Ecuador/ Moreno versus Correa: la nueva disputa por el poder [Decio Machado]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Vie Ago 18 23:57:23 UYT 2017


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Correspondencia de Prensa

18 de agosto 2017

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Ecuador

Lenín Moreno versus Rafael Corea

La nueva disputa por el poder en Ecuador

Lleva apenas 90 días en el gobierno, pero ya desató la furia de su antecesor
y correligionario. Desde que Lenín Moreno asumió la presidencia, su apoyo
popular ha aumentado al mismo ritmo que los roces dentro del partido
oficialista, Alianza País, que está a punto de estallar. Su ruptura con la
política y la gestión de Rafael Correa le ha valido el epíteto de “traidor”
desde sectores correístas y una disputa abierta con el ex presidente.

Decio Machado

Brecha, 18-8-2017

http://brecha.com.uy/

Si algo ha caracterizado los primeros tres meses de gobierno del presidente
ecuatoriano, Lenín Moreno, sin duda ha sido la conflictividad que su gestión
ha despertado dentro de su formación política, Alianza País.

La explicación de esto se encuentra en el desgaste que ha sufrido el
correísmo durante los últimos años, los conflictos internos que conllevaron
la elección del sucesor de Rafael Correa al frente del oficialismo, así como
los planes políticos de futuro del ex mandatario ecuatoriano.

Si bien Rafael Correa ganó con holgura las elecciones presidenciales del año
2013, sumando en primera vuelta casi 5 millones de votos frente a los 2
millones de su principal contrincante, cierto es también que los graves
impactos en la economía nacional derivados de la caída de los precios del
crudo comenzaron a sentirse apenas un año después de su reelección. Lo
anterior llevó a que el último período presidencial de Rafael Correa se
caracterizara por la pérdida de la fuerte hegemonía mantenida durante sus
seis primeros años de gestión.

Fin de la “década dorada”

Entre 2006 y 2014 Ecuador experimentó un crecimiento promedio de 4,3 por
ciento del Pbi, impulsado por los altos precios del petróleo e importantes
flujos de financiamiento externo al sector público. Esto permitió un mayor
gasto público, incluyendo la expansión del gasto social e inversiones
emblemáticas en los sectores de energía y transporte. En ese período la
pobreza disminuyó del 37,6 por ciento al 22,5 por ciento y el coeficiente de
desigualdad de Gini se redujo de 0,54 a 0,47 debido a que los ingresos de
los segmentos más pobres de la población crecieron más rápido que el ingreso
promedio. La coincidencia entre el período de bonanza económica en la
región, la llamada “década dorada”, y el momento de mayor hegemonía política
de Alianza País, con la figura de Rafael Correa a la cabeza, fue evidente.

El primer síntoma cuantificable de cansancio que experimentó el régimen se
percibió en las elecciones seccionales del año 2014, en las que Alianza País
perdió en todos los principales centros urbanos de la nación –incluida su
capital– y en todos los territorios amazónicos sometidos a la fuerte presión
extractivista. Por aquel entonces el presidente Correa, buscando un
eufemismo para evitar hablar de retroceso político, utilizó el término
“remezón” para calificar los resultados electorales de su formación
política.

Consciente de que su figura aún estaba a salvo del desgaste político que
mostraba ya su partido, y viendo que la economía nacional comenzaba a marcar
sus primeros signos de debilidad, Correa lanzó ese mismo año la idea de
presentarse nuevamente como candidato presidencial a las elecciones de 2017.
Para ello, inevitablemente, era necesario cambiar la redacción de la
Constitución de Montecristi –carta magna auspiciada por su propio movimiento
político unos años antes–, pues el texto constitucional, en aras de impedir
que cualquier autoridad política se perpetuara en el poder, dejaba claro que
las personas en cargos de elección popular en Ecuador tan sólo podían ser
reelectos una vez.

La mediocridad existente en el sistema tradicional de partidos ecuatorianos
–lógica de la que no se salvan los grupos ubicados a la izquierda del
correísmo– hizo que la agenda política desde mediados de 2014 hasta finales
de 2015 estuviera marcada por el debate sobre la legitimidad de una eventual
reforma constitucional.

En paralelo continuaba el deterioro económico del país, que fue agudizándose
paulatinamente. En 2015, con una economía estancada por la falta de liquidez
estatal, el crecimiento del Pbi apenas llegó al 0,2 por ciento, agravándose
la situación en 2016, cuando el país ya en plena crisis económica cerró el
año con una contracción de –1,5 por ciento (el peor desempeño de la región
tras Venezuela y Brasil).

Fin de ciclo

Fue en ese contexto que se produjo el levantamiento indígena de agosto de
2015, al cual respondió el Estado con el mayor nivel de represión contra
organizaciones sociales en la última década.

Los años 2015 y 2016 significarían el fin de ciclo en Ecuador, determinado
en este caso por el cambio de las políticas públicas del correísmo, más allá
de su continuidad en el gobierno.

Así, mientras las misiones de observación y vigilancia económica del Fmi
volvían al país, un gobierno que había impulsado una auditoría ciudadana de
la deuda externa –y calificado una parte de ésta como ilegítima– pasó a
impulsar una nueva política de agresivo endeudamiento que posicionó los
niveles de deuda actual porcentualmente por encima de aquellos de 2006,
cuando llegó al poder. De igual manera, y tras haber saneado las finanzas
públicas, la década correísta se cerró con el dramatismo derivado de que las
reservas existentes en el Banco Central del Ecuador eran notablemente
insuficientes para afrontar los pasivos a corto plazo contraídos por el
gobierno. Siguiendo con esa línea de cambios políticos, el gobierno del
presidente Correa firmó un Tlc con la Unión Europea mientras anunció su
predisposición a extender este tipo de acuerdos con otros países, incluso
con Estados Unidos.

En materia fiscal, y tras 22 reformas en diez años, el Servicio de Rentas
Internas terminó situando el pago de impuestos a la renta para los sectores
más privilegiados de la sociedad por debajo del 3 por ciento, unos 13 puntos
menos que la tasa de presión fiscal que enfrenta el ciudadano ecuatoriano
medio.

El colofón de todo lo anterior se dio en los últimos meses de gobierno de
Correa, cuando anunció la puesta en venta de parte de las empresas públicas,
múltiples bienes patrimoniales del Estado, y algunos proyectos emblemáticos
en materia energética, como la hidroeléctrica Sopladora (recientemente
inaugurada, financiada con créditos chinos y cuyo costo alcanzó los 755
millones de dólares).

Un retorno meditado

El devenir de una economía nacional ya inmersa en un período de vacas flacas
implicó que el entonces mandatario ecuatoriano cambiara su estrategia
política personal. Las enmiendas a la Constitución aprobadas en diciembre de
2015 por parte de la mayoritaria bancada oficialista en el Legislativo
incluyeron un ajuste de última hora en su redacción. Se eliminaron todas las
restricciones para la reelección de cargos sometidos al voto popular,
incluido el de presidente, pero se aprobó una caprichosa disposición
transitoria hecha a la medida de las necesidades de Correa: estas enmiendas
no se aplicarán en las elecciones de 2017, sino a partir de las siguientes.

Si bien Rafael Correa tenía intenciones de ser reelecto como presidente de
la república, no sería él quien afrontaría la difícil situación económica en
la que quedaba el país. Su estrategia era clara: situar un delfín en su
gobierno que enfrentara los ajustes presupuestarios a los que la economía
nacional se veía abocada, volviendo él en 2021 para salvar una vez más al
país de los tenebrosos designios de la “larga noche neoliberal” y sus
políticas de austeridad.

A mediados de 2016 comenzó el debate dentro del oficialismo sobre la
sucesión correísta. Como en toda disputa por el poder, fueron muchos los
nombres inicialmente propuestos para el delfinazgo, si bien la preferencia
del líder indiscutible de la revolución ciudadana fue su vicepresidente,
Jorge Glas, un hombre sin trayectoria política, formado en la burocracia
oficialista y cuya imagen llegaba severamente castigada por sus supuestas
conexiones con distintos escándalos de corrupción vinculados a la
contratación pública.

Un Lenín opositor

La mala imagen de Glas, sumada a su falta de carisma, hicieron que el
oficialismo tuviera que optar por la figura de Lenín Moreno como candidato
presidencial, pese al poco entusiasmo que esto despertó en Correa. Moreno
había sido el vicepresidente durante los primeros años del correísmo. Su
personalidad afable y fuerte sentido del humor, sumados a una exitosa
gestión de programas sociales focalizados en sectores vulnerables, le
permitieron adquirir amplia simpatía por parte de la ciudadanía ecuatoriana.
Su estancia en Ginebra como enviado especial de la Onu para asuntos de
discapacidades hizo que, pese a su filiación política a Alianza País,
estuviera lejos del partido y de la figura de Correa durante los últimos
años. A principios de 2017 Lenín Moreno gozaba de un nivel de apoyo popular
ostensiblemente superior al de Rafael Correa.

Fue de esta manera que el binomio oficialista para las elecciones de febrero
de 2017 se conformó con Lenín Moreno y Jorge Glas, siendo el segundo una
imposición muy poco inteligente del presidente saliente. La imagen de Glas
fue una rémora durante toda la campaña electoral, y los estrategas de su
partido se vieron obligados a limitar sus apariciones públicas a actos
internos.

En esa ocasión Alianza País tuvo que recurrir a una segunda vuelta
–balotaje– para ganar la presidencia de la república. El pasado 2 de abril
Moreno se impuso a una suerte de alianza opositora que incluyó a los
partidos de izquierda, que apoyaron la candidatura conservadora de Guillermo
Lasso. El oficialismo, con un deterioro político cada vez mayor pese a la
imagen positiva de Lenín Moreno, conseguía mantenerse en el poder con apenas
200 mil votos más que su rival, y acusado de un supuesto fraude electoral
nunca demostrado.

Probando el diálogo

A partir del mismo 24 de mayo, cuando fue investido Lenín Moreno, comenzaron
los problemas con un sector del correísmo al que no le gustó el nuevo
discurso presidencial. Incluso desde el público se oyeron algunas voces que
alentaban: “¡Sólo es un pequeño descanso, compañero Rafael!”, en alusión a
la futura vuelta del ex mandatario al palacio presidencial.

En realidad los problemas habían empezado días antes, cuando en el proceso
de transición presidencial –trasvase de información del gobierno saliente al
entrante– el equipo de colaboradores más cercano a Moreno comenzó a detectar
que, más allá de la propaganda oficialista, el estado en que el gobierno
anterior entregaba el país tenía tintes altamente preocupantes.

El equipo de gobierno de Lenín Moreno es un mix de altos jerarcas públicos
del gobierno anterior, algunos ministros reciclados del oficialismo que
fueron quedando apartados del anillo de poder correísta y que hoy han sido
rescatados, y algunas caras nuevas vinculadas principalmente a sectores
empresariales con entrada en el nuevo gobierno.

Frente a la dinámica de conflicto implementada como característica principal
del modelo de gestión correísta (esa construcción de un “ellos” y un
“nosotros” auspiciada desde la teoría laclauniana y que ha sido la
dialéctica esencial del neopopulismo), el primer mensaje político emitido
por el nuevo presidente del Ecuador fue hacer un llamamiento al diálogo
nacional. La estrategia fue clara: si hay que proceder con ajustes
económicos en un país en crisis, necesariamente hay que establecer un marco
de consenso previo que amortigüe la reacción que socialmente pudiera
ocasionar este tipo de medidas.

Fue así que se establecieron las mesas de diálogo nacional por sectores,
donde los ministros y altos funcionarios públicos se están viendo obligados
a articular un debate con distintos sectores sociales. Tras diez años sin
autocrítica, en que los mensajes del gobierno se han sostenido de forma
sistemática con la retórica de lo bien que lo ha hecho el presidente Correa
y su gobierno, hoy estos funcionarios muestran sus notables carencias y
falta de cultura democrática a la hora de asumir las críticas desde los
diferentes frentes de la sociedad civil.

Aunque esto molestó al hard correísmo, no fue nada con respecto a lo que
vino inmediatamente después.

El “traidor”

Mientras Rafael Correa se afincaba en Bruselas, sus incondicionales ponían
en marcha la Fundación de Pensamiento Político Eloy Alfaro. La estrategia
consiste en articular un pretendido think tank diseñado para mantener viva
la presencia del pensamiento político-económico correísta durante los
próximos cuatro años, con la idea de que su líder tenga una plataforma sobre
la cual seguir posicionando su figura tanto dentro como fuera del país.

La sorpresa llegó cuando el presidente Moreno apareció en una cadena
nacional para explicar el nivel de endeudamiento y la preocupante situación
económica en la que se le entregó el país. En pocas palabras, Lenín Moreno
torpedeó la nave principal con la que Rafael Correa pretendía navegar
durante los próximos cuatro años. El gobierno sucesor del economista Correa
le venía a decir al pueblo ecuatoriano y a quien quisiera oír que su
antecesor tenía una fuerte corresponsabilidad en lo que estaba por venir,
trastocando posibles futuras agendas con Stiglitz, Piketty, Krugman,
Varoufakis o cualquier otro economista socialdemócrata a la moda.

Y fue a partir de ese momento, cuando descubrieron que la estrategia trazada
por el ex mandatario ya no sería viable ante un sucesor díscolo que no
estaba dispuesto a acarrear sobre sus hombros las culpas de una gestión
precedente, que Rafael Correa y sus acólitos comenzaron a llamar seriamente
a conformar un nuevo partido político que mantenga vigente lo que denominan
“fundamentos de la revolución ciudadana”. Lo anterior, ¿cómo no?, viene
acompañado por calificativos del tipo de “traidor”, “desleal”, “mediocre” o
“vende patria” para un mandatario que ni siquiera ha cumplido sus cien
primeros días de gobierno.

Según declara Rafael Correa desde Bruselas a través de sus cuentas en las
redes sociales, el país “retornó al pasado”, se estaría “repartiendo la
patria” y “permitiendo el regreso de la corrupción institucionalizada y del
viejo país”. Ante esta arremetida hay quienes se preguntan ¿de qué nivel de
transformación profunda y revolucionaria habló el aparato de propaganda
correísta durante una década si en apenas 90 días de gobierno, según esas
mismas fuentes, de eso ya no queda nada?

Con respecto a la lucha anticorrupción, el gobierno de Lenín Moreno puso en
marcha una política de transparencia que ha permitido que se reabrieran
indagaciones sobre el vicepresidente, Jorge Glas. Esto llevó a que Glas
fuera relevado transitoriamente de todas sus funciones como vicepresidente
–pese a los pataleos de Rafael Correa–; a la inhabilitación del ex contralor
general del Estado, Carlos Polit, quien en la actualidad se encuentra
prófugo en Miami; y a la retención en el aeropuerto de Quito del ex fiscal
general del Estado, Galo Chiriboga, tío de Rafael Correa y quien fue llevado
a declarar bajo escolta policial a la fiscalía. Todos son cercanos al ex
presidente Correa y todos, de una forma u otra, están vinculados a las
investigaciones sobre corrupción en la estatal Petroecuador y también en el
marco de la operación Lava Jato, en Brasil, sobre el caso Odebrecht.

Silencio en la sociedad civil

Cómo terminará este culebrón está por verse, en todo caso parece difícil que
Alianza País no se desgaje en los próximos meses si el nivel de tensión
interna se mantiene in crescendo. Es una interrogante cuánta gente dentro
del oficialismo permanecerá al lado de Lenín Moreno y cuánta seguirá a
Rafael Correa en una nueva aventura política.

Paralelamente a la disputa abierta entre Correa y Moreno, las organizaciones
sociales se han quedado sin voz y sin capacidad de movilización ante un
escenario donde poco o nada se discute sobre las demandas históricas
articuladas desde la sociedad civil. A su vez, estas demandas están
prácticamente ausentes de la retórica de los diferentes actores en
conflicto.

El problema de fondo, más allá de las estrategias de comunicación y tácticas
políticas, sigue siendo la lucha por el poder. El historiador anarquista
francés Daniel Guerin, reflexionando sobre la revolución de 1789 –que junto
con la de 1917 fueron las dos revoluciones por antonomasia de la historia de
la humanidad–, indicó en su momento que la burguesía nunca se equivocó con
respecto a quién era su verdadero enemigo, y que éste realmente no era el
régimen anterior, sino lo que escapaba al control de ese sistema. Según
Guerin, en la revolución francesa la burguesía asumió como su tarea llegar a
dominar. ¿Es acaso esencialmente distinto lo que está sucediendo con esto
que eufemísticamente se ha dado en llamar “revolución ciudadana”?

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