Historia/Rusia/ Las mujeres de 1917 [Megan Trudell]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Mar Jul 25 16:02:21 UYT 2017


  _____

Correspondencia de Prensa

25 de julio 2017

Boletín Informativo

 <https://correspondenciadeprensa.wordpress.com/>
https://correspondenciadeprensa.wordpress.com/

redacción y suscripciones

 <mailto:germain5 en chasque.net> germain5 en chasque.net

  _____

Historia/Rusia

Las mujeres de 1917

Megan Trudell

Jacobin, 24-5-2017

https://jacobinmag.com/

Traducción de Viento Sur

http://www.vientosur.info/

En el Día Internacional de la Mujer de 1917, las trabajadoras del textil del
barrio de Vyborg, en Petrogrado, se declararon en huelga, abandonaron las
fábricas y fueron de taller en taller, en piquetes de cientos de personas,
para extender la huelga y enfrentarse violentamente a la policía y el
ejército. Poco cualificadas, mal pagadas, obligadas a trabajar durante 12 o
13 horas por jornada en un entorno sucio e insalubre, las mujeres pedían
solidaridad y reclamaban a los hombres que actuaran, especialmente a
aquellos trabajadores cualificados que trabajaban en empresas de maquinaria
y metalúrgicas, que se consideraban los más conscientes políticamente e
influyentes socialmente de la mano de obra de la ciudad. Las mujeres
lanzaron palos, piedras y bolas de nieve contra las ventanas de las
factorías y forzaron la entrada en los centros de trabajo, exigiendo el fin
de la guerra y el retorno de sus hombres del frente.

De acuerdo con numerosos coetáneos e historiadores, aquellas mujeres que se
manifestaban para exigir pan –con métodos de protesta consagrados y
primitivos para reclamar demandas puramente económicas y guiadas más por la
emoción que la preparación teórica– desencadenaron sin saberlo la tempestad
que acabó con el zarismo, antes de desaparecer tras los grandes batallones
de trabajadores masculinos y partidos políticos dominados por hombres. Desde
el comienzo de las huelgas de febrero, en las manifestaciones se corearon
consignas contra la guerra. La audacia, la determinación y los métodos de
las mujeres ponían de manifiesto que ellas sabían cuál era la raíz de sus
problemas, la necesaria unidad de la clase obrera y la importancia de
convencer a los soldados de que dejaran de proteger el Estado zarista y
apoyaran la revuelta. Trotsky explicó más tarde:

Las mujeres trabajadoras desempeñan un papel importante en la relación entre
obreros y soldados. Se acercan a los cordones militares con más atrevimiento
que los hombres, sujetan los rifles, suplican, casi ordenan: “Bajad las
bayonetas y uníos a nosotras”. Los soldados están nerviosos, avergonzados,
intercambian miradas inquietas, vacilan; alguno es el primero en decidirse y
entonces las bayonetas se alzan abochornadas por encima de los hombros de la
multitud que avanza.

Al término del 23 de febrero, los soldados que habían estado haciendo
guardia ante las cocheras del tranvía acudieron al llamamiento de las
trabajadoras del tranvía a que se les unieran dentro, y los tranvías pasaron
a utilizarse como barricadas contra la policía. El convencimiento de los
soldados para la causa no fue simplemente resultado de la pesada carga de la
guerra para la tropa o la espontaneidad infecciosa de las protestas. Las
trabajadoras del textil se habían relacionado desde 1914 con gran número de
soldados, en su mayoría campesinos, en Petrogrado. Los hombres en los
cuarteles y las mujeres en las fábricas que habían acudido a la ciudad
procedentes de las mismas zonas entablaron conversaciones y establecieron
relaciones, difuminando la divisoria entre obrero y soldado y permitiendo a
las trabajadoras percatarse claramente de la necesidad de un apoyo armado.

Las mujeres trabajadoras estuvieron a pie juntillas en la primera línea de
la Revolución de Febrero, que culminó con la caída del zarismo. No fueron
meramente la chispa, sino el motor que la impulsó adelante, a pesar de los
recelos iniciales de muchos trabajadores y revolucionarios masculinos. Suele
calificarse la Revolución de Febrero de espontánea, y en cierto sentido esto
es cierto: no fue planeada ni llevada a cabo por revolucionarios. Pero la
espontaneidad no equivale a falta de conciencia política. Las experiencias
de las mujeres que asaltaron las fábricas de Petrogrado cuando tanto los
trabajadores como los cabezas de familia les obligaban a hacer cola durante
horas para conseguir alimentos para sus hogares, suprimió la distinción
entre la demanda económica de pan y la reivindicación política de poner fin
a la guerra. Las circunstancias materiales hicieron que se culpara por el
hambre y la miseria a quien correspondía: a la guerra y a los políticos que
la dirigían. Estas demandas no podían satisfacerse sin un cambio político
radical.



Además, las mujeres bolcheviques desempeñaban un papel crucial en la huelga,
habiendo dedicado muchos años de esfuerzo a organizar a las trabajadoras no
cualificadas, a pesar de ciertas actitudes entre algunos hombres de su
propio partido, que decían que organizar a las mujeres era, en el mejor de
los casos, distracción de la lucha contra el zarismo y, en el peor, hacer el
juego a las feministas de las clases altas que alejarían a las mujeres de la
lucha de clases. Muchos hombres en el movimiento revolucionario pensaban que
las manifestaciones del Día Internacional de la Mujer eran prematuras y que
las trabajadoras debían esperar a que los trabajadores cualificados
estuvieron listos para emprender la acción decisiva. Fueron militantes
femeninas, una minoría en el partido, quienes abogaron por convocar una
reunión de trabajadoras en el barrio de Vyborg para hablar de la guerra y de
la inflación y fueron activistas femeninas quienes convocaron una
manifestación contra la guerra en el Día Internacional de la Mujer. Una de
ellas fue Anastasia Deviátkina, una bolchevique y trabajadora industrial que
después de la Revolución de Febrero construyó un sindicato de esposas de
soldados.

Después de febrero, las mujeres desaparecen casi totalmente de la crónica
como parte integrante del desarrollo de la revolución a lo largo de 1917,
aparte de algunas revolucionarias destacadas como Alexandra Kollontái,
Nadeshda Krúpskaia e Inessa Armand, citadas a menudo tanto por su vida
privada como esposas y amantes como por su actividad práctica y sus
aportaciones teóricas.

En los órganos administrativos surgidos de las cenizas del zarismo casi no
había mujeres. Algunas estaban presentes en consejos municipales, como
delegadas a la Asamblea Constituyente o diputadas de un sóviet. Los comités
de fábrica estaban dominados por hombres, incluso en centros en que la
mayoría de la plantilla eran mujeres. Los motivos de ello eran dobles y
estaban relacionados: las mujeres todavía tenían la tarea de alimentar a sus
familias en circunstancias difíciles y carecían de confianza y educación,
así como de tiempo, para dar un paso adelante o comprometerse mucho en la
actividad política. La vida que habían llevado las trabajadoras en Rusia a
lo largo de siglos, la realidad material de su opresión, condicionaban su
capacidad de compatibilizar el aumento indudable de su conciencia política
con el compromiso político.

Antes de 1917, Rusia era una sociedad predominantemente campesina; la
autoridad absoluta del zar estaba consagrada y era reforzada por la iglesia
y se reflejaba en la institución de la familia. El matrimonio y el divorcio
estaban sometidos al control religioso; las mujeres estaban subordinadas
legalmente, consideradas una propiedad e infrahumanas. Proverbios rusos
comunes incluyen expresiones como esta: “Pensaba que veía a dos personas,
pero no era más que un hombre con su mujer.” El poder del hombre en el hogar
era absoluto y se esperaba de la mujer que fuera pasiva en condiciones
brutales, entregada del padre al marido y a menudo víctima de la violencia
autorizada. Las mujeres campesinas y trabajadoras se enfrentaban a castigos
y a trabajos pesados en los campos y las fábricas, con la importante carga
añadida del cuidado de los hijos y las responsabilidades domésticas en una
época en que los partos eran difíciles y peligrosos, no existían los
anticonceptivos y la mortalidad infantil era elevada.

Sin embargo, la implicación política de las mujeres en 1917 no vino de la
nada. Rusia era una contradicción: paralelamente a la profunda pobreza, la
opresión y la tiranía que sufría la mayoría de la gente, la economía rusa
estuvo en auge durante las décadas anteriores a 1905. Enormes fábricas
modernas producían armas y ropa, el ferrocarril conectaba las ciudades en
rápido crecimiento y las inversiones y técnicas de Europa dieron lugar a
fuertes incrementos de la producción de hierro y petróleo. Estos drásticos
cambios económicos generaron una inmensa transformación social en los años
que precedieron a la primera guerra mundial: cada vez más mujeres campesinas
iban a trabajar a las fábricas en las ciudades, empujadas por la pobreza y
animadas por empresarios que, gracias a la mecanización, generaban más
puestos de trabajo no cualificado y cuya preferencia por una mano de obra
dócil dio lugar a un enorme aumento del número de mujeres empleadas en la
producción de lino, seda, algodón, lana, cerámica y papel.

Muchas mujeres habían participado en las huelgas del sector textil en 1896,
en manifestaciones contra la leva antes de la guerra ruso-japonesa y, sobre
todo, en la revolución de 1905, durante la cual trabajadoras no cualificadas
de fábricas textiles, de tabaco y confitería, junto con empleadas domésticas
y lavanderas, hicieron huelga e intentaron crear sus propios sindicatos en
el marco de la revuelta masiva. El efecto de la primera guerra mundial
contribuyó decisivamente al aumento del peso económico y político de las
mujeres. La contienda destrozó las familias y alteró completamente la vida
de las mujeres. Millones de hombres fueron destinados al frente, muchos
fueron heridos o murieron, obligando a las mujeres a labrar los campos,
sacar adelante los hogares y trabajar en las fábricas. Las mujeres
representaban el 26,6 % de la mano de obra en 1914, pero casi la mitad (el
43,4 %) en 1917. Su proporción aumentó drásticamente incluso en los empleos
cualificados: si en 1914 solo representaban el 3 % de la mano de obra en la
industria metalúrgica, en 1917 la cifra había aumentado al 18 %.

En la situación de doble poder instaurada por la Revolución de Febrero, las
acciones de mujeres no cesaron, pero pasaron a formar parte del proceso que
supuso la pérdida del apoyo de la clase obrera por parte del gobierno a
favor del sóviet y, en el interior de este, por parte de la dirección
socialista moderada de los mencheviques y socialistas revolucionarios a
favor de los bolcheviques en el mes de septiembre.

La esperanza de la clase obrera de que su vida mejoraría con la caída del
zar se vio defraudada por el gobierno y la dirección del soviet, que
decidieron continuar la guerra. En mayo, las manifestaciones antiguerra
forzaron la caída del primer gobierno provisional formado por una coalición
de los dirigentes mencheviques y socialistas revolucionarios del soviet con
los liberales. La frustración de los trabajadores y trabajadoras dio pie a
nuevas huelgas, encabezadas nuevamente por mujeres. Unas 40 000 lavanderas,
miembras de un sindicato dirigido por la bolchevique Sofia Gonchárskaia, se
declararon en huelga por un aumento salarial, la jornada de ocho horas y la
mejora de las condiciones de trabajo: medidas de higiene y salud,
prestaciones de maternidad (muchas trabajadoras ocultaban su embarazo hasta
que daban a luz en la misma fábrica) y fin del acoso sexual. En palabras de
las historiadoras Jane McDermid y Anna Hillyer:

Junto con otras activistas del sindicato, Gonchárskaia había ido de una
lavandería a otra convenciendo a las mujeres a unirse a la huelga. Llenaron
cubos de agua fría para apagar las estufas. En una lavandería, el
propietario atacó a Gonchárskaia con una palanca; la salvaron las lavanderas
que lo agarraron por detrás.

En agosto, ante los intentos del general Kornílov de aplastar la revolución,
las mujeres se reunieron para defender Petrogrado, construyendo barricadas y
organizando la asistencia médica; en octubre, mujeres del partido
bolchevique participaron en la prestación de asistencia médica y en las
cruciales comunicaciones entre localidades; algunas eran responsables de
coordinar el levantamiento en distintas zonas de Petrogrado, y también había
mujeres en la Guardia Roja. McDermid e Hillyer describen otra implicación de
mujeres bolcheviques en octubre:

La conductora del tranvía A.E. Rodiónova había escondido 42 rifles y otras
armas en su cochera cuando el gobierno provisional intentó desarmar a los
trabajadores tras las jornadas de julio. En octubre se encargó de asegurar
que dos tranvías con ametralladoras salieran de la cochera para asaltar el
Palacio de Invierno. Tuvo que asegurar que el servicio de tranvía funcionara
durante la noche del 25 al 26 de octubre para contribuir a la toma del poder
y comprobar la situación de los puestos de la Guardia Roja en toda la
ciudad.

La trayectoria de la revolución ensanchó la fisura entre las trabajadoras
–para quienes la guerra era la causa de sus problemas y cuyos llamamientos a
la paz se intensificaron a medida que avanzaba el año– y las feministas que
seguían apoyando el derramamiento de sangre. Para la mayoría de las
feministas liberales de clase alta que defendían la igualdad ante la ley y
en la enseñanza y la reforma social, esas conquistas se obtendrían
mostrándose leales al nuevo gobierno y apoyando el esfuerzo de guerra. Las
muestras de patriotismo formaban parte del intento de obtener un asiento
junto a la mesa. La Revolución de Febrero relanzó la batalla de las
feministas por el sufragio universal, que supuso un importante paso adelante
cuando se aprobó en julio. Sin embargo, para la mayoría de mujeres el
derecho al voto no suponía una gran diferencia en su vida, que seguía
sometida a la escasez, las largas jornadas de trabajo y la lucha por
mantener a la familia unida. Tal como había escrito Alexandra Kollontái en
1908:

Por muy radicales que parezcan las reivindicaciones de las feministas, no
hay que perder de vista el hecho de que las feministas no pueden, dada su
posición de clase, luchar por el cambio fundamental de la estructura
económica y social contemporánea sin el que la liberación de las mujeres no
puede ser completa.

Para la mayoría de las mujeres trabajadoras y campesinas, las cuestiones de
opresión e igualdad no se planteaban de forma abstracta, sino que surgían
concretamente del proceso de lucha por la mejora de sus vidas y de las de
sus hombres e hijos. Las que se politizaron abiertamente y adquirieron
confianza, a menudo como afiliadas al partido bolchevique, lo hicieron a
resultas de su propia acción colectiva contra la guerra y los políticos,
acción que se centraba en la lucha contra el hambre, la guerra y por la
propiedad de la tierra. Robert Service señala lo siguiente:

El programa político bolchevique resultó cada vez más atractivo para la masa
de trabajadores, soldados y campesinos a medida que se agudizaba la
agitación social y la ruina económica alcanzó un clímax en otoño. Pero solo
con eso no podría haber habido una Revolución de Octubre.

Este proceso abarcó tanto a trabajadoras, campesinas y esposas de soldados
como a sus homólogos masculinos. Sin el apoyo de la masa de mano de obra no
cualificada en Petrogrado, en su mayoría mujeres, la insurrección de octubre
no habría triunfado. El apoyo a los bolcheviques no fue ciego, sino el
resultado, en palabras de Trotsky, de “un desarrollo cauto y doloroso de la
conciencia” de millones de trabajadores, hombres y mujeres. Hasta octubre se
había intentado todo: el gobierno provisional y los mencheviques los habían
traicionado, las manifestaciones traían represión y escasos avances, que ya
no satisfacían su esperanza de una vida mejor, y, sobre todo, el intento de
golpe de Kornílov había puesto las cosas en su sitio: o sigues adelante o te
aplastan. Un trabajador lo expresó de esta manera: “Los bolcheviques siempre
habían dicho que ‘no somos nosotros quienes os convenceremos, sino la vida
misma’. Y ahora los bolcheviques han triunfado porque la vida ha demostrado
que su táctica es correcta.”

Fue un mérito de los bolcheviques tomarse en serio la cuestión de la mujer.
Pese a que, visto desde hoy, las mujeres estaban muy infrarrepresentadas,
dedicaron grandes esfuerzos a organizar y formar a las trabajadoras. El
hecho de que los bolcheviques hicieran más que otros partidos socialistas
por relacionarse con las mujeres no se debió necesariamente a un mayor
compromiso con los derechos de las mujeres. Tanto mencheviques como
bolcheviques eran conscientes de la necesidad de trabajar con las mujeres
como parte de la clase obrera, pero los bolcheviques supieron integrar la
lucha por la igualdad entre hombres y mujeres en una estrategia basada en
una acción de clase contra el gobierno y la guerra, mientras que los
partidos que abogaban por la continuación de esta en virtud de sus pactos
con los privilegiados y las empresas, no podían hacer mucho más que informar
de las huelgas de las mujeres y hablar de los derechos políticos, sin poder
ofrecer ninguna solución concreta a la presión material que sufrían las
mujeres.

Los bolcheviques impulsaron cada vez más la organización y politización de
las mujeres, en parte porque aprendieron del comienzo explosivo de Febrero y
en parte gracias a la tenacidad de sus propias afiliadas. Destacadas mujeres
bolcheviques como Kollontái, Krúpskaia, Armand, Konkordiya Samoilova y Vera
Slútskaia, entre otras, llevaban tiempo batallando porque el partido
dedicara un esfuerzo especial a organizar a las trabajadoras y desarrollar
su educación política. Lucharon por convencer a sus camaradas masculinos de
que las mujeres trabajadoras tenían una importancia crucial y no eran un
elemento pasivo, conservador y atrasado que obstaculizaba la revolución. El
periódico bolchevique Rabotnitsa (Trabajadora), publicado por primera vez en
1914 y relanzado en mayo de 1917, contenía artículos sobre la importancia de
las guarderías y de una legislación que mejorara las condiciones de
seguridad en los puestos de trabajo de las mujeres, y repetidamente subrayó
la necesidad de la igualdad y de que las cuestiones de las mujeres
incumbieran a todos los trabajadores.

El papel desempeñado por las mujeres en Febrero y su actividad como parte de
la clase obrera de Petrogrado contribuyeron a cambiar el punto de vista de
muchos hombres bolcheviques que decía que centrarse en las cuestiones de las
mujeres daba pábulo a las feministas y de que la revolución la dirigirían
los trabajadores (masculinos) más cualificados y políticamente conscientes.
Sin embargo, fue una batalla ardua; cuando Kollontái propuso en abril una
sección de mujeres dentro del partido, casi nadie le hizo caso, pese a que
contaba con el apoyo de Lenin, cuyas Tesis de Abril no fueron recibidas con
mucho mayor entusiasmo por la dirección bolchevique; de hecho, Kollontái fue
la única que apoyó a Lenin en el comité central.

En los meses siguientes, sin embargo, quedó claro que tanto los argumentos
de Lenin sobre la relación entre la revolución y el poder de los sóviets
como la postura de Kollontái sobre la importancia de las mujeres
trabajadoras se derivaban de la dinámica de la revolución y podían llevarla
adelante. La prensa bolchevique, además de Rabotnitsa, afirmaba ahora que
las actitudes machistas arraigadas ponían en peligro la unidad de la clase,
y el partido batalló por que las mujeres estuvieran representadas en los
comités de fábrica, criticó las actitudes de los hombres que consideraban
que las mujeres eran una amenaza y trató de convencer a los hombres de que
votaran por mujeres –especialmente en sectores en que estas eran mayoría– y
las respetaran como compañeras de trabajo, representantes y camaradas.

Seis semanas después de la Revolución de Octubre, el matrimonio eclesiástico
fue sustituido por el registro civil y el divorcio se concedía a petición de
cualquier miembro de la pareja. Estas medidas se desarrollaron un año más
tarde en el Código de Familia, que declaró a las mujeres iguales ante la
ley. Se abolió el control religioso, poniendo fin de un plumazo a siglos de
opresión institucionalizada; cualquier miembro de la pareja podía reclamar
el divorcio sin tener que aportar ninguna justificación; las mujeres tenían
derecho a administrar su propio dinero y ningún miembro de la pareja tenía
derecho sobre las propiedades del otro. Se erradicó el concepto de
ilegitimidad: si una mujer no sabía quién era el padre, se otorgaba la
responsabilidad colectiva sobre el hijo a todos aquellos que habían
mantenido previamente relaciones sexuales con ella. En 1920, Rusia fue el
primer país en legalizar el aborto a petición de la mujer.

La revolución de 1917 fue iniciada y conformada por mujeres, y en el
transcurso del año se pusieron en tela de juicio o eliminaron muchos
prejuicios arraigados que consideraban a la mujer inferior, una propiedad,
pasiva, atrasada, conservadora, no fiable y débil, gracias a la acción y al
compromiso político de las mujeres. Sin embargo, al Revolución Rusa no
abolió la dominación masculina ni liberó a las mujeres: las privaciones
catastróficas de la guerra civil y las subsiguientes distorsiones del
gobierno soviético lo impidieron. Las desigualdades se mantuvieron. Pocas
mujeres ocuparon puestos de autoridad, pocas fueron elegidas a órganos
administrativos y las ideas machistas no podían desaparecer sin más en las
condiciones extremadamente adversas que siguieron a Octubre.

Durante la revolución, las mujeres no participaron en pie de igualdad con
los hombres ni contribuyeron tan significativamente a los niveles superiores
del proceso político, pero dentro de las limitaciones que les imponía su
vida, desbordaron las expectativas y determinaron el devenir de la
revolución. Como dicen McDermid e Hillyer:

Es cierto que la división del trabajo entre mujeres y hombres se mantuvo,
pero en vez de concluir que las mujeres fracasaron a la hora de combatir el
dominio masculino, podríamos tener en cuenta cómo maniobraron dentro de su
esfera tradicional y qué significaba esto para el proceso revolucionario.

Las mujeres fueron parte integrante de la revolución de 1917, haciendo
historia junto con los hombres, no como espectadoras pasivas o nulidades
políticas, sino como participantes valerosas cuyo compromiso fue más
significativo para el rechazo de la opresión arraigada. Ver la revolución
con los ojos de las mujeres nos proporciona una lectura más rica de lo que
sigue siendo el momento histórico más transformador para la vida de las
mujeres.

  _____





---
El software de antivirus Avast ha analizado este correo electrónico en busca de virus.
https://www.avast.com/antivirus


------------ próxima parte ------------
Se ha borrado un adjunto en formato HTML...
URL: http://listas.chasque.net/pipermail/boletin-prensa/attachments/20170725/05123ddc/attachment-0001.htm


Más información sobre la lista de distribución Boletin-prensa