Estados Unidos/ El nacionalismo y las guerras comerciales [Lee Sustar]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Sab Ago 25 16:05:58 UYT 2018


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Correspondencia de Prensa

25 de agosto 2018

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Estados Unidos



El nacionalismo y las guerras comerciales



La disputa comercial de Trump con Canadá y los países europeos acaparó los
titulares durante la cumbre del G7, pero hay mucho más tras el velo.



Lee Sustar *



Obrero Socialista, 6-8-2018

http://socialistworker.org/

Traducción de Orlando Sepúlveda



Por muy desestabilizadoras que las políticas de Donald Trump sean, éstas
sólo reflejan un agudo debate entre la burguesía estadounidense sobre cómo
enfrentar los desafíos entablados por China, los aliados occidentales y
Japón.



Si Trump apuntó su cañón a Canadá durante la cumbre del Grupo de los Siete
(G7), en Quebec, es porque Estados Unidos quiere reescribir, o incluso
deshacer, el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), y así
advertir al resto del mundo a someterse a la agenda de Washington, o aceptar
las consecuencias.



Esta dinámica no se limita a Estados Unidos, sino que refleja un cambio en
curso en la política mundial. El aumento del populismo derechista a expensas
de los partidos políticos del establecimiento acontece en todo el mundo
industrializado, y un fuerte giro hacia el nacionalismo económico está
terminando con décadas de libre comercio y las políticas de desregulación
del neoliberalismo.



La forma precisa en que el nacionalismo económico se desarrollará es difícil
de determinar, pero la elección de Trump en EE.UU., el referéndum “Brexit”
en el Reino Unido y el choque del nuevo gobierno italiano con Alemania sobre
las políticas de la Unión Europea presagian un nuevo período de competencia
entre las grandes potencias.



*****



Las rivalidades no son simplemente económicas. Más allá de los aranceles y
las barreras comerciales, el enfrentamiento de Trump con Europa se basa en
el crudo poder imperial.



La batalla mercantil entre Estados Unidos y Europa, y la consiguiente crisis
diplomática, deben ser vistas bajo este contexto; lo mismo, con la propuesta
de Trump de que Rusia se reincorpore al G7.



Estas tensiones comerciales no son nuevas. Sin embargo, tales conflictos
generalmente se manejan a través de los canales burocráticos de la
Organización Mundial del Comercio (OMC), un organismo multinacional,
establecido en 1995 por EE. UU., los más poderosos países europeos y Japón
para imponer un orden comercial global favorable para si mismos.



Las entonces dominantes potencias económicas usaron la OMC, así como el
Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial, para abrir las
economías de la ex Unión Soviética y China, así como la de muchos países
latinoamericanos y africanos, integrando el mercado mundial.



Como debutantes en la OMC, se esperaba que las potencias emergentes, como
China, cumplieran las condiciones que favorecían a los jugadores
establecidos, pero las cosas no se dieron así.



Desde que China se unió a la OMC en 2001, se ha convertido en un dinámico
centro de acumulación de capital, que ya dejó de ser una plataforma de
exportación con mano de obra barata para las compañías estadounidenses,
europeas y japonesas, y se ha convertido en un competidor global por derecho
propio.



La acelerada industrialización de China inyectó crecimiento en el sistema
mundial, impulsando las economías exportadoras de materia prima en África y
América Latina. Pero también sentó las bases para la inestabilidad económica
mundial, al contribuir a una crisis de exceso de capacidad y la subsecuente
disminución de las ganancias. El crecimiento, que dependió en gran medida en
el crédito, se redujo drásticamente durante la recesión de 2007-08.



Cuando el crecimiento reanudó, China nuevamente se convirtió en el líder,
jalando a muchos países en desarrollo. El Banco Mundial predice que China
representará el 35 por ciento del crecimiento del producto interno bruto
(PIB) mundial en 2018-19.



La economía china está llena de contradicciones, con su fuerte dependencia
en la deuda. El Banco de Pagos Internacionales calculó que a mediados de
2017, la relación entre el PIB y la deuda en China alcanzó el 256 por
ciento, en comparación con un promedio del 190 por ciento para los países en
desarrollo y del 250 por ciento en Estados Unidos.



Alimentada por el crédito, la expansión de la economía china también agrava
el problema de la sobreproducción, que es la dinámica que impulsa la baja de
los precios y prepara el escenario para las guerras comerciales del acero y
aluminio. Al mismo tiempo, China se prepara para competir con las enormes
multinacionales occidentales y japonesas en el sector aeroespacial,
tecnológico y otros.



*****



El auge de China y el persistentemente lento crecimiento económico en EE.UU.
se han convertido en el centro de atención para los que promueven políticas
proteccionistas en torno a Trump.



El crecimiento en EE.UU. promedió el 2.2 por ciento desde el fin de la
recesión de 2009, comparado con una tasa de crecimiento anual promedio del 3
por ciento desde 1945. Ha tomado casi una década para que el PIB
estadounidense se recupere tras la Gran Recesión. Estados Unidos sigue
sumido en lo que el ex Secretario del Tesoro, Lawrence Summers, llama
“estancamiento secular”.



Junto con el declive de la fuerza económica relativa de EE.UU., la
insuperable crisis del imperialismo estadounidense, como resultado de las
guerras fallidas en Irak y Afganistán, abre la puerta para que tanto China
como Rusia reafirmen su influencia desde África al Medio Oriente.



Todo esto representa un desafío para la clase capitalista estadounidense,
que ha carecido de ideas y liderazgo para enfrentar su relativa disminución.



La política trumpista de “Estados Unidos Primero” representa un giro
populista en un proyecto de un sector de la clase dominante estadounidense
para enfrentar la situación. Así queda expresado en el documento de
Estrategia de Seguridad Nacional de la administración Trump, que se enfoca
en las potencias regionales de China y Rusia en vez de la “guerra contra el
terror”.



Los conflictos en torno al comercio son impulsados por estos mismos asuntos.



Peter Navarro, el estrafalario académico anti-China, director del Consejo
Nacional de Comercio, proporciona a Trump que decir. Sin embargo, la agenda
está impulsada por un multimillonario, Wilbur Ross, que asumió el papel de
Secretario de Comercio para implementar este programa.



Otro jugador clave es el Representante Comercial de EE.UU. Robert
Lighthizer, quien encabezó las negociaciones en la década de 1980 que
exprimieron a Japón para contener el déficit comercial gringo.



*****



Los nacionalismo económicos que orbitan a Trump representan una visión
minoritaria dentro de las corporaciones estadounidenses, donde el éxito del
libre comercio hace que los ejecutivos sean reacios a enfrentar el cambio.
Inevitablemente, el establecimiento mediático reflejó esta visión comentado
críticamente, y hasta horrorizados, el desempeño de Trump en el G7.



Pero el cambio ya llegó. El neoliberalismo, los acuerdos de libre comercio
como el TLCAN y los organismos globales como la OMC fueron adoptados por
Washington porque fortalecían y consolidaban el dominio estadounidense en la
escena económica mundial. Si la clase dominante estadounidense se convence
de que se han convertidos en impedimentos para ese fin, los ignorará o
abandonará.



La decisión de Estados Unidos de abandonar el acuerdo comercial de la
Asociación Transpacífica, prometida tanto por Trump como por Hillary Clinton
durante las últimas elecciones presidenciales, fue un evento decisivo.
Incluso el TLCAN, diseñado para asegurar el poder de Estados Unidos en la
economía de América del Norte, puede ser descartado.



Si bien muchas guerras comerciales estallan durante una crisis económica,
esta se produce cuando la recuperación económica ha cubierto la mayor parte
del mundo.



El FMI informó en abril de 2018 que “el repunte económico global que comenzó
a mediados de 2016 se ha vuelto más amplio y más fuerte”, al mismo tiempo
advierte sobre las resacas de la crisis, principalmente “los más altos
niveles de deuda en todo el mundo” y los temblores políticos que conducen al
nacionalismo.



Esa fue una no tan velada referencia a Trump y las fuerzas derechistas que
han volteado o desplazado o presionado al establecimiento político en gran
parte de Europa, en los últimos años.



Es probable que la tendencia hacia el nacionalismo económico se fortalezca
en la recesión que se avecina, aunque su inicio no puede predecirse o
parezca ahora distante.



El gatillo puede ser las impagables deudas, un colapso en los mercados
financieros o una lenta caída en la rentabilidad corporativa. Las crecientes
tasas de interés establecidas por los bancos centrales, como la Reserva
Federal en Estados Unidos, pueden sofocar el crecimiento prematuramente.



Pase lo que pase, está surgiendo una economía mundial post-neoliberal.
Incluso si Trump retrocede su guerra comercial ahora, el nacionalismo
económico y los cambiantes bloques comerciales se convertirán en la piedra
angular de la política económica de EE.UU. Es un conflicto en el que los
trabajadores, ya sea en los Estados Unidos o en el resto del mundo, no
tienen nada que ganar.



* Militante de la International Socialist Organization (ISO) de Estados
Unidos, redactor del Socialist Worker y la International Socialist Review..

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