Debates/ América Latina: redefinir la izquierda [Arturo Anguiano]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Mar Abr 25 12:43:11 UYT 2017


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Correspondencia de Prensa

25 de abril 2017

Boletín Informativo

https://correspondenciadeprensa.wordpress.com/

redacción y suscripciones

germain5 en chasque.net

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Debates

América Latina

Redefinir a la izquierda

Arturo Anguiano *

San Cristóbal de las Casas, Chiapas, abril 2017

CIDECI-Universidad de la Tierra

Viento Sur, 25-4-2017

http://www.vientosur.info/

Desde mediados de los años noventa del siglo xx, el neoliberalismo que había
logrado imponer su hegemonía durante tres lustros, provocando la devastación
de todo lo social y de las naciones sometidas a una globalización que trajo
consigo la reordenación desordenada de la geografía planetaria, comenzó a
enfrentar en nuestro subcontinente latinoamericano resistencias
acrecentadas, luchas, revueltas y hasta insurrecciones como la encabezada
por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) en México. Los
pueblos indios, sobre todo en Ecuador y Bolivia, exigieron la transformación
de los Estados en Estados plurinacionales, dando cabida a los siempre
excluidos que con fuerza de huracán fueron imponiendo su reconocimiento. 

En el amanecer del siglo XXI, una verdadera guerra de resistencia de abajo
se fue realizando en contra de la prolongada guerra del capital mundializado
revestido con la estrategia neoliberal. Estalla la lucha social de pueblos,
de distintas capas sociales y de la sociedad entera, no sólo de carácter
reivindicativo contra los efectos sociales del neoliberalismo, sino
igualmente contra los gobiernos autoritarios que de desarrollistas
devinieron fanáticos del neoliberalismo. Las revueltas de los oprimidos
todos, condujeron a la caída de gobiernos neoliberales como el de Gonzalo
Sánchez de Losada luego de las exitosas guerras del gas y del agua en
Bolivia y en general al desorden, división y desconcierto de clases
dominantes que empezaron a perder incluso en procesos electorales; tres
gobiernos fueron derrocados en Ecuador bajo el embate de movilizaciones de
pueblos indios y sectores populares (Abdalá Bucaram en 1997, Jamil Mahuad en
2000 y Lucio Gutiérrez en 2005). Procesos democráticos, en fin, impuestos
luego de furiosas dictaduras agotadas y de más en más incapaces de canalizar
o hacer frente –incluso represivamente– a las grandes e imparables
movilizaciones de sociedades hartas de la explotación, el despojo, la
exclusión y el abuso de poder.

La democracia ganada se salpicó y transformó con las luchas de toda índole y
las organizaciones sociales de masas y algunos partidos de izquierda
pudieron desembocar en triunfos electorales que comenzaron a complicar y
cambiar la situación política de los países. Se abrió, entonces, lo que se
ha denominado el ciclo de gobiernos progresistas y de izquierda en América
Latina. En Venezuela el gobierno de Hugo Chávez se radicalizó a partir del
intento de golpe de Estado en 2002 y luego comenzó a publicitar su
pretendido socialismo del siglo XXI, en Bolivia Evo Morales y el Movimiento
al Socialismo (MAS) se impusieron desde 2006, en Ecuador Rafael Correa
(2007-2017) con su Alianza País y en Brasil el Partido de los Trabajadores
(PT) encabezado por Inácio Lula da Silva (2003-2011), el Frente Amplio (FA)
en el Uruguay de Tabaré Vázquez (2005-2010) y ahora de nuevo en el gobierno
relevando al presidente José Mugica, hasta Argentina con una versión un
tanto más híbrida proveniente del viejo peronismo encabezado por Néstor
Kirchner (2003-2007) y su esposa Cristina Fernández Kirchner (2007-2015),
después del largo desastre neoliberal de Carlos Menen (1989-1999).

Se empezó a hablar de un verdadero cambio de tendencia, de una nueva época
de luchas llevadas al poder y de un poder que supuestamente comenzaba a
transformarse desde la óptica de los intereses de los pueblos de América
Latina, de las sociedades siempre esquilmadas por ancestrales y modernas
formas de dominación de capitalismos atrasados sometidos a los intereses del
imperio estadounidense, que desde el Norte se impone en su extenso
traspatio.

Un nuevo e inédito ciclo de gobiernos progresistas y de izquierda en América
Latina antes que en ningún otro lado del planeta, la revancha de los
antiguos colonizados y luego invariablemente neocolonizados. Pero ahora se
coincide por todas partes en argumentar el fin de ese ciclo y la
reimposición de las fuerzas de la derecha capitalista, de viejas y renovadas
oligarquías que no han dejado de acomodarse y transfigurarse en
circunstancias cambiantes. Proliferan por consiguiente los balances de la
obra realizada por esos gobiernos que no dejaron de reelegirse pudiendo dar
continuidad de fondo a sus procesos, surgen análisis de sus estrategias y
políticas, de sus relaciones con pueblos y capas de sociedades distintas y
muy diversas.

¿Realmente fueron gobiernos progresistas, verdaderamente se pueden definir
como de izquierda y hasta populares? ¿Y qué izquierda?

Porque es evidente que durante mucho tiempo había quedado claro que no había
una sino muchas izquierdas, corrientes incluso enfrentadas del todo y por
todo; a final de cuentas era izquierda el que así se identificaba. Muchos de
los referentes teóricos y programáticos originarios se fueron diluyendo
sobre todo después de 1989 con la caída del Muro de Berlín y la disolución
del monstruoso montaje del llamado socialismo real que usurpó al marxismo,
al comunismo y en general a las tradiciones emancipatorias de los
trabajadores que, desde la Comuna de París de 1871, intentaron construir
alternativas contra el capitalismo y su cauda de explotación, despojo y
dominación.

Hoy mi conclusión, que de entrada puede resultar una provocación, es que
esos gobiernos, por más que tuvieran sus diferencias, en general no pueden
definirse con el concepto de progresistas y mucho menos el de izquierda. La
izquierda, durante toda la vuelta del siglo, coincidiendo con el auge del
neoliberalismo, en realidad se fue desdibujando, abandonando de entrada
muchos de sus presupuestos y asumiendo prácticas político-sociales y
relaciones con la gente de más en más cargadas de pragmatismo, incluso
retomando tradiciones clientelares y corruptas de las viejas clases
políticas. La izquierda reformista, estatista, nacionalista, socialdemócrata
y alguna que de vez en vez se consideraba marxista, desde mi punto de vista
devino primero social-liberal y al poco se disolvió bajo los vientos
tempestuosos del neoliberalismo. Primero afirmada y reforzada en las luchas
en contra del neoliberalismo, esa izquierda en trance después fue, poco a
poco, recomponiéndose de manera de hacerse “creíble” como opción de gobierno
en vistas a los procesos electorales. Si las luchas y la radicalización de
las masas organizadas empuja a varios de sus componentes partidarios a
ocupar las instituciones estatales (hasta a la cabeza del Estado, la
Presidencia de la República), más que cambiarlas, la izquierda es cambiada
por ellas, se trasmuta al renovar sus ropajes y acomodar sus hábitos:
rehabilita en particular el paternalismo siempre cargado de autoritarismo,
restableciendo relaciones jerárquicas con la sociedad. No deja de deslizarse
más rápido por la resbalosa pendiente de los intereses dominantes que no son
otros que lo de las grandes empresas capitalistas desterritorializadas,
vueltas mundiales como nunca, no dejando resquicios para pretendidas y ahora
caducas o fantasmales burguesías nacionales.

Desde México hasta la Tierra de Fuego es siempre la misma historia, ya no el
debate entre reforma o revolución, los aparatos de izquierda parten de
considerar al capitalismo neoliberal una fatalidad que encuentran
insuperable y solamente pretenden convertirse en sus mejores gestores,
salpicados de promesas de políticas sociales casi siempre en el marco de las
políticas y los criterios de los organismos financieros internacionales, que
procuran la degradación de las políticas sociales de fondo en simples
programas asistencialistas, dirigidos a combatir la pobreza extrema.
Antídoto barato contra la revuelta, no vaya a ser que de cualquier forma se
agudicen y se disparen las contradicciones y tensiones sociales de un
capitalismo insuperable.

La izquierda de arriba, como la denominó el finado Subcomandante Insurgente
Marcos, que a mí me parece que podemos caracterizar como izquierda estatal o
institucional, se ha fortalecido sin duda por medio de su ingreso a los
aparatos de los Estados, que simplemente ocuparon para su administración o
incluso tuvieron la audacia de renombrarlos constitucionalmente como Estados
plurinacionales en Ecuador y en Bolivia, países con una fuerte presencia de
pueblos originarios. Trataron de hacer y mantener concesiones a los pueblos
y núcleos sociales que los elevaron “al poder” en la búsqueda de atenuar las
más odiosas manifestaciones de la pobreza extrema que caracterizan a
nuestros países, pero de ninguna manera se propusieron combatir a fondo la
desigualdad social ni mucho menos la explotación, el despojo y la
concentración de riqueza que mantienen las viejas y nuevas oligarquías. No
se interesan por las causas de esa situación. Conceder abajo, verticalmente
por supuesto, pero sin incomodar a las clases dominantes con quienes en
cambio se negocia arriba.

El neoliberalismo se convirtió en un espantajo que trataron de combatir con
una dureza verbal a veces muy radical y progresista, pero que no pudo
ocultar la combinación que los llamados gobiernos progresistas trataron de
armar con la amalgama de cierto desarrollismo (básicamente de nuevo una
mayor intervención del Estado en los procesos económicos) con las variables
macroeconómicas exigidas por los organismos financieros internacionales (por
supuesto neoliberales), encargados de asegurar la hegemonía de las
estrategias capitalistas de las grandes empresas dominantes. Si bien
trataron de mejorar los ingresos del Estado (condición para su capacidad de
acción), para nada impulsaron políticas impositivas y redistributivas que
gravaran las ganancias extraordinarias de las empresas y financiaran las
políticas sociales, las infraestructuras y todo aquello que a final de
cuentas siguió recreando las condiciones para hacer atractivos los
territorios nacionales a la presencia de las empresas capitalistas. Aunque
los nuevos gobiernos progresistas pudieron durante cierto tiempo y en
algunos casos relanzar el crecimiento de economías estancadas o en crisis,
tal vez fascinados por el auge de las materias primas, precipitaron sus
países hacia la desindustrialización cuando ya avanzaban en tanto nuevas
economías emergentes como Brasil, o simplemente prosiguieron una economía
que para nada apuesta al progreso industrial. Pero estos gobiernos
progresistas y verbalmente anti-neoliberales, todos nacionalistas y algunos
hasta antiimperialistas, regresaron sus economías a los orígenes coloniales,
relanzándolas por la senda del extractivismo minero que en algunos combina
economías petrolizadas, complementadas con agronegocios que para nada
involucran a los pueblos indios y campesinos sino a los grandes propietarios
del campo. Un cuadro, en conjunto, que deja de lado los tan publicitados
parámetros de la sustentabilidad y más bien amenazan mayormente el medio
ambiente.

Las grandes empresas mineras de carácter mundial ataviadas con ciertos
ropajes nacionales como el canadiense, fueron cortejadas y promovidas al
grado que la devastación de los territorios –casualmente resguardados por
pueblos originarios– se convirtió en política económica fundamental y motor
de economías como siempre atrasadas, subdesarrolladas, emergentes o no :
Bolivia, Ecuador, Brasil, Venezuela... Pero como se ha comenzado a develar,
las rentas petroleras como las provenientes de las concesiones mineras, de
ninguna manera sirven –como fue la coartada o el pretexto– a financiar las
políticas sociales y de bienestar de la población, ni siquiera de los
pueblos originarios directamente más afectados, que ahora deben resistir a
sus propios gobiernos en defensa de la Madre Tierra. Las erráticas políticas
sociales se siguen financiando con recursos internos, deuda externa y hasta
remesas.

Rentas acrecentadas, sí, que tal vez debieran servir de ejemplo al gobierno
mexicano que regala el territorio nacional, pero que solamente sirven para
recrear las condiciones infraestructurales requeridas por lo propios
capitales y en general para volver atractivos los países, esto es
susceptibles de ver sus poblaciones explotadas, sus recursos naturales
privatizados y devastados por empresas voraces que los rentabilizan. O sea,
“beneficiados” por exigentes capitales que peregrinan por todo el planeta en
busca de los nichos más rentables, dentro de una aleatoria división
internacional del trabajo. Estados dirigidos por gobiernos nacionalistas que
se desviven por atraer y alentar al “odiado” capital imperialista,
financiero y los otros; bueno, y ahora el chino, que aparece más asexuado.

Gobiernos que se pretendieron descolonizadores y más bien reacondicionaron
el terreno y dieron garantías a un nuevo colonialismo todavía más devastador
de los territorios, con todo y culto a la Pachamama. Estados declarados
plurinacionales o regímenes progresistas comprometidos a reforzar la
República, que sin embargo poco o nada hicieron o hacen para introducir
nuevos procesos e instituciones participativas que pudieran transformar al
menos a las democracias restringidas que continuaron potenciando a nuevos
gobiernos autoritarios y muy personalizados por caudillos de ocasión como
Evo Morales o Rafael Correa, Lula o Chávez, quien en 2013 deja en herencia a
su sucesor, el inefable Nicolás Maduro. La arrogancia, el paternalismo y el
abuso de poder revitalizados por los gobiernos progresistas y de izquierda.
Las organizaciones sociales caracterizadas por su combatividad y capacidad
de resistencia y movilización se burocratizan y subordinan al influjo de los
gobiernos pretendidamente suyos, que quiebran su autonomía y acaban por
desnaturalizar su carácter y su papel. Ensayos de autogestión o de
autoorganización, de entrada autónomos, que en muchos lugares brotaron en la
ola de las luchas, son disueltos o supeditados a las instituciones estatales
“progresistas”, haciéndolos dependientes y sometidos incluso a relaciones
más bien de carácter clientelar, esto es, mercantil.

Si los gobiernos progresistas elevados por resistencias y luchas
multitudinarias pudieron significar grietas en los muros del capital,
resulta evidente que aquéllos se esforzaron por resanarlas...

Por algo los partidos y organizaciones políticas de los países progresistas
(del MAS al PT) entran en crisis y hasta se dividen. Sobre todo, al igual
que sus gobiernos, pierden legitimidad social, generan malestar y confusión
entre los pueblos y dan cabida a recomposiciones de las fuerzas de derecha
con las que incluso se habían aliado, pero que de nuevo pueden apostar a
recuperar vínculos con algunos núcleos sociales descontentos y
desencantados.

Resulta pues curioso, que el aparentemente largo ciclo de gobiernos
progresistas iniciado por revueltas y movilizaciones populares concluya con
algunos países en extremo divididos, su legitimidad extraviada o venida a
menos, con sus bases sociales socavadas, escindidas y segmentadas (o
reducidas, por ejemplo en Ecuador, al apoyo de ciertas clases medias
estimuladas decisivamente) y relanzadas a procesos de movilización inciertos
que pueden ser recuperados, al menos en intento, por los reagrupamientos de
derecha alentados y potenciados nuevamente como en Brasil y Venezuela. La
recuperación abierta del poder neoliberal, como en la Argentina de Mauricio
Macri, de nuevo estimula el enojo de sociedades inconformes, indispuestas a
la resignación ante el recrudecimiento de los ajustes capitalistas
ostentosos (con la precarización generalizada del trabajo) y la mayor
pérdida de logros trabajosamente alcanzados o recuperados en el periodo
anterior.

Si las sociedades pudieron aliviar en cierta medida sus condiciones de vida
ya fuera por el crecimiento de las economías (algunos países, digamos
Bolivia, viven como nunca la expansión capitalista) o por la difusión de
programas sociales, lo cierto es que para nada se han afectado los procesos
de acumulación de capital con su larga estela de desigualdades que, además,
por todas partes no dejan de arrastrar el racismo ancestral o renovado
contra los pueblos originarios. De hecho, “el Buen vivir” no alcanza a los
de abajo. La ocupación del Estado difícilmente ha significado la toma del
poder por los actores emergentes revestidos con ropajes de izquierda. Más
bien se suscitaron alianzas y entreveramientos con las oligarquías (o con
algunas fracciones) que, sin embargo, cuando dejaron de sentirse a la
defensiva rompieron sus turbias e impostadas alianzas como en Brasil,
precipitando la caída del gobierno de Dilma Rousseff (2011-agosto 2016),
deshaciéndose así de intermediarios incómodos. Incluso en la Venezuela
postchavista, con su socialismo del siglo XXI disuelto en el aire y donde la
polarización entre las fuerzas burguesas se ha extendido a la sociedad
entera, se habla de una boliburguesia y de grandes transformaciones entre
las filas del ejército beneficiado con proyectos productivos que, para regir
sus nuevos negocios, lo ponen a girar al ritmo de la búsqueda de ganancias.

Si distintas opciones de izquierda ocuparon los Estados propulsados por
movilizaciones de sociedades insumisas, al final los Estados-nación siguen
los mismos, asentados en economías nacionales más débiles o fuertes, las
sociedades tal vez mayormente polarizadas económica, social y políticamente,
pero amoldados y regidos por la lógica y el tiempo de las grandes empresas
mundiales y sus organismos financieros internacionales que disponen de
calendarios y geografías. La izquierda, en cambio, se transfiguró.

En México, donde ha avanzado más la degradación de la política estatal y
donde la izquierda de arriba prácticamente ha desaparecido, los gobiernos
locales “de izquierda” que el Partido de la Revolución democrática (PRD)
logró instaurar localmente, en particular en la capital mexicana, solamente
pusieron en práctica las mismas políticas neoliberales dominantes y
reprodujeron la cultura política forjada por el largo dominio del
PRI-Gobierno, caracterizada por la corrupción, el patrimonialismo, las
relaciones clientelares (sustentadas en “imaginativas” políticas
asistencialistas que le dieron lucimiento) y el autismo social que acabaron
por deslegitimarlo, desprestigiarlo y de plano lanzarlo al precipicio de la
pulverización mafiosa y a la desnaturalización. Gobiernos que pretendieron
distinguirse solamente por estilos personales que acabaron de asemejarlos de
cualquier manera a los otros. El PRD, como el principal partido de una
izquierda desprogramada, devenida nacional-populista y determinada
principalmente por el pragmatismo y la ambición de camarillas facciosas
(disfrazadas de corrientes), que extravió la autonomía que podría haberlo
caracterizado en sus inicios y se volvió un partido pelele del gobierno de
Enrique Peña Nieto con el Pacto por México, tramado junto con el PRI y el
PAN para imponer al Congreso y a la sociedad las perniciosas e impopulares
reformas estructurales (energética y educativa, las más notables). La
izquierda de arriba que en el PRD subsumió desde 1988 a las viejas
agrupaciones y corrientes de la izquierda incluso de tendencias marxistas,
acabó en el suicidio político y en su inminente desaparición, debilitado de
más en más, en plena disgregación (en un sálvese quien pueda).

Andrés Manuel López Obrador (AMLO), que durante su presidencia del partido
de 1996 a 1999 había logrado su fortalecimiento electoral, al mismo tiempo
favoreció el reclutamiento de los viejos cuadros priistas y gubernamentales
que empezaron a emigrar ante la ya inocultable crisis del régimen, dando
pauta a que al poco tiempo el PRD se revelara en todo como un nuevo PRI, si
bien aparentemente nacionalista y democrático. Tal “estrategia” de
crecimiento partidario se generalizó y por todas partes proliferaron los
trasiegos de personajes que cambiaban de ropajes y colores a su gusto y
conveniencia. De esta forma, AMLO fue de hecho el principal responsable de
la desnaturalización del original partido-movimiento que en su inicio
pretendió ser el PRD, del cual se separa en septiembre de 2012 y desemboca
en la creación de un nuevo partido, Morena (Movimiento de Renovación
Nacional), que se prepara para la elección presidencial de 2018.

A veces declarado de izquierda, con algunos viejos militantes marxistas que
poblaron el PRD en sus mejores días, AMLO y su partido arman un proyecto
lastrado como siempre por el pragmatismo extremo y una visión sesgada de la
realidad (la corrupción como centro de todos los males) y sus perspectivas,
que oscila entre el asistencialismo del presidente Luis Echeverría y la
renovación moral de la sociedad de Miguel de la Madrid. Esto es, muy lejos
de cualquier tradición programática o teórico-política de izquierda, ni
siquiera socialdemócrata o semejante a las que alentaron a los gobiernos
progresistas del subcontinente. Todavía en su fallida campaña electoral de
2006, López Obrador se definía como neoliberal con tintes sociales y se
situaba fuera de la denominación de izquierda (¿de centro?), ahora –en
vísperas de las elecciones para él cruciales de 2018– reclama el monopolio
de la izquierda y critica de forma abierta al neoliberalismo, pero solamente
en lo que denomina la mafia del poder, que identifica con los empresarios
que se enriquecieron en la subasta corrupta de los bienes públicos
especialmente durante el gobierno ultra-neoliberal de Carlos Salinas de
Gortari (1988-1994).

Como se puede ver, más que grietas en la izquierda, lo que se ha producido
–en especial en México– es el resquebrajamiento, el derrumbe y disolución de
la izquierda estatal, atenazada entre los intereses neoliberales que
gestiona y el abandono y desprecio creciente de los de abajo, quienes optan
por ya no mirar hacia los partidos.

Sin duda seguirán muchos debates sobre el ciclo de los llamados gobiernos
progresistas y de izquierda. Hay desenlaces como los de Argentina con el
neoliberal Mauricio Macri y el Brasil del reconvertido Michel Temer, también
como el de Ecuador con la persistencia del proyecto de la Alianza País de
Correa gracias a la elección de Lenin Moreno, algunos muy inciertos por
venir como los de Bolivia (con la posible reelección de Evo Morales vetada
en referéndum) y sobre todo Venezuela sumergida en la degradación social, la
polarización extrema y la incapacidad del gobierno de Nicolás Maduro, quien
no encuentra salidas viables a la crisis.

Pero, precisamente, hace falta reflexionar sobre qué es lo que en verdad
puede caracterizarse como izquierda en esta era de la hegemonía del
capitalismo neoliberal. Me atrevo a sostener que toda la experiencia
reciente muestra y refrenda –incluso históricamente– que no puede haber una
izquierda que no subvierta las instituciones burguesas, esto es al Estado y
la estructura de poder erigida sobre las sociedades, y sobre todo que no
ataque frontalmente las condiciones que generan la desigualdad, la opresión,
el despojo, la violencia, la discriminación y la exclusión. Esto es, la
izquierda auténtica necesita bregar sin más por acabar con la existencia del
capitalismo, en lugar de ataviarse con las estrategias hegemónicas del
neoliberalismo brutal o del desarrollismo populista matizado de políticas de
corte keynesiano, que invariablemente acaban reproduciendo el mismo papel de
Estado garante de un orden social inhumano.

No puede haber más izquierda que la izquierda anticapitalista. Las
izquierdas de arriba ya no representan sino variantes de una estrategia
capitalista a la que se han acogido y que sin remedio los desnaturaliza y
subsume, los devora. Actualmente no puede haber más izquierda que la
izquierda de abajo, todavía por supuesto con muchas tendencias y
pertenencias flexibles o cambiantes; una izquierda plural de vivos colores
construida abajo y por debajo. Compuesta de entrada por una miríada de
agrupamientos, círculos, colectivos y organizaciones incluso de carácter
nacional, que recuperan la teoría, el pensamiento crítico sin concesiones y
valoran la praxis que se deriva de reflexiones teóricas y experiencias
prácticas, de una práctica que deviene teoría.

Una izquierda que arraiga y se extiende sobre todo en las profundidades de
las sociedades latinoamericanas (y no sólo), primero que nada en los pueblos
originarios (lo que le imprime su sello original en algunos países), pero
asimismo en los trabajadores formales e informales, los campesinos y todos
aquellos núcleos sociales que sufren alguna forma de opresión,
discriminación o exclusión. Pueblos indios y proletarios, oprimidos todos,
mujeres, jóvenes, homosexuales, lesbianas, científicos, intelectuales,
migrantes, todos los diferentes y por ello iguales, sometidos a la furia
cotidiana de la disciplina o el aliento del capital y sus numerosos,
innumerables y muy variados gestores, conformados en clases políticas,
oligarquías estatales que revestidas con distintos ropajes de moda se
asemejan todas en su voracidad al servicio de ellos mismos y sobre todo de
los intereses del capital global, mundializado. Rebeldes, insumisos,
movilizados de mil maneras y por incontables motivos que en los hechos
revelan sociedades que se organizan a contracorriente y van siendo ganadas
por la revuelta que deviene cotidiana, una forma no sólo de sobrevivir, sino
de vida, de entender que la política puede ser muy otra, como dicen los
zapatistas.

Una izquierda que lucha de entrada por la igualdad verdadera, procurando la
autoorganización y la autogestión según sus tradiciones y condiciones,
sobreviviendo y afirmándose en la autonomía frente al poder, el capital y
todas sus instituciones, conductos y gestores, a combatir y destruir
cualesquiera que sean. Una izquierda que si bien puede luchar por tratar de
derrocar el poder de los de arriba, entiende que lo más importante es buscar
reconstruir el poder desde abajo, desde los pueblos, comunidades, barrios,
etcétera, esto es desde las propias sociedades y bajo principios
emancipatorios labrados por la dignidad y la solidaridad, en la fraternidad
de los oprimidos, por completo ajenos a jerarquías y relaciones mercantiles
como las impuestas con el clientelismo por los de arriba e incluso por los
llamados gobiernos progresistas y de izquierda. Una izquierda que se
descubre a sí misma y redimensiona en la propia sociedad, entre los de
abajo, quienes ensayan múltiples y muy diversos e imaginativos caminos en su
lucha rebelde por la autoemancipación.

Esa izquierda existe en toda América Latina y en buena parte del planeta no
ha dejado de manifestarse y organizarse. No solamente en los más evidentes
procesos de resistencia de los indignados y rebeldes contra la
mundialización capitalista. Existe en las organizaciones tradicionales y
nuevas (siempre imaginativas, auténticas creaciones) de los oprimidos, de
trabajadores urbanos y rurales, de pueblos originarios, de jóvenes, de
mujeres, de gente oprimida, de migrantes, de colectivos de todo tipo que
ensayan formas de inesperadas autonomía en su barrio, centro de trabajo,
pueblo, comunidad o en las modernas redes sociales, siempre según su
situación específica, sus tradiciones, modos y pertenencias. Existe
igualmente entre individuos insumisos que, sin estar organizados, ejercen la
crítica en su medio y tratan de encontrar vínculos con los otros que son sus
semejantes en la inconformidad. Esta izquierda de abajo tiene su avanzada en
la experiencia de construcción de la autonomía, el autogobierno y la
autogestión de las comunidades zapatistas que en el sureste de México
construyen en los hechos un nuevo modo de vida y relaciones sociales
igualitarias, sin jerarquías ni opresiones, en la paridad entre hombres y
mujeres, abiertos siempre a nuevas e innovadoras experiencias, resistiendo y
creando todos los inmensos días, en una perspectiva anticapitalista y de
autoemancipación.

Una izquierda social muy amplia que se colectiviza y politiza sin cesar por
medio de procesos participativos de fondo que van preparando un sedimento
duradero para la revuelta, por la puesta en práctica de formas de
resistencia que avanzan hacia la gestión de alternativas de vida, de mundo,
defendiendo la Madre Tierra, el entorno donde sobrevivimos, el que se
encuentra bajo el acoso y la destrucción rentabilizada de un capitalismo que
amenaza a la Humanidad entera y al planeta.

* Arturo Anguiano es profesor investigador en la Universidad Autónoma
Metropolitana de México.

Fuentes

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<http://www.laguarura.net/2013/07/03/los-pueblos-originarios-de-nuestra-amer
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http://nuso.org/articulo/el-nuevo-escenario-politico-boliviano-traspie-elect
oral-o-fin-de-un-ciclo/
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