Brasil/ "El PT funcionó como un prestador de servicios para las elites" [Isabel Loureiro - entrevista]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Vie Ene 6 00:21:32 UYT 2017


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Correspondencia de Prensa

6 de enero 2017

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Brasil

Con la filósofa Isabel Loureiro

“El PT funcionó como un prestador de servicios para las elites”

“El punto débil del lulismo fue creer en la fórmula mágica de dar a los
pobres sin sacar a los ricos”, dijo a Brecha la filósofa brasileña Isabel
Loureiro, una de las coordinadoras del libro “Las contradicciones del
lulismo” (Boitempo), en el que ocho profesores universitarios deconstruyen
los gobiernos de Lula y Dilma Rousseff.

Agnese Marra, desde San Pablo

Brecha, Montevideo, 5-1-2017

http://brecha.com.uy/

—¿Qué diferenciaría al lulismo del petismo?

—Usamos el concepto de lulismo del profesor André Singer, referido a un
reformismo débil en el que no se producen transformaciones estructurales
sino una integración de las clases populares a través del consumo, lo que no
significa un aumento de ciudadanía. Para mí el petismo se diferenciaría del
lulismo por ubicarse más a la izquierda que la figura de Lula, pero no todos
los autores del libro opinan lo mismo.

—Ustedes señalan las contradicciones y los puntos fuertes y débiles del
lulismo. ¿Podría hablarnos de los esenciales?

—Los puntos fuertes del lulismo serían el abanico de políticas sociales
volcadas hacia las clases más bajas, como la Bolsa Familia, las cuotas para
negros en la universidad, la expansión de la universidad pública, el crédito
rural para pequeños agricultores, entre otras. Estas medidas fueron
especialmente buenas en el segundo gobierno de Lula y en el primero de
Dilma, de eso no hay duda. El punto más débil fue creer en la fórmula mágica
de dar a los pobres sin sacar a los ricos. No hubo un enfrentamiento a las
elites y mucho menos al capitalismo. También hay que decir que eso no
sucedió sólo en Brasil sino en todos los gobiernos llamados progresistas en
América Latina. Todos pecan del mismo problema del lulismo, el de apostar a
un modelo neodesarrollista, basado en el extractivismo, en el colonialismo
interno, en la dilapidación de la naturaleza y en la violencia contra las
comunidades tradicionales.

—En su capítulo del libro habla precisamente de la reforma agraria pendiente
y asegura que Lula va a ser recordado como “el presidente compañero de los
usurpadores de tierra”.

—Esa idea es del profesor Ariovaldo Umbelino de Oliveira y yo estoy
completamente de acuerdo. Durante la época de Lula se legalizaron tierras
públicas en la Amazonia que habían sido usurpadas por terratenientes del
campo, se legalizó algo ilegal. Durante el lulismo no hubo reforma agraria.
Todo lo contrario: aumentó la concentración. A su vez, en 2009, Lula liberó
el uso de transgénicos y hoy somos el mayor consumidor de agrotóxicos del
mundo. Por lo tanto lo que vemos en este gobierno progresista es un apoyo
oficial al modelo hegemónico del agronegocio. Entiendo que hubo un contexto
internacional proclive a la venta de commodities por el aumento de la
demanda de China, pero se podría haber hecho una política que no fuera
exclusivamente centrada en el extractivismo de materias primas, pero el
problema de fondo es que la izquierda brasileña es desarrollista. En Brasil,
al menos el PT no es una izquierda crítica de la modernización capitalista,
por eso la nueva lucha de la izquierda es empezar a pensar en otros
términos.

—¿Cree que la izquierda brasileña necesita independizarse del lulismo para
reencontrarse?

—En estos momentos la figura de Lula perjudica a la izquierda a la hora de
reformularse. Lula tiene una visión caudillista de la política, es un
caudillo del PT. Sólo hay que ver cómo ni él ni su partido permitieron que
surgiera otro líder. Aquellos que aparecían como posibles sustitutos están
en la cárcel. El PT es un partido burocratizado, con una trayectoria
semejante a la de los partidos socialdemócratas europeos. En este sentido no
creo que pueda ser una salida de izquierda en América Latina. Pero al mismo
tiempo no podemos negar que la derrota del PT se lleva consigo a la
izquierda como un todo, y esa es una de las grandes contradicciones, porque
este partido simbólicamente sigue siendo el gran aglutinador de la izquierda
en Brasil. Cuando se desmorona parece que no hubiera una alternativa real de
izquierdas, al menos en términos de ganar elecciones. El reto de izquierda
es reformularse sin pensar constantemente en las próximas elecciones y
preocuparse por lo que necesita la gente.

—Además del tema del campo, en el libro hablan mucho de otro de los grandes
logros del lulismo relacionado con el aumento de jóvenes con grado
universitario. Sin embargo, mencionan que al mismo tiempo fortaleció
iniciativas privadas de dudosa calidad.

—Los programas de apoyo al crédito para que los jóvenes pudieran acceder a
universidades fueron un arma de doble filo porque fortalecieron facultades
privadas de muy mala calidad. Lula siempre se justificó alegando que si no
fuera de ese modo la integración de las clases populares en la universidad
habría durado una eternidad. A pesar de haber ayudado a este tipo de
universidades no se puede dejar de reconocer que para muchos de los alumnos
graduados se abrieron nuevas perspectivas de mirar el mundo. Me acuerdo
mucho de un artículo de Regina Magalhães, docente en una de esas
universidades, que cuenta cómo sus alumnos de Sociología empezaron a
percibir que vivían en una cosa que se llamaba sociedad, y que no eran
individuos sueltos. Empezaron a establecer nuevas relaciones y crear un
pensamiento más crítico que antes tenían vedado.

—A pesar de la mala calidad de algunas de las universidades, ¿se puede
reconocer que han generado una cierta movilidad social?

—De eso no hay dudas. El artículo de Ruy Braga lo explica muy bien cuando
habla de las mujeres jóvenes que trabajan media jornada en un call center de
telemarketing y por la tarde van a esas universidades privadas. A pesar de
que el nivel de esas facultades es horrible, esa joven ya no va a ser
empleada doméstica como era su madre. Incluso puede que el salario que gane
en telemarketing o en empleos posteriores sea igual o más bajo que el de la
empleada, pero simbólicamente el ascenso social es inmenso.

—En el capítulo que trata sobre la Bolsa Familia señalan que no hubo cambios
estructurales y que no ayudó a terminar con la criminalización de la
pobreza.

—Para el autor del artículo, Carlos Alberto Bello, uno de los puntos más
frágiles de la Bolsa Familia es el hecho de no formar parte de la
Constitución, el que no haya sido institucionalizada como un derecho, sino
que sea una medida que queda a expensas del gobernante de turno. Por otro
lado, critica que la integración de las clases populares fue precaria y
despolitizada, sólo a través del consumo y sin ofrecer una idea de
ciudadanía y derechos. En ese sentido, insiste en que la sociedad brasileña
continúa criminalizando la pobreza, vista como responsabilidad de los
propios pobres. Domina la idea de que el pobre es perezoso y que no trabaja
porque no quiere. Y lo peor es que al no haber habido una apuesta por la
politización, son los propios pobres los que asumen esta idea sobre sí
mismos. No creo que podamos esperar que sean las clases populares las que
salgan de la pasividad política ante el giro a la derecha por el que pasa el
país.

—Precisamente se ha visto que las clases populares son las que han apoyado a
la derecha en ciudades como San Pablo, con un alcalde recién elegido que
propaga la idea de meritocracia.

—Eso también tiene que ver con la despolitización. Curiosamente, las
personas que se beneficiaron de políticas públicas, como por ejemplo las
becas de universidad, creen que el ascenso social que han conseguido se debe
a mérito propio y no lo relacionan con las políticas impulsadas por el país.
Una vez que sienten que el mérito es de ellas y que a su vez tienen más
capacidad de consumo, dejan de sentirse pobres y por lo tanto no quieren
votar más al PT, “el” partido asociado a los pobres. Prefieren votar a
partidos de derecha, a los que asocian con los ricos o con las clases
medias. Esa paradoja a la que ahora se enfrenta el lulismo es justamente por
no haber querido apostar por una inserción social más politizada,  como la
que hacían junto con la Iglesia católica cuando nació el partido. El PT ha
dejado de lado ese tipo de educación y de contacto con las bases y con las
realidades sociales.

—¿Cuándo cree que el lulismo dejó de tener contacto con sus bases?

—Las personas que estudian el PT desde que se formó como partido señalan un
cambio ya en los ochenta cuando comenzaron a ganar alcaldías. A partir de
entonces y hasta ahora el PT fue abandonando sus bases y el aparato se
centró exclusivamente en ganar elecciones, lo que le obligó a hacer cada vez
más concesiones hasta que llegan al Ejecutivo. En ese momento el PT se
convirtió en lo que es hoy: un partido electoralista, sólo preocupado por
ganar elecciones.

—¿Cree que el PT está pasando por un proceso de autocrítica?

—Ahora todos se llevan las manos a la cabeza con lo que ha pasado en el
último año. Las bases del partido quizás se estén planteando posibles
errores cometidos, pero el aparato no lo está haciendo. La prueba más clara
es que quieren poner a Lula en 2018 como si fuera la solución de todos los
problemas y la única forma de salvar al partido.

—¿Logrará Lula presentarse en 2018?

—Me parece que es lo que quieren tanto él como el aparato del partido, pero
va a ser muy difícil, porque las elites brasileñas se van a juntar para
impedir que eso suceda, y si fuera necesario lo llevarán a la cárcel. El PT
ha funcionado como un prestador de servicios para las elites del país, que
tercerizaron el gobierno cuando les fue conveniente. Cuando vieron que la
operación Lava Jato se les acercaba demasiado y Dilma no hacía nada para
impedirlo, decidieron que ellos iban a gobernar de nuevo. Brasil es un país
profundamente retrógrado en el que las elites nunca dejaron de gobernar.
Durante un tiempo permitieron que se mantuviera ese reformismo débil del que
habla Singer, pero incluso eso les pareció demasiado.

—En el libro sostienen que el lulismo fomentó la pacificación social.

—Sí, algunas personas situadas más a la izquierda decíamos que se vivía la
paz de los cementerios. Mientras las personas consumían celulares y
televisiones de plasma se quedaron adormecidas, parecía que todo estaba bien
porque tenían acceso a bienes de consumo que pagaban en 20 cuotas, una falsa
ilusión. Varias investigaciones demuestran que las desigualdades
continuaban, que a pesar de haber mucho más empleo era enormemente precario;
la salud también había mejorado algo pero seguía siendo mala. Las personas
que estábamos a la izquierda del PT fuimos muy maltratadas, decían que
éramos unos agoreros, y parecía que la lucha de clases había desaparecido
del horizonte. Pero sabemos que nunca desaparece, era tan sólo una olla a
presión a punto de explotar.

—¿Las manifestaciones de junio de 2013 fueron esa explosión en la que las
contradicciones del lulismo aparecieron de repente?

—Junio de 2013 fue esa transición abrupta: un día parecía que todo estaba
bien y al día siguiente nadie estaba satisfecho. Y sí, podríamos decir que
fue en ese espacio donde se vieron buena parte de las contradicciones del
lulismo y de la despolitización de la que hablábamos antes. Lula y Dilma
invirtieron en las universidades públicas y en becas para acceder a la
universidad, pero las personas salían a la calle exigiendo calidad en la
educación. Lo mismo sucedía con la salud. Muchos de esos jóvenes
manifestantes se habían beneficiado de las políticas lulistas. Pero no eran
conscientes de ello y pedían más. El gobierno de Dilma y el PT quedaron
completamente paralizados, no supieron entender lo que sucedía y creo que
hasta ahora no lo han entendido.

—¿Pero se puede decir que el lulismo marcó un antes y un después en relación
con los anteriores gobiernos?

—En lo que se refiere a política económica me parece exagerado pensar que
marcó un antes y un después. Sólo hay que recordar la famosa Carta a los
Brasileños que escribió Lula cuando llegó al poder, donde dejaba claro que
iba a continuar al lado de los mercados financieros. En lo que se refiere a
macroeconomía mantuvo una política no muy alejada de la de su antecesor
Fernando Henrique Cardoso. Es cierto que llevó a cabo políticas sociales
mucho más amplias que los anteriores gobiernos y con un modelo
neodesarrollista sustentado en los commodities y el agronegocio, pero
consiguió una redistribución de la renta que a su vez provocó un ascenso
social importantísimo, sobre todo para aquellos que estaban en la miseria.
Si a nivel político no se puede decir que fuera revolucionario, sí creo que
hubo un antes y un después en términos simbólicos. La posibilidad de que un
metalúrgico llegara a la presidencia de un país tan desigual y elitista como
es Brasil fue un hecho importantísimo para las clases populares. Por otro
lado, ese hecho crucial también escondió los conflictos reales y la lucha de
clases latente, como si ya no hubiera que hacer nada más porque todo había
cambiado. Como no hubo cambios estructurales, rápidamente volvimos al
pasado. Dimos un paso adelante y dos hacia atrás.

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