EEUU/ El largo asesinato de Martin Luther King (Paul Street)

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Lun Abr 2 06:34:10 UYT 2018


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Correspondencia de Prensa

2 de abril 2018

Boletín informativo

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germain5 en chasque.net

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Estados Unidos

 

Cincuentenario de 1968

 

El largo asesinato de Martin Luther King

 

Paul Street * 

 

Counterpunch, 19-1-2918

 <https://www.counterpunch.org/> https://www.counterpunch.org/

 

Traducción de Enrique García – Viento Sur

http://www.sinpermiso.info/

 

A medida que se acerca el 50 aniversario de la muerte violenta del Dr.
Martin Luther King (el 4 de abril de 1968), es previsible escuchar en los
medios de comunicación de EEUU más y más detalles reales y supuestos de su
asesinato físico (o tal vez de su ejecución). Pero nada se dirá sobre el
asesinato moral, intelectual e ideológico subsiguiente y continuo de King.

 

Me refiero a la narrativa neo-macartista convencional, exculpatoria, sobre
Martin Luther King que se repite cada año con ocasión de la fiesta nacional
que lleva su nombre. Este retrato aburguesado y difuminado de King como un
reformista liberal moderado que quería poco más que unas cuantas reformas
básicas de derechos civiles en el sistema supuestamente bueno y decente de
EEUU, es decir, como un leal reformador que estaba agradecido a los líderes
de la nación por hacer finalmente cambios nobles. Este año tampoco fue la
excepción.

 

Las conmemoraciones oficiales no dicen nada sobre el Dr. King que estudió a
Marx con simpatía a una edad temprana y que dijo en sus últimos años que “si
queremos alcanzar la igualdad real, los Estados Unidos tendrán que adoptar
una forma modificada de socialismo”. Borran al King que escribió que “el
verdadero problema que hay que afrontar” más allá de cuestiones
“superficiales” es la necesidad de una revolución social radical.

 

Han eliminado al King que habló en la Canadian Broadcasting Corporation
(CBC) a finales de 1967 para reflexionar sobre lo poco que había conseguido
la lucha por la liberación de los negros más allá de algunos pequeños
cambios en el Sur de EEUU. Deploró “el freno del avance limitado del
progreso” que los negros y sus aliados habían alcanzado “por la resistencia
blanca [que] ha puesto al descubierto el racismo latente que [todavía] está
profundamente arraigado en la sociedad estadounidense”.

 

“A medida que murieron la euforia y las expectativas”, explicó King en la
CBC, “los negros se hicieron más conscientes de que el objetivo de su
liberación estaba aun lejano y que nuestra situación inmediata es
sustancialmente todavía una agonía de privación. En la última década, se ha
hecho poco por los ghettos del Norte. Todos los cambios legislativos han
sido para remediar las condiciones del Sur. E incluso éstas solo han
mejorado parcialmente”. King pensaba que las conquistas ganadas por los
americanos negros durante lo que él consideraba sólo la ‘primera fase’ de su
lucha por la libertad (1955-65) estaban en peligro en la medida que “habían
creado en los blancos una sensación de realización”: la impresión absurda de
que el llamado “problema negro” había sido resuelto y que, por tanto, no
había ya fundamento o justificación para el activismo negro. “Cuando los
negros asertivamente comenzaron a subir el segundo peldaño de la escalera,”
señaló King, “se produjo una resistencia firme de la comunidad blanca... En
algunos sectores se trataba de un rechazo cortés, en otros, se trataba de
una reacción blanca en contra. En todas partes, sin lugar a dudas, se
trataba de resistencia pura y simplemente”.

 

Explicando a sus oyentes de CBC la importante ola de disturbios raciales que
se multiplicó en las ciudades de Estados Unidos en los veranos de 1966 y
1967, King no excusó la violencia negra. Culpó de los disturbios a “la
estructura del poder blanco ... que sigue buscando mantener los muros de la
segregación y la desigualdad intactos”. Denunció que la principal causa de
los disturbios era la postura reaccionaria de “la sociedad blanca, que no
esta preparada ni dispuesta a aceptar un cambio estructural radical”,
que”produce caos” diciéndole a los negros (cuyas expectativas de un cambio
de fondo habían despertado) “que deben esperar seguir siendo permanentemente
desiguales y permanentemente pobres”.

 

King también atribuyó los disturbios en parte a la guerra imperialista y
genocida de Washington en Vietnam. Junto con la miseria que infligía a
Indochina, según King, la agresión militar salvaje de Estados Unidos contra
el sudeste asiático restaba recursos a la breve y débil ‘guerra contra la
pobreza’ de Lyndon Johnson. Se envió a los negros pobres como carne de cañón
de una manera desproporcionada. Y creó el ambiente social en el que cuajó la
idea de que la violencia era una respuesta razonable e incluso una solución
a los problemas sociales y políticos.

 

Los negros estadounidenses, pero también otros sectores de la población,
percibían lo que King llamó “la cruel ironía de ver a chicos negros y
blancos en las pantallas de televisión, matando y muriendo juntos por una
nación que es incapaz de sentarlos juntos en la misma escuela. Los vemos en
brutal solidaridad quemar las chozas de una aldea pobre, pero nos damos
cuenta que nunca vivirían en el mismo bloque en Detroit”, dijo King en la
CBC, y agregó que “no podía permanecer en silencio ante tan cruel
manipulación de los pobres”.

 

Más allá de la hipocresía racial, King dijo que “una nación que continúa
gastando año tras año más dinero en defensa militar [aquí podría haber dicho
mejor en un ‘imperio militar’] que en programas de mejora social está cada
vez más cerca de su bancarrota espiritual”.

 

¿Violaron la ley los alborotadores, como les acusan tanto sus críticos
liberales como conservadores? Sí, dijo King, pero agregó que las
transgresiones de los alborotadores eran delitos derivados... consecuencia
de unos crímenes más importantes de los... responsables políticos de la
sociedad blanca", que habían creado “la discriminación ... en los barrios
pobres [y] perpetuado el desempleo, la ignorancia y la pobreza... El hombre
blanco”, explicó King “no respeta el estado de derecho en el gueto. Día tras
día viola las leyes de asistencia social para privar a los pobres de sus
exiguas asignaciones; viola flagrantemente los códigos y reglamentos de la
vivienda; su policía se burla de la ley; viola las leyes sobre igualdad en
el empleo y la educación y la prestación de servicios públicos. Los barrios
pobres son la consecuencia de un sistema vicioso de la sociedad blanca”.

 

¿Son los alborotadores violentos? Sí, contestó King, pero señaló que su
violencia fue dirigida “en un grado sorprendente... contra la propiedad no
contra las personas”. Observó que “la propiedad representa la estructura del
poder blanco , que [los manifestantes] [comprensiblemente] atacan y tratan
de destruir”. Frente a quienes creen que la propiedad es ‘sagrada’, King
argumentó que “la finalidad de la propiedad es servir a la vida, y por mucho
que la rodeamos de derechos y respeto, no tiene carácter personal’.

 

¿Qué hacer? King defendió cambios radicales que iban en contra de la
estructura del estado corporativo, lo que reflejaba su acuerdo con los
militantes de la Nueva Izquierda, en el sentido de que “sólo mediante un
cambio estructural se podrán eliminar los males actuales, porque las raíces
están en el sistema y no en las personas o en un funcionamiento defectuoso”.
King defendía un programa nacional de emergencia, que proporcionase empleo
para todos o garantizase una renta básica nacional “de manera que permita
vivir en circunstancias dignas”. También hizo un llamamiento a la
“demolición de los barrios pobres y su reconstrucción por la población que
vive en ellos”.

 

Sus propuestas, dijo, buscaban algo más que justicia racial. Su objetivo era
eliminar la pobreza de todos, incluidos los blancos pobres, y creía que “la
revuelta negra” era un desafio frente a lo que llamó “los tres males
interrelacionados” del racismo, la injusticia económica / pobreza (el
capitalismo) y la guerra (el militarismo y el imperialismo). La lucha negra
“ha evolucionado, afortunadamente, en algo más que la búsqueda de la
eliminación de la segregación [racial] y la igualdad”, dijo King. Se había
convertido en “un desafío a un sistema que ha hecho milagros en la
producción y la tecnología”, pero no ha sido capaz de “hacer justicia”.

 

“Si el humanismo está fuera del sistema [capitalista],” dijo King en CBC
cinco meses antes de su asesinato (o ejecución), “los negros han revelado la
naturaleza del despotismo y tendrá lugar una lucha mucho mayor por la
liberación. Los Estados Unidos están ante el desafío sustancial de demostrar
que se pueden abolir no sólo los males del racismo, sino también el flagelo
de la pobreza y los horrores de la guerra…"

 

No hay la menor duda de que King se refería al capitalismo cuando hablaba
del “sistema” y la “naturaleza del despotismo”. Esto es evidente en la mejor
obra sobre King, la biografía épica de David Garrow, ganador del premio
Pulitzer, Bearing the Cross: Martin Luther King, Jr. and the Southern
Christian Leadership Council (Harper Collins, 1986)

 

Nadie que escuchase con atención la intervención de King en la CBC pudo
ignorar el radicalismo de su visión y sus tácticas. “Los desposeídos de esta
nación -los pobres, tanto blancos como negros- viven en una sociedad
cruelmente injusta”, señaló King. “Deben organizar una revolución contra esa
injusticia”, agregó.

 

Una revolución de este tipo requeriría “algo más que un llamamiento a la
sociedad en general”, más que “manifestaciones en las calles”. “Debe”,
añadió King, “ser una fuerza que interrumpa el funcionamiento [de la
sociedad] de forma decisiva”. Esa fuerza haría uso de una “desobediencia
civil masiva” para “transmutar la profunda rabia del gueto en una fuerza
constructiva y creativa, dislocando el funcionamiento de la sociedad”.

 

“La tormenta crece contra la minoría privilegiada de la tierra”, añadió
Martin Luther King. “La tormenta no disminuirá hasta que [haya una] justa
distribución de los frutos de la tierra ...” La “resistencia activa, masiva,
no violenta contra los males del sistema moderno ” que King defendía era “de
alcance internacional”, porque “los países pobres son pobres principalmente
porque [las naciones occidentales] les han explotado a través del
colonialismo político o económico. Los estadounidenses, en particular, deben
ayudar a su nación a arrepentirse de su imperialismo económico moderno”.

 

King era un demócrata socialista que defendía la desobediencia de masas y un
antiimperialista que abogaba por una revolución mundial. Los guardianes de
la memoria nacional no quieren que se sepa nada de ello cuando transmiten
doctrinalmente una memoria oficial impuesta sobre King como un reformador
liberal y paniaguado. (De manera similar, nuestros señores de la ideología
no quieren que sepamos que Albert Einstein [“Personaje del siglo XX”, según
la revista Time] escribió un brillante ensayo en defensa del socialismo en
el primer número de la venerable revista marxista estadounidense Monthly
Review - o que Helen Keller era una defensora de la revolución rusa).

 

La amenaza que suponen para la memoria oficial burguesa las conferencias de
King en CBC -y por lo que King dijo y escribió en los últimos tres años de
su vida- no es sólo que demuestran que el pacífico reformador de la
iconografia oficial era un demócrata socialista que se oponía al sistema
capitalista y su imperio, sino también revelan con claridad cómo King
analizaba los obstáculos al progreso de la nación de la injusticia racial y
de clase, hasta el punto de impedir cualquier evolución en la década de
1970, como consecuencia de una reacción blanca que ya estaba en marcha a
principios y mediados  de la década de 1960 (antes del surgimiento de los
Panteras Negras, a los que los historiadores liberales consideran culpables
de la deriva racista a la derecha de EEUU con Nixon y Reagan) y la guerra de
las clases dominantes estadounidenses contra la clase trabajadora que se
inició bajo Jimmy Carter y llegó a su cenit con Ronald Reagan.

 

La “condena espiritual” del militarismo de Estados Unidos ha pervivido, y
Washington causó incontables millones de muertes directa e indirectamente de
centroamericanos, sudamericanos, africanos, musulmanes, árabes, asiáticos y
otros a lo largo de los años desde Vietnam. Con aproximadamente el 40 por
ciento del gasto militar del mundo, los EEUU mantienen unos presupuestos de
“defensa” (imperiales) desde la Guerra Fría para sostener un imperio mundial
históricamente sin precedentes (con al menos 800 bases militares repartidas
en más de 80 países extranjeros y “soldados u otro personal militar en cerca
de 160 países y territorios”) incluso cuando más de 45 millones de
estadounidenses continúan viviendo bajo el nivel de pobreza del propio
gobierno federal. Un número muy desproporcionado de los pobres del país son
negros y latinos.

 

Es obvio que el racista y supremacista blanco Donald J. Trump, cuya fortuna
procede del sector inmobiliario, fue un hipócrita cuando recordó con cariño
al Dr. King el pasado lunes. Pero ¿y su predecesor, Barack Obama, el primer
presidente oficialmente negro de la nación? Fue cruelmente irónico que Obama
tuviese un busto de King en la Oficina Oval para velar por continuar la
traición de los ideales de paz y justicia por los que murió Martin Luther
King. En consonancia con la profética (1996) y acertada descripción del Dr.
Adolph Reed Jr. del futuro presidente como “un brillante abogado de Harvard
con credenciales impecables y permeable a las represivas políticas
neoliberales”, Obama respaldó consistentemente los intereses empresariales y
financieros (cuyos representantes llenaron y controlaron sus
administraciones, campañas y fondos de campaña) contra aquellos que estaban
dispuestos a aplicar programas serios para poner fin a la pobreza,
redistribuir la riqueza (la reconcentración salvaje desde la época del Dr.
King ha producido una nueva Era dorada capitalista en los EEUU), otorgar
atención médica gratuita y universal, poner límites al capital, y defender
un ecosistema habitable a medida que nos acercamos a una serie de puntos de
inflexión críticos en el camino hacia una catástrofe irreversible. Uno de
los seguidores de Obama (Ezra Klein) se quejaba a finales de 2012 de que un
presidente “cuya plataforma se compone de la ley de salud de Romney, las
políticas ambientales de Newt Gingrich, los recortes de impuestos
financiados con déficit de John McCain, los rescates a la banca y las
empresas de George W. Bush, y una mezcla de la política fiscal de Bush y
Clinton” todavía es denunciado como un ‘izquierdista’.

 

Obama se opuso a todo programa especial o atención federal para acabar con
las desigualdades raciales salvajes de la nación, tan enormes que la media
de ingresos de los hogares blancos era 20 veces mayor que la de los hogares
negros y 18 veces mayor que la de los hogares hispanos hacia el final de su
mandato. Y lo hizo cuando su llegada a la Casa Blanca reforzó profundamente
el sentimiento blanco en Estados Unidos de que el racismo como barrera para
el progreso de los negros estaba ya superado, y generaba su propia reacción
blanca que empeoró la situación de los negros estadounidenses menos
privilegiados.

 

Obama dejó claro como el cristal de una manera que ningún presidente blanco
hubiera podido que lo que el Dr. King llamó en 1963 la “deuda pendiente” a
la comunidad negra de Estados Unidos seguiría sin pagarse. Todo esto era
tristemente coherente con la absurda afirmación de Obama en su campaña de
2007 (en una conmemoración de la marcha encabezada por King en 1965 por el
derecho al voto) de que los negros ya habían alcanzado un “90 por ciento” de
la igualdad en EEUU.

 

Para redondear su contribución a los “tres males”, Obama - el auto-nombrado
verdugo en jefe de la Guerra Mundial contra el Terror- continuó y amplió las
diversas operaciones de espionaje, asesinatos y crímenes en todo el mundo
que heredó de Dick Cheney, Donald Rumsfeld, Paul Wolfowitz y George W. Bush.
Redujo las guerras terrestres fallidas de Bush pero aumentó enormemente los
ataques de fuerza especiales y aviones no tripulados siguiendo
imprudentemente el modelo imperial de John Fitzgerald Kennedy. El programa
de aviones no tripulados de Obama, según Noam Chomsky a principios de 2015,
ha sido “la peor campaña terrorista de los tiempos modernos”. Su “objetivo
eran personas sospechosas de tener alguna vez la intención de dañarnos algún
día, y cualquier desafortunado que estuviese cerca” escribió Chomsky.

 

En su mortal, desastrosa y demoledora guerra aérea sobre Libia, Obama (a
diferencia de Bush antes de la invasión de Irak) ni siquiera se molestó en
buscar la aprobación del Congreso. “Debería ser un escándalo”, escribió en
CounterPunch hace un año Stansfield Smith, “que liberales de izquierda
describieran a Trump como una amenaza radical, un militarista - [pero] no a
Obama, que ha sido el primer presidente en guerra todos los días de sus ocho
años de mandato, con siete guerras en la actualidad, que arrojó tres bombas
cada hora, 24 horas al día, en 2016”. Como Allan Nairn declaró al programa
Democracy Now de Amy Goodman a principios de 2010, Obama mantuvo la
gigantesca maquinaria imperial de EEUU “en función de matar”.

 

Obama superó con creces al régimen Bush-Cheney en la represión de los
disidentes contra la guerra, por no hablar de quienes se oponían a la
dominación del 1 por ciento, que fueron aplastados por una campaña federal
coordinada en el otoño de 2011. “Como todo tipo de periodistas han
señalado,” apuntó Glenn Greenwald a principios de 2014, “la administración
de Obama es más agresiva y más vengativa cuando se trata de castigar a los
filtradores que cualquier otra administración en la historia de Estados
Unidos, incluyendo la de Nixon”.

 

Por otra parte, y para empeorar las cosas, Obama ayudó al calentamiento del
planeta. Como Stansfield Smith señaló dos días antes de la tórrida toma de
posesión de Trump:

 

“Obama, que dice que reconoce la amenaza para la humanidad que representa el
cambio climático, invirtió al menos 34 mil millones de dólares en promover
proyectos de combustibles fósiles en otros países. Es decir, tres veces más
que George W. Bush en sus dos mandatos, casi el doble que Ronald Reagan,
George HW Bush y Bill Clinton juntos... Obama financió 70 proyectos de
combustibles fósiles extranjeros. Cuando se terminen habrán liberado 164
millones de toneladas métricas de dióxido de carbono a la atmósfera cada año
- aproximadamente lo mismo que las 95 plantas eléctricas que operan
actualmente con carbón en Ohio, Pennsylvania y Oklahoma. Financió dos
plantas de gas natural en una isla en la Gran Barrera de Coral, así como dos
de las minas de carbón más grandes del planeta... Por otra parte, con Obama,
los EEUU han invertido la caída constante desde 1971 de la producción de
petróleo en Estados Unidos. Los EEUU producían  sólo 5,1 millones de
barriles/día cuando Obama asumió el cargo. En abril de 2016 eran ya 8,9
millones de barriles/día. Un aumento del 74%.

 

Como Obama dijo con orgullo en 2012, en la película Esto lo cambia todo:

 

'En los últimos tres años he ordenado a mi administración abrir millones de
acres a la exploración de gas y petróleo en 23 estados diferentes. Estamos
abriendo más del 75% de nuestros recursos potenciales de petróleo en alta
mar. Hemos cuadruplicado el número de plataformas de operación hasta un
máximo histórico. Hemos construido suficientes oleoductos y gasoductos
nuevos como para circunvalar la tierra y algo más. Por lo tanto, estamos
perforando en todos lados actualmente’".

 

Tal vez la presidencia neoliberal de Obama -la partera de las atrocidades de
Trump- sea al menos una lección sobre porqué un cambio progresista y
democrático es algo más que un cambio de partido o de color de quién esta
nominalmente en la presidencia. Eso es algo que King (que tendría hoy 88
años) habría entendido muy bien si hubiera podido ser testigo directo de la
mentira sin fin del primer presidente medio blanco de EE UU.

 

“La revolución negra” escribió King en un ensayo de 1969 publicado
póstumamente, titulado “Un testamento de esperanza” (defendiendo un tipo muy
diferente, auténticamente progresista, de esperanza que la de la marca Obama
en 2008) “es mucho más que una lucha por los derechos de los negros. Está
obligando a los Estados Unidos a enfrentarse a todos sus defectos
relacionados: el racismo, la pobreza, el militarismo y el materialismo. Está
exponiendo males que están arraigados profundamente en toda la estructura de
nuestra sociedad. Revela fallas sistémicas más allá de defectos
superficiales y apunta a una reconstrucción radical de la sociedad como su
verdadero problema”.

 

Esas palabras son más ciertas que nunca hoy, más urgentes si cabe, cuando el
sistema capitalista lleva a la humanidad al precipicio ambiental. Son
palabras que nunca escucharemos en las conmemoraciones oficiales del Día de
Martin Luther King.

 

King, vale la pena recordar, fue propuesto como candidato progresista a la
presidencia de Estados Unidos en 1967 por parte del movimiento anti-guerra.
Él declinó cortésmente, alegando que tendría pocas posibilidades de ganar y
que prefería ser la conciencia moral política de la nación.

 

La verdad profunda, evidente en los escritos y discursos de sus últimos
años, es que no tenía ningún interés en llegar a formar parte de la élite
del poder: su pasión era la “revolución” de “los desposeídos” y alentar un
movimiento popular de masas para la redistribución de la riqueza y el poder
- una “reconstrucción radical de la sociedad misma” - de abajo a arriba. El
Dr. King estaba interesado en lo que el difunto historiador radical
estadounidense Howard Zinn consideraba la urgente política de “quién está
sentado en las calles”, muy diferente de la política comparativamente
superficiales de “quién está sentado en la Casa Blanca”.

 

Será importante recordar en los próximos días y meses como se ha ocultado
oficialmente el pasado radical de Martin Luther King y la dicotomía
inteligente y sabia de Zinn cuando los liberales de “izquierda” traten de
proponer un nuevo Obama (¿Oprah tal vez?) en 2020. Eso es, sin duda, lo
último que necesitamos. 

 

* Paul Street, historiador y politólogo. Fue director de investigación de la
Chicago Urban League. Autor de siete libros, el más recientes de los cuales
es They Rule: The 1% v. Democracy (Paradigm, 2014).

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