Chile/ El "sueño americano" del Sur: nuevos inmigrantes, viejos problemas [Horacio R Brum]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Sab Jul 15 14:16:30 UYT 2017


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Correspondencia de Prensa

15 de julio 2017

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Chile

Nuevos inmigrantes, viejos problemas

Chile en el “sueño americano” del Sur 

Como Uruguay hoy, Chile es receptor de cada vez mayores contingentes de
inmigrantes provenientes de otros países latinoamericanos, como Perú,
Colombia o Haití. 

Horacio R  Brum, desde Santiago

Brecha, 14-7-2017

http://brecha.com.uy/

Me crucé con ellos en el aeropuerto de Concepción, 500 quilómetros al sur de
Santiago, en una región donde el invierno llega con un tiempo endemoniado.
En un rincón de la sala de espera, el grupo se veía como esos
náufragos-emigrantes africanos que las marinas de Italia o España rescatan
del Mediterráneo: todos hombres jóvenes, con vestimentas patéticamente
inadecuadas para los fríos chilenos, muchos envueltos en unas mantas de
avión que, como lo sabemos quienes solemos sufrir el viaje en la clase
turística, sólo dan un abrigo simbólico. Eran inmigrantes haitianos, varados
en Concepción desde la noche anterior, a la espera de que se levantara la
niebla en Santiago y pudieran terminar el ya muy largo vuelo desde el país
más pobre del continente.

Chile no es un destino de inmigración. En 1907, por ejemplo, cuando Buenos
Aires y Montevideo ya tenían casi la mitad de sus habitantes nacidos en el
exterior, a este lado de los Andes las estadísticas oficiales no registraban
más que 134 mil extranjeros en todo el territorio (y apenas 13 mil
italianos). Tampoco hubo aquí un proceso social de sustitución de las elites
coloniales por los inmigrantes que hicieron fortuna; estos se asimilaron a
ellas y aunque entre los grandes grupos económicos de la actualidad hay
apellidos de origen croata (Luksic), árabe (Saieh, Yarur) o italiano
(Angelini, Solari), los Larraín, Eyzaguirre y Echenique siguen tan vigentes
en el dinero y la política como en los días de la Capitanía General de
Chile. En los sectores más populares, el predominio de los apellidos de
origen español indica lo reducido del aporte de otras nacionalidades.

Respecto de la diversidad racial, deja poco lugar a dudas la cándida
respuesta de una alumna universitaria –católica de misa frecuente y cruz al
cuello– a la pregunta hecha por quien esto escribe en una clase de
periodismo internacional, sobre si existe el racismo entre los chilenos: “No
hay racismo, porque no hay negros…”. Un mito bastante difundido dice que,
aunque hubo esclavos negros durante la colonia, ellos terminaron
desapareciendo porque no soportaban el frío. Los indígenas, principalmente
de la etnia mapuche, sólo dejaron de ser invisibilizados cuando empezaron a
militar activamente en defensa de sus derechos e identidad, a partir del
quinto centenario. Sin embargo, en un estudio sobre la desigualdad publicado
a mediados de junio por el Programa de las Naciones Unidas para el
Desarrollo (www.desiguales.org), hay otro dato significativo: en una
estadística que relaciona 100 apellidos con las profesiones que gozan de
mayor prestigio social y beneficio económico, los 50 que no figuran en
ninguna de ellas son indígenas.

Primero fueron peruanos...

Durante la década de 1990 la inestabilidad económica de Perú obligó a muchos
de sus ciudadanos a emigrar al vecino del sur, que proyectaba una imagen
internacional de orden y prosperidad. Esos inmigrantes no solamente tuvieron
que lidiar con el chovinismo originado en la Guerra del Pacífico de 1879, un
conflicto que aún hoy se conmemora en Chile con paradas militares y se
describe en las escuelas como una gran guerra patria; y al prejuicio usual
de que los extranjeros vienen a quitarles el trabajo a los nacionales se
agregó una visión racista resumida así por un comediante popular: “Los
peruanos son negros, chicos y feos”. A pesar de todo, la comunidad peruana
es en la actualidad la más importante en número (alrededor de 130 mil
personas) y una de sus influencias más reconocidas por los nativos es la
culinaria, que da variedad y calidad a la rústica y elemental cocina
tradicional chilena. Algunos de los mejores restaurantes y chefs de Santiago
son peruanos. El buen manejo del idioma español de estos inmigrantes es otro
aspecto apreciado, en un país donde no es raro oír a empresarios prominentes
o altos funcionarios comiéndose los plurales y diciendo “pa’” en vez de
“para”. Por otra parte, en algunas escuelas del sistema público se está
intentando bajar el tono nacionalista de los programas de historia, teniendo
en cuenta las sensibilidades de los alumnos peruanos y bolivianos, estos
últimos provenientes del otro país al cual Chile despojó de territorios en
la Guerra del Pacífico.

La violencia en Colombia es el factor que ha provocado otra corriente
migratoria en los últimos años, con el consiguiente despertar de prejuicios
y manifestaciones xenofóbicas. Una gran parte de los colombianos, que con
frecuencia llegan por la vía terrestre, se ha establecido en Antofagasta, la
ciudad del norte que ofrece más oportunidades laborales, por ser el centro
de la industria minera. No obstante, muchos deben vivir en los asentamientos
suburbanos en condiciones precarias, porque sus sueldos no les alcanzan para
pagar los alquileres exagerados de la zona céntrica. Según el Instituto
Nacional de Estadística, el sueldo promedio de un inmigrante es de 600
dólares, lo mismo que puede costar alquilar un apartamento de uno o dos
ambientes en las principales ciudades chilenas.

Además de soportar el estigma de traficantes de drogas difundido por el
mundo, los colombianos se encuadran en lo que en Chile es una definición
negativa: son “tropicales”, o sea, ruidosos, desordenados y exagerados. Las
diferencias culturales y la carga de estereotipos han provocado más de un
incidente en Antofagasta, cuya alcaldesa derechista se queja con frecuencia
de la presencia de los extranjeros, y declaró en la prensa: “Hay una
sensación de inseguridad al andar por la calle: se ve el microtráfico, un
aumento de la prostitución y denuncias por ruidos molestos”. Con la
alcaldesa Karen Rojo coincide el ex presidente y otra vez candidato de la
derecha –con buenas posibilidades de triunfo– a ocupar el palacio de La
Moneda, Sebastián Piñera, para quien la inmigración “termina importando
males como la delincuencia, el narcotráfico, el crimen organizado”.

Los últimos de los últimos

Ricardo Lagos, que llegó a la presidencia en 2000 como el primer mandatario
socialista después de Salvador Allende y terminó su mandato en 2006 alabado
por los grandes empresarios con la frase “We love Lagos!”, hizo lo posible
por posicionar a Chile en la región y el mundo como un país virtualmente
desarrollado y de peso diplomático. En ese contexto, fue el primero en
América Latina en aportar tropas para la “estabilización” de Haití en 2004,
después del derrocamiento del presidente Jean-Bertrand Aristide en
circunstancias donde se mezclaron las manos de Estados Unidos y Francia.
Chile puso tropas en Haití a las 48 horas de la caída de Aristide, para
actuar junto a las fuerzas francesas y estadounidenses. Ese contingente
practicó otra veta de la diplomacia acuñada por Lagos, la de presentar a
Chile como un país aportante de ayuda, que había superado la etapa de
receptor de asistencia, y por implicación, ya estaba en el umbral del
desarrollo. Así fue como los militares chilenos se destacaron más que sus
colegas latinoamericanos por proyectar entre la población haitiana una
imagen de su propio país como modelo de vida. Una imagen que, en las
palabras de un sargento del Ejército entrevistado por el diario La Tercera
con motivo de la retirada del contingente, que concluye este mes, “da un
referente para ellos de la calidad o los estándares que puede tener otro
país. Y más aún, cuando uno les comenta sus cosas, los insta a superarse,
les dice que hay otros escenarios, entonces ellos se esperanzan con crecer”.

Esa esperanza está en la raíz de la emigración haitiana a Chile, que en los
últimos dos años ha aumentado en forma exponencial y podría llegar en 2017 a
un promedio anual de 45 mil personas. El problema es que los haitianos
tienen varias características que los convierten en candidatos a sufrir la
xenofobia y la discriminación más que otros inmigrantes: no hablan español,
muchos tienen poca educación formal y… son negros. Según la opinión de una
experta de la Clínica Jurídica de Migrantes y Refugiados, de la Universidad
Diego Portales, la chilena es una sociedad en la cual “se considera inferior
a una persona indígena o afrodescendiente, se la ve como un migrante
económico que escapa. En cambio, al extranjero blanco se lo ve como el
aventurero, y no se habla de migrante sino de extranjero”. Incluso quienes
llegan con calificaciones universitarias no pueden obtener empleos de
calidad, porque Chile no tiene convenios de reconocimiento de estudios con
Haití.

El médico haitiano Emmanuel Mompoint tuvo suerte, porque pudo insertarse en
el sistema de salud pública nacional, donde también las autoridades están
haciendo esfuerzos por adaptar los servicios a esta nueva inmigración, con
mediadores culturales y carteles bilingües en los consultorios.
Recientemente Monpoint recibió la atención del periodismo por descubrir que
entre sus compatriotas avecindados en Chile se está dando el síndrome de
Ulises, un padecimiento de estrés similar al duelo, que afecta a quienes
sufren el impacto de adaptarse a un país muy diferente del suyo y enfrentar
un ambiente hostil. La imposibilidad de expresar sentimientos y reacciones
en el idioma local, la ruptura de los lazos de solidaridad y el rechazo de
la comunidad receptora son algunos de los factores que producen ese
síndrome, cuyas manifestaciones pueden confundirse con distintas
enfermedades. El doctor Mom-point trató a haitianos con dolores
inexplicables, que no se curaban con medicamentos, hasta que uno de sus
pacientes apuntó al centro del problema: “Mi dolor de cabeza es Chile. Me
duele este país”.

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