Uruguay/Debates/ Hacia un bloque social del ajuste [Juan Geymonat]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Sab Jun 16 11:49:44 UYT 2018


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Correspondencia de Prensa

16 de junio 2018

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Uruguay/Debates



Hacia un bloque social del ajuste



Juan Geymonat *



Hemisferio Izquierdo N° 21, mayo de 2018

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Brecha, 15-6-2018

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Si la historia es la historia de la lucha de clases, entonces hay que
entender la forma concreta de esa oposición a escala nacional para entender
la coyuntura y su desenlace posible. Esta es la premisa que guía el esfuerzo
volcado en las siguientes líneas. El foco está puesto en la forma y
mecanismos en que la clase dominante articula sus intereses, y como los
mismos cobran un nuevo sentido y necesidades diferentes en un marco de
contracción económica.



La burguesía periférica y su (trans) histórico programa



Cuando nos referimos a la clase dominante, nos referimos a un conjunto de
grupos sociales que tienen particulares intereses en mantener la estructura
social prevaleciente, y que poseen un conjunto de medios propios eficientes
para hacer aparecer su voluntad como la voluntad general.



Sin embargo, el accionar de la clase dominante y sus posibilidades de éxito
en la imposición de su voluntad como voluntad general, no depende sólo de sí
misma. Su accionar se da en una estructura de clases determinada, y en gran
medida debe ajustarse a ella. Asimismo, la forma e instrumentos para hacer
valer su voluntad, pueden variar en funciones de necesidades del momento y
correlación de fuerzas específicas con otros bloques de poder en la
sociedad.



La clase dominante es un concepto un tanto más amplio que el de la burguesía
o la oligarquía, en tanto incluye un conjunto de grupos sociales relevantes
en el ejercicio del poder social: políticos, militares, etc. Pese a ello los
grandes propietarios y los capitalistas en general constituyen el centro de
gravedad de esta estructura. Son, en una estructura de dominación
capitalista, el grupo social sine qua non.



Los capitalistas, en tanto dueños de los medios de producción, no son un
grupo monolítico que opera de forma ordenada y unívoca. Más bien todo lo
contrario. La competencia opone a los mismos entre sí en un plano cotidiano.
A nivel general diferencia incluso sus intereses más inmediatos. No es lo
mismo el interés de las ganaderos que el de los frigoríficos (la historia
del sector pecuario del país es en buena medida la historia de estos
intereses divergentes); o el de los exportadores que presionan por un tipo
de cambio alto, que el de los importadores que se benefician de un tipo de
cambio bajo. Existen grandes divergencias prácticas entre una y otra
fracción del capital.



Pese a que como capitales individuales se encuentran enfrentados entre sí en
la guerra de la competencia, existen elementos que los agrupan como clase.
Si atendemos a las revindicaciones comunes de las patronales desde 2013
hasta aquí, los énfasis se centran en dos aspectos fundamentales. El primero
de ello es el relativo al costo de la fuerza de trabajo. A cómo realizar una
política efectiva de repliegue de los salarios en el reparto de la torta
uruguaya. El otro aspecto común tiene que ver con la reducción de carga
fiscal y las tarifas energéticas. En ambos casos se trata de una necesidad
de los capitales de reducir sus costos para – siempre en nombre de la
competitividad del país- incrementar sus ganancias. Es un programa -si se
quiere- derivado de la propia condición periférica y de rezago tecnológico
de nuestra economía. Mientras no se puedan obtener ganancias por saltos
tecnológicos (aspecto vedado para cualquier capital nacional caracterizado
por no controlar el desarrollo de la fuerza productiva), la posibilidad de
las mismas se reduce a afectar la estructura de costos.



El poder económico: los grandes capitales y su estructura



Por otra parte, las diferencias entre capitales no son sólo sectoriales.
Existen diferencias y urgencias distintas entre los grandes y los pequeños y
medianos capitales. En términos muy abstractos los capitalistas son los
dueños de los medios de producción que viven de la explotación del trabajo
asalariado. En términos concretos esta diferenciación remite a un conjunto
variopinto de situaciones. En base a esta heterogeneidad,  es importante
distinguir dos grandes conjuntos. El primero de ellos es el del gran
capital. Se trata de aquellos capitales que dominan el aparato productivo
nacional, aquellos que concentran grandes acumulaciones de trabajo y medios
productivos y que dominan la economía nacional ocupando lugares decisivos en
la estructura productiva. Históricamente, esta fracción del capital ha
tendido a estructurarse en base a grupos familiares que han sido trasmitidos
de generación en generación en torno a un círculo muy cerrado. Al mismo
tiempo, estas familias tempranamente (a principios del siglo XX) iniciaron
un proceso de diversificación de su cartera de negocios. Se hicieron al
mismo tiempo, banqueros, terratenientes, industriales y comerciantes. El
gran capital tiene la posibilidad de reciclar sus negocios, de prescindir de
los menos rentables en un memento y reorientar su capital hacia los más
rentables. De alguna forma, logra superar las diferencias que podrían emanar
de los intereses divergentes en las distintas fracciones del capital a nivel
sectorial.



A esta estructura casi centenaria hay que agregar una fracción muy grande de
capitales extranjeros que han acudido al país motivados por los altos
precios de las materias primas a nivel internacional y -en algunos casos-
por el crecimiento económico del último período. Aquella estructura nacional
convive con esta nueva estructura de capitales extranjeros, muchos de ellos
de origen regional. Incluso, el capital extranjero ha desplazado a aquellos
capitales nacionales de algunos centros neurálgicos de la acumulación
nacional. En algunos casos en forma total, como en la banca, y en otros en
forma parcial como el comercio de grandes superficies, y el sector
exportador. Si bien la economía uruguaya y con ello, el dominio del aparato
productivo se han extranjerizado fuertemente en el ultimo período, la
fracción nacional del gran capital sigue siendo una pieza clave, tanto por
su significancia económica, como por su práctica política desde las
principales agrupaciones patronales del país.



Ni oligarcas ni obreros: el papel del capital PYME



El mundo de los propietarios no se agota en los grandes capitales. Existe
una buena porción del mundo empresarial cuya lógica de valorización fluctúa
entre la tasa de interés y la ganancia media de la economía. Son capitales
que se contentan con mantener su actividad siempre y cuando les redunde en
un ingreso superior a lo que sería depositar ese mismo capital en un banco,
pero cuyo nivel de acumulación, concentración y escala los hace inviables
para competir con los grandes capitales a largo plazo. En algunos casos -el
de aquellos más pequeños- pueden resistir en la producción conjugando en la
misma persona -o grupo de personas- la condición de capitalistas y
asalariados. Quizás el ejemplo más nítido de esto sea la producción rural
familiar, o la figura del cuentapropista con local.



Este mundo -tanto el de pequeños como medianos capitales- no es nada menor.
Un porcentaje cercano a la quinta parte de las personas ocupadas en nuestro
país, desarrolla actividades de este tipo.



El pequeño capital, tiende a ser menos productivo y a obtener una tasa de
ganancia menor. Como tal, sus posibilidades de sostener aumentos de costos
(tanto salariales como tarifarios) son menores.



Las derivaciones políticas de este comportamiento entre las fracciones del
capital no dejan de ser interesantes. Al ser un sector numeroso, el pequeño
capital mantiene una incidencia en la formación de opinión y en la deriva
política del país muy importante. Su condición de capitlalista le hace
pensar y comportarse como tal, aunque en varios casos, sus condiciones de
vida se asemejen más a las de un asalariado que a las de un gran empresario.




Cuando el proceso de expansión económica general se contrae, los más
sensibles a esa contracción son los pequeños capitales. Ya que son los que
tienen menores márgenes de ajuste posible. Por allí empieza el descontento y
el clamor, y sobre esa base se edifica y propaga como reguero de pólvora el
programa de ajustes al nivel de vida de la población asalariada.



Sin embargo, no basta con la unidad de la clase capitalista y sus formas en
transición para imponer un programa. Hay que establecer una alianza de
clases más amplia para ello, incluso -aunque sea circunstancial y fugaz- con
aquellos sobre los que va a recaer el ajuste.



El Estado como un capitalista genérico (1)



El Estado moderno cumple distintas funciones necesarias para la reproducción
del sistema bajo parámetros medianamente normales. Desde funciones básicas,
como las de impartir reglas que garanticen una convivencia eficiente tanto a
nivel social como económico; a otro tipo de funciones más complejas. Entre
estas últimas se encuentra la intervención en la economía mediante el
control de algunas variables macro económicas, o como productor directo. Por
último, el Estado interviene haciendo frente a los efectos negativos de una
economía privada de mercado (por ejemplo haciendo políticas sociales,
desarrollando seguridad social, etc). En todo momento, la lógica de acción
del Estado debe ser la de un capitalista genérico. Debe actuar por encima de
los intereses inmediatos de las fracciones de clase, garantizando la
reproducción a escala ampliada del capital ( o, en términos más corrientes,
el crecimiento económico). Pero al mismo tiempo debe reproducirse a sí
mismo. Debe ser capaz de garantizar su continuidad como estructura. Para
ello, debe apropiar parte de la riqueza social generada a través de
impuestos.



Para actuar en forma coherente y cumplir con la reproducción sistémica (que
incluye la de sí mismo) el Estado debe contar con un mínimo de legitimidad.
Lo mismo acontece con el gobierno que conduzca aquella maquinaria. En una
democracia formal, la legitimidad política se traduce en lealtad de masas y
mayorías específicas. En gran medida, esta lealtad debe compenzarse a nivel
material o con otro tipo de motivaciones ideológicas o tradicionales.



Los problemas de legitimidad pueden derivar de dos aspectos. Primero, de una
incapacidad de las acciones del Estado para lograr contener la reproducción
sistémica sobre niveles de normalidad. Por ejemplo, cuando las acciones
macroeconómicas comienzan a no surtir efecto en el crecimiento económico, o
cuando los problemas sociales no pueden contenerse sobre límites
“tolerables”. Segundo, cuando la propia reproducción del Estado exige un
esfuerzo social (mediante cobro de impuestos) que parece no verse compensado
en servicios públicos o en la calidad de los mismos.



Dinámica de clases y agotamiento del modelo progresista: ¿por dónde pueden
venir los tiros?



Los límites del modelo uruguayo, o del ciclo progresista a la uruguaya, son
esencialmente económicos. Obedecen a una economía primarizada y abierta que
se enfrenta a una caída en los precios internacionales, y que comienza así a
quedarse sin su principal sostén: la renta agraria. En el marco de esta
restricción, la economía comienza a contraerse y con ello la posibilidad de
sostener un pacto distributivo donde el ingreso de todos (capitalistas y
asalariado) crecía, garantizando los incentivos necesarios para sostener la
legitimidad social del modelo.



Si bien, los problemas que enfrenta el ciclo progresista son de naturaleza
económica, comienzan a expresarse como elementos de una crisis política. El
gobierno aparece como incapaz de ejercer racionalmente su papel de
capitalista genérico, incurriendo no sólo en problemas para los
capitalistas, sino para otros sectores como los asalariados. La
imposibilidad de sostener un pacto distributivo con incrementos de salario
real, se traduce a la larga o a la corta en malestar y déficit de lealtad de
masas. Es lo que sucede cuando esta lealtad carece de otros alicientes
ideológicos o morales.



El problema pasa a ser tratado, no como un problema estructural que requiere
de trasnformaciones fuertes en la orgnaización social y económica del país,
sino como un problema de racionalidad en la acción estatal. Como un problema
casi que enteramente de gestión. En definitiva, algo que podría solucionarse
con buenos gerentes y un Estado de lógica empresarial donde prime la
eficiencia y la competencia. Este discurso y forma de procesar los problemas
de la etapa son un aglutinador para el “ciudadano de a pié”. Para el
descontento en torno a aspectos más básicos como la calidad y cobertura de
los servicios públicos.



La epxlicación gerencialista, se presenta como la única explicación
coherente sobre lo sucedido, al tiempo que ofrece una salida  alineada
perfectamente con el sentido común construido desde izquierda a derecha
respecto a las bondades y eficiencias de la economía privada y de mercado.



Esta presión sobre la eficiencia del Estado se junta muy bien con la presión
del pequeño y mediano capital asfixiado. Por su parte, el gran capital
nacional está en una posición de privilegio. Desde la asunción del
progresismo fue desplazado del ejercicio directo del poder político, por lo
que no queda envuelto en una posible crisis de legitimidad. Tiene todas las
cartas para presentarse como la alternativa seria, responsable y con
conocimiento de gestión.



Así se van alineando sectores muy disímiles pero que ante un agotamiento del
modelo progresista ven sus intereses y necesidades inmediatas convergir en
torno a un programa de ajuste.



¿Existe margen para el modelo progresista?



Si. El problema es que el margen bajo las condiciones actuales de las
políticas progresistas implica seguir endeudándose en contradicciones a
futuro. Seguir apostando al crecimiento tal cual hoy, implica seguir
apostando a la primarización económica y al ingreso de capital foráneo,
aspectos que incrementan el riesgo y la volatilidad. El peso actual del
capital extranjero en la economía nacional y su potencial incremento es un
factor de inestabilidad en  varios aspectos. No sólo ingresan capitales sino
que también se van dividendos que estos capitales giran a sus casas matrices
y esto implica una presión sobre la balanza de pagos. Por otro lado, en
medida que la política de anuencia de capitales extranjeros se ha basado
fuertemente en renuncia fiscal, la ampliación de la misma puede redundar en
un problema de déficit fiscal. Por último, para mantener abierta la canilla
de la Inversión extranjera es necesario seguir apostando a lo atractivo del
Uruguay para invertir, y eso hay que hacerlo compitiendo con la región. Si
bien Uruguay posee mejores sistemas institucionales y mayor transparencia, a
la larga (o más bien a la corta) precisará también menores salarios y cargas
fiscales para seguir siendo atractivo.



En definitiva, la sostenibilidad del actual modelo sin ajustes sobre el
nivel de vida de los trabajadores es falaz. El problema de apostar
(literalmente) a esta inercia es que el cúmulo de contradicciones puede
traducirse violentamente en una potente crisis política y económica del
modelo. Sin alternativa por izquierda y sin disputa del sentido de esa
crisis, el ajuste será más regresivo y, paradójicamente, con mayor anuencia
popular.



* Docente de Extensión Universitaria (Sceam-Udelar) y de la Facultad de
Ciencias Sociales (Udelar). Es militante de Adur-Pit-Cnt.



Nota



1) Las idea vertidas aquí se inspiran en gran medida en "Problemas de
legitimación en el capitalismo tardío" de Jurgen Habermas.

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