Chile/ Un feminismo desde el Sur [Carolina Olmedo y Luis Thiellemann]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Dom Jun 17 14:55:46 UYT 2018


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Correspondencia de Prensa

17 de junio 2018

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Chile



Las masivas movilizaciones de mujeres



Un feminismo desde el Sur



El neoliberalismo en Chile trasladó a una gran parte de la ciudadanía desde
la esfera privada del hogar hacia la polis: las mujeres. La independencia
económica que implica tener un trabajo, por más precario que sea, permitió
generar un nuevo sujeto político –la mujer pobre– que hoy es protagonista de
uno de los movimientos de masas contemporáneos más importantes de América
Latina y el mundo. Surgido de las luchas estudiantiles, el movimiento
feminista chileno denuncia tanto el patriarcado como el capitalismo, y ha
revolucionado la totalidad del escenario político y social.



Carolina Olmedo/Luis Thiellemann *



Brecha, 15-6-2018

https://brecha.com.uy/



El denominado “mayo feminista” que estalló en Chile este año (véase Brecha,
1-VI-18) traspasó la frontera temporal con manifestaciones que se continúan
en este mes de junio, y ya se ha convertido en la movilización feminista más
grande de la historia de Chile y en una de las más grandes del mundo. Es
todo un acontecimiento en la historia de las luchas sociales, sin duda, pero
también en la pelea por la emancipación de las mujeres en Chile y el
continente. Se trata de un movimiento que ha sido capaz de hacer mutar el
escenario político y social chileno y a sus participantes en su totalidad.
Un movimiento que ya ningún actor social o político puede obviar.



Uno de sus aspectos más renovadores ha sido justamente su capacidad de
expresar malestares generales que hasta ahora se vivían en la soledad del
mercado o del hogar. Es así posible ver el movimiento feminista chileno
actual como el momento más agudo y consciente de un conflicto abierto,
surgido de la transformación social inmensa que supuso el avance neoliberal
en Chile en cuanto al lugar que ocupan las mujeres en la sociedad.



El salvajismo que alcanzó el neoliberalismo chileno destruyó a tal punto la
vida y el tejido social que generó la necesidad de las mujeres de generar
una defensa. Al mismo tiempo, el grado de desarrollo del propio modelo
económico llevaba en sí la semilla de la contradicción material entre las
necesidades de una sociedad liberal y una sociedad conservadora: la
incesante demanda de mano de obra de un mercado liberalizado sacó a las
mujeres del dominio privado del hogar al mercado laboral, y también –gracias
a los salarios y diversas posibilidades organizativas que supone el trabajo
asalariado– a la esfera pública, ciudadana, de la acción política.



Que vivan los estudiantes



Al igual que en 2011, cuando estallaron las masivas movilizaciones
estudiantiles contra la privatización de la educación, ha sido en las
universidades (en Chile, en su mayoría masivas, privadas y con fines de
lucro) donde se produjo la síntesis de esta contradicción.



El corazón de las movilizaciones de mujeres en Chile es el interés común en
una reforma total de la educación pública en clave feminista, la instalación
de una educación no sexista a todo nivel, y la denuncia de la precarización
de la vida femenina como sustento del crecimiento económico chileno.



Las masas de estudiantes chilenos están compuestas por jóvenes de sectores
populares que acceden a la educación terciaria a través del endeudamiento, y
en su mayoría son mujeres. En Chile las estudiantes son el combustible
principal de un mercado de certificaciones que permiten el ingreso a un
mundo laboral altamente profesionalizado y basado en el endeudamiento. Tras
décadas de expansión mercantil de la educación superior, este mercado
laboral impone bajos salarios a quienes no poseen un título universitario.
En Chile hay 750 mil jóvenes, en su mayoría de sectores populares,
endeudados con la banca privada para pagar sus estudios. La deuda en
promedio es de 9 mil dólares, y puede llegar hasta los 50 mil.



De este modo, las universidades chilenas se han convertido en la experiencia
común y escenario del despliegue de diferentes generaciones de feministas;
algunas de ellas se movilizan desde la revuelta en la educación secundaria
de 2006, y hoy lo hacen como docentes. Ello ha consolidado una lucha por la
igualdad en la educación que ha servido de semillero de la sociedad
transformada a la que se apunta, y también una defensa de la universidad
como espacio que debe transitar hacia la incorporación de las demandas
feministas a modo de modelo. De hecho, una de las chispas que encendieron la
pradera fue justamente la lucha contra el abuso y el acoso sexual en las
universidades, que en los últimos años han resultado en castigos y despidos
de académicos a lo largo del país.



Heterogeneidad asumida



Como una anomalía respecto de las rígidas identidades políticas que
caracterizaron a la izquierda chilena del siglo pasado, esta nueva fuerza se
ha mostrado altamente maleable, asume su heterogeneidad (incluye grupos de
orígenes muy diversos: desde movimientos de mujeres pobladoras hasta
organizaciones que nacieron de la lucha contra la dictadura) como una
fortaleza y es el resultado de un itinerario de resistencia, muy creativo y
reflexivo, a las políticas pactadas entre la izquierda y la derecha en la
posdictadura.



En un país donde las ideas revolucionarias fueron casi destruidas y lo que
quedó ha sido deformado y ninguneado, las feministas de izquierda tenían
pocos tótems que respetar. Actualmente su capacidad de movilización es
masiva: sólo este año ya han logrado convocar a más de 100 mil manifestantes
en al menos tres ocasiones para marchas en la capital, y más de la mitad de
las alrededor de 70 universidades chilenas participaron en mayo pasado de
las ocupaciones feministas. La masividad alcanzada desde hace algunos años
por el movimiento se explica en parte porque mayoritariamente no ha asumido
posiciones separatistas o esencialistas, es decir, no excluye a quienes no
son mujeres. Al contrario, se ha planteado la integración con los grupos de
diversidad sexual, y, no sin roces, con las organizaciones de la izquierda.
El movimiento feminista emergido de las franjas sociales más empobrecidas de
la sociedad neoliberal (mujeres endeudadas, con trabajos feminizados, mal
pagos y precarios) –pero también de los restos de las luchas pasadas– ha
sido y se asume como un laboratorio de nueva política para las y los sujetos
marginados del ejercicio político impuesto por el Estado subsidiario.
Haciendo converger las luchas en el enfrentamiento contra el despojo de las
mujeres en una economía de mercado, ha logrado imponerse a todos los niveles
de la acción social (a tal punto que hasta el propio presidente, el
derechista Sebastián Piñera, se vio obligado a declararse feminista).
Cualquier movimiento político en Chile que hoy busque convocar deberá
abordar los conflictos que plantean esas mujeres movilizadas.



Huellas recientes



Continuadora de las luchas de resistencia a la dictadura y las de los
inicios de la redemocratización en Chile, la reflexión feminista surgida en
los ámbitos universitarios durante los últimos diez años adquirió gran
relevancia mediática a partir del movimiento social de 2011 por una reforma
en la educación. En las revueltas masivas de ese año, las más grandes desde
la década de 1980, se instaló en la sociedad la demanda de una “educación
pública, gratuita y de calidad”. A ésta las organizaciones feministas
estudiantiles luego sumaron la de crear una “nueva educación” de carácter no
sexista para la verdadera democratización de la educación como derecho
universal. Y es que muchas de las dirigentes se formaron en escuelas y
universidades que desde 2006 han vivido fuertes cambios culturales, en clave
progresista, que han hecho estallar las concepciones tradicionales sobre la
sexualidad y el género. Fue basándose en esta experiencia que el feminismo
chileno desarrolló dentro del movimiento estudiantil una perspectiva de
superación del patriarcado y más tarde apuntó a que –lo que se reconoció
como un proceso en marcha– trascendiera las salas de clases y los campus y
se proyectara al resto de la sociedad, haciendo propia la defensa de la
educación pública junto al movimiento estudiantil.



La reflexión abierta por el feminismo en el ámbito educativo se ocupó tanto
de dar visibilidad y legitimación pública a las mujeres como de interpelar
desde una perspectiva de género las relaciones, prácticas y producción de
conocimiento en las instituciones educativas donde se desplegó, sirviendo de
base para el cuestionamiento radical de las históricas estructuras de
dominación presentes en las universidades.



La mayoritaria presencia femenina en las universidades de masas no había
implicado en ningún sentido una mayor democratización de estos espacios. El
efecto que sí tuvo la feminización de la educación terciaria fue la
expansión del mercado educativo con la creación de nuevos nichos de la
matrícula universitaria que replicaban las formas de segregación existente
(por ejemplo, se multiplicaron las universidades especializadas en carreras
de profesiones tradicionalmente consideradas “femeninas”). Todo esto generó
una disputa concreta y un campo de acción para el feminismo dentro del
conflicto estudiantil. En este escenario, la emergencia de una crítica
radical a la reproducción de materiales de estudio y actitudes sexistas en
las aulas le permitió al movimiento feminista recuperar la idea de derecho a
la educación como un mecanismo de defensa e integración social, y también
como base indiscutida en la construcción de una sociedad despatriarcalizada.
Este proceso de concienciación y construcción política feminista dentro de
los campus es visible en la proliferación, en las instituciones, de oficinas
de sexualidades y género a partir de 2011, así como también la realización
de distintos encuentros nacionales por la educación no sexista, surgidos
desde los movimientos, que desde 2014 facilitaron el diálogo entre las
diversas corrientes y organizaciones dentro y fuera del espacio educativo.



Un mismo enemigo



A partir de la emergencia en el debate público de este feminismo
universitario, facilitado por el contexto de intensa movilización
estudiantil abierto en 2011, el movimiento también creció en las calles.



Desde allí ha ido organizando a distintas franjas de mujeres excluidas de la
política, con la precarización femenina como denuncia aglutinante.
Organizaciones contra la violencia de género, contra el acoso sexual
callejero y laboral, a favor de la despenalización del aborto y la
legalización de la “píldora del día después”, en lucha por la igualdad
salarial, y una ley de identidad de género, se encontraron así enfrentadas a
un mismo contendor: el orden socioeconómico surgido de la dictadura y
perpetuado por gobiernos civiles. Y es que, según el análisis dominante en
el movimiento, este orden socioeconómico neoliberal aprovecha las lógicas
patriarcales para poder seguir expandiéndose, integrando a la mujer al mundo
laboral como trabajadora precaria o controlando su cuerpo, tanto en el
trabajo formal como en las tareas asociadas al género en el espacio privado
y la reproducción.



La unidad entre estas organizaciones y reivindicaciones se fortaleció en
luchas concretas. A la constitución de la Red Chilena Contra la Violencia
hacia las Mujeres, en 2004, y la primera marcha contra la violencia de
género bajo la consigna “El machismo mata” (en 2008), se sumaron iniciativas
que a partir de 2013 declararon una batalla abierta a la prohibición total
del aborto, que en Chile se prolongó hasta el año pasado. Esta última lucha
supuso un punto de inflexión importante en la masificación del movimiento,
que alcanzó su zenit cuando se aprobó una primera ley de aborto que lo
legaliza en tres casos (riesgo de vida de la madre, embarazo por violación,
e inviabilidad fetal), algo nada menor en Chile. El debate se constituyó
como un espacio de diálogo polémico entre grupos más autónomos y más
institucionalistas, entre organizaciones del feminismo radical, estudiantil,
social y gubernamental.



Sobre esta arena de una lucha feminista tensionada por sus múltiples
intereses, orígenes y orientaciones ideológicas, la conformación de la
Coordinadora #Niunamenos en Chile (en 2016) fue otro paso adelante en la
creación de un espacio de contacto entre las diversidades feministas desde
su unificación en las calles. En el marco de una masificación regional
inédita de la lucha feminista, se ha dado un proceso singular de diálogo y
elaboración entre las “políticas” y las “activistas”, iniciándose un nuevo
ciclo cuya ambición es la refundación –desde el feminismo– de una nueva
izquierda para Chile.



Capitalismo y patriarcado



La reciente tradición crítica y feminista en Chile se apoyó en la
experiencia neoliberal del siglo XXI, y la movilización de las mujeres ha
ido ofreciendo una nueva reflexión acerca de las relaciones entre
capitalismo y patriarcado. Sin que sus líderes principales abandonen la
izquierda, han planteado una consecuente revisión de los viejos y
monolíticos sesgos ideológicos respecto del trabajo de reproducción y
cuidados. Así muchas intelectuales locales han ido elaborando su propia idea
sobre las proletarias del Sur del mundo en el siglo XXI. También las
principales vanguardias feministas activas en Chile han propuesto una
revisión creativa del rol de las mujeres en una política de emancipación de
trabajadores, y han analizado la acelerada integración neoliberal femenina
al trabajo en su doble y contradictoria dimensión: como un factor inédito en
la historia del capitalismo chileno, y como una inmejorable oportunidad para
la expansión del feminismo como herramienta de lucha a nivel general; la
proletarización de las mujeres facilita el ejercicio de su ciudadanía, por
lo que nace así un nuevo sujeto político.



Es en esta clave que los feminismos chilenos convocados por la movilización
iniciada el pasado mayo se asumen en general dentro de una tradición de
lucha local y global más larga, que sin embargo vuelve sobre su historia en
busca de aquellos momentos en que la práctica feminista encausó su acción
hacia una teoría unitaria de lucha socialista. Y es en un esfuerzo por
inscribirse en esa historia y tradición que se constituye un nuevo sujeto
político protagónico en el presente: aquel de las mujeres pobres, que
representan el segmento más despojado en un sistema basado en la
mercantilización de la vida y la privatización de lo público, en un país
donde el mercado de la educación es uno de los proveedores de servicios más
grandes y que endeuda a amplias franjas de jóvenes chilenos. Jóvenes
estudiantes que en su mayoría, por las condiciones de dependencia tardía a
las que están sometidas y por el crecimiento del mercado de las carreras
asociadas a las tareas de cuidado –efecto colateral del aumento de la mano
de obra femenina–, son mujeres en edad laboral.



Las propuestas sociales, políticas e intelectuales que surgen de este
movimiento se han presentado como la posta de relevo del pensamiento
propuesto por la “tercera ola” feminista iniciada a fines del siglo XX, pero
refundando sus saberes sobre el Chile actual, en tanto ejemplo del futurismo
neoliberal. Así, en las semanas pasadas se ha avanzado años en el
reconocimiento de las múltiples formas de “ser mujer” dentro de la
experiencia capitalista, y en la incorporación de las perspectivas de clase
y raza como ejes fundamentales para cualquier construcción de sujeto
político para la emancipación. La extendida relectura de feministas
latinoamericanas, y en especial de la chilena Julieta Kirkwood Bañados, ha
echado luz sobre las escrituras elaboradas en décadas recientes y al calor
de movilizaciones sociales contra la brutal y autoritaria conversión
económica al neoliberalismo en el Cono Sur. Estas revisiones teóricas
otorgan a la izquierda chilena anticapitalista un inédito espacio para la
construcción de nuevas identidades que incorporen al feminismo contemporáneo
como una modernización de sus preceptos ideológicos y relaciones sociales.



Herencia del ciclo previo de movilizaciones estudiantiles (2001, 2006 y
2011), la fuerza del feminismo contemporáneo chileno es su manifiesta
ruptura de la idea conservadora de unidad nacional, a través de una crítica
al sistema en su conjunto formulada desde el lugar de la parcialidad; se
apunta a la economía neoliberal y a las políticas del Estado subsidiario
como mujeres que se asumen agraviadas por la reproducción de la
precarización de la vida y la segregación social por igual.



Perspectivas



Ante este despliegue de movilizaciones, el gobierno chileno se vio obligado
a actuar, pero respondió con un proyecto de reformas llamado Agenda Mujer,
cuyo eje principal es el subsidio a la maternidad, pero únicamente para las
mujeres con contratos, no para las que trabajan en negro, que son la
mayoría. Las organizaciones feministas y de izquierda retrucaron que se
trata en el fondo de un fortalecimiento del Estado subsidiario y de la idea
maternal y familiar de las mujeres. Denunciaron la tendencia de estas
medidas “pro mujer” a la consolidación de un sujeto femenino funcional para
un sistema económico que perpetúa la precarización de la vida de las mujeres
en su conjunto.



En este sentido, la mayor movilización feminista en la historia de Chile
tiene como desafío no sólo contar su propia historia (impedir que el
exitismo neoliberal se la apropie), sino además generar una estrategia
política feminista y antineoliberal. En eso radica la potencia de este
feminismo del Sur: en su interpelación a la promesa incumplida de la
transición democrática y a la crisis de las democracias neoliberales.



El movimiento feminista chileno se plantea a la vez como un producto de la
modernización chilena y como su radical crítico. Incluso su verdugo.
Retomando y reformando al socialismo como un horizonte colectivo, el
feminismo actual representa en la región una nueva y cierta posibilidad de
repensar la política y la cotidianidad de nuestras siempre incompletas
democracias.



* Carolina Olmedo, historiadora, Centro de Estudios Culturales y
Latinoamericanos (Cecla) Universidad de Chile. Luis Thiellemann,
historiador, Universidad Finis Terrae.

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