Debates/ ¿Podemos entender el populismo sin llamarlo fascista? [Nancy Fraser - entrevista]
Ernesto Herrera
germain5 en chasque.net
Lun Jul 23 21:56:18 UYT 2018
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Correspondencia de Prensa
23 de julio 2018
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Debates
Entrevista Nancy Fraser *
¿Podemos entender el populismo sin llamarlo fascista?
Engage, 2-6-2018
https://www.epw.in/
Sin Permiso, 21-7-2018
http://www.sinpermiso.info/
Traducción de Andrea Pérez Fernández
En esta conversación [marzo, 2018], Nancy Fraser explica cómo la agenda de
justicia social de la izquierda fue secuestrada por lo que ella llama el
“neoliberalismo progresista”, al tiempo que estudia cómo una economía
política marxista matizada puede guiar a la izquierda para reconquistar a
las masas con una agenda adaptada a nuestro tiempo. La entrevistó Shray
Mehta, del Departamento de Sociología de la South Asian University, en
Nueva Deli.
Sobre el auge del populismo
-Shray Mehta: Muchas gracias por darme la oportunidad de tener esta
conversación. Hay varias cuestiones que deseo discutir con usted y quisiera
comenzar con algo que quizá podría darles cabida. Creo que empezar con el
tema del auge del populismo podría ser un buen punto de partida.
El mundo está viendo un alarmante aumento en lo que se refiere al ascenso de
líderes populistas; y el patrón parece repetirse con la suficiente
frecuencia en todo el espectro sin restringirse al norte o al sur global.
¿Cómo puede contextualizarse este aumento del populismo como un momento
histórico mundial? ¿Tiene una dinámica sistémica allende las naciones, que
se encuentra en la economía internacional y en una crisis del capitalismo?
Nancy Fraser: El populismo se enmarca en una dinámica mundial histórica. Es
un síntoma de una crisis hegemónica del capitalismo —o, mejor dicho, de una
crisis hegemónica de la forma específica de capitalismo en la que vivimos:
globalizante, neoliberal y financiarizada—. Este régimen capitalista
financiarizado sustituyó al modelo anterior de capitalismo gestionado desde
el estado y mermó toda conquista previa de las clases trabajadoras. El
populismo es, en gran medida, una revuelta de estas clases en contra del
capitalismo financiarizado y de las fuerzas políticas que lo han impuesto.
Para entender dicha revuelta hay que comprender el bloque hegemónico previo
que se está rechazando. He llamado a este bloque “neoliberalismo
progresista”. En tanto que poder dominante, el neoliberalismo progresista se
centró en los estados más poderosos del norte global, aunque hizo
avanzadillas en todas partes, incluyendo el Asia Meridional. Son ejemplos el
Nuevo laborismo de Tony Blair, el Nuevo Partido Demócrata de Clinton, el
Partido Socialista en Francia y los gobiernos recientes del Congreso de la
India.
La particularidad del “neoliberalismo progresista” es que combina políticas
económicas regresivas y liberalizantes con políticas de reconocimiento
aparentemente progresistas. Su política económica se centra en el “libre
comercio” (lo que significa, en realidad, el libre movimiento del capital) y
en la desregulación de las finanzas (que empodera a inversores, bancos
centrales e instituciones financieras globales para dictar políticas de
austeridad al estado por decreto y mediante el arma de la deuda). Mientras
tanto, su vertiente de reconocimiento se centra en la comprensión liberal
del multiculturalismo, el ecologismo y los derechos de mujeres y LGBTQ
[lesbianas, gais, bisexuales, transgénero, queer]. Plenamente compatibles
con la financiarización neoliberal, estas comprensiones son meritocráticas,
esto es, no igualitarias. Orientando la discriminación, tratan de asegurar
que unos cuantos individuos “con talento” de “grupos infrarrepresentados”
puedan llegar a la cima de la jerarquía corporativa ¡y lograr puestos por
los que les paguen como a los hombres blancos heterosexuales de su misma
clase! Lo que no se dice, en cambio, es que mientras esta minoría “rompe el
techo de cristal”, todos los demás siguen atrapados en el sótano. Así, el
neoliberalismo progresista articula una política económicamente regresiva
con una política de reconocimiento aparentemente progresista. La vertiente
del reconocimiento ha funcionado como coartada del lado económicamente
regresivo. Ha facilitado que el neoliberalismo se presente como cosmopolita,
emancipatorio, progresista y moralmente avanzado —en oposición a unas
aparentemente provincianas, retrógradas e ignorantes clases obreras—.
El neoliberalismo progresista fue hegemónico durante un par de décadas.
Presidiendo grandes incrementos de la desigualdad, entregó gran prosperidad
principalmente al 1%, pero también al estrato de los estrato profesional
directivo. Quienes fueron atropelladas fueron las clases trabajadoras del
norte, que se habían beneficiado de la socialdemocracia; los campesinos del
sur, que sufrieron un renovado desposeimiento por medio de deudas a escala
masiva; y una creciente precariedad urbana en todo el mundo. Lo que se ha
llamado populismo es una revuelta de estos estratos contra el neoliberalismo
progresista. Votando a Trump, el Brexit, a Modi[1] o al Movimiento Cinco
Estrellas en Italia han manifestado su negativa a continuar con su papel
asignado de corderos sacrificados en un régimen que no tiene nada que
ofrecerles.
-Shray Mehta: A menudo hay prisa por desestimar, por “fascistas”, a los
movimientos populistas tan pronto como empiezan a articular sus demandas.
Sin embargo, si los leemos como una articulación de las preocupaciones de la
gente frente a una apatía sistémica continua, emerge una imagen más
compleja. Por ejemplo, el ascenso de Trump se basa en cierta medida en el
apoyo de una base de votantes que se descartan rápidamente por ser “hombres
blancos racistas”, a pesar de que podrían haber votado a Obama en las dos
últimas elecciones. En un contexto diferente, en la India, funciona una
lógica similar, rechazando el ascenso de Hindutva por fascista, sin
contextualizarlo históricamente en el marco de las políticas neoliberales
del gobierno anterior del Congreso. En este sentido, ¿cómo interpreta ésta
completa despreocupación por las inquietudes de la gente en el discurso
público, por un lado, y el etiquetado de la reacción popular como fascista
[por el otro]?
Nancy Fraser: Estoy de acuerdo con su posición en esta cuestión. El
liberalismo tiene una larga historia en lo que se refiere a intentar
deslegitimar su oposición —estigmatizando a su oponente por, por ejemplo,
“estalinista”, “fascista”, lo que sea—. Esto es sin duda lo que está
ocurriendo en la actualidad con el término “populismo”. Esta palabra se usa
ampliamente por los liberales para rechazar, por ilegítimas, las fuerzas
populares que se rebelan contra su mandato. Pero está en lo cierto, esta es
una táctica defensiva por parte de los defensores del neoliberalismo
progresista. Esperan resucitar su proyecto estigmatizando a la oposición. En
los Estados Unidos (EUA) andan a la búsqueda desesperada de un nuevo líder,
más atractivo que Hillary Clinton, bajo el cual restaurar una nueva versión
de neoliberalismo progresista. Esta es la agenda de buena parte de la
“resistencia” anti-Trump. No tengo suficiente conocimiento sobre la política
india como para asegurarlo, pero supongo que el partido del Congreso está
empleando tácticas similares con la esperanza de recuperar el poder.
Por supuesto, no hace falta decir que no apoyo a Trump o a Modi. Sin
embargo, no me desagrada que quienes han sido jodidos por el neoliberalismo
progresista se estén alzando frente a él. En algunos casos, sin duda, la
forma que toma su revuelta es problemática. Empleando como chivos
expiatorios a inmigrantes, musulmanes, negros, judíos y demás, a menudo no
identifican la verdadera causa de sus problemas. Pero es contraproducente
rechazarlos simplemente por ser racistas irreversibles e islamófobos. Asumir
eso desde el principio es entregar cualquier posibilidad de ganárselos para
la izquierda, sea para el populismo de izquierdas o para el socialismo
democrático.
Además, la idea de que todos estos votantes no son otra cosa que racistas de
manual no cuadra con los datos. En los EUA, como dices, ocho millones y
medio de personas que votaron a Obama en 2012 dieron un giro y votaron a
Trump en 2016. Muchos de estos eran clase trabajadora del cinturón
industrial que sufrieron masivamente la desindustrialización, la
precarización y la mayor epidemia de adicción a los opiáceos, orquestada por
las grandes farmacéuticas. Ellos dieron la presidencia a Trump. En ambas
elecciones, en 2012 y 2016, votaron contra el economicsfirst neoliberal, por
Obama, quien hizo campaña desde la izquierda adoptando la retórica del
“Occupy Wall Street”; y luego, por Trump, quien hizo campaña no sólo por un
reconocimiento exclusivista, sino también por una economía populista. Esto
da cuenta de que las cuestiones identitarias no fueron prioritarias en la
mente de estos votantes. En ese ámbito, fueron bastante inconstantes, yendo
de aquí para allá de acuerdo con las opciones que se les ofrecían. Sin
embargo, sí fueron coherentes en rechazar la deslocalización, el “libre
comercio” y la financiarización; en apoyar la protección social, el pleno
empleo y los salarios dignos. Lo mismo ocurre, por cierto, en el Reino Unido
(RU). Muchas personas de la clase trabajadora del norte de Inglaterra que
votaron por el Brexit ahora respaldan firmemente a Jeremy Corbyn. En Francia
también hubo muchos cambios de un lado para otro entre el Frente Nacional y
el candidato de izquierdas Jean-Luc Mélenchon.
Mi planteamiento es que todos estos votantes (¡y otros!) tienen
reclamaciones legítimas contra el neoliberalismo progresista. Lejos de
desestimarlas por racistas, la izquierda debe validarlas. En vez de asumir
que son desesperanzadoras, debemos partir de la premisa de que muchos
votantes del populismo de derechas son en principio “ganables” para la
izquierda. Debemos seducirlos, dando credibilidad a sus quejas y
ofreciéndoles un análisis alternativo de la verdadera causa de sus problemas
y una propuesta alternativa para solucionarlos.
-Shray Mehta: En esta línea de ofrecer una explicación alternativa y una
visión alternativa, históricamente, no es la primera vez que tiene lugar
este apoyo cambiante a la izquierda y a la derecha. Sabemos que hay un
precedente histórico de esto. La derecha es capaz de establecer una lógica
causal entre los problemas sistémicos y ciertos grupos sociales como judíos,
musulmanes o inmigrantes, para sugerir que centrándose en ellos se
solucionaría la cuestión del empleo, y esto atrae a las personas. Aunque la
izquierda trata de intervenir, su visión se antoja utópica para la gente. En
este sentido, ¿siente que todavía permanece cierta laguna crucial para la
izquierda?
Nancy Fraser: Sí, estoy de acuerdo. Seguramente hay una laguna programática
en la izquierda. Esto se debe en parte al final del comunismo soviético, que
tuvo el desafortunado efecto de deslegitimar no sólo aquel régimen
esclerótico, sino también las ideas del socialismo y del igualitarismo
social en general. La atmósfera resultante benefició en gran medida a los
neoliberales, a la par que intimidaba y desmoralizaba a la izquierda.
Pero la cosa no acaba aquí. En este contexto, una porción significativa de
lo que podría haber sido la izquierda se ha pasado al liberalismo. Sólo hay
que pensar en el feminismo liberal, el antirracismo liberal, el
multiculturalismo liberal, el “capitalismo verde” y demás. Estas son hoy las
corrientes dominantes de los nuevos movimientos sociales cuyos orígenes
eran, si no directamente de izquierdas, al menos izquierdistas o
proto-izquierdistas. Hoy, sin embargo, carecen de la más mínima idea de una
transformación estructural o de una economía política alternativa. Lejos de
tratar de abolir la jerarquía social, toda su postura tiene como objetivo
conseguir que más mujeres, gais y personas de color entren en las élites.
Por supuesto en los EUA pero también en otros lugares, la izquierda ha sido
colonizada por el liberalismo.
Bajo mi punto de vista, la mejor manera de reconstruir la izquierda es
resucitar la vieja idea socialista del “Programa de Transición” [2] y
dotarla de un nuevo contenido, apropiado para el siglo XXI. Hoy en día no
podemos empezar diciéndole a la gente que vamos a socializar los medios de
producción y que así conseguirán trabajos seguros y bien remunerados. Esta
retórica está agotada. Lo que necesitamos, por contra, es lo que André Gorz
llama “reformas no reformistas”. Éstas mejoran la vida de las personas en el
aquí y el ahora trabajando, simultáneamente, en una dirección
contrasistémica, en parte declinando la balanza en el poder de clase en
detrimento del capital. Además, tales reformas no pueden centrarse
exclusivamente en la producción y en el trabajo remunerado. Necesitan
abordar igualmente la organización social de la reproducción —la provisión
de educación, vivienda, cuidado médico, cuidados infantiles, cuidado de
personas mayores, un medioambiente saludable, agua, servicios públicos,
transporte, emisiones de carbono— y el trabajo no asalariado que sostiene a
las familias y generar vínculos sociales más amplios.
Lejos de ser perfecta, la campaña de Bernie Sanders en los Estados Unidos
tenía algunas ideas que apuntaban en esta dirección. A parte de elevar el
salario mínimo a 15 dólares la hora, Sanders hizo campaña por un “Medicare
para todos”, matrículas universitarias gratuitas, una reforma de la justicia
penal, libertad reproductiva y por la división de los grandes bancos —todas
ellas, medidas conectadas con el empleo. Sin duda, sus ideas no estaban
completamente desarrolladas. Y podría decirse que eran más socialdemócratas
que socialistas democráticas. Pero representaban los primeros indicios de
una alternativa populista de izquierdas para los EUA.
La izquierda también necesita pensar en las finanzas y la banca. Uno de los
pensadores más interesantes sobre este tema es Robin Blackburn, quien
sostiene que las finanzas deberían convertirse en un servicio público, como
solía serlo la electricidad, lo que significa que deberían ser públicamente
poseídas y distribuidas. Las decisiones sobre el crédito, dónde invertir y
qué proyectos financiar, deberían tomarse sobre la base no de la tasa del
rendimiento, sino del valor y de la utilidad social. Y deberían tomarse de
forma democrática —a través de juntas elegidas encargadas de representar a
las comunidades y demás partes interesadas. Esta es una idea muy
interesante, porque sin duda necesitamos un sistema de crédito. Abolir
bancos e instituciones financieras globales no es la solución. Lo que se
necesita, más bien, es socializar las finanzas.
Además, este es el momento perfecto para desarrollar un programa de
izquierdas para las finanzas. Muchas personas están ahora familiarizadas con
este problema. Después de todo, de eso se trataba “Occupy Wall Street”. Todo
el mundo sabe que las empresas de inversión han vuelto a sus viejas trampas
y que no se ha hecho nada en la dirección de una reforma estructural para
evitar una crisis financiera global en un futuro cercano. Los
estadounidenses son plenamente conscientes de que Obama usó nuestros
impuestos para rescatar a los bancos cuyos mecanismos depredadores casi
colapsan la economía mundial, pero que no hizo nada para ayudar a los 10
millones de personas que perdieron su hogar durante la crisis hipotecaria.
No hay duda de que muchos están dispuestos a reconsiderar este sistema. En
este ámbito, ni la derecha ni el centro tienen nada que ofrecer, así que se
trata de una gran oportunidad para la izquierda.
Sobre el potencial emancipatorio del capitalismo
-Shray Mehta: Me gustaría volver a prestar atención ahora a algunas
cuestiones teóricas. En su artículo titulado “Marx’s Hidden Abode” [La
morada oculta de Marx] en la New Left Review, ha discutido extensamente cómo
el valor se produce no sólo por el trabajo productivo, sino también por el
trabajo que no se contabiliza. Este último podría ser algo que, incluso,
respalda y sostiene el primero. En un momento sugiere que una parte de la
expansión del capitalismo es el “potencial emancipatorio del capitalismo”.
Este “potencial emancipatorio” es una cuestión harto debatida en el
pensamiento marxista y se ha argumentado que, a menudo, el trabajo no libre
no deja de ser forzado por medio de la dialéctica de la “doble libertad” del
capitalismo. En este contexto ¿cómo se puede entender el potencial
emancipatorio del capitalismo en relación con este trabajo esclavo
contemporáneo?
Nancy Fraser: La expresión “doble libertad” es irónica. El lado positivo
tiene que ver con tener libertad de movimiento y con tener el derecho de
iniciar “voluntariamente” un contrato laboral. Pero, como bien sabe, esto
tiene una contrapartida. Al devenir libre para vender la propia fuerza de
trabajo, uno también es liberado —es decir, privado— del acceso a los medios
de subsistencia y de producción. Marx hizo hincapié en que los proletarios
han sido “liberados” del acceso a la tierra, a las herramientas, a las
materias primas y demás activos que necesitarían para organizar su propio
trabajo y satisfacer sus necesidades. En consecuencia, no tienen más remedio
que firmar un contrato laboral con un capitalista. El lado positivo de la
libertad está seriamente comprometido, si no es simplemente ilusorio.
La libertad en el capitalismo es, en efecto, una espada de doble filo. Si
uno es un esclavo o un siervo, la capacidad para convertirse en un
trabajador asalariado es sin duda un paso adelante, como el mismo Marx
subrayó. Pero eso no significa que uno sea libre en un sentido pleno y
firme. Por el contrario, el proletariado se convierte en sujeto de una forma
diferente de dominación, una dominación más impersonal y abstracta. Por
ello, no exageraría el potencial emancipatorio del capitalismo, pero tampoco
lo ignoraría.
La clave es, sin embargo, otra cuestión: el capitalismo no es un sistema
uniforme. No trata a todos de la misma manera al mismo tiempo. Incluso
cuando “emancipa” a algunos de la dependencia y del trabajo forzado y los
convierte en proletarios doblemente libres, deja a otros —a muchos más, de
hecho— en contextos y formas de dominación tradicionales. O, más bien,
reformula estos contextos y formas de dominación tradicionales formas nuevas
y, a menudo, altamente opresivas.
De hecho, he argumentado recientemente en mi ponencia Contributions to
Contemporary Knowledge [Contribuciones al conocimiento contemporáneo] que la
explotación de los “trabajadores libres” está íntimamente vinculada, y de
hecho depende de ella, con la expropiación de “otros” dependientes. Por
expropiación entiendo la incautación de los bienes de las personas
subyugadas (su trabajo, tierra, animales, herramientas, niños y cuerpos) y
la canalización de esos activos confiscados en los circuitos de acumulación
de capital. En este sentido, la expropiación difiere marcadamente de la
explotación. La explotación está mediada por un contrato salarial: el
trabajador explotado intercambia “libremente” su fuerza de trabajo por
salarios que se supone que cubren la media de los costos socialmente
necesarios para su reproducción. La expropiación, por el contrario,
prescinde de la excusa del consentimiento y secuestra brutalmente
propiedades y personas sin recompensa —sea mediante fuerza militar o a
través de la deuda—. Mi percepción es parecida a las de Rosa Luxemburgo y
David Harvey: la explotación por sí sola no puede sostener la acumulación
capitalista a lo largo del tiempo. Esta última depende, por contra, de
continuos aportes de expropiación. Así que los dos “exp” [explotación y
expropiación] están entrelazados. Y es el proceso combinado de explotación y
expropiación el que genera esa plusvalía.
Esta idea está brillantemente ilustrada por una frase de Jason Moore. Él
dice que “detrás de Manchester se encuentra Mississippi”. Esto significa que
la industria textil altamente rentable de Manchester que escribió Engels no
habría sido rentable sin el algodón barato suministrado a través del trabajo
esclavo de las Américas. Añadiría incluso una tercera “M” por Mumbai, para
señalar el importante papel que jugó en el ascenso de Manchester la
destrucción calculada de la fabricación textil india por parte de los
británicos. Este es un caso en el que la expropiación es una condición para
la posibilidad de una explotación rentable. El capitalismo lleva a cabo un
doble juego con las personas, destinando a unos a la “mera” explotación
mientras que condena a otros a la brutal expropiación, una distinción que ha
ido asociada históricamente con el imperio y la raza. Por lo tanto, rechazo
la afirmación, a menudo atribuida a Marx, de que el valor se produce sólo
por el trabajo asalariado. Hay muchas otras aportaciones no remuneradas al
proceso, incluido el trabajo social y reproductivo de las mujeres, sin el
cual no sería posible el trabajo asalariado.
-Shray Mehta: Para comprenderlo mejor ¿podría explicar esta dinámica del
potencial emancipatorio del capitalismo teniendo a las economías de la
“periferia” en mente? ¿Cree que se puede seguir pensando en ellas como una
periferia en el contexto del neoliberalismo que parece proveer de una
libertad plena al capital al tiempo que restringe el trabajo al territorio
nacional?
Nancy Fraser: El lenguaje de “núcleo y periferia” tiene menos sentido ahora
que en períodos anteriores, pero aún estamos batallando por encontrar una
alternativa satisfactoria. Los defensores de la perspectiva del
sistema-mundo [también conocida como economía-mundo] dicen que los países
semiperiféricos están diseñando estrategias para ascender en la escala de
valor agregado de la producción de productos básicos. Pero incluso esta
visión no es completamente adecuada para una situación en la que la
industria se está reubicando a gran escala desde los núcleos históricos
hasta los llamados BRICS [Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica]. Dado el
peso de las economías de estos últimos, se hace difícil llamarlos
“semiperiféricos” y mucho menos “periféricos”. Lo que complica todavía más
la situación es que, a pesar de su peso económico, los países BRICS no están
(¿todavía?) en una posición que los afirme como poderes globales en el
escenario mundial. Más bien, un poder económico en decadencia (los EUA) aún
(de momento) juega el rol de hegemonía mundial, a pesar de la caída en
picado de su credibilidad moral y de su cambio de estatus al ser una nación
deudora. A dónde va todo esto sigue sin estar claro y en gran parte depende
de China. Pero al margen de cómo se desarrollen las cosas, tendremos que
desarrollar nuevos vocabularios y marcos conceptuales para captar una nueva
situación histórica.
No obstante, una cosa sí que está clara: ha habido un cambio tremendo en la
relación entre la explotación y la expropiación en el capitalismo
financiarizado. Esto se debe en gran parte a la relocalización de la
fabricación fuera del núcleo histórico y a la universalización de la
expropiación vía deuda. Esto último es obvio en el caso del desposeimiento
de tierras y de los programas de ajuste estructural que imponen condiciones
de préstamo a los estados del sur global. Los gobiernos de todas las partes
de América Latina, África y Grecia han tenido que reducir el gasto social y
abrir sus mercados al capital extranjero, vampirizando a su gente para el
beneficio del capital. En estos casos, la deuda es un vehículo de
expropiación en la (antigua) periferia y semiperiferia, incluso cuando estas
regiones también se están convirtiendo en territorios principales de
explotación.
Al mismo tiempo, la expropiación va en aumento en el “núcleo” histórico.
Como el trabajo precario sustituye a la mano de obra industrial
sindicalizada, el capital paga a sus trabajadores menos del costo
socialmente necesario para su reproducción. Y sin embargo todavía necesita
que estos trabajadores cumplan una doble función como consumidores.
¿Entonces qué hay que hacer? La solución es inflar la deuda del consumidor
que permite a la gente comprar cosas baratas producidas en otros lugares.
Aquí, también, la expropiación se alimenta de aquellos que también son
explotados en “McJobs” [trabajos basura].
Así que esta es una nueva constelación que revuelve la vieja división
explotación/expropiación. Solía pasar que la mayor parte de la explotación
tenía lugar en el núcleo histórico, mientras que la mayoría de las
expropiaciones se ubicaban en la antigua periferia. Pero esto ya volverá a
ocurrir. Ahora los dos “exp” no constituyen el binomio o bien/o, sino la
pareja ambas/y. Ya no son alternativas mutuamente excluyentes, sino que se
hallan muy cerca; a menudo las mismas personas experimentan ambas.
En este sentido, me preguntaba por las implicaciones de esto para la
emancipación. Esta es, en mi opinión, la pregunta clave para la izquierda en
nuestro tiempo. ¿Qué sigue políticamente al hecho de que el capitalismo ya
no asigne la explotación a un grupo social o región y la expropiación a otro
grupo o región? Cuando ese era el caso, los ciudadanos-trabajadores
“libremente” explotados del núcleo podían disociar fácilmente sus objetivos
y luchas de aquellos sujetos subyugados, racializados y expropiados de la
periferia. Y eso debilitó las fuerzas de la emancipación, al tiempo que
permitía un divide y vencerás. En la actualidad, sin embargo, casi todo el
mundo está siendo explotado y expropiado simultáneamente. Por lo tanto,
parece que la base material para esas viejas divisiones internas de la clase
trabajadora está desapareciendo. En teoría, esto debería abrir perspectivas
para alianzas nuevas y ampliadas. Si los que sufren de ello pueden entender
que la expropiación y la explotación son dos elementos analíticamente
distintos, pero prácticamente aunados en un solo sistema capitalista,
podrían concluir que comparten un mismo enemigo y que deberían unir sus
fuerzas. Pero este efecto no es automático ni garantizado. Por ahora, al
menos, los cambios asociados con el capitalismo financiarizado están
engendrando paranoia y ansiedad, que a su vez conducen a formas exacerbadas
de chovinismo, incluso en los populismos de derecha que discutimos al
principio.
De hecho, ahora hemos cerrado el círculo de la conversación al haber
logrado, espero, una comprensión más profunda del asunto. Pero querría
enfatizar de nuevo lo que dije antes. Aunque las solidaridades expandidas no
se generarán automáticamente por el mero hecho del cambio estructural, aún
podrían crearse políticamente, a través de intervenciones políticas de
izquierda. La izquierda, como dije, debe rechazar taxativamente los
terroríficos juegos tácticos del liberalismo con la palabra “populismo”. Sin
miedo a esta palabra y dispuestos a conquistar a aquellos atraídos por sus
variantes derechistas, debemos armar nuestra propia crítica estructuralista
de izquierda del neoliberalismo progresista y nuestra propia visión
transformadora de una alternativa emancipadora. Rompiendo definitivamente
tanto con la economía neoliberal como con las diversas políticas de
reconocimiento que últimamente la han apoyado, debemos desechar no sólo el
etnonacionalismo excluyente, sino también el individualismo
liberal-meritocrático. Sólo aunando una sólida política de distribución
igualitaria con una política de reconocimiento sensible a las clases y
sustantivamente inclusiva podemos construir un bloque contrahegemónico que
nos lleve de la crisis actual hacia un mundo mejor.
* Nancy Fraser es profesora de filosofía política en la Henry A. and Louise
Loeb, un centro de política y ciencia social de la New School, en Nueva
York. Su investigación académica gira en torno a la teoría social y
política, la teoría feminista y la filosofía contemporánea francesa y
alemana. Autora de numerosos libros.
Notas
[1 Nota de la T.: Narendra Modi, del Bharatiya Janata Party (BJP) es el
catorceavo Primer Ministro de la India, es un nacionalista hindú miembro de
la organización de derecha Rashtriya Swayamsevak Sangh (RSS).
[2 Nota de la T.: Votado en el Congreso Fundacional de la Cuarta
Internacional (1938) y elaborado por León Trotsky, la idea es, a grandes
rasgos, que las masas en sus luchas diarias hallen la conexión con el
programa de revolución socialista.
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