Nicaragua/ El implacable juicio de la historia sobre Ortega [José Luis Rocha]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Lun Ago 13 13:26:48 UYT 2018


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Correspondencia de Prensa

13 de agosto 2018

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Nicaragua



El implacable juicio de la historia sobre Ortega



Siempre habrá un lugar de honor para el cacique Diriangén, Sandino, y
Fonseca. No habrá más que oprobio y recuerdos infamantes para Somoza y
Ortega



José Luis Rocha *



Confidencial, 9-8-2018

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La historiografía suele rendir culto a los perdedores y demoler a los
triunfadores. Este principio lo formuló el historiador mexicano Héctor
Aguilar Camín en La frontera nómada y lo ilustró con ejemplos de la historia
mexicana. “La posteridad histórica mexicana tiende a venerar a sus héroes
derrotados y a mirar con recelo a sus personajes triunfadores -dice-. Es así
como se ha erigido en símbolo fundante de la nacionalidad la figura
sacrificial de Cuauh­té­moc, el guerrero azteca que ejemplifica la
resistencia heroica, pero también la derrota ineluctable de su pueblo. Son
padres de la patria, forjadores de su independencia, Miguel Hidalgo y José
María Morelos, los curas guerrilleros que perdieron la vida y fracasaron en
su causa independentista, varios años antes de que la consumara uno de los
grandes villanos de nuestra historia, Agustín de Iturbide”.



Y añade: “El panteón de la Revolución mexicana prefiere también celebrar a
sus águilas caídas antes que a sus caudillos ganadores. Tiene puesto su
orgullo en el martirio de Francisco Primero, en Madero, en la fidelidad
agraria de Emiliano Zapata, en la violencia plebeya de Francisco Villa, más
que en el sentido de nación de Venustiano Carranza, en  el genio
pluriclasista de Álvaro Obregón o en la visión fundadora de Plutarco Elías
Calles. No se exagera mucho si se dice que, al final de la línea, la
historia de México no la han escrito los triunfadores”.



La de Nicaragua tampoco. Casi todos los períodos de nuestra historia cuentan
con un héroe martirizado y con un villano vilipendiado. El héroe muere
ejecutado y el villano alcanza el poder en olor de oportunismo y traición:
Así pasó con Benjamín Zeledón y Adolfo Díaz, con Augusto C. Sandino y
Anastasio Somoza García, con Carlos Fonseca Amador y Anastasio Somoza
Debayle.



La historia ha tratado con más respeto a José Santos Zelaya que a José María
Moncada. Uno derrotado, el otro triunfador. Uno defenestrado y otro
encumbrado por el gobierno de Estados Unidos. La historia y el mismo FSLN
han tratado mejor la memoria de Carlos Fonseca Amador que la de Tomás Borge,
ambos fundadores del FSLN. Fonseca murió martirizado y a la intemperie.
Sobran anécdotas que dan cuenta de su mística revolucionaria. Borge vio el
triunfo revolucionario. Murió millonario y en lujosa cama. Abundan anécdotas
de su acoso a las mujeres y de sus nexos con el narcotráfico.



Se precisa cierta distancia en el tiempo -la perspectiva histórica- para
tener certeza sobre el juicio que la historia emitirá sobre Daniel Ortega.
Como la historia es un terreno movedizo, a menudo rectifica su juicio. Hay,
sin embargo, suficientes elementos para percibir, desde nuestro atribulado
presente, el aroma del juicio que se está cocinando para el futuro. Y
podemos usar ese material en un ejercicio especulativo. Si a Daniel Ortega
lo hubiera asesinado la Guardia Nacional junto a su hermano Camilo Ortega en
Los Sabogales -muy cerca de Masaya, la ciudad que más ha padecido la actual
represión orteguista-, no hay duda de que habría ocupado un sitial de honor
en el panteón de los héroes.



Si un atentado hubiera segado su vida durante los años 80, una antorcha en
su memoria ardería en su tumba, junto a la de Carlos Fonseca Amador. Si
Ortega se hubiera retirado de la política en 1990, habría juicios divididos
sobre su persona. Sin embargo, creo que su personalidad opaca le hubiera
ayudado a que por desconocimiento de unos y por simpatías de otros, la
balanza se inclinaría más a su favor. Probablemente hubiera gozado del bono
que la historia concede a los derrotados. Sería el gran derrotado de la
guerra de los años 80, financiada por el imperialismo estadounidense, que
tuvo en Ronald Reagan al villano guerrerista y cuyo guión hubiera admitido a
Daniel Ortega como el héroe del olivo de paz.



La aparición en el escenario en 1998 de Zoilamérica Narváez -la hijastra que
lo denunció por violación y abuso sexual continuado desde que ella tenía 11
años- marcó una suerte de hito en el deterioro de la reputación de Ortega.
Al héroe se le cayó la máscara y desde entonces pareció no importarle
demasiado el juicio de la historia. Decidió encerrarse en una burbuja, donde
sólo escucha las voces de los aduladores a sueldo. Sin embargo, todavía
entonces le hubiera alcanzado un juicio semejante al que se reservará a
Humberto Ortega y a Tomás Borge.



El pacto con Arnoldo Alemán, cuando Alemán era reo por desfalcos millonarios
y con él jugaba Ortega al gato y al ratón para arrancarle cuotas de poder,
pesa como una losa sobre la reputación de Ortega. Obtuvo entonces  su
membresía en el club de los políticos sin convicciones éticas.



Después vino el enriquecimiento descomunal, la represión dosificada, las
componendas con el gran capital, la conservadora ley que prohíbe el aborto
incluso con fines terapéuticos, el nepotismo descarado y el intento de
instaurar una dinastía. Si se hubiera detenido ahí, sería una especie de
Somoza benévolo: una especie de Luis Somoza del siglo 21, una pieza sine qua
non de un mecanismo político nefasto, pero no en su más dañina expresión.



Abril de 2018 ha sido el gran parteaguas en la biografía de Daniel Ortega.
Hasta entonces, Ortega sólo había hecho un uso muy selectivo de la
violencia: barría los cadáveres bajo la alfombra vegetal de las zonas
rurales, donde tenían lugar los episodios más cruentos de su aparato
represivo.



En abril, sangres mil. En abril de 2018 asomó el rostro más sangriento del
tirano devorador de jóvenes. Abril de 2018 es también el gran parteaguas en
la historia del FSLN, porque a partir de entonces no tiene sentido
distinguir entre Orteguismo y FSLN. Daniel Ortega no hubiera podido ejecutar
448 muertes sólo con su Policía Nacional. Necesitaba de miembros del FSLN
que se toman la militancia como una vinculación religiosa y entienden los
dictados del caudillo como un dogma sobre el que no cabe consultar a sus
conciencias.



Ningún otro partido hubiera conseguido que sus mujeres partidarias golpearan
e insultaran a obispos y sacerdotes. Las del FSLN lo hicieron en Diriamba y
en Jinotepe. El FSLN no es una organización secular, es un culto. Sólo un
partido que funciona como una religión puede desafiar a los líderes de una
religión milenaria, como es la religión católica. El FSLN no podrá
recuperarse del hundimiento moral en el que decidió caer en abril de 2018:
ese mes, como dice la canción de Víctor Jara, “su conciencia la enterró en
un ataúd / y no limpiarán sus manos toda la lluvia del sur”. A Ortega puede
aplicársele la frase de Batman: “Muere como un héroe o vive lo suficiente
para convertirte en un villano”. Siempre habrá un lugar de honor y nuevos
monumentos conmemorativos para el cacique Diriangén, para Sandino y para
Fonseca. No habrá más que oprobio y recuerdos infamantes para Somoza y
Ortega.



* José Luis Rocha, periodista, escritor y sociólogo nicaragüense,
investigador de la revista Envío (Managua), de la Universidad
Centroamericana José Simeón Cañas, de El Salvador, y de la Universidad
Rafael Landívar, de Guatemala. (Redacción Correspondencia de Prensa]

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