Política y patriarcado/ El machismo de izquierda [Danilo Castelli]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Lun Jul 24 22:32:06 UYT 2017


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Correspondencia de Prensa

24 de julio 2017

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Política y patriarcado

El machismo de izquierda

¿Qué es ser un machista de izquierda? ¿Acaso es más solidario este ejemplar
que sus pares de derecha? En este manifiesto anfibio se analizan las
actitudes que, bajo un paraguas pseudo bien pensante, esconden los mismos
sesgos discriminatorios hacia las mujeres.

Danilo Castelli *

Revista Anfibia, julio de 2017

http://www.revistaanfibia.com/

Este listado contiene pensamientos y actitudes de machismo de izquierda.
Algunas mías; y otras que he visto en distintas personas.

¿Cuándo soy, entonces, un machista de izquierda?

Cuando siempre tengo preparado el término “burgués”, “pequeñoburgués”,
“liberal” y “posmoderno” para descalificar al feminismo que me incomode,
corresponda o no la caracterización.

Cuando coincido con la gente de derecha en preguntar “¿por qué feminismo y
no igualismo?”, lo cual indica que ni siquiera me importa el tema para hacer
una búsqueda en google pero me siento amenazado o desplazado por un
movimiento que pregona la libertad y el poder para las mujeres.

Cuando minimizo o rechazo las luchas feministas diciendo “el verdadero
problema es el capitalismo” (y de esa manera demuestro mi ignorancia sobre
cómo se articulan capitalismo y patriarcado y sobre la influencia
reaccionaria que tiene el machismo sobre la clase trabajadora).

Cuando coincido con la derecha en naturalizar la heteronormatividad y los
roles de género.

Cuando no puedo dejar pasar la ocasión de decir “el verdadero problema es de
clase” cada vez que se dice algo desde una perspectiva de género.

Cuando, así como los machistas de derecha quieren negar el patriarcado al
buscar ejemplos de mujeres que agreden hombres o falsas denuncias o
situaciones donde los hombres sufren más que las mujeres, yo busco
situaciones de feminismo burgués o blanco o misándrico para justificar que
la izquierda no tiene nada que aprender del feminismo.

Cuando soy muy revolucionario hablando de capitalismo y socialismo pero me
convierto en “pragmático y realista” hablando de machismo y feminismo.

Cuando digo que el socialismo no tiene nada que tomar del feminismo porque
“la cuestión de la mujer” ya estaba planteada en algún texto socialista de
siglos pasados.

Cuando en vez de escuchar a una compañera para aprender, espero a mi turno
para hablar.

Cuando digo que como el socialismo está contra toda opresión no hace falta
ser feminista.

Cuando hago “mansplaining”, o sea explicarle de manera condescendiente a una
mujer lo que ella ya sabe (a menudo, interrumpiéndola), asumiendo que sin mi
explicación no caza una.

Cuando cometo “gaslighting”, es decir, manipular el sentido de realidad de
una mujer, poniendo en duda su memoria, percepción o cordura, porque no dice
lo que yo quiero escuchar.

Cuando solo veo al machismo en sus manifestaciones más visibles y explícitas
(feminicidio, trata, violencia doméstica, violaciones, discriminación
laboral) y me niego a verlo en sus manifestaciones más sutiles (acoso sexual
callejero, inequidad en el reparto de las tareas domésticas,
microviolencias, violencia simbólica).

Cuando denuncio con fuerza los actos de machismo cometidos por burgueses,
políticos, figuras públicas y hasta dirigentes de otros partidos pero me
hago el distraído sobre el machismo en mi clase social, en mi laburo, en mi
organización.

Cuando solo denuncio el machismo y la homo/transfobia de políticos,
empresarios, comunicadores, policías u otros agentes directos de la opresión
y nunca interpelo al machismo de los varones de clase obrera en general, ni
el de mis compañeros de partido en particular.

Cuando descalifico las luchas feministas que me molestan apelando al
“feminismo de antes” o haciéndome el erudito sobre el “feminismo de la
tercera ola”.

Cuando creo que la solución del machismo pasa únicamente por realizar
ciertas reformas institucionales y un poco de “concientización”, y excluyo
la revisión de mis privilegios masculinos y mi propia autotransformación.

Cuando intelectualizo las discusiones desde un lugar de “objetividad
científica” como excusa para no empatizar con el punto de vista “demasiado
subjetivo” de las víctimas del machismo.

Cuando le doy más valor a mis opiniones sobre el género y la diversidad
sexual que a las experiencias de mujeres y gente LGBT.

Cuando la juego de “escéptico” como excusa para no investigar concretamente
sobre el tema ya que… ¿quién necesita datos si ya tiene LA teoría
revolucionaria? Marx, Lenin, Bakunin, entre otros, ya dijeron todo lo que
había para decir sobre la emancipación humana.

Cuando ridiculizo las reivindicaciones feministas/LGTB por “exageradas”, sin
hacer el mínimo esfuerzo por ponerme en el lugar de las personas marginadas.
Por ejemplo cuando se minimiza el acoso callejero o la falta de libertad de
parejas gay a darse muestras de afecto en público porque no son
reivindicaciones “obreras”.

Cuando ante un caso de acoso sexual callejero me fijo la clase social de
víctima y victimario para decidir si lo repudio o no. Como si el acoso
callejero de un obrero a una mujer de “clase media” fuera un episodio más de
la lucha de clases y no de la violencia machista…

Cuando demuestro incomodidad y me pongo hostil ante la crítica radical del
machismo, tomándome todo a personal y diciendo cosas como “yo no tengo la
culpa de siglos de opresión”.

Cuando todas mis posiciones sobre el tema están diseñadas para no quedar
pegado a la derecha, pero sin que eso implique un compromiso real de mi
parte.

Cuando me creo con el derecho de emitir cualquier opinión ignorante,
prejuiciosa, y paranoica sobre temas de sexo-género,  y tomo la actitud de
hablar sin estudiar ni investigar ni preguntar lo que se critica.

Cuando investigo solo lo suficiente para aprenderme algunos términos (como
“feminismo de la tercera ola”) y aparentar erudición con el objetivo de
conservar mis opiniones previas.

Cuando señalo el hecho -verdadero- de que hay machistas en las
organizaciones de izquierda porque sus miembros también vienen de la
sociedad capitalista y patriarcal a la que combaten, pero lo hago para
justificar ese machismo en los compañeros y no para arrimar mi hombro a la
tarea de desafiarlo y erradicarlo.

Cuando digo “después de la revolución vemos”.

Cuando ante una expresión de odio y de ira por los asesinatos y el discurso
que minimiza la violencia hacia la mujer y la gente LGBT, me pongo desde un
lugar progre a dar sermones del tipo “esa no es la manera, hay que educar”.
Total, yo no soy quien debe convivir con la impotencia y con la tristeza de
pertenecer al grupo vulnerado.

Cuando pongo más énfasis en criticar al feminismo por cómo comunica sus
ideas que a la cerrazón mental machista de la mayoría de los varones,
producto de privilegios y no solo de “ignorancia”.

Cuando me enojo con las propuestas de discriminación positiva o cupo para
mujeres y gente LGBT y las rechazo con argumentos meritócratas que creo
no-burgueses (idoneidad, esfuerzo, lucha).

Cuando, desde mi comodidad como mayoría simbólica, rechazo las medidas de
cupo femenino en la política diciendo “que haya más mujeres en la política
no va a mejorar la situación de las mujeres trabajadoras”.

Cuando me quejo “me discriminan por ser hombre” porque las mujeres tienen
espacios propios donde no se permiten hombres, negándome a entender por qué
ni para qué los necesitan. Lo mismo con “me discriminan por ser hétero” en
referencia a espacios exclusivamente LGBT.

Cuando hago ultimátums para optar entre lucha feminista y lucha de clases.

Cuando digo que el estudio de teoría feminista y su aplicación para la
transformación personal y de las relaciones sociales son cosas de “clase
media acomodada”. Como si el grado de embrutecimiento mental y emocional de
la clase obrera fuera un rasgo plebeyo a glorificar por los revolucionarios.
Como si la violencia en las relaciones familiares y de pareja sumada a la
violencia al distinto nos quitase un montón de energía para la lucha por
nuestra liberación.

Cuando doy rodeos intelectuales con muestras de erudición para esquivar
planteos que me interpelan personalmente.

Todo esto no es ningún secreto. Lo han vivido muchas mujeres, gays, y gente
trans: no hay nada más parecido a un machista de derecha que un machista de
izquierda.

* Danilo Castelli, programador y estudiante de sociología.

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