Tecnologías/ Facebook y la batalla por nuestro tiempo [Lucas Malaspina y Nicolás Rubinstein]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Lun Ago 6 14:08:16 UYT 2018


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Correspondencia de Prensa

6 de agosto 2018

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Tecnologías



Facebook y la batalla por nuestro tiempo



Lucas Malaspina y Nicolás Rubinstein



La Diaria, 4-8-2018

https://findesemana.ladiaria.com.uy/



La conferencia anual de Facebook para desarrolladores (F8) recibió una
previsible atención especial este año, en medio de la peor crisis de la
compañía. Pero con excepción de la apertura de Mark Zuckerberg, el evento
siguió su propia agenda. Un dato indicativo de que los cambios recientes en
las políticas de privacidad -incluida la adopción del protocolo europeo
GPDR- tienen un alcance superficial, aunque nada de esto permitió revertir
la cuesta arriba de la compañía tras el escándalo de Cambridge Analytica. Un
análisis de los nuevos anuncios a la luz de los debates más actuales sobre
los usos de las tecnologías, que involucran a otros gigantes como Google y
Apple.



Time well spent -de traducibilidad múltiple: tiempo bien gastado, bien usado
o bien invertido- es un concepto promovido por Tristan Harris, quien
paradójicamente ostentó el título de diseñador ético en Google y abandonó la
compañía en 2016, en aras de combatir la “crisis de atención digital”
provocada deliberadamente por los gigantes de Internet y las nuevas
tecnologías. A estos efectos creó una fundación llamada Centro por una
Tecnología Humana, escribe artículos, imparte charlas TED, organiza actos y
otros eventos, mientras sus seguidores se multiplican en todo el mundo -lo
que se dice todo un militante (no sólo) 2.0. Entre sus laderos se cuentan
otros renegados como el ex asesor de Facebook Roger McNamee, en sintonía con
las impactantes declaraciones que en su momento hizo Chamath Palihapitiya,
otrora importantísimo ejecutivo, cuando confesó su arrepentimiento por
contribuir a desarrollar una herramienta que está “desgarrando el tejido
social”.



En enero de este año, casi una eternidad antes del affaire Cambridge
Analytica, Zuckerberg utilizó el eslogan pergeñado por sus detractores para
fundamentar un cambio de orientación en su plataforma -que ya venía siendo
sacudida por su responsabilidad en la difusión de las famosas fake news. ¿Se
trató de un gesto genuino o de una apropiación cínica con fines espurios?
Ante una creciente sensación de aburrimiento, hastío y hasta culpa que se
apodera de nuestra experiencia digital, los nuevos algoritmos pretenden
favorecer las “interacciones significativas”, reemplazando criterios
puramente cuantitativos. El objetivo no es otro que retener a los usuarios.
Las medidas dirigidas a aplacar la desconfianza hacia las políticas de
privacidad también deben ser entendidas en esta clave. La diferencia con la
propuesta de Harris es sutil pero gigantesca. Según la publicación
especializada The Verge, este promete ser el próximo gran debate en el
ámbito de la tecnología.



Lo que se viene



Las crecientes reservas de los usuarios sobre Facebook se vieron traducidas
ya en importantes consecuencias económicas. Es que en el segundo trimestre
de 2018 la cantidad de usuarios mensuales activos subió en ese período un
11% hasta alcanzar los 2.230 millones, menos de los 2.250 millones
esperados. Con esos malos resultados sus acciones de la compañía cayeron
casi un 19%: fue la peor jornada desde que juega en la Bolsa.



Bajo esta luz podemos considerar la lista de novedades difundida a partir de
F8, la conferencia anual dedicada a exponer los proyectos de innovación más
audaces y las nuevas perspectivas de negocios, que tuvo lugar en abril. En
algunos casos, se trata de recortar distancia a la competencia en rubros
donde Facebook corre con desventaja. ¿Se viene otro caso Snapchat? Sus
creadores se negaron a ser absorbidos por Zuckerberg, tras lo cual su
aplicación se vio aplastada mediante la imitación de sus originales stories
primero en Instagram (que pertenece a Facebook), luego en Facebook, y
finalmente en WhatsApp (que también pertenece a Facebook).



WhatsApp permitirá conferencias, buscando ganar terreno en un ambiente
corporativo donde corre de atrás contra Skype y Google Hangouts, además de
“unir” familias y amigos dispersos por el globo. También en este sentido,
pero más impresionante, es la incursión en el mundo de las citas.



Allí el liderazgo pertenece a Tinder, que también es dueño de la pujante
OkCupid, entre otros jugadores relevantes como Bumble, Happn o Badoo. La
apuesta de Facebook Datings se valdrá significativamente de la cuantiosa
información que posee de los usuarios, pero el objetivo no es derrotar a
Tinder, en ese caso podría haberla comprada o imitado: la apuesta de
Zuckerberg será por la generación de “relaciones de largo plazo”. Muchos
dicen que se inspira en una app menos conocida, llamada Hinge. En Facebook
Datings, como en Hinge, parece que los solteros podrán iniciar
conversaciones no simplemente diciendo “hola”, sino comentando un elemento
de perfil específico.



En cuanto a la privacidad, dicho sea de paso, el principal anuncio había
sido anticipado en ocasión del control de daños efectuado semanas atrás,
sobre la posibilidad de eliminar el propio historial. La función es
accesible con un simple botón, aunque existen serias dudas respecto del
grado de realidad de esa eliminación: ha adquirido estado público la
existencia de shadow profiles hasta para personas que nunca abrieron una
cuenta.



En otro orden, un rediseño de Messenger para hacerla más simple y ágil
apunta a facilitar la interacción entre usuarios y empresas, las cuales de
hecho podrán empotrar una pestaña de la aplicación directamente en sus
propios sitios web. Instagram incorpora más interacción con otras
aplicaciones como Spotify y nuevos efectos de realidad aumentada. El
lanzamiento del dispositivo Oculus Go apunta a masificar el mercado de la
realidad virtual, digamos, buscando imitar la asociación del producto a la
marca como logró en su momento Apple con iPod y iPhone. Oculus abre nuevas
vetas de recolección de datos: permitirá ver Netflix y otros eventos, además
de explotar el universo gamer, marcadamente consumista.



Otras aplicaciones se acercan aún más al nuevo objetivo de interacción
significativa que, siguiendo al padre del marxismo ruso Georgi Plejánov (“El
propagandista comunica muchas ideas a una sola o a varias personas, mientras
que el agitador comunica una sola idea o un pequeño número de ideas, pero,
en cambio, a toda una multitud”), intenta ser más propagandística que
agitativa en lo que respecta a la experiencia del usuario. La función Watch
Party permitirá observar videos, incluyendo transmisiones en vivo de eventos
deportivos y culturales, en forma simultánea por parte de grupos cerrados.
Como juntarse a ver la tele. En el mismo sentido, los grupos de amigos
tendrán más prioridad en el newsfeed que hasta ahora.



Tomadas estas medidas en conjunto, el objetivo claro es seguir absorbiendo
espacios cada vez más amplios y relevantes de la sociabilidad, ya sea
ganándolos a la competencia o a situaciones “analógicas”. Reuniones de
trabajo, la seducción, ¡juntarse a ver un partido de fútbol o un recital!,
todo transita de la realidad física a la realidad virtual. Y todo es
monetizable. En este punto no está de más recordar que Facebook está en el
ojo de la tormenta por un fenómeno que involucra a otros pesos pesados como
Google y Apple.



El impacto del diseño



La pregunta que importa, desde el punto de vista de la filosofía time well
spent, es si todo esto fomenta o previene los comportamientos adictivos. La
respuesta es obvia. La competencia por nuestra atención está en el núcleo
del problema de las plataformas digitales.



Joe Edelman, una suerte de espada teórica del movimiento, enfatiza -más allá
de la cantidad de tiempo dedicada a los dispositivos- la contradicción entre
nuestros valores y los hábitos promovidos por las aplicaciones, lo cual
explica la angustia experimentada después de usarlas. Hay contraejemplos
positivos: Wikipedia y Couchsurfing, entre otros, están validados por la
valoración de los usuarios, pues habilitan prácticas alineadas a sus
valores.



Actuar de acuerdo a nuestros valores, dice Edelman, puede verse favorecido o
no por los ambientes en los que nos movemos, de acuerdo a las normas que
ordenan el comportamiento. Pero esta normatividad, de facto o de iure, no
sólo es variable en el tiempo y el espacio, y flexible en su interpretación,
sino que las reglas siempre pueden ser incumplidas -y su transgresión puede
hasta ser un medio para una subjetivación exitosa-. Esto no pasa en todos
los medios sociales virtuales. Allí las normas fijadas en el diseño tienen
la fuerza de una ley natural: no pueden ser quebradas ni dobladas. Otro
aspecto del constreñimiento social a nuestras prácticas es la estructuración
del espacio, pero este también puede ser transgredido. Lo que no se puede es
grafitear el muro de Facebook. La instancia decisiva, entonces, es la del
diseño mismo del software.



Desde este punto de vista, es difícil relacionarse de manera original con
las plataformas de sociabilidad virtual. Aún así, crecen las comunidades que
alientan patrones de conducta menos patológicos. Un fenómeno que recibe
mucha atención es el de los llamados nativos digitales. Los abordajes más
banales dan por sentado un manejo pleno de las TIC por los más jóvenes y al
mismo tiempo se sorprenden por el bajo rendimiento educativo, asociado a
dificultades en la atención como producto de la abundancia de estímulos. El
complemento perverso del argumento es el dopaje en masa de niños y
adolescentes para beneficio de los pulpos farmacéuticos. Algunos trabajos
más serios, como el recientemente publicado libro de Mariana Maggio,
Enriquecer la enseñanza, avanzan sobre el fino sendero que hay entre la
tecnofobia y el fetichismo TIC: los entornos digitales actuales tienen un
gigantesco potencial educativo, pero las competencias para acceder,
seleccionar y procesar la información están mediadas y deben ser estimuladas
por la práctica de la enseñanza, no asumirlas como algo dado. En otras
palabras, favorecer ciertos usos que no vienen por default, y de hecho, son
relativamente disruptivos de aquellos más intuitivos que el diseño del
software nos induce a naturalizar. Dicho esto, el impacto cognitivo es
indudable -lo cual, insistimos, no se soluciona dopando menores de forma
indiscriminada- y se extiende a los “inmigrantes” digitales.



Saber cuándo parar



Una conclusión que no siendo hegemónica tiene gran popularidad redunda en el
rechazo a las nuevas tecnologías porque reducirían ciertas atribuciones
intelectuales. Esto recuerda la crítica que Platón hacía en el Fedro a la
escritura -que es, después de todo, la más antigua tecnología de la
información y la comunicación. La vigencia de este argumento va a
contracorriente de desarrollos recientes en la historia del conocimiento.
Bruno Latour ha puesto de manifiesto, reuniendo aportes diversos, la
importancia de las técnicas de representación en la determinación de los
grandes saltos cognoscitivos.



La invectiva platónica fue invertida por el filósofo francés Bernard
Stiegler, que establece la mediación de dispositivos para la fijación de
ideas como una condición para el ejercicio de la razón, pero extiende su
alcance a la constitución misma de la subjetividad humana valiéndose de un
concepto de cuño derrideano: la farmacología. En rigor, su densidad teórica
da para mucho más que lo que podemos esbozar aquí, pero vale guiarse por un
ejercicio de asociación simple. La tecnología, como los fármacos (y las
drogas), no es mala en sí, pero hay que saber cuando parar.



La mención que hacemos no es casual: Stiegler encabeza el colectivo Ars
Industrialis, que promueve “una política industrial de las tecnologías del
espíritu”. Una traducción tentativa al criollo: la convergencia de las
industrias asociadas a lo audiovisual, las telecomunicaciones y la
informática en el espacio digital, en la medida en que se encuentran sujetas
a criterios de mercado producen sociedades de control y una crisis de los
deseos que debe ser superada mediante nuevas formas de relacionamiento con
estas tecnologías, que emergerían de una producción “ecológica”. Sin ahondar
más en las profundidades de la tradición filosófica francesa, vamos a
valernos de la crueldad de las comparaciones: se trata de un Center for
Humane Technology menos mainstream (y europeo).



Los activismos de Harris y Stiegler se mueven en un frente de batalla
distinto, aunque complementario, al de los críticos del “extractivismo de
datos” como Evgeny Morozov o el más afamado Edward Snowden. Los aportes de
estos últimos han puesto de manifiesto, mucho antes de que Cambridge
Analytica estuviera en el radar de nadie, los alcances lesivos para la
democracia y las libertades individuales del modelo de negocios de los
gigantes de Internet.



La relación entre uno y otro aspecto es evidente. Continuando con la
metáfora farmacológica, la interpretación tecnofóbica de estos asuntos es
asimilable al prohibicionismo. Como siempre, la analogía tiene su límite:
sin el poder de fuego de la Administración para el Control de Drogas
estadounidense, antes que contraproducente se trata de un planteamiento
condenado a la marginalidad. En vez de propugnar políticas condenadas al
fracaso, los críticos del actual estado de cosas haríamos bien en promover
usos y, por qué no, también diseños que sean alternativos.



Entretanto, el 1º de agosto, Ameet Ranadive, director de Gestión de Producto
en Instagram, y David Ginsberg, director de Investigación en Facebook,
volvieron a dejar en claro que el intento de apropiarse del lema de time
well spent va en serio, al anunciar nuevas herramientas que servirán para
controlar la cantidad de tiempo que los usuarios gastan en las plataformas.
Sin embargo, Larry Rosen, un psicólogo investigador de la Universidad
Estatal de California que estudia las consecuencias adictivas de este tipo
de tecnología, ya alertó sobre el posible fiasco. Rosen usa una aplicación
llamada Moment en su investigación, que sirve para calcular la cantidad de
horas invertidas de manera similar al tablero de actividad que Ranadive y
Ginsberg anunciaron para Facebook e Instagram. Rosen advirtió que las
personas no usan sus teléfonos significativamente menos después de rastrear
el número (a menudo impactante) de horas que pasan desplazándose. A la luz
de ello, el time well spent de Facebook se parece mucho a la hipocresía.

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