Revolución Rusa/ Los bolcheviques y el antisemitismo [Brendan McGeever]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Dom Ago 6 21:11:08 UYT 2017


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Correspondencia de Prensa

6 de agosto 2017

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Revolución Rusa

Los bolcheviques y el antisemitismo

Brendan McGeever *

Jacobin, 22-6-2017

https://www.jacobinmag.com/

A l´encontre, 19-7-2017

http://alencontre.org/page/

A l´encontre,

http://alencontre.org/

Traducción de Viento Sur

http://www.vientosur.info/

Madrugada del 25 de octubre de 1917. Grupos de obreros toman puntos
estratégicos en las calles barridas por el viento de Petrogrado. En el
Palacio de Invierno, el jefe del gobierno provisional, Alexander Kerensky,
espera inquieto su coche para huir. En el exterior, los guardias rojos han
tomado el control de la central telefónica. La toma del poder por los
bolcheviques es inminente. En el palacio no hay luz ni teléfono. Desde la
ventana, Kerensky puede ver el puente del Palacio: está ocupado por marinos
bolcheviques. Finalmente, llega un coche enviado por la embajada
estadounidense y Kerensky emprende su huida de la Petrogrado roja. Cuando el
vehículo dobla una esquina, Kerensky observa algunas pintadas, recién
escritas en las murallas del palacio: “¡Abajo con el judío Kerensky, viva el
camarada Trotsky!”

La consigna sigue siendo absurda un siglo después: Kerensky, por descontado,
no era judío, mientras que Trotsky sí lo era. Sin embargo, lo que refleja es
el papel turbio y contradictorio que desempeñó el antisemitismo en el
proceso revolucionario. En buena parte de la literatura publicada sobre la
revolución rusa, el antisemitismo se concibe como una forma de
“contrarrevolución”, como el coto privado de la derecha antibolchevique.
Esto encierra una buena dosis de verdad, por supuesto: el régimen zarista se
caracterizaba por su antisemitismo, y en la ola devastadora de violencia
antijudía que siguió a la revolución de octubre, durante los años de guerra
civil (1918-1921), el grueso de las atrocidades corrió a cargo del ejército
blanco y de otras fuerzas opuestas al naciente Estado soviético. Pero este
no es el cuadro completo.

El antisemitismo impregnaba a todas las fuerzas políticas de la Rusia
revolucionaria, despertando adhesiones en todos los grupos sociales y
afinidades políticas. En la corriente marxista, el racismo y el radicalismo
político eran a menudo objeto de crítica, pero en 1917 el antisemitismo y el
resentimiento de clase podían solaparse, como pasaba también con ideologías
contrapuestas.

Febrero: una revolución en la vida de los judíos

La Revolución de Febrero cambió la vida de los judíos. Apenas unos días
después de la abdicación del zar Nicolás II se levantaron todas las
restricciones legales que pesaban sobre los judíos. Más de 140 estatutos,
con un total de unas mil páginas, fueron abolidos de un plumazo. Para marcar
este momento histórico, el soviet de Petrogrado convocó una reunión especial
en la víspera de la Pascua judía, el 24 de marzo de 1917. El delegado judío
que intervino estableció inmediatamente la conexión: la Revolución de
Febrero, dijo, podía ponerse a la misma altura que la liberación de los
judíos de la esclavitud en Egipto.

Sin embargo, la emancipación formal no vino acompañada de la desaparición de
la violencia antijudía. El antisemitismo estaba profundamente arraigado en
Rusia, y su persistencia en 1917 estaba estrechamente relacionada con los
avances y retrocesos de la revolución. En el transcurso de 1917 se
produjeron al menos 235 ataques a judíos. Aunque no representaban más del
4,5 % de la población, los judíos fueron víctimas ese año de alrededor de un
tercio de todos los actos de violencia física contra minorías nacionales.

A partir del estallido de la Revolución de Febrero, en las calles de las
ciudades rusas circularon rumores sobre pogromos antijudíos, hasta el punto
de que en las primeras reuniones de los soviets de Petrogrado y Moscú, la
cuestión del antisemitismo era un punto destacado del orden del día. En
aquellas primeras semanas apenas hubo brotes de violencia, pero en junio la
prensa judía empezó a informar de que “masas de trabajadores” se congregaban
en las esquinas para aplaudir discursos pogromistas que declaraban que el
soviet de Petrogrado estaba en manos de “los judíos”. En ocasiones, líderes
bolcheviques se topaban con estos actos de antisemitismo. Caminando por la
calle a comienzos de julio, Vladímir Bonch-Bruevich –el futuro secretario de
Lenin– se encontró con una muchedumbre que llamaba abiertamente a realizar
pogromos contra los judíos. Con la cabeza gacha apretó el paso. Llegaban
cada vez más informaciones sobre reuniones similares.

A veces se solapaba el resentimiento de clase con representaciones
antisemitas del judaísmo: más tarde en julio, oradores en una concentración
callejera en Petrogrado llamaron a la muchedumbre a “aplastar a los judíos y
a la burguesía”. Mientras que en el contexto inmediato de la Revolución de
Febrero estas diatribas no cundían entre la gente, en julio atraían a un
público amplio. En esta situación se reunió, en Petrogrado, el primer
congreso panruso de consejos de diputados obreros y de soldados.

La cuestión del antisemitismo

Este primer congreso de los soviets fue una reunión histórica. Asistieron
más de un millar de delegados de todos los partidos socialistas, en
representación de cientos de soviets locales y de unos veinte millones de
ciudadanos rusos. El 22 de junio, cuando llegaron noticias de más incidentes
antisemitas, el congreso aprobó la declaración hasta entonces más
contundente del movimiento socialista ruso sobre la cuestión del
antisemitismo. Escrita por el bolchevique Yevgenii Preobrashenski, la
resolución se titula “Sobre la lucha contra el antisemitismo”. Cuando
Preobrazhenski acabó de leerla en voz alta, un delegado judío se levantó
para declarar su aprobación de todo corazón, añadiendo que, aunque no
resucitaría a los judíos asesinados en los pogromos de 1905, la resolución
sí ayudaría a curar algunas de las heridas que seguían causando tanto dolor
en la comunidad judía. Fue aprobada por unanimidad en el congreso.

La resolución reafirmaba fundamentalmente el punto de vista socialdemócrata
clásico de que el antisemitismo era lo mismo que la contrarrevolución. Sin
embargo, contenía un importante reconocimiento: el “gran peligro”, leyó
Preobrazhenski, es “la tendencia del antisemitismo a ocultarse tras
consignas radicales”. Esta convergencia de la política revolucionaria y el
antisemitismo, seguía la resolución, representa “un enorme peligro para el
pueblo judío y el conjunto del movimiento revolucionario, pues amenaza con
ahogar la liberación del pueblo en la sangre de nuestros hermanos y cubrir
de desgracia al movimiento revolucionario entero”. Esta admisión de que el
antisemitismo y la política radical podían confluir supuso pisar terreno
nuevo para el movimiento socialista ruso, que hasta entonces solía situar el
antisemitismo en el lado de la extrema derecha. Cuando el proceso
revolucionario se aceleró a finales del verano de 1917, la presencia del
antisemitismo en algunos sectores de la clase obrera y del movimiento
revolucionario se había convertido en un problema creciente que requería una
respuesta socialista.

La respuesta de los soviets

Al término del verano, los soviets lanzaron una amplia campaña contra el
antisemitismo. El soviet de Moscú, por ejemplo, organizó charlas y reuniones
en las fábricas sobre este tema durante los meses de agosto y septiembre. En
la antigua Zona de Residencia 1/, los soviets locales se encargaron de
prevenir el estallido de pogromos. En Chernigov (Ucrania), a mediados de
agosto, las Centurias Negras acusaron a los judíos de acaparar reservas de
pan, lo que dio lugar a una serie de disturbios antijudíos violentos. Una
delegación del soviet de Kiev tuvo que organizar un grupo de tropas locales
para poner fin a los desmanes.

El gobierno provisional trató de lanzar su propia respuesta al
antisemitismo. A mediados de septiembre, el gobierno aprobó una resolución
en que prometía adoptar “las medidas más drásticas contra todos los
pogromistas”. Una declaración similar, emitida dos semanas después, ordenaba
a los ministros del gobierno a emplear “todo el poder a su disposición” para
acabar con los pogromos. No obstante, cuando ya estaba en marcha la
transferencia del poder a los soviets, la autoridad del gobierno provisional
se hallaba en plena desintegración. Una editorial del 1 de octubre del
periódico progubernamental Russkie Vedomosti captó bien la situación: “la
ola de pogromos crece y se expande… Todos los días llegan montañas de
telegramas… [pero] el gobierno provisional está desbordado… La
administración local es impotente para hacer nada… Los medios de coerción
están completamente agotados”.

Pero no los de los soviets. A medida que se profundizó la crisis política y
avanzó el proceso de bolchevización, numerosos soviets provinciales lanzaron
sus propias campañas contra el antisemitismo. En Vitebsk, una ciudad situada
a unos 560 kilómetros de Moscú, el soviet local constituyó a primeros de
octubre una unidad militar para proteger la ciudad de los pogromistas. La
semana siguiente, el soviet de Oryol aprobó una resolución para combatir con
las armas toda forma de violencia antisemita. En el extremo oriente ruso,
los soviets de toda Siberia adoptaron una resolución contra el
antisemitismo, declarando que el ejército revolucionario local tomaría
“todas las medidas necesarias” para impedir cualquier pogromo. Esto
demuestra hasta qué punto la lucha contra el antisemitismo estaba
profundamente arraigada en el movimiento socialista organizado: incluso en
el extremo oriente, donde había relativamente pocos judíos y todavía menos
pogromos, los soviets locales se identificaban con los judíos del frente
occidental que sufrían la violencia de manos de las bandas de antisemitas.

No cabe duda de que los soviets se habían convertido, a mediados de 1917, en
la principal oposición política al antisemitismo en Rusia. Un editorial del
periódico Evreiskaia Nedelia (La Semana Hebrea) lo reflejó muy bien: “Hay
que decir, y se lo debemos agradecer, que los soviets han llevado a cabo una
lucha enérgica en contra [de los pogromos]. En muchos lugares, ha sido
exclusivamente gracias a su firmeza que se ha restaurado la paz”. Conviene
señalar, sin embargo, que estas campañas contra el antisemitismo estaban
destinadas a los trabajadores fabriles y ocasionales activistas del
movimiento socialista en sentido amplio. En otras palabras, el antisemitismo
se identificaba como un problema en el seno de la base social de la
izquierda radical e incluso de sectores del propio movimiento
revolucionario. Lo que esto revelaba, por supuesto, es que el antisemitismo
no emanaba simplemente de “arriba”, de las altas esferas que apoyaban al
zarismo, sino que tenía una base orgánica en sectores de la clase obrera y
que había que hacerle frente como tal.

El enemigo en el interior

Para la dirección bolchevique, la política revolucionaria no solo era
incompatible con el antisemitismo; eran polos antitéticos. Como quedó
formulado en un titular de primera página del principal periódico del
partido, Pravda, en 1918: “Estar en contra de los judíos es estar a favor
del zar”, No obstante, sería un error constatar las declaraciones de Lenin y
Trotsky e “ignorar” los pensamientos y sentimientos de las bases. Como
demostraron los acontecimientos de 1917, la revolución y el antisemitismo no
siempre estaban en polos opuestos. Noticias de prensa del verano y otoño de
1917 revelan que a menudo se acusaba a bolcheviques locales, por parte de
otros socialistas, de perpetuar el antisemitismo y a veces incluso de acoger
a antisemitas en la base social del partido. Por ejemplo, según el periódico
Edinstvo, de Georguii Plejánov, cuando los mencheviques trataron de hablar
en los cuarteles del distrito de Vyborg de Petrogrado a mediados de junio,
algunos soldados, supuestamente animados por militantes bolcheviques,
gritaron: “¡Abajo con ellos! ¡Son todos judíos!” Conviene señalar que
Plejánov era a mediados de 1917 un antibolchevique furibundo, de modo que
esta fuente ha de tratarse con cautela.

Sin embargo, hubo muchas más denuncias en el mismo sentido. Más o menos por
la misma época, el periódico menchevique Vperiod informó de que militantes
bolcheviques moscovitas habían boicoteado una concentración de mencheviques,
acusándoles de ser “judíos” que “explotan al proletariado”. Cuando el 18 de
junio salieron a la calle en Petrogrado cientos de miles de trabajadores,
algunos bolcheviques retiraron por lo visto banderas del Bund 2/ y gritaron
consignas antisemitas. En respuesta, Mark Liber, miembro del Bund, acusó a
los bolcheviques de ser “pogromistas”. Llegado octubre, estas acusaciones se
hicieron más frecuentes. En la edición del 29 de octubre de Evreiskaia
Nedelia, un editorial llegó a decir que las “centurias negras” antisemitas
“llenaban las filas de los bolcheviques” en todo el país.

Estas afirmaciones estaban a todas luces descaminadas. La dirección
bolchevique se oponía al antisemitismo y el grueso de los miembros del
partido participaron en el desarrollo de la respuesta partidaria al
antisemitismo en las fábricas y los soviets. No obstante, la idea de que el
bolchevismo podía atraer a antisemitas de extrema derecha no era totalmente
descabellada. El 29 de octubre, un sorprendente editorial del periódico
antisemita de extrema derecha Groza (Tormenta) declaraba:

Los bolcheviques han tomado el poder. El judío Kerensky, lacayo de los
británicos y de los banqueros del mundo, habiéndose arrogado descaradamente
el título de comandante en jefe de las fuerzas armadas y nombrado primer
ministro del zarismo ruso ortodoxo, será barrido del Palacio de Invierno,
donde había desacralizado con su presencia los restos del pacificador
Alejandro III. El 25 de octubre, los bolcheviques unieron a todos los
regimientos que se negaban a someterse a un gobierno compuesto por banqueros
judíos, generales traicioneros, terratenientes traidores y comerciantes
ladrones.

Los bolcheviques clausuraron inmediatamente el periódico, pero el apoyo
indeseado alarmó a la dirección del partido.

Lo que agravaba la preocupación de los socialistas moderados por la
posibilidad de un solapamiento entre antisemitismo y revolución era la
manera en que los bolcheviques movilizaban a las masas y canalizaban su
resentimiento de clase. El 28 de octubre, cuando la revolución estaba en
pleno apogeo, el comité electoral menchevique de Petrogrado emitió un
llamamiento desesperado a los trabajadores de la capital advirtiendo de que
los bolcheviques habían seducido a “los trabajadores y soldados ignorantes”
y de que la consigna de “¡Todo el poder a los soviets!” podía convertirse
muy fácilmente en “Abajo los judíos, abajo los tenderos”. Para el
menchevique L’vov-Rogachevskii, la “tragedia” de la revolución rusa reside
en el hecho evidente de que “las masas oscuras son incapaces de distinguir
al provocador del revolucionario, o un pogromo contra los judíos de la
revolución social”.

La prensa judía se hizo eco de estas preocupaciones. Según un artículo de
opinión de Evreiskaia Nedelia, “el camarada Lenin y sus compañeros
bolcheviques llaman al proletariado a ‘pasar de las palabras a la acción’,
pero siempre que se juntan muchedumbres eslavas, ‘pasar de las palabras a la
acción’ significa, en realidad, ‘arremeter contra los judíos’.”

Sin embargo, contrariamente a estas predicciones alarmistas, en las horas y
los días inmediatamente posteriores a la toma del poder por los bolcheviques
no hubo pogromos masivos en el interior de Rusia. La insurrección no se
convirtió en la violencia antisemita que se había augurado. Lo que revelan
las advertencias antes citadas es lo profundo que estaba arraigado el temor
a las “masas oscuras” entre sectores de la izquierda socialista que decían
hablar en su nombre. Esto es especialmente cierto en el caso de los
intelectuales, que en general contemplaban el levantamiento proletario con
horror, debido a la violencia y la barbarie que según ellos sería su
corolario inevitable.

Lo que definía a los bolcheviques durante este periodo era precisamente su
cercanía con las masas de Petrogrado que tanto miedo infundían a los
intelectuales. Sin embargo, el solapamiento entre antisemitismo y política
revolucionaria era real. Pocos días después de la Revolución de Octubre,
Ilyá Ehrenburg –que pronto sería unos de los escritores judíos más
prolíficos y conocidos en la Unión Soviética– se sentó a escribir sus
pensamientos sobre los acontecimientos trascendentales que acababan de
producirse. Su relato constituye quizá la descripción más vívida de la
articulación entre el antisemitismo y el proceso revolucionario de 1917:

Ayer estaba yo en la cola para votar para la Asamblea Constituyente. Había
gente que decía “Quién esté contra los judíos, que vote la lista número 5
[los bolcheviques]”, “Quien esté por la revolución mundial, que vote por la
lista número 5”. Se acercó el pope rociando agua bendita; todo el mundo se
quitó el sombrero. Pasó un grupo de soldados que se puso a cantar la
Internacional en dirección al pope. ¿Dónde estoy? ¿O esto es realmente el
infierno?

En este alarmante recuerdo, la distinción entre bolchevismo revolucionario y
antisemitismo contrarrevolucionario aparece borrosa. De hecho, el relato de
Ehrenburg prefigura la inquietante pregunta que se formula en Caballería
Roja, la recopilación de historias de la guerra civil de Isaac Babel: “¿Cuál
es la revolución y cuál la contrarrevolución?”

Pese a la insistencia de los bolcheviques en calificarlo de fenómeno
puramente “contrarrevolucionario”, el antisemitismo se resistía a una
categorización tan nítida y se manifestaba en todo el espectro político con
formas sumamente complejas e inesperadas. Esto se revelaría con toda
claridad seis meses después, en la primavera de 1918, cuando estallaron los
primeros pogromos desde la Revolución de Octubre en la Zona de Asentamiento.
En pueblos y ciudades del noreste de Ucrania, como Glujov, el poder
bolchevique se consolidó mediante la violencia antijudía por parte de los
dirigentes locales del partido y los Guardias Rojos. La confrontación de los
bolcheviques con el antisemitismo en 1918 fue, por tanto, a menudo una
confrontación con el antisemitismo de su propia base social.

Cuando conmemoramos el centenario de la Revolución de Octubre, la celebramos
con razón como un periodo de transformación social radical, cuando un nuevo
mundo parecía posible. La revolución, sin embargo, también debería
recordarse con todas sus complicaciones. El antirracismo hay que cultivarlo
y renovarlo continuamente. Un siglo después, cuando lidiamos con los daños
causados por el racismo en la política de clase, 1917 puede enseñarnos
muchas cosas sobre cómo las ideas reaccionarias pueden enraizarse, pero
también cómo pueden combatirse.

* Brendan McGeever es profesor de sociología de la racialización y del
antisemitismo en Birkbeck, Universidad de Londres.

Notas

1/ Zona de Residencia: la región fronteriza occidental del imperio ruso en
la que estaba permitido el asentamiento de judíos. Abarcaba territorios hoy
situados en Ucrania, Bielorrusia, Polonia y Lituania.

2/ El Bund (en yidish: federación) fue un movimiento político judío de corte
socialista creado a finales del siglo XIX en el imperio ruso. (N. d. t.)

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