1917/ La revolución finlandesa de [Eric Blanc]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Mie Mayo 17 19:12:28 UYT 2017


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Correspondencia de Prensa

17 de mayo 2017

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1917

La revolución finlandesa 

Eric Blanc *

Jacobin, 15-5-2017 

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A l´encontre, 15-5-2017

http://alencontre.org/

Traducción de Viento Sur

http://www.vientosur.info/

Durante el siglo pasado, los trabajos históricos de la revolución de 1917 se
han centrado normalmente en Petrogrado y en los socialistas rusos. Pero el
Imperio ruso estaba compuesto predominantemente por no-rusos, y las
convulsiones en la periferia del imperio eran habitualmente tan explosivas
como las del centro. 

El derrocamiento del zarismo en febrero de 1917 desencadenó una ola
revolucionaria que inmediatamente inundó toda Rusia. Quizá la más
excepcional de estas insurrecciones fuera la revolución finlandesa que un
académico llamó “la guerra de clases más claramente definida del siglo XX”. 

La excepción finlandesa 

Los finlandeses eran distintos a cualquier otra nación bajo el mando
zarista. Anexionada de Suecia en 1809, a Finlandia se le permitía gozar de
autonomía gubernamental, libertad política y, llegado el momento, incluso de
su propio parlamento democráticamente elegido. Aunque el zar trataba de
limitar su autonomía, la vida política en Helsinki se parecía más a Berlín
que a Petrogrado. 

En un periodo en que los socialistas del resto de la Rusia imperial estaban
obligados a organizarse en partidos clandestinos y eran perseguidos por la
policía secreta, el Partido Socialdemócrata de Finlandia (SDP) operaba
abierta y legalmente. Como la socialdemocracia alemana, los finlandeses
construyeron de 1899 en adelante un partido obrero de masas y una densa
cultura socialista con sus propias salas de reuniones, grupos de mujeres
obreras, coros y ligas deportivas. 

Políticamente, el movimiento obrero finlandés estaba embarcado en una
estrategia de orientación parlamentaria y de paciente educación y
organización de los obreros. Su política era en principio moderada: era raro
hablar de la revolución y la colaboración con los liberales era habitual. 

Pero el SDP se distinguía de los partidos socialistas de masas legales en
Europa en que se volvió más combativo en los años previos a la I Guerra
Mundial. Si Finlandia no hubiera formado parte del Imperio ruso es probable
que se hubiera desarrollado por el camino de moderación de la mayoría de
partidos socialistas de Europa occidental, en el cual los radicales fueron
cada vez más marginados por la integración parlamentaria y la
burocratización. 

Pero la participación de Finlandia en la revolución de 1905 escoró el
partido a la izquierda. En la huelga general de noviembre de 1905, un líder
socialista finlandés se maravillaba ante el levantamiento popular: “Vivimos
en una época maravillosa […] Gente humilde y satisfecha de cargar con el
peso de la esclavitud se ha sacudido de repente su yugo. Grupos que hasta
ahora comían cortezas de pino piden ahora pan”. 

Tras la revolución de 1905, los diputados parlamentarios moderados, los
líderes sindicales y los funcionarios se encontraron en minoría en el SDP.
Tratando de aplicar la orientación elaborada por el teórico marxista alemán
Karl Kautsky, desde 1906 en adelante la mayoría del partido dotó a la
táctica de la legalidad y al enfoque parlamentario una política nítida de
lucha de clases. “El odio de clase ha de ser bienvenido, pues es una
virtud”, decía una publicación del partido. 

El partido anunció que sólo un movimiento obrero independiente podría
promover los intereses de los obreros, defender y aumentar la autonomía
finlandesa de Rusia y conquistar una democracia política completa. La
revolución socialista se convertiría con el tiempo en la tarea principal,
pero hasta entonces el partido debería acumular pacientemente sus fuerzas y
evitar cualquier choque prematuro con la clase dominante. 

Esta estrategia de la socialdemocracia revolucionaria —con su mensaje
militante y métodos “sin prisa pero sin pausa”— fue espectacularmente
exitosa en Finlandia. Para 1907, se habían unido al partido cerca de 100.000
obreros, convirtiéndolo en la mayor organización socialista per capita del
mundo. Y, en julio de 1916, la socialdemocracia finlandesa hizo historia al
convertirse en el primer partido socialista de cualquier país en alcanzar
una mayoría parlamentaria. Sin embargo, debido a la rusificación zarista de
los últimos años, la mayor parte del poder estatal finlandés estaba para
entonces bajo administración rusa. Sólo en 1917 pudo el SDP afrontar los
desafíos de ostentar una mayoría parlamentaria socialista en una sociedad
capitalista. 

Los primeros meses 

Las noticias de la insurrección de febrero en la cercana Petrogrado llegaron
como una sorpresa a Finlandia. Pero una vez confirmados los rumores, los
soldados rusos emplazados en Helsinki se amotinaron contra sus oficiales,
como describió un testigo: “Por la mañana los soldados y marineros marcharon
con banderas rojas por las calles, en parte desfilando cantando la
Marsellesa, en parte en grupos separados, repartiendo lazos y trozos de tela
rojos. Patrullas armadas de marinos de tropa deambulaban por toda la ciudad
desarmando a los oficiales que a la menor resistencia o al no aceptar el
distintivo rojo eran fusilados y abandonados ahí mismo”. 

Los gobernantes rusos fueron expulsados, los soldados rusos emplazados en
Finlandia declararon su fidelidad al Soviet de Petrogrado y la policía
finlandesa fue destruida desde abajo. La narración de primera mano en 1918
del escritor conservador Henning Söderhjelm —expresión inmejorable del punto
de vista de las élites finlandesas— lloraba la pérdida del monopolio de la
violencia del Estado: “Era política expresa del SDP finlandés destruir
completamente la policía. La fuerza policial, que había sido disuelta por
los soldados rusos al comienzo mismo de la revolución, no volvió a existir
jamás. El pueblo no tenía confianza en esta institución y en su lugar se
estableció una milicia en unidades locales para el mantenimiento del orden,
cuyos hombres pertenecían al Partido Obrero” 

¿Qué debería reemplazar el viejo gobierno local ruso? Algunos radicales
impulsaron un gobierno rojo, pero estaban en minoría. Como en el resto del
imperio, Finlandia se encontraba en marzo envuelta en la llamada “unidad
nacional”. Esperando ganar mayor autonomía del nuevo gobierno provisional
ruso, un ala de líderes moderados del SDP rompió con la inveterada posición
del partido y se unió a un gobierno de coalición con los liberales
finlandeses. Varios socialistas radicales denunciaron esta maniobra como una
“traición” y una flagrante violación de los principios marxistas del SDP.
Otros líderes del partido, sin embargo, aceptaron la entrada en el gobierno
para evitar una división en el partido. 

La luna de miel política de Finlandia duró poco. El nuevo gobierno de
coalición se vio rápidamente atrapado en el fuego cruzado de la lucha de
clases, cuando se desplegó una combatividad sin precedentes desde los
centros de trabajo, las calles y las áreas rurales de Finlandia. Algunos
socialistas finlandeses centraron sus esfuerzos en construir milicias
armadas de obreros. Otros impulsaron huelgas, el sindicalismo militante y el
activismo fabril. Söderhjelm describía la dinámica: “El proletariado ya no
rogaba ni rezaba, sino que exigía y reclamaba. Nunca, supongo, ha estado el
obrero, pero especialmente el bruto, tan hinchado de poder como en el año
1917 en Finlandia” 

La élite de Finlandia esperaba al principio que la entrada de los
socialistas moderados en el gobierno de coalición obligara al SDP a
abandonar su línea de lucha de clases. Söderhjelm se lamentaba de que estas
esperanzas se desvanecieran: “Se desarrolló el puro mando de la turba a una
velocidad inesperada. […] Antes que nada, [hay que culpar] a la táctica del
Partido Obrero. […] Incluso si el Partido Obrero actuaba con una cierta
dignidad en su conducta más oficial, proseguía su política de agitación
contra la burguesía con incansable celo”. 

Mientras que los socialistas moderados del nuevo gobierno, así como sus
líderes obreros aliados, trataban de atenuar la insurgencia popular, la
extrema izquierda del partido llamaba sistemáticamente a una ruptura con la
burguesía. Oscilando entre estos polos socialistas se situaba una tendencia
centrista amorfa que daba un apoyo limitado al nuevo gobierno. Y aunque la
mayoría de líderes del SDP por lo general seguían dando prioridad a la
esfera parlamentaria, la mayoría apoyaba —o al menos aceptaba— el
levantamiento desde abajo. 

A la luz de la imprevista oleada de resistencia, la burguesía finlandesa se
volvió cada vez más beligerante e intransigente. El historiador Maurice
Carrez señala que las clases altas finlandesas nunca aceptaron ni se
resignaron a “compartir el poder con una formación política a la que veían
como la encarnación del demonio”. 

Polarización de clase 

El derrumbe del gobierno de coalición finlandés comenzó en el verano. Para
agosto, el avituallamiento del imperio había colapsado y la expectativa de
la hambruna aterrorizaba a los obreros finlandeses. Las revueltas por la
comida estallaron a principios de mes y la organización de Helsinki del SDP
denunció el rechazo del gobierno a adoptar medidas tajantes para afrontar la
crisis. “La hambrienta clase obrera pronto perdió toda la confianza en el
gobierno de coalición” señalaba Otto Kuusinen, principal teórico de
izquierda del SDP que fundaría el movimiento comunista finlandés al año
siguiente. 

La intransigencia socialista en la lucha por la liberación nacional aumentó
aún más la polarización de clase. Los socialistas finlandeses lucharon con
tenacidad para acabar con la continua injerencia del gobierno ruso en la
vida nacional interna. Al lograr la independencia esperaban utilizar la
mayoría parlamentaria —y su control de las milicias obreras— para impulsar
un ambicioso programa de reformas políticas y sociales. 

Un líder socialista explicaba en julio que “hasta ahora hemos sido obligados
a luchar en dos frentes: contra nuestra propia burguesía y contra el
gobierno ruso. Para que triunfe nuestra guerra de clase, para ser capaces de
concentrar toda nuestra fuerza en un frente, contra nuestra propia
burguesía, necesitamos independencia, para lo cual Finlandia está preparada”
. 

Los conservadores y liberales finlandeses también querían, por sus propias
razones, fortalecer la autonomía de Finlandia. Pero no estaban dispuestos a
usar métodos revolucionarios para alcanzar este objetivo, ni apoyaban por lo
general los intentos del SDP de lograr una independencia completa. 

El choque llegó finalmente en julio. En el parlamento finlandés, la mayoría
socialista propuso el histórico proyecto de ley valtalaki [del poder] que
proclamaba unilateralmente la completa soberanía finlandesa. Con la dura
oposición de la minoría parlamentaria conservadora, la valtalaki fue
aprobada el 18 de julio. Pero el gobierno provisional ruso, dirigido por
Alexandr Kerensky, rechazó inmediatamente la validez de la valtalaki y
amenazó con ocupar Finlandia si no se respetaba el veredicto. 

Cuando los socialistas finlandeses se negaron a ceder o a renunciar a la
valtalaki, los liberales y conservadores de Finlandia aprovecharon el
momento. Esperando aislar al SDP y poner fin a su mayoría parlamentaria,
apoyaron y legitimaron cínicamente la decisión de Kerensky de disolver el
parlamento, democráticamente elegido, de Finlandia. Se convocaron nuevas
elecciones parlamentarias, en las que los no-socialistas obtuvieron una
estrecha mayoría. 

La disolución del parlamento de Finlandia marcó un punto de viraje decisivo.
Hasta ese momento, los obreros y sus representantes tenían muy altas
expectativas en que el parlamento pudiera ser usado como vehículo de la
emancipación social. Kuusinen explicaba que “nuestra burguesía carecía de
ejército, ni siquiera podían contar con una fuerza policial. (…). 

Por eso, había muchas razones para mantenerse en el transitado camino de la
legalidad parlamentaria, en el que, al parecer, la socialdemocracia podía
obtener una victoria tras otra”. Pero se hacía evidente para cada vez más
obreros y líderes del partido que el parlamento había llegado al límite de
su utilidad. 

Los socialistas denunciaron el golpe antidemocrático y atacaron a la
burguesía por conspirar con el Estado ruso contra los derechos nacionales de
Finlandia y sus instituciones democráticas. Según el SDP, las elecciones al
nuevo parlamento eran ilegales y se habían ganado por medio de un amplio
fraude electoral. A mediados de agosto, el partido ordenó a todos sus
miembros que dimitieran del gobierno. No menos importante, los socialistas
finlandeses se aliaron cada vez más estrechamente con los bolcheviques, el
único partido ruso que apoyó su intento de independencia. Todas las partes
habían arrojado el guante y la hasta entonces pacífica Finlandia se
precipitaba hacia la explosión revolucionaria. 

La lucha por el poder 

Para octubre, la crisis a lo largo de todo el imperio ruso había llegado a
su punto de ebullición. Los obreros finlandeses en la ciudad y el campo
exigían furiosamente que sus líderes tomaran el poder. Empezaron a estallar
violentos choques a lo largo de Finlandia. Sin embargo, muchos en la
dirección del SDP continuaban creyendo que el momento de la revolución
podría ser postergado hasta que la clase obrera estuviera mejor organizada y
armada. A otros les atemorizaba abandonar la esfera parlamentaria. En
palabras del líder socialista Kullervo Manner a finales de octubre: “No
podemos evitar la revolución por mucho tiempo (…). Se ha perdido la fe en el
valor de la actividad pacífica y la clase obrera comienza a creer sólo en su
propia fuerza (…). Si nos equivocamos respecto a la rápida llegada de la
revolución, estaremos encantados”. 

Después de que los bolcheviques conquistaran el poder a finales de octubre,
parecía que Finlandia sería la siguiente en la lista. Sin el apoyo militar
del gobierno provisional ruso, la élite de Finlandia quedó peligrosamente
aislada. Los soldados rusos —estacionados en Finlandia por cientos de miles—
apoyaban en general a los bolcheviques y sus llamamientos a la paz. “La ola
del bolchevismo victorioso llevará agua al molino de los socialistas y son
ciertamente capaces de hacerlo girar”, observaba un liberal finlandés. 

Las bases del SDP y los bolcheviques en Petrogrado imploraron a los líderes
socialistas que tomaran inmediatamente el poder. Pero la dirección del
partido daba rodeos. Nadie tenía claro que el gobierno bolchevique pudiera
mantenerse más allá de unos pocos días. Los socialistas moderados se
agarraban a la esperanza de encontrar una solución parlamentaria pacífica.
Algunos radicales planteaban que la toma del poder era posible y
urgentemente necesaria. La mayoría de los líderes vacilaban entre estas dos
opciones. 

Kuusinen recordaba la indecisión del partido en este momento crítico:
“Nosotros los socialdemócratas, ’unidos sobre la base de la guerra de
clases’, oscilábamos a un lado y luego al otro, dirigiéndonos decididamente
hacia la revolución para luego retirarnos de nuevo”. 

Incapaz de llegar a un acuerdo sobre la insurrección armada, en vez de eso
el partido llamó a una huelga general el 14 de noviembre en defensa de la
democracia contra la burguesía, por las urgentes necesidades económicas de
los obreros y por la soberanía finlandesa. La respuesta desde abajo fue
abrumadora. De hecho, fue mucho más allá del cauto llamamiento a la huelga. 

Finlandia quedó paralizada. En varias ciudades, las organizaciones locales
del SDP y Guardias Rojas tomaron el poder, ocuparon edificios estratégicos y
arrestaron a los políticos burgueses. 

Parecía que este patrón revolucionario se repetiría pronto en Helsinki. El
16 de noviembre el Consejo de la huelga general en la capital votó a favor
de la toma del poder. Pero cuando los líderes moderados sindicales y
socialistas condenaron la decisión y dimitieron de la institución, el
Consejo dio marcha atrás ese mismo día. Resolvió que “puesto que una minoría
tan amplia disentía, el Consejo no puede, en esta ocasión, empezar a tomar
el poder para los obreros, sino que continuará ejerciendo presión sobre la
burguesía”. La huelga se desconvocó poco después. 

El historiador finlandés Hannu Soikkanen ha enfatizado que la huelga de
noviembre fue una gran oportunidad perdida: “Caben pocas dudas de que este
fue el mejor momento para que las organizaciones obreras tomaran el poder.
La presión desde abajo era enorme y la voluntad de lucha estaba al máximo
(…). Sin embargo, la huelga general convenció a la burguesía, con pocas
excepciones, del grave peligro que representaban los socialistas.
Invirtieron el tiempo hasta que estalló la guerra civil para organizarse
bajo una dirección firme”. 

Fijándose en la indecisión del SPD para las acciones de masas, Anthony Upton
ha dicho que “los revolucionarios finlandeses fueron en general los
revolucionarios más miserables de la historia”. Tal afirmación podría
sostenerse si nuestra historia terminara en noviembre, pero los siguientes
sucesos mostraron que el espíritu revolucionario de la socialdemocracia
finlandesa se mantuvo. 

Tras la huelga general, los frustrados obreros, cada vez más, buscaron armas
y se encaminaron hacia la acción directa. La burguesía se preparaba, de
igual modo, para la guerra civil, formando a su “Guardia Blanca” y pidiendo
al gobierno alemán ayuda militar. 

A pesar de la acelerada ruptura de la cohesión social, muchos líderes
socialistas continuaron dedicados a estériles negociaciones parlamentarias.
Pero esta vez el ala izquierda del SDP se plantó y declaró que cualquier
otro retraso en la acción revolucionaria sólo conduciría al desastre. Por
medio de una larga serie de batallas internas, en diciembre y principios de
enero, los radicales vencieron finalmente. 

En enero, las palabras revolucionarias del SDP se tradujeron por fin en
hechos. Para marcar el inicio de la insurrección, la tarde del 26 de enero
los líderes del partido encendieron una lámpara roja en la torre del Sala
Obrera de Helsinki. Los días sucesivos, los socialdemócratas y sus
organizaciones obreras afiliadas tomaron fácilmente el poder en todas las
grandes ciudades de Finlandia; el norte rural quedó, por el contrario, en
manos de las clases dominantes. 

Los insurgentes de Finlandia redactaron una proclamación histórica
anunciando que la revolución era necesaria puesto que la burguesía
finlandesa, unida al imperialismo extranjero, había dado un golpe
contrarrevolucionario contra las conquistas obreras y la democracia: “El
poder revolucionario en Finlandia pertenece desde este momento a la clase
obrera y sus organizaciones. (…) La revolución proletaria es noble y severa
(…) severa para los insolentes enemigos del pueblo, pero preparada para dar
su apoyo a los oprimidos y marginados”. 

Aunque el recién instaurado gobierno rojo trató al principio de seguir un
cauto camino político, Finlandia descendió con rapidez en una sangrienta
guerra civil. La clase obrera finlandesa pagó muy caro el retraso en la toma
del poder, puesto que desde enero la mayoría de las tropas rusas habían
regresado a sus hogares. La burguesía aprovechó los tres meses desde la
huelga de noviembre para reclutar sus tropas en Finlandia y en Alemania. Al
final, casi 27 000 finlandeses rojos perdieron sus vidas en la guerra. Y
después de que la derecha aplastara la República Socialista de los
Trabajadores de Finlandia en abril de 1918, otros 80 000 obreros y
socialistas fueron recluidos en campos de concentración. 

Los historiadores están divididos en torno a si la revolución finlandesa
pudo haber triunfado de haberse iniciado antes y si hubiera tomado un
enfoque político y militar más ofensivo. Algunos afirman que, en último
extremo, el factor decisivo fue la intervención imperialista de Alemania en
marzo y abril de 1918. Kuusinen hace un balance similar: “El imperialismo
alemán escuchó los lamentos de nuestra burguesía y pronto se dedicó a
engullir nuestra recién conquistada independencia, que a petición de los
socialdemócratas finlandeses fue reconocida por la República Soviética de
Rusia. El sentimiento nacional de la burguesía no sufrió daño alguno por
este asunto y el yugo de un imperialismo extranjero no le causó terror
cuando parecía que la patria estaba a punto de convertirse en la patria de
los obreros. Estaban dispuestos a sacrificar todo el pueblo al gran bandido
alemán si éste les mantenía en el deshonroso puesto de conductores
esclavizados”. 

Lecciones aprendidas 

¿Qué podemos pensar de la revolución finlandesa? Lo más obvio es que muestra
que la revolución obrera no fue sólo un fenómeno de la Rusia central.
Incluso en la pacífica y parlamentaria Finlandia, el pueblo trabajador se
fue convenciendo de que sólo un gobierno socialista podía ofrecer una salida
a la crisis social y a la opresión nacional. 

Tampoco los bolcheviques fueron el único partido en el imperio capaz de
dirigir a los obreros al poder. En muchos sentidos, la experiencia del SDP
finlandés confirma la perspectiva tradicional de la revolución planteada por
Karl Kautsky: por medio de una paciente organización y educación con
conciencia de clase, los socialistas obtuvieron una mayoría parlamentaria,
obligando a la derecha a disolver la institución lo que, a su vez, hizo
estallar una revolución de orientación socialista. 

La preferencia del partido por una estrategia parlamentaria defensiva no le
evitó, al final, tener que derrocar al poder capitalista y dar pasos hacia
el socialismo. En contraste, el burocratizado Partido Socialdemócrata de
Alemania —que había abandonado hacía tiempo la estrategia de Kautsky—
sostuvo activamente el poder capitalista en 1918-19 y aplastó violentamente
los esfuerzos por derribarlo. 

Pero Finlandia no sólo mostró la fuerza sino también los límites potenciales
de la socialdemocracia revolucionaria: vacilación en abandonar la esfera
parlamentaria, subestimación de la acción masas y una tendencia a inclinarse
hacia los socialistas moderados para mantener la unidad del partido. 

* Eric Blanc es historiador del movimiento socialista. 

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