Che Guevara/ Los sesenta, tan lejos y tan cerca [Aldo Marchesi - entrevista]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Dom Oct 8 15:16:59 UYT 2017


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Correspondencia de Prensa

8 de octubre 2017

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A 50 años de la muerte de Ernesto Che Guevara

Con el historiador Aldo Marchesi *

Los sesenta, tan lejos y tan cerca 

A pocos días de que el almanaque señale que ya pasaron cincuenta años del
asesinato del ícono, Aldo Marchesi, autor de un estudio sobre la “izquierda
radical” latinoamericana en los años sesenta de próxima aparición, (1) da su
opinión sobre las distintas facetas de su pensamiento y acción. El
historiador destaca, entre otras cosas, las dificultades para analizar desde
el hoy —opina— a una figura tan anclada en su época que a pesar de ello
siempre renace como símbolo de rebeldía. Incluso en un tiempo como el
actual, en el que la violencia social se manifiesta de forma tan abierta
pero en el que se condena con demasiada facilidad a la “violencia de abajo”.

Daniel Gatti

Brecha, 6-10-2017

http://brecha.com.uy/

—¿Hay un legado del guevarismo? ¿Se puede ver al Che como una figura vigente
en estos tiempos?

—Es bastante complejo pensar la manera en que las izquierdas se sitúan ante
Guevara y su eventual trascendencia, fundamentalmente por los cambios que ha
habido en torno a temas como la revolución o la violencia. Son asuntos en
los que el cambio histórico ha sido extremadamente radical.

La reflexión sobre la violencia revolucionaria, que es un elemento central
de la modernidad —no sólo de la izquierda, sino de todas las tendencias en
la mayor parte del siglo XIX y del XX—, ha tenido una serie de
transformaciones realmente importantes en las últimas décadas. La
subjetividad de un Guevara puede verse en ese sentido como mucho más cercana
a la de un Giuseppe Garibaldi que a la de los tiempos actuales.

Las dificultades para conectarse con ese pasado las ilustró muy bien el
historiador Alessandro Portelli al contar la historia de un partisano que
cada año iba a escuelas y liceos de Italia a recordar la épica de la lucha
contra el fascismo. En los noventa el partisano notó que algo estaba
cambiando en la manera en que lo percibían los jóvenes. Un día un estudiante
le preguntó si él había matado a alguien. El hombre dijo que sí, que estaba
combatiendo en una guerra. Y el estudiante le respondió: “Usted es tan
asesino como los fascistas”. El tipo quedó mudo, no supo qué decir a alguien
que no consideraba que fascistas y antifascistas defendían proyectos
diametralmente opuestos sino que los igualaba en que unos y otros habían
matado.

Ahí te das cuenta de la diferencia de tiempos históricos y de lo difícil que
resulta pensar desde el hoy, después de tantos años de discurso sobre los
derechos humanos, el humanismo, la no violencia, ciertos asuntos que eran
centrales cinco décadas atrás.

Hay investigadores que vienen trabajando sobre cómo desde los noventa la
historia pasó a ser contada no a partir de los proyectos históricos
concretos, sino a partir de la idea de que todo se reduce a las figuras de
víctima y victimario. Muchos autores pasaron a relatar el siglo XX como el
siglo de la “gran matanza”, y, desde una visión “humanista” algo estrecha,
englobaron bajo el mismo concepto de “asesinos” a rojos y blancos, a
fascistas y comunistas, a los movimientos de liberación del Tercer Mundo y a
los colonialistas, hasta a aliados y nazis, como si todos valieran lo mismo
y la historia fuera una sucesión de crímenes, de gente matando a otra gente.
Guevara ha sido visto desde ese ángulo como un “asesino perfecto”, obturando
la visión sobre su proyecto.

—Esa imposibilidad de trasladarse a aquellos años, de la que hablabas antes,
¿no está vinculada a que ahora cuesta mucho encontrar proyectos
emancipadores?

—En cierta manera sí, y al hecho de que la propia idea de revolución está en
crisis. La palabra revolución se mantiene dentro del lenguaje político, pero
muy pocos la invocan o la defienden. Y en los últimos treinta años es muy
difícil encontrar en el mundo un proceso que se instale dentro de la lógica
de las revoluciones clásicas (la francesa, la rusa, la china, la cubana, la
mexicana, para poner ejemplos).

El otro asunto que dificulta la reflexión es la crisis de las izquierdas en
la pos Guerra Fría, con el triunfo ideológico del liberalismo conservador y
de ciertas ideas neoliberales, que en los noventa se convirtieron en la
nueva utopía.

Aun con todos esos elementos que dificultan pensar el legado, creo que hay
muchas cosas de Guevara que siguen siendo bien interesantes y tienen
contemporaneidad.

—¿Cuáles serían? 

—Uno puede identificar cuatro Guevaras: uno político, uno militar, otro que
reflexiona sobre la ética en los procesos revolucionarios, y un cuarto que
pone el acento en la emancipación del Tercer Mundo como punto central de su
accionar y que habla de la necesidad de globalizar las luchas. Es en estos
dos últimos aspectos que me parece que su legado podría ser visto como más
vigente.

Pienso que varios elementos de los diagnósticos sobre la realidad
latinoamericana que planteaba Guevara siguen siendo pertinentes: la idea de
que existen grandes trabas para lograr cambios de fondo por medios legales,
el marcado carácter reaccionario de ciertas clases dominantes en América
Latina, las dificultades para construir un liberalismo democrático que dé
espacio a los sectores populares. Estos temas, que el Che planteaba a
principios de los sesenta, reaparecieron ahora con otro lenguaje, sobre todo
con el fin del ciclo progresista.

A Guevara se lo percibe como el “radical” por excelencia, pero en los
inicios de la revolución cubana él buscaba acuerdos y espacios de
negociación y convivencia con distintos países de América Latina: viene a
Uruguay y pronuncia su famoso discurso en la Universidad, se reúne en
Argentina con el presidente Arturo Frondizi, en Brasil le dan una medalla de
honor. Los límites se los fijaron las derechas conservadoras, sobre todo la
brasileña y la argentina, con su reacción, que culminó con la expulsión de
Cuba de la OEA (Organización de Estados Americanos) en el 64.

Recién a mediados de los sesenta él llega a la conclusión de que los
espacios de negociación política en América Latina son cada vez más
estrechos y que el camino que queda para cambiar las cosas es la guerra
revolucionaria. Ahí es que expande su idea del foco guerrillero, sobre la
función ejemplarizante de la acción encarnada en esos superhombres que
serían los guerrilleros que lograrían interpelar al conjunto de la sociedad,
y que se expresa en algunos de sus trabajos, que en muchos casos son
manuales de guerra.

Tal vez esa sea la dimensión menos vigente de Guevara. Incluso por los
desarrollos tecnológicos actuales, imaginar que pueda existir hoy una
guerrilla rural o “ejércitos populares” capaces de mantener niveles de
enfrentamiento viables con ejércitos regulares se hace casi imposible. Y si
te ponés a pensar en qué derivaron aquellos movimientos armados, en qué
terminaron las experiencias de violencia organizada y profesionalizada de
parte de grupos de izquierda, verás que generaron un fortalecimiento de las
estructuras represivas estatales y acabaron en masacres.

—Volviendo a lo que decías sobre la vigencia de los diagnósticos de Guevara,
la realidad latinoamericana de hoy no es tan distante de aquella de hace 50
años. Incluso se podría decir que los niveles de violencia social en muchos
países han aumentado y que los gobiernos progresistas han encontrado límites
muy claros para revertir esas realidades.

—Ahí hay una paradoja. Por un lado, tenemos la crítica a la violencia
revolucionaria como fenómeno autoritario per se, pero, por otro lado,
vivimos en sociedades cada vez más violentas, que acumulan cada vez más
armas, con niveles de enfrentamiento cada vez mayores. Evidentemente no
tengo una propuesta para resolver esa paradoja, por más que me inclino por
descartar la violencia.

El problema del camino hacia el cambio social en América Latina siempre está
en la agenda. Ese debate fue central en los sesenta. En realidad venía de
antes, de los cincuenta, cuando quedaron en evidencia los techos del
reformismo y del populismo, pero fue en los sesenta que hizo eclosión. La
opción por la violencia fue sólo una de las opciones de un repertorio que
tuvo muchas otras. Esa discusión sobre la “metodología” para el cambio ha
perdido un poco de actualidad, pero no ha desaparecido. No quiere decir que
hoy se dé en los mismos términos que hace cuarenta o cincuenta años, pero
vuelve a estar allí.

Hoy no hay quien reivindique la acción guerrillera en América Latina, pero
uno de los problemas de los sesenta es que se terminó reduciendo el tema de
la violencia política a una forma muy concreta: el de la guerrilla. En
realidad, en la tradición de la izquierda el repertorio de la protesta es
amplísimo, y muchas están asociadas a formas de violencia que ahora se
condenan con mucha ligereza.

—¿Cómo deberían reaccionar los campesinos o ambientalistas hondureños que
son asesinados por decenas aún hoy? En Brasil hay ahora un debate en el
movimiento sindical sobre el recurso a formas de acción directa como
reacción a una reforma laboral propia de fines del siglo XIX… 

—Sí, y se habla de “sesentismo” para criticar esas posturas, de
“violentismo”. Por eso remarcaba que el tema de la violencia es un tema
abierto, como abierta está la discusión sobre qué es violencia.

—Decías que había otros aspectos del legado de Guevara que te parecían
relativamente vigentes…

—Uno es su idea de la guerra global, que trasciende de manera muy nítida lo
estrictamente militar. Su famoso mensaje a la Tricontinental es una pieza en
la que plantea toda una visión sobre cómo tiene que ser el conflicto
político contemporáneo. La nación tiene en ese mensaje un lugar secundario,
y el énfasis lo pone en la internacionalización del conflicto. La
“contradicción principal”, para hablar en términos de los sesenta, que él
plantea allí es la de imperialismo versus Tercer Mundo, y el llamado bloque
socialista aparece no con un papel de vanguardia sino lateral: sirve si es
funcional a las luchas de los “pueblos del Tercer Mundo”, y si no lo es,
deja de servir.

Guevara pensó la política en un escenario global. La internacionalización
que se ha ido acentuando desde los años sesenta le ha dado razón, y en ese
sentido ha sido incluso anticipatorio; también acertó en imaginar al Tercer
Mundo, a los países emergentes, como centro de los conflictos políticos del
futuro, aunque las derivas de esos conflictos han ido en direcciones
opuestas a las deseadas por él mismo, como las que se dan en el mundo árabe
con la emergencia del Estado Islámico y otros grupos similares.

Y después está el tema de la dimensión de la ética en la política, un punto
que él ubicaba en un lugar central. Esto se refleja, en particular, en la
carta que le manda a Carlos Quijano, conocida bajo el título de “El
socialismo y el hombre en Cuba”, (2) y en los tiempos en que asume
responsabilidades de gobierno, cuando polemiza con los soviéticos sobre los
instrumentos de planificación de la economía o acerca de los estímulos para
generar una nueva sociedad. Allí está la idea de que la revolución no debe
apuntar sólo a cambiar las condiciones materiales de la gente, sino a
construir un “hombre nuevo”, una forma diferente de vivir socialmente muy
marcada por la idea de comunidad o por valores colectivos.

Es una idea que está en diálogo con muchas expresiones en los sesenta: la de
la militancia como ética individual. En Guevara se da con fuerza especial en
la manera que él toma la militancia: como un soldado. Ahí también aparece
muy fuerte la idea de sacrificio. Hay textos muy duros en los que él asume
que va a morir más temprano que tarde. “Cuando la muerte me encuentre”, es
una frase que él repite. Es una forma de ver la acción colectiva, la
militancia. Muchas veces se han establecido vínculos entre esa idea
sacrificial y el peso del cristianismo en este continente, y la
identificación de Guevara con Cristo ha sido muy común.

—La contracara de esta visión es lo que pasa después, cuando estos
movimientos son derrotados.

—Y se produce una reversión total, al punto de que muchos protagonistas de
aquellos años, integrantes de grupos guerrilleros, se bandearon hacia el
otro lado al tomar conciencia de que se habían perdido en el camino de unos
ideales colectivos y que no habían tenido existencia individual. Sin caer en
esos extremos, en el individualismo, se generalizaron visiones muy críticas
que pusieron énfasis en esa contradicción entre lo individual y lo
colectivo, en cómo el sacrificio que llega hasta la entrega de la vida
termina obturando la posibilidad de ser individuos, con ideas distintas, con
relaciones humanas complejas. Esa literatura se profundizó luego y se
extendió a temas no directamente políticos, como los vínculos entre los
militantes y sus familias. En la última década se han multiplicado ejemplos
en ese sentido —documentales, películas de ficción, ensayos, novelas— que
hablan de la relación crítica que tienen con sus padres los “hijos de los
sesenta y los setenta”. Algunos llegan a decirles a sus padres: “la
militancia los llevó a abandonarnos, y vean cómo estamos”. Y a menudo los
padres se quedan sin palabras. Aunque no estén explicitadas, se trata de
críticas ideológicas a una manera de concebir la militancia de la que
Guevara fue un abanderado.

—Sacando toda la explotación comercial, pasando por encima de la
“recuperación” capitalista de un ícono revolucionario, de ese “volveré y
seré remera”, el Che ha sido presentado por propios y extraños como el
rebelde por antonomasia. Cincuenta años después, ¿qué o quiénes encarnarían
esa figura del rebelde con causa?

—Hay una dimensión rebelde de Guevara, claramente, pero si uno va más a
fondo, más que como a un rebelde se lo debería ver como a un revolucionario
que justifica racionalmente todo aquello por lo que lucha y los métodos que
elige. Es un soldado revolucionario, no un rebelde romántico en un sentido
más instintivo. Se han escrito toneladas de libros sobre la significación de
Guevara como ícono, pero a mi juicio falta seguir explorando por ese lado.
Más allá de lo que se habla sobre el vaciamiento de su prédica, que barras
de fútbol lo evoquen, que en los asentamientos lo luzcan con orgullo, que
Maradona se lo tatúe, quiere decir algo. En la lectura popular de Guevara
hay una crítica al orden establecido, al imperialismo, al capitalismo, un
rescate de la entrega, del poner el cuerpo, de desafío a los enclaves del
sistema, aunque no se lo diga así.

En esta zona del mundo no hubo remplazo del Che. La política ha ido por
otros rumbos. En otras zonas sí lo hubo, para mal, como en el mundo árabe,
donde se lo ha sustituido con otro modelo muy distinto de héroe, el del
fundamentalista. En Europa apareció el “indignado”, pero es un actor
colectivo y de una significación muy distinta.

Allí se ve también cómo Guevara fue, por un lado, una figura muy de su
época, difícil de transponer al hoy, pero al mismo tiempo encarna una
crítica política a un sistema, y que sigue siendo convocante.

En definitiva, las formas de la rebeldía van cambiando pero tienen
continuidades históricas, y el hecho de que cíclicamente Guevara aparezca
tiene que ver con eso. Otro historiador italiano, Enzo Traverso, dice que la
izquierda tiene una relación melancólica con su pasado. Me parece una manera
muy precisa de ver la cosa: el pensamiento de izquierda ha tenido
transformaciones muy positivas, como las reflexiones sobre el autoritarismo,
pero no termina de establecer un diálogo racional, articulado, con su
pasado. Aquellos que se sienten de izquierda, que reconocen que aquella
experiencia histórica es constitutiva de su identidad política, con sus
aciertos, errores y horrores, recurren a la melancolía porque no saben cómo
resolver el duelo con ese pasado. Pasa algo así con los sesenta: no se
termina de decidir qué tomar y qué dejar de esos años. 

* Doctor en Historia (New York University). Profesor agregado de la
Universidad de la República (Uruguay). Director del Centro de Estudios
Interdisciplinarios Uruguayos (CEIU). En los últimos años ha publicado
diversos artículos sobre historia reciente y procesos de memoria colectiva
en Uruguay, y viene realizando diversos estudios en torno a la historia de
la izquierda armada en el Cono Sur. 

Notas  

1) Latin America’s Radical Left. Rebellion and Cold War in the global 1960s.
Prensa de la Universidad de Cambridge, Inglaterra, publicación prevista para
este mes. Siglo XXI editará la versión española en 2018. 

2) El texto originalmente publicado en Marcha (Montevideo, 12-3-1965),
estará disponible en Brecha. Una reproducción de la portada de ese ejemplar
puede verse en este especial.

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