en Argentina (2015) y en
las parlamentarias de Venezuela (2016). Lo que pasa es que hay una sensación
más amplia de derrota por lo que sucedió en Paraguay (2014) y Brasil (2016).
Lo que sí parece que hay es una primera agenda de reformas de
centroizquierda que se ha ido debilitando. Es evidente que el impulso
progresista se basó en una coyuntura internacional favorable, pero a
diferencia del crecimiento hacia afuera de fines del siglo XIX, que reforzó
a los estados oligárquicos, el ciclo progresista ayudó a la distribución
social. También es cierto que los progresismos fueron demasiado pragmáticos
y conciliadores, pero esa crítica pierde de vista de dónde se venía. La
generación política progresista fue la que en los sesenta denunció las
debilidades de los reformismos y la que quería cambios radicales profundos,
pero sufrió una brutal represión política. Esa experiencia histórica
autoritaria, sumada al avance del neoliberalismo, hizo que en los noventa
esta generación política revolucionaria se reconciliara con el reformismo
estatista, y derivara en los progresismos actuales.

—¿No es paradójico que vuelvan al mismo callejón sin salida que le
criticaron al reformismo de los cincuenta?

—Sí, pero también la apuesta de los sesenta fue un callejón sin salida, y
esa generación vio ese problema. La ambigüedad de Mujica, digamos, tiene una
explicación histórica. Cuando la generación de Mujica y Rousseff llega al
gobierno, tiene un miedo enorme de las consecuencias que puede traer la
polarización, sabe muy bien lo que supone ir hacia un enfrentamiento
radical, y cómo hay que estar preparado. Es cierto que la agenda progresista
fue tímida e implicó acuerdos, pero el asunto es si estaban dadas las
condiciones para agendas más radicales. Al llegar al gobierno, esta
generación no tenía fuerza suficiente para aplicar las agendas más radicales
que había construido en los sesenta, ni tenía claro cómo sería el proceso de
cambios. Las versiones más críticas del progresismo, a lo (Maristella)
Svampa (sobre el extractivismo), se hacen con el proceso en marcha, pero no
se hicieron desde el comienzo.

—¿Está agotado el proyecto frenteamplista? ¿Hay una “izquierda cero
calorías”?

—Habría que pensar qué es ser de izquierda en Uruguay y tamizarlo con la
experiencia de militantes y gobernantes frenteamplistas. Creo que hay cierto
agotamiento, cierta sensación de incertidumbre, no está muy claro cuáles son
los referentes ideológicos. La izquierda llegó al gobierno con una
acumulación histórica y con propuestas programáticas que usó poco. Tomá las
medidas del Congreso del Pueblo (1965), las del programa del FA de 1971, las
del programa de 1984… hay un claro proceso de moderación. Las reformas
estructurales que la izquierda tenía como meta, en general, no se
concretaron, por ejemplo, respecto a la tierra. La izquierda se fue
despojando de cosas que traía en la mochila porque, entre otras cosas, llegó
al gobierno tras una crisis de recambio del sistema político y no tanto
porque hubiera un pueblo demandando grandes cambios radicales. Hubo reformas
concretas, el Irpf, el Mides, la salud, la agenda de derechos, el incremento
del salario real en todo el período –algo en lo que no se repara mucho–, la
organización sindical, la relación distinta entre capital y trabajo… pero no
se perciben nuevas ideas de cómo configurar la izquierda hacia adelante.

—Te parece problemático para la izquierda que el Frente Amplio se
identifique como un tercer batllismo. ¿Por qué?

—Porque la experiencia histórica frenteamplista se constituyó, precisamente,
en oposición a un batllismo agotado. Uno percibe hoy un agotamiento similar
al final del neobatllismo: falta de ideas, peleas personales,
desideologización, ciertos niveles medios de corrupción, ausencia de una
fuerte preocupación por repensar ideas-fuerza. No me refiero a la
posibilidad de perder o ganar elecciones, sino a cierto agotamiento en la
capacidad de transformar la sociedad en un sentido más justo e igualitario.
Aunque no tuvo mucho que ver con Mujica, la agenda de derechos movilizó la
idea de que ser de izquierda también implicaba pensar el género, la raza, la
sexualidad, los derechos de los jóvenes; pero ahora no se perciben
ideas-fuerzas que interpelen o movilicen qué es ser de izquierda.

—¿Percibís más frenos que impulsos en este período? Algunas medidas del
gobierno (esencialidad en la educación, decreto antiprotestas, decreto
antitransparencia) parecen cortar los puentes con los movimientos sociales.

—Sí, creo que este gobierno no se ha propuesto un programa de reformas
importantes, sino que ha tendido a erosionar cada vez más sus relaciones con
los movimientos sociales. Sí, puede ser leído como un momento de freno a las
reformas, como que ya se hizo demasiado y la principal preocupación ahora es
la estabilidad. Es cierto que el escenario es más complejo y que un programa
transformador en un contexto económico adverso implica mayores niveles de
conflicto, pero también es cierto que hubo mucha más audacia, como se ha
dicho, en el primer batllismo. Incluso gran parte del modelo social del
progresismo es una continuidad, reelaboración o profundización del modelo
institucional creado entre el batllismo y el neobatllismo, como las
asignaciones familiares y los consejos de salarios. Uno percibe un
descontento grande, pero no está canalizado hacia constituirse en una
apuesta más radical de izquierda. Falta elaboración política y teórica de
qué sería ser más de izquierda, más allá de algunos eslóganes. Y también
cuáles son los costos políticos de impulsar cambios más radicales sobre la
tierra o el capital. Pero las preguntas de cómo construir una sociedad más
igualitaria van a seguir apareciendo. No sé si el Frente Amplio, como
partido de gobierno, puede habilitar esos debates.

* Aldo Marchesi es doctor en historia (Universidad de Nueva York), director
del Centro de Estudios Interdisciplinarios Uruguayos (Ceiu) y director de la
Maestría en Historia Política (Udelar). Ha publicado múltiples
investigaciones sobre la historia reciente de la violencia y el
autoritarismo, la construcción de consenso en la dictadura y las luchas
políticas por la memoria histórica. En los últimos años estudió la historia
de la izquierda en el Cono Sur (Geografías de la lucha armada 1964-1989, su
tesis de doctorado, será publicada en 2017 como libro), y actualmente
investiga la historia política e intelectual de la pobreza urbana en la
segunda mitad del siglo XX.

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