Haití/ El estallido social [Arnold Antonin]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Vie Jul 20 18:44:21 UYT 2018


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Correspondencia de Prensa

20 de julio 2018

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Haití

 

El estallido haitiano 

 

Haití vivió estos días un amotinamiento social producto de la suba de los
combustibles reclamada por el Fondo Monetario Internacional (FMI) que derivó
en una crisis política y en la renuncia del primer ministro Jack Guy
Lafontant. Sin haberse recuperado del terremoto de 2010, que destruyó buena
parte de las infraestructuras, el país sigue sometido a una elite corrupta y
a la crónica inestabilidad política y social.

 

Arnold Antonin *

 

Nueva Sociedad, julio de 2018

http://nuso.org/

 

El viernes 6 de julio se jugaba el partido Brasil-Bélgica en la Copa
Mundial. Ya desde la época de Pelé y Diego Maradona los haitianos, a falta
de un equipo local que los represente, han adoptado esos equipos e hinchan
como fanáticos «brasileños» o «argentinos» como si fueran nativos de esos
países. Por eso el gobierno haitiano, pensando que el equipo de Brasil
ganaría el partido, decidió lanzar el decreto del aumento del precio de los
combustibles impuesto por el Fondo Monetario Internacional (FMI) apostando a
que la euforia por ese triunfo serviría de distracción para que los
haitianos aceptaran ajustes de gran magnitud (38% en la gasolina, 47% en el
diésel y 51% en el kerosene).

 

La combinación de la derrota brasileña y del aumento de precios fue, sin
embargo, un coctel explosivo que desencadenó el estallido social más grande
que se haya conocido desde hace años. Las causas del amotinamiento social
venían acumulándose desde hace tiempo e hicieron que el volcán social
explotara en todo el país. Media hora después del final del partido, bandas
de jóvenes y motociclistas de barrios marginales tomaron las principales
calles, incluso las de zonas secundarias no asfaltadas. Instalaron
barricadas de piedras, cauchos incendiados, carros y todo lo que pudieron
encontrar a la mano. Luego empezaron los saqueos, la destrucción y el
incendio de numerosos comercios, incluyendo los más importantes de la zona
metropolitana.

 

La ciudad de Petion-Ville, que hace parte de la zona metropolitana de Puerto
Príncipe –la capital haitiana– y que desde el terremoto de 2010 es el
principal centro comercial del país, con los principales hoteles y
supermercados, fue el epicentro de las mayores destrucciones. Al día
siguiente de los motines la zona parecía el escenario una escena de guerra.
Y estas imágenes se repitieron en el área cercana del aeropuerto, donde se
encuentran los mayores concesionarios de venta de vehículos. En las ciudades
de la provincia se vieron las mismas escenas pero sin destrucción de
negocios.

 

Las características de los motines

 

El país se bloqueó. Los ciudadanos que no pudieron regresar a sus casas la
tarde del viernes y sábado que siguieron a los disturbios, debieron
refugiarse como pudieron y regresar a sus hogares al día siguiente de
madrugada o varios días después, muchos recorriendo grandes distancias a
pie. Pero, ¿cuáles fueron las características de este movimiento y de este
momento particular, más la violencia inusitada?

 

La primera característica de este movimiento es su simultaneidad, en puntos
distantes del país, y su organización. Existe un debate en las redes
sociales sobre si ha sido un movimiento espontáneo del pueblo enfurecido o
si ha sido un movimiento bien preparado y dirigido. Contra la tesis de la
espontaneidad juega la buena organización y la enorme extensión territorial
de los motines junto con el hecho de que la mayoría de los blancos de los
ataques parecían bien determinados de antemano. Aparte de algunos daños
colaterales, las principales víctimas fueron las grandes tiendas, hoteles,
concesionarios de vehículos, todos ellos pertenecientes a familias
acaudaladas, en muchos casos descendientes de cristianos sirio-libaneses,
así como sucursales de las compañías de teléfonos celulares. No se tocó
ningún medio de comunicación, ni siquiera la Televisión Nacional de Haití
(RTNH).

 

Una estación de radio difundió los días precedentes consignas bastante
precisas, jugando en un cierto sentido un papel de organizador colectivo de
la rebelión. Nadie, empero, quiso asumir la responsabilidad por los
acontecimientos, probablemente por los riesgos de consecuencias penales. Por
otro lado, como son muchos los grupos que rivalizan para presentarse como la
«vanguardia» de la sublevación popular el motín ha quedado en manos del
«pueblo», para satisfacción de todos. Lo evidente es que se trata de un
movimiento sin dirección política y con una actitud incluso nihilista. En
consecuencia, hay que pensarlo en un contexto en el que los «desarraigados»
del éxodo rural y los «desesperados» que viven en los barrios marginales,
presentes en todos los rincones de las ciudades, se están volviendo el grupo
mayoritario del país. 

 

Hace falta un análisis profundo de lo que Karl Marx llamaba con desprecio
«el lumpen proletariado» y que los cristianos han recuperado como «un pueblo
mesiánico». Pero no cabe duda de que el propio gobierno contribuyó a esta
explosión social. Desde hace meses, contra todos los advertencias de
sindicatos, asociaciones gremiales, organizaciones de la sociedad civil, la
oposición política, iglesias, universitarios y economistas, el gobierno del
primer ministro Jack Guy Lafontant y su portavoz, el ministro de Cultura y
Comunicaciones Guyler C. Delv no dejaban de anunciar la inminencia del
aumento de los combustibles, indicando que, no obstante, esta medida iba a
afectar principalmente a las clases pudientes con grandes vehículos. Lo que
era claro que no era cierto, ya que el aumento del transporte se derramaría
luego sobre otros productos de consumo popular. Se agregaba además el hecho
de que los trabajadores demandaban, desde hacía meses, el aumento del
salario mínimo –hoy de poco más de 5 dólares mensuales– sin obtener
satisfacción a su reclamo. Pero no solo eso: metiendo más leña a la caldera
social, el 4 de julio, solo dos días antes de los motines, el Fiscal de
Puerto Príncipe dio la orden, sin un fallo de un Tribunal que lo aprobara,
para demoler sorpresivamente, con personas adentro, una veintena de casas de
bloques pobres, construidas ilegalmente en la alrededores de la casa donde
vive el presidente Jovenel Moïse, en la calle a las familias desalojadas. La
razón que dieron es que esas casas representaban un peligro para la
seguridad y la intimidad de la pareja presidencial. 

 

La población de diferentes estratos sociales recibió esta noticia como un
abuso de poder de un ser insensible hacia los pobres. Durante dos días se
erigieron barricadas de protesta por las víctimas de estos actos en la vía
de acceso a la casa del presidente, en medio de insultos. Hay que señalar
que Moïse, al ser electo presidente en 2017 por el Partido de Haitianos de
Calabazas Rapadas (PHTK, en referencia a su propio look personal), eligió
esa casa para instalarse en la capital en una zona en la que ya existían
estas casas precarias a su alrededor. Durante el año y medio de su mandato,
estas siguieron aumentando, como sucede en toda el área metropolitana ante
la ausencia total de una política pública de construcción de viviendas de
bajo costo, más aun después del terremoto de 2010 que dejó sin techo a
cientos de miles de haitianos.

 

La otra característica del estallido social fue la pasividad e inacción de
la Policía Nacional. Esta no tomó ninguna medida preventiva para proteger
los puntos neurálgicos de la ciudad ante la inminencia del aumento de
precios y no intervino durante las jornadas del 6 y 7 de Julio. El jefe de
la Policía, Michel-Ange Gedeon, al ser interrogado por periodistas, dijo que
el gobierno no le había pasado ninguna información ni directiva en previsión
de posibles movimientos de protesta en caso de publicarse oficialmente el
decreto del aumento de los combustibles y no les llegó ninguna orden durante
los acontecimientos, y además tampoco disponían de los medios necesarios, ni
en efectivos, ni en material, para hacer frentes a motines de esa
envergadura. Por el contrario, dijo, la Policía evitó un baño de sangre.

 

Una parte del sector privado declaró que la Policía era responsable de lo
sucedido por no asistencia a personas en peligro. Hasta se sugirió que la
institución policial habría estado en el origen de las revueltas en una
tentativa de derrocar al gobierno actual. Se rumoreó incluso que los motines
podrían ser un complot de la Policía con agentes de Estados Unidos por la
posición amigable del gobierno haitiano hacia el presidente venezolano
Nicolás Maduro en la Organización de Estados Americanos (OEA) donde
recientemente Haití se abstuvo de condenar a Venezuela. Desde hacía varias
semanas reinaba un clima de descontento en la dirigencia de la Policía
respecto del Poder Ejecutivo, debido a que éste último trató de atribuirse
prerrogativas como el nombramiento y desplazamiento a puestos de provincia
de los comandantes de las policías regionales.

 

Marcha atrás con los aumentos

 

Las fuertes manifestaciones y motines se prolongaron desde el viernes 5 a la
tarde hasta el sábado por la noche, cuando el presidente, después de 24
horas de silencio, apareció en un en la Televisión Nacional donde pronunció
un discurso surrealista en el que, parafraseando al general Charles de
Gaulle declaró: «Ustedes hablaron y yo los escuché», para anunciar que el
gobierno retiraba el decreto del aumento de los precios de los combustibles.

 

Pero, para aumentar la confusión y el surrealismo, cuando las
manifestaciones se calmaron, el domingo, el secretario del Consejo de
Ministros Renald Luberice dijo que ni él, ni el primer ministro ni el
presidente estaban al tanto de la publicación del decreto de aumento.
Inmediatamente después, empezaron las reacciones. La oposición radical al
gobierno, que ya desde el principio del mandato de Moïse en febrero de 2017
había organizado varias marchas y manifestaciones en su contra, pidió la
renuncia del presidente. 

 

El diputado de Petion-Ville, Jerry Tardieu, ex directivo del Hotel Oasis,
uno de los afectados por los motines, pidió la renuncia del primer ministro,
por inepto, en una carta al presidente. Los diferentes grupos del sector
privado de la economía, reunidos en el Foro Económico del Sector Privado,
emitieron un comunicado el lunes 9 de julio condenando «los actos de
violencia y vandalismo que han golpeado empresas e instituciones privadas y
públicas, ciudadanos haitianos y extranjeros, actos de barbarie que
perjudican la capacidad de atraer inversiones….». Subrayaron, además, «su
convicción que estos actos reflejan en gran medida un alto grado de
frustración y hasta de desamparo de la mayoría de sus conciudadanos frente a
la deterioración de sus condiciones de vida desde hace muchos años». El Foro
«se extrañó de la inacción de las fuerzas del orden» y estima que «esta
situación refleja la ausencia de liderazgo de las más altas autoridades del
Estado haitiano, incluyendo el presidente y al primer ministro». En el
documento se sostiene que «El Presidente de la República debería sacar las
conclusiones lógicas de ésta situación y pedir al Primer Ministro y su
gobierno que presenten su renuncia». 

 

El miércoles 11, los alcaldes de todo el país se sumaron a los pedidos de
renuncia de Lafontant, un médico amigo del presidente sin pasado político.
El Core Group, heredado de la Misión de la Naciones Unidas por la
estabilidad de Haití (Minustha), que finalizó en 2017, y constituido por el
Representante del Secretario General Adjunto de las Naciones Unidos, la OEA,
los embajadores de Estados Unidos, Canadá, Francia, Alemania y Brasil,
también se reunió con Moïse, pidiéndole la renuncia de su primer ministro,
para salvar la Presidencia. Sin embargo, Lafontant parecía aferrado a su
puesto. Los parlamentarios, incluso muchos de su mismo grupo político,
reclamaban su renuncia y denunciaban intentos de «compra de votos» para
conseguir una mayoría que lo evitara su renuncia. Lafontant estaba ya bajo
interpelación del Parlamento, cuya sesión final había sido pospuesta por
maniobras del Poder Ejecutivo para evitar la caída del primer ministro.

 

En estas circunstancias, el Parlamento lo convoca nuevamente y Lafontant se
presentó triunfante a la sesión el sábado 14 creyendo que iba a tener la
mayoría a su favor o que que la sesión no tendría lugar por falta de quórum.
Finalmente, el primer ministro escuchó la alegaciones en su contra e
inmediatamente, en un breve discurso de 10 minutos, expresó su frustración y
pidió que el Parlamento le quitara el poder a la Policía y profetizó que
ésta terminaría disuelta como el ejército de Haití, se despidió sin mayor
protocolo anunciando que él ya había entregado su carta de renuncia al
Presidente antes de asistir a esa sesión. 

 

Por otra parte, el miércoles 11, el ministro de Relaciones Exteriores
haitiano Antonio Rodríguez, se reunió de urgencia en Caracas con el
Canciller venezolano, Jorge Arreaza, para reactivar proyectos de desarrollo
en Haití en el marco del proyecto Petrocaribe, un convenio de cooperación
para el suministro de petróleo a bajo costo y en condiciones preferenciales.
Hay que recordar que este convenio que comenzó hace una década, cuando Hugo
Chávez y René Préval –ambos ya fallecidos– estaban en poder, ha sido la
fuente de malestar y de manifestaciones y disturbios: cuando Moïse llegó al
poder en 2017 salió a la luz pública que gran parte de este fondo de unos
3.800 millones de dólares se ha esfumado, no dejando ninguna obra tangible
que ayudara al desarrollo del país. Pero, aunque el actual presidente
declaró ser el paladín de la lucha anticorrupción, no tomó ninguna medida
contra los corruptos de una lista que presentó el Parlamento, y bloqueó así
las posibles salidas para que estos fueran llevados a tribunales.

El jueves 12 de julio, Jerry Rice, representante del FMI declaró en
Washington que iba a seguir cooperando estrechamente con las autoridades
haitianas para corregir la estrategia de aumento de las tarifas y avanzar en
aumentos progresivos en paralelo a la reducción progresiva de las
subvenciones al precio de la gasolina.

 

En búsqueda de un nuevo gobierno

 

Ya empezaron las tratativas para encontrar a un nuevo primer ministro y
formar un nuevo gobierno. Moïse, por ahora, logró permanecer en el cargo.
Pero la mayoría de las voces aconsejan conformar un gobierno de consenso
nacional, con un primer ministro que no pertenezca al círculo del
presidente. Habrá que eliminar los privilegios suntuarios de las autoridades
y parlamentarios, llevar adelante una verdadera lucha contra la corrupción y
apuntar a políticas de desarrollo económico y social que den la esperanza de
una salida real a la mayoría de la población pobre, para evitar que continúe
el éxodo masivo de los jóvenes al exterior en búsqueda de una vida decente,
para que Haití pase a ser un país con esperanza.

 

Mientras tanto hay una sensación de vacío de poder y todos los políticos
están con los colmillos fuera. «Hay un perfume de poder en el aire», en
palabras del fallecido presidente Leslie Manigat. Todas las opciones son
posibles en Haití en este verano caliente y en esta estación ciclónica. 

 

* Arnold Antonin, director de cine haitiano, activista social, político y
cultural.

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