Puerto Rico/ Algunas lecciones tras el paso del huracán María [Rafael Bernabé]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Lun Oct 2 17:05:56 UYT 2017


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Correspondencia de Prensa

2 de octubre 2017

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Puerto Rico

Algunas lecciones del huracán

Rafael Bernabe *

Desde Puerto Rico, 2-10-2017

(Normalmente mis escritos, sobre todo ante situaciones nuevas, son resultado
de discusiones con otros compañeros y compañeras. Pero estos días estamos
casi incomunicados. Por tanto, aún más que en otros casos, este escrito es
de mi entera responsabilidad. De igual forma, escribo con información
incompleta, resultado de la misma incomunicación, por tanto, todo lo que
escribo está, más que de costumbre, sujeto a corrección futura.)

Las crisis plantean problemas agudos que ponen al descubierto y acentúan los
aspectos tanto admirables como negativos de las sociedades que impactan.
También plantean nuevas tareas y nuevas perspectivas ante agendas que ya
estaban planteadas. El caso de Puerto Rico y el efecto y respuesta al paso
del huracán María no es excepción.

Empecemos por lo admirable: la reserva de solidaridad, de comunidad, de
generosidad que subsiste en el país a pesar de tres décadas de prédica y
práctica neoliberales que fomentan lo privado sobre lo público, la
competencia sobre la colaboración, el egoísmo sobre la comunidad, la
inmediatez sobre la previsión, la fragmentación sobre la integración
democrática. Podría dar decenas de ejemplos: el pon que me han dado cuando
voy caminando a hacer alguna gestión (por falta de gasolina), la comida que
me han fiado (porque no tenía cash), el café ofrecido por mis vecinos, el
uso de una hornilla prestada para calentarle algo de comer a mi bebé, los
médicos y personal de salud laborando en un hospital que se había quedado
sin electricidad (cuando tuvimos que ir a sala de emergencia el día después
del huracán). No hay duda que nuestro pueblo entiende y siente, a pesar de
todo, que las relaciones humanas, incluso entre desconocidos, son más y
deben ser más que el frío vinculo del efectivo.

Pero hay problemas y retos sobre los que hay que reflexionar: no podemos
dejar a un lado las tareas más urgentes, pero tampoco podemos dejar de
analizar la situación, sobre todo si queremos desde el principio reconstruir
un Puerto Rico distinto y mejor. Esa reconstrucción empezó ya y no podemos
dejar esa reflexión para más tarde. En ese caso, otros tomarán las
decisiones que nos afectarán. Tampoco podemos ser injustos con los que en
este momento están inmersos en tareas de rescate, apoyo y reconstrucción:
hay que reconocer esa inmensa y difícil labor, incluyendo a funcionarios de
gobierno cuyas ideas no comparto pero cuya labor reconozco.

Para empezar por lo más inmediato. No hay duda de que la respuesta prevista
al desastre fue inadecuada. No podemos pedir milagros. Pero sin duda, era
necesario un plan o planes para mantener el suplido de agua, alimento y
servicios de salud y la provisión de combustible necesario para todo esto,
suponiendo un colapso predecible y anticipado del sistema eléctrico. ¿Era
posible tal plan y previsión? Sin duda, al menos en grado mayor de lo que
hemos podido observar. La realidad es que ya se tenía la experiencia de los
huracanes Andrew y Katrina, que no se aprovecharon adecuadamente (volveremos
sobre las raíces de esta falta de previsión). Pero es cierto que los planes,
por buenos que fueran, no podían solucionarlo todo. Hay otros problemas, que
también pueden atenderse ciertamente, pero no con planes de emergencia. Para
dar dos ejemplos: la gasolina y la salud.

La carrera desesperada en busca de gasolina, con el caos y la incertidumbre
que hemos vivido, es el resultado, en último análisis, de la dependencia
casi absoluta en el automóvil privado como medio de transporte, que tantas
veces se ha denunciado por razones urbanísticas y ecológicas. Sin automóvil
el país no funciona para las cosas más cotidianas y sin gasolina los
automóviles no funcionan. Piense el lector o lectora lo distinto que sería
la situación si contáramos con una eficiente y tupida red de transporte
colectivo: levantar esa red colectiva sería una tarea difícil, sin duda,
pero permitiría restablecer y garantizar el acceso y el movimiento de
personas mucho más rápidamente que tratar de proveer gasolina a millones
(sí, millones) de automóviles. Es decir, el paso del huracán acentúa una
necesidad que ya estaba planteada antes del huracán. No olvidemos esto a la
hora de la reconstrucción. (Irónicamente, una de las razones por las que se
planteaba y plantea el transporte colectivo es la necesidad de reducir la
quema de gasolina para atender la amenaza del cambio climático, una de cuyos
impactos es precisamente aumentar la frecuencia de eventos extremos, como
huracanes categoría 5…) Con tres huracanes de ese tipo en una sola temporada
quizás empecemos a tomarnos en serio esta amenaza (aunque Trump siga negando
su existencia).

Otro ejemplo de lo dicho es nuestro sistema de salud. No debo decir sistema:
sistema tuvimos hasta la década de 1990. Era un sistema diseñado
lógicamente, con centros de diagnóstico y tratamiento e instalaciones de
cuido primario, secundario y terciario, en una especie de pirámide. Tenía
sus carencias, debía mejorarse, pero era un sistema mínimamente coherente.
En una crisis como esta pudo prepararse, y puede levantarse y coordinarse,
de nuevo, con un mínimo de coherencia y eficiencia, alrededor del país. Pero
ese sistema ya no existe: lo que existe es el resultado fragmentado, caótico
y desarticulado generado por la privatización. La terea de prepararse y
responder a la crisis es, por tanto, mucho más difícil. (Una de mis más
lamentables experiencias ha sido una farmacia que se negó a despacharme un
medicamento para mi bebé que tenía en existencia porque no tenía "sistema" y
por tanto no podía procesar ni cotejar la cobertura de mi plan de salud).

La falta de previsión y la insuficiencia de la respuesta inicial toca
también a FEMA. Desde Katrina la insuficiencia de esta agencia quedó
demostrada: es un aparato que funciona, si no con la lógica del bussiness as
usual, si con la del distraer as usual. ¿Acaso no era previsible que con el
colapso previsible del sistema eléctrico y de comunicación serían necesarias
decenas de grandes plantas generadoras para hospitales y otros puntos clave,
por ejemplo, así como medios para restablecer comunicaciones? Ni el gobierno
de Puerto Rico, ni FEMA tomaron en cuenta lo que la realidad nos ha
recordado duramente: Puerto Rico es una isla, a diferencia de Lousiana,
Texas o Florida y necesita planes especiales ante una situación como esta,
no el modelo de siempre y otros lugares.

La insuficiencia de la respuesta inicial se detectó inmediatamente para los
que estamos en la isla, pero la gran mayoría no teníamos, y aun no tenemos,
muchos medios para protestar. Aquí la diáspora, ese Puerto Rico fuera de
Puerto Rico, ha tenido un rol central en denunciar la situación y exigir que
Puerto Rico no sea abandonado a su suerte y que reciba el apoyo que todo
pueblo en estas circunstancias merece. Gracias a esto, al escándalo más allá
de Puerto Rico que se ha logrado generar, la respuesta ha ido mejorando. No
soy de su partido y no voté por ella, pero de igual modo tengo que aplaudir
las protestas y denuncias de la alcaldesa de San Juan. La respuesta de
Trump, necia e insolente a la vez, era de esperarse. Antes de esa polémica
ya había demostrado total indiferencia a la situación de Puerto Rico. En uno
de sus primeros tweets tuvo la indecencia de mencionar el pago de la deuda y
ahora la ha emprendido contra los trabajadores puertorriqueños que según él
son unos vagos (algo que algunos repiten en Puerto Rico y que encontrarse al
lado de Trump quizás los llame a reflexionar). Pero ¿qué se puede esperar de
este señor? Trump representa la oposición y negación de todo lo que hay de
bueno, decente y generoso en la humanidad incluyendo la parte de la
humanidad que habita en Estados Unidos. Su anunciada visita, como me dijo
alguien en una fila, es un estorbo: cualquier recurso que se desvíe para
atenderla es un recurso menos para la recuperación. Ni para entender la
situación, ni para coordinar la reconstrucción es necesaria su visita. Viene
a tomarse la foto. Hay que declarar a este racista persona non grata en
Puerto Rico. Ya pasó la época en que el respeto a las necesidades y derechos
humanos por los gobernantes depende de su favor y gracia, ganado con el buen
comportamiento de los súbditos.

Ahora, gracias a las denuncia dentro y fuera de Puerto Rico empiezan a
llegar más recursos para la reconstrucción. La mayor parte de ese apoyo, o
una parte considerable, está llegando por vía militar. Ya tenemos la foto de
generales dirigiendo la reconstrucción. Por un lado, tenemos que acoger
cualquier ayuda y apoyo que podamos en este momento de necesidad extrema.
Pero esto también debe ser motivo de reflexión. Hay tres que quisiera
señalar. Lo primero es que resulta lamentable que el presupuesto y los
recursos para atender estas situaciones (no solo en Puerto Rico) estén en
manos de los militares y no de agencias civiles. Pero esto no es extraño: es
típico de las prioridades de la mayoría de los gobiernos, incluyendo el de
Estados Unidos, en este mundo en que vivimos. Se gasta mucho más, muchísimo
más, en el aparato militar que en educación y bienestar social. Se puede
mantener un arsenal gigantesco, pero no proveer un seguro de salud
universal. Este aparato militar no es el salvador de pueblos afectados por
desastres: es un aparato que normalmente acapara una gigantesca cantidad de
recursos que debieran estar dedicados a otros fines. Esta realidad hace que
el apoyo nos llegue por vía militar, pero no tenemos que dejar de ver el
lado amargo y oscuro de esa realidad. No lo olvidemos ni por un segundo.
Redoblemos la lucha por otras prioridades en Puerto Rico, Estados Unidos y
el mundo.

En segundo lugar, no deja de ser interesante como luego del paso del huracán
(y de las denuncias y exigencias indicadas) aparecen recursos millonarios
para atender la reconstrucción de Puerto Rico. Pero, ¿por qué ahora y no
antes? Desde hace tiempo hemos planteado la necesidad de una sustancial
aportación federal para la reconstrucción de Puerto Rico (en general y,
entre otras cosas, para transformar su sistema de energía). ¿Por qué hay que
esperar a un desastre natural-social para dar paso medidas de este tipo? Lo
mismo hay que decir sobre las leyes de cabotaje: ¿cuántas veces no se ha
planteado la necesidad de eliminarlas para contribuir a la recuperación
económica? ¿Si eliminarlas ayuda ahora a la recuperación, por que
mantenerlas más adelante? Irónicamente, el huracán ha obligado a que se
hagan cosas (algún apoyo federal para reconstrucción, suspensión de leyes de
cabotaje) que desde hace tiempo muchos hemos planteado que eran necesarias
(aunque no necesariamente en la forma que ahora toman). La tercera reflexión
sobre el aspecto militar la dejo para más adelante.

Ya que el mismo Trump planteó el tema de la deuda en uno de sus tweets y que
el presidente de la Junta de Control ha planteado que ahora hay que repensar
muchas cosas digamos algo sobre esto. En pocas palabras: quien pretenda
cobrar la deuda en estas circunstancias comete un acto de lesa humanidad. El
huracán María además de viviendas, talleres, negocios e infraestructura
destruyó la deuda. Ya no solo hay que revocar  PROMESA, hay que anular la
deuda. La doctrina legal para esto es clarísima: la fuerza mayor (force
majeure), cambio fundamental en circunstancias y el estado de necesidad, que
no tengo carga suficiente en la computadora para explicar aquí pero que
aplican perfectamente al caso de Puerto Rico luego de María (ver Eric
Toussaint, Damien Millet, Debt, the IMF and the World Bank, New York:
Monthly Review, 2010, pgs. 246-47). ¿Cómo puede pensarse en cobrar esta
deuda que ya era impagable e insostenible, cuando las necesidades
apremiantes del país acaban de multiplicarse? Debemos lanzar un llamado
internacional para la anulación esa deuda.

Nada de lo indicado será posible sin la denuncia aquí y en la diáspora y de
nuestros aliados fuera de Puerto Rico: todos los movimientos por la justicia
social en Estados Unidos y el mundo. Aquí, como dije, el paso del huracán
nos ha hecho hacer lo que es necesario de ahora en adelante: movilización y
denuncia aquí y afuera para exigir las medidas de reconstrucción económica,
sobre la deuda y aportación federal a la que tenemos derecho y que el
Congreso nos debe (entre otras cosas, como corresponsable de la situación en
el territorio sobre el cual mantiene su control colonial.)

La privatización desastrosa de nuestro sistema de salud, la incapacidad de
emprender en serio un desarrollo económico planificado, acorde con las
necesidades del país, es la otra cara del culto neoliberal del mercado y la
competencia como resolución de todo. Y eso está detrás de la cultura de
imprevisión cuyas consecuencias estamos viviendo. Si la mano invisible del
mercado y la competencia lo arreglan todo eficientemente ¿para que
planificar, para que prever? Esa gestión privada y, por tanto, fragmentada
de un aparato productivo, de una infraestructura que es desde hace tiempo y
es cada vez más social e interdependiente, genera, en condiciones normales,
desigualdad, despilfarro y destrucción ambiental (en el caso de Puerto Rico
también genera una economía unilateral, incapaz de proveer empleo, etc.).
Esos resultados normales en crisis como la presente, se convierte en muchos
casos en caos. No deja de ser llamativo la declaración de un ejecutivo de
una empresa de telefonía: no es momento de competir. Solo actuando como una
red colaborativa podemos avanzar. Efectivamente: necesitamos respuestas
sociales, colaborativas a nuestros problemas, ahora, y también en el Puerto
Rico que debemos reconstruir.

Y aquí regreso al tercer punto que quería formular sobre el tema de la
aportación militar a la reconstrucción: la otra ventaja que tiene este
aparato, que tiene no pocos admiradores y adoradores, es que es un sistema
integrado, planificado, coordinado, en que las partes actúan (o se suponen
que actúen, no voy a idealizar) no en competencia sino en colaboración unas
con otras. El problema, por supuesto, es que se trata de una centralización
autoritaria, de un aparato cuyos fines esenciales son destructivos (no me
refiero a las intenciones de muchos soldados de base, que ingresan a la
fuerzas armadas por diversas razones, sino al aparato). Pero la admiración
por la eficiencia del ejército es una forma deformada de admiración por ese
funcionamiento que no obedece a las sacrosantas reglas del mercado y la
competencia. Tomemos de eso lo bueno: la planificación, la coordinación
integrada de recursos y mezclémosla en efuturo con una gestión, no militar y
autoritaria, sino civil y democrática.

No tengo duda que las mismas voces que antes de María insistían que Puerto
Rico no podía resolver sus problemas, que tenemos que ponernos en manos de
la Junta de Control que nos impondrá el castigo merecido, no dudo, repito,
que esas voces, ahora remacharán que debemos ponernos en manos de otras
agencias federales, incluso el ejército, para que hagan lo que no podemos
hacer nosotros, ineptos que somos. No hay que dedicar mucho tiempo a debatir
con ellas: son incorregibles. Lo que tenemos que hacer es sacar de todo, lo
bueno y lo malo, las lecciones para la reconstrucción que queremos y
necesitamos.

Ahora que añoramos, el que escribe incluido, un regreso mínimo a la
normalidad, no permitamos que ese sentimiento se manipule más adelante para
que cuando llegue la electricidad pensemos que todo sigue y seguirá como
antes. Escucho con preocupación los anuncios en la prensa de que llegan
expertos a aportar a partir de la experiencia de Katrina en Nueva Orleans.
Claro que debemos aprender lo que podamos, pero hay que recordar que la
recuperación de Katrina se usó para privatizar escuelas, eliminar derechos
laborales, desplazar comunidades y gentrificar (aburguesar creo que es el
término en español) vecindarios. Usar estos desastres para impulsar estas
agendas es típico de la doctrina del shock, como ha señalado Naomi Klein en
su famoso libro.

En cierta medida, las propuestas anteriores a María siguen vigentes, pues
María en buena medida agudizó al extremos problemas que ya existían: la
necesidad de un plan de reconstrucción económica, la necesidad de renegociar
la deuda, la necesidad de aportación federal para reconstrucción, la
necesidad de una reorganización democrática del gobierno y los servicios
públicos, la necesidad de transporte y salud públicas y de energía
renovable, la necesidad de revocar PROMESA, la necesidad de la movilización
en Puerto Rico y fuera de Puerto Rico para lograr todo eso.

No he mencionado, pero no quiero dejar en el tintero o el teclado el efecto
desigual del desastre: los que peor están son los que menos tenían antes de
María. La reconstrucción debe ser una reconstrucción hacia mayor igualdad.

Cabe decir que la necesidad de una reconstrucción económica será más aguda.
Una interrogante en el futuro cercano será la reacción de las grandes
empresas que generan grandes ganancias en Puerto Rico (y tributan muy poco)
al paso del huracán. ¿Seguirán operando aquí? Sospecho que al menos algunas
quizás decidan irse. En una economía privada, como sabemos, estas decisiones
que afectan a toda una comunidad o un país se toman sin tomar en cuanta otra
cosa que las ganancias de las empresas involucradas. De nuevo: si Puerto
Rico ya necesitaba una nueva economía, el paso del huracán tan solo acentúa
esa situación.

La situación de Puerto Rico recuerda la de principios de la década de 1930:
golpeado por dos terribles huracanes (San Felipe y San Ciprián) y sumido en
la depresión económica. De esa crisis se salió gracias a grandes movimientos
de justicia social que plantearon ambiciosos programas de reforma agraria,
creación de servicios públicos, derechos laborales, reconstrucción económica
y autodeterminación nacional, que además buscaron aliados fuera de Puerto
Rico. El liderato del más grande de esos movimientos, el PPD, luego abandonó
todo lo que había defendido. Construyamos los equivalentes en el presente de
aquellos movimientos y aquellas alianzas. Tengamos la constancia que no
tuvieron otros de mantenernos fieles al programa que el país necesita. Esa
constancia tan solo puede surgir del pueblo trabajador organizado para la
defensa de sus intereses. Esa organización está hoy debilitada, fragmentada
y maltrecha: reconstruirla es tarea fundamental para lograr la
reconstrucción que necesitamos. Esperemos que el huracán también se haya
llevado las rémoras de la división, el sectarismo y los personalismos que
nos atan. Mis mejores deseos de seguridad, salud y recuperación a todos y
todas a lo largo y ancho de Puerto Rico.

* Militante y Portavoz Partido del Pueblo Trabajador

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