Brasil/ Un país sin rumbo. El trasfondo de las elecciones. Las repercusiones en la región [Dossier]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Vie Nov 2 11:48:27 UYT 2018


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Correspondencia de Prensa

2 de noviembre 2018

https://correspondenciadeprensa.com/

redacción y suscripciones

germain5 en chasque.net <mailto:germain5 en chasque.net> 

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Brasil

 

Un país sin rumbo 

 

Las elecciones en Brasil revelaron la profunda fractura social en uno de los
países más desiguales del mundo. Se podría interpretar como una reacción de
las capas medias y altas frente a su relativa pérdida de privilegios. El
juez Sergio Moro será ministro de Justicia, lo que confirmaría una
connivencia entre la extrema derecha y la judicatura. El Mst (Movimiento de
los Trabajadores Sin Tierra) enfrentará más ataques, cree João Paulo
Rodrigues, uno de sus dirigentes. Será un desafío gobernar para el
autoritario e intransigente presidente electo, ya que tendrá que pactar con
otros sectores. Sus anuncios en materia económica y de política
internacional ya presentan contradicciones y tendrán repercusiones en toda
la región.

 

Raúl Zibechi

Brecha, 2-11-2018 

https://brecha.com.uy/

 

Los resultados dejan poco espacio para las dudas. El triunfo de Jair
Bolsonaro fue amplio y contundente, por más de diez puntos y diez millones
de votos. Ganó en todo el país menos en el nordeste. Obtuvo una victoria
avasalladora en el sur y el sureste, con un 75 por ciento en el estado de
Santa Catarina, donde la mitad de la población la constituyen descendientes
de alemanes y austríacos.

 

Tuvo un apoyo mayoritario entre los varones de todas las edades, con un
respaldo de 20 puntos porcentuales más que entre las mujeres, cuyas
preferencias fueron parejas para ambos candidatos. La derecha ultra se hizo
más fuerte en las ciudades ricas y blancas, y la izquierda fue imbatible en
las zonas negras y pobres. En suma, un voto de clase y de color de piel, dos
condiciones que en Brasil siempre estuvieron estrechamente anudadas.

 

En Blumenau (Santa Catarina), con 300 mil habitantes, Bolsonaro obtuvo el 84
por ciento de los votos. Ahí el 90 por ciento de la población es blanca y
sólo el 13 por ciento son pobres. Un extremo opuesto puede ser Monte Santo
(estado de Bahía), pegado al mítico Canudos, con 52 mil habitantes: Haddad
obtuvo el 91 por ciento de los votos, pero sólo el 37 por ciento son blancos
y el 78 son pobres.

 

Brasil está en una situación muy difícil. Una sociedad tan desigual –compite
por ser la más desigual del mundo–, con una fractura social y cultural
enorme, no puede encarar ningún proyecto de futuro. La historia dice que
sólo las sociedades mínimamente integradas pueden despegar algún proyecto de
país viable. El gran problema es que las dos fuerzas que podían
representarlo, la socialdemocracia de Fernando Henrique Cardoso y el PT de
Lula, ambas tienen problemas casi irresolubles. El primer partido fue
vapuleado en las urnas y casi desapareció del mapa político (véase nota de
Esther Solano). El segundo es odiado por algo más de la mitad de la
población.

 

Ante este panorama de crisis no sólo económica, sino de sentido histórico
como nación (algo similar a la crisis de civilización que atravesamos), los
debates sensatos son sustituidos por la gritería y el fanatismo, que son los
que dan seguridad en medio de las catástrofes. Cuando el Titanic se hunde,
sólo caben dos acciones: o seguir escuchando la orquesta como si no pasara
nada, o dejarse guiar por el mandón de turno aunque te lleve a ninguna
parte. Son dos caras de una misma actitud, que consiste en no afrontar la
realidad.

 

Cansados de los políticos

 

Carlos Moisés da Silva, 51 años, ingresó al cuerpo de bomberos en 1990
cuando finalizó el curso de Formación de Oficiales de la Academia de la
Policía Militar en Santa Catarina. Además de sus funciones como bombero
militar, actuó como coordinador regional de Defensa Civil. Antes se había
graduado como abogado en la Universidad del Sur, donde fue también profesor
de derecho administrativo y fungió como abogado y coronel del Cuerpo Militar
de Bomberos.

 

En marzo de 2018, hace poco más de medio año, se afilió al Partido Social
Liberal, liderado por Bolsonaro, se presentó como candidato a gobernador por
su estado bajo el mote de “Comandante Moisés”, y obtuvo en la segunda vuelta
nada menos que el 71 por ciento de los votos.

 

Considera que su victoria fue una sorpresa, incluso para él mismo. En las
mediciones de fines de agosto tenía apenas el 1 por ciento de las
intenciones de voto. “Hicimos una campaña simple, sin dinero del partido,
con sólo siete segundos de tevé en el primer turno, cuando ningún instituto
de opinión pública previó que iríamos al balotaje. Soy el gobernador más
votado en la historia porque represento la renovación” (O Estado de São
Paulo, 28-X-18). Sus partidarios festejaron en Florianópolis y Blumenau.

 

Explicar cómo desconocidos se alzaron con las votaciones más altas es un
desafío que los partidos tradicionales, de derecha e izquierda, parecen no
querer asumir. El masivo apoyo al PT, con el 60 por ciento de los votos a
Lula en 2002 y 2006, fue la última apuesta de una población cansada de una
clase política a la que desde hace mucho tiempo identifica con la
corrupción.

 

Luego de diez años de gobierno del PT, esa población entendió que practicaba
exactamente la misma cultura política que los demás, y se lanzó a la calle
en junio de 2013. Fueron 20 millones de personas en 353 ciudades. Pero los
políticos, incluyendo los petistas, no quisieron escuchar y fueron incapaces
de reaccionar.

 

“Queremos el retorno de esta Dilma”, se podía leer por esos momentos en una
de las pancartas que sostenía una joven, en la que se podía ver a la
entonces presidenta cuando estaba en prisión bajo la dictadura, que
sobrellevó con entera dignidad. Esos fueron los años de gigantescos gastos
en los estadios del Mundial 2014, mientras la población sufría con servicios
de transporte, educación y salud cada vez peores.

 

Retórica versus economía 

 

La política internacional de Bolsonaro se puede sintetizar en el fin de la
integración, el acercamiento a Estados Unidos, el aumento de las tensiones
geopolíticas con China, Rusia y Venezuela y, finalmente, una política a la
vez privatizadora y opuesta a los intereses de las mayorías sociales.

 

Tanto la Unasur como el Mercosur están tocados. El futuro ministro de
Economía, Paulo Guedes, anunció que la alianza entre los cuatro países del
Cono Sur “no es la prioridad”. La apuesta parece ser a las relaciones
bilaterales, en el mismo sentido del gobierno de Estados Unidos, al que
pretende acercarse.

 

El presidente electo anunció que sus referencias internacionales son Israel,
Italia y el país de Trump, y que sus principales adversarios serían
Venezuela y China. Sobre el dragón, Bolsonaro no se privó de hacer
declaraciones contrarias (“China no compra en Brasil, compra Brasil”, dijo
en plena campaña) y realizó una provocadora visita a Taiwán en febrero, algo
que molesta sobremanera en Pekín.

 

En algún momento de la campaña declaró que China es un “predador que quiere
dominar sectores cruciales de la economía” de Brasil, al parecer molesto por
la compra de una mina de niobio por parte de China Molybdenum, ya que se
trata de un metal estratégico que los nacionalistas brasileños no quieren
enajenar (Reuters, 25-X-18).

 

Aunque China es un importante inversor en Brasil que se está haciendo con
sectores clave de su economía, Bolsonaro no podrá prescindir de mantener
buenas relaciones. En efecto, entre 2003 y 2017 el dragón anunció
inversiones por 123.000 millones de dólares, en su inmensa mayoría en las
áreas de energía y minería, incluyendo petróleo y minerales estratégicos (El
País, 22-I-18).

 

Días atrás la Corporación de Inversiones de China (Spic) hizo una oferta
formal para el control de Madeira Energía, propietaria de la represa San
Antonio, una de las mayores del país, con una inversión total de 1.000
millones de dólares y asumiendo una deuda de más de 4.000 millones (Valor,
29-X-18). Brasil está barato y se espera una carrera de ofertas, en las que
los chinos pueden llevar la delantera.

 

Hay, empero, una razón adicional para inducir a Bolsonaro a evitar la
confrontación con China y a no alinearse con la guerra comercial de Trump.
Brasil tiene una enorme dependencia de las importaciones de la potencia
oriental. Los dos principales rubros de exportación a China son mineral de
hierro y soja. El primero representa el 61 por ciento de las exportaciones
totales de hierro y la soja que se dirige a China representa el 80 por
ciento del rubro, ya que la guerra comercial desvió buena parte de las
importaciones asiáticas de Estados Unidos al mercado brasileño.

 

Por más ultraderechista y nacionalista que pretenda ser el gobierno que se
instalará el 1 de enero, las realidades globales ponen límites precisos a
las veleidades y las opciones ideológicas. Algo similar puede decirse de la
política nacional, en la que Bolsonaro tendría el campo más despejado, ya
que cuenta con mayorías parlamentarias y una opinión pública favorable. En
este terreno el juego de partidos y las inercias institucionales le jugarán
también en contra.

 

Brasil tiene un déficit fiscal del 8 por ciento del Pbi, más del doble de
Uruguay y tres veces el promedio de la región, lo que obliga a tomar medidas
de austeridad y de reforma del sistema previsional, que es una de las
principales causas del déficit. Se encararán privatizaciones, pero el sector
militar que lo apoya se opone a que incluyan áreas estratégicas como
Petrobras.

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Análisis truncos

 

Una izquierda sin rumbo 

 

Raúl Zibechi

Brecha, 2-11-2018

 

Si se busca comprender la situación política actual en Brasil, simplemente
mentar al fascismo es un mal camino. Implica adjetivar la realidad, para no
tener que analizarla. La inmensa mayoría de los análisis de los medios de
izquierda eluden cualquier responsabilidad de la izquierda en el desenlace
bolsonarista.

 

“Un troglodita radical, incapaz de comprender la vida más allá de su defensa
inquebrantable de la violencia. Un ser totalmente desequilibrado, que
merecería soporte psicológico urgentísimo”, concluye sobre Bolsonaro el
corresponsal de Página 12 en Brasil. Tan sólo una de las tantas perlas de
“análisis” que ofrecen algunos escribas izquierdosos sobre el próximo
presidente.

 

Hay análisis más sofisticados, por cierto, en los mismos medios. Pero la
gritería se lleva la palma. La pregunta es cómo va a actuar la izquierda en
una sociedad partida al medio y con altas dosis de violencia racista y
clasista.

 

En su primera entrevista luego de ser electo, Jair Bolsonaro repitió varios
de sus dogmas, como liberar la posesión de armas y reducir la edad de
imputabilidad penal a 14 años. Declaró la guerra a los movimientos sociales,
al destacar que las ocupaciones de los sin tierra y los sin techo (Mst y
Mtst) serán “tipificadas como terrorismo”, y que “se debe abandonar lo
políticamente correcto” (Valor, 30-X-18).

 

Los cuadros políticos y los militantes de la izquierda se reclutan hoy entre
los universitarios de clase media, aunque sus votantes provengan de los
sectores más pobres. Aquellos tienen sus propios intereses, y en los
intercambios preelectorales argumentaban que si ganara Bolsonaro pensarían
en emigrar a países con mejores condiciones de vida. Esta es una de las
principales limitaciones de las izquierdas progresistas. Haberse instalado
en los despachos institucionales limita tanto su capacidad de comprender la
realidad como de actuar en consecuencia.

 

A esos cuadros se les podría aplicar, casi íntegramente, la “Tesis XII” de
Sobre el concepto de historia, de Walter Benjamin. El autor alemán
consideraba que la socialdemocracia era la gran responsable de la derrota
ante el nazismo porque había minado la fuerza espontánea de las clases
oprimidas. En apenas tres décadas había borrado el nombre de rebeldes
ejemplares, como Blanqui, y adjudicado a la clase trabajadora “el papel
redentor de las futuras generaciones, cortando así el nervio de su mejor
fuerza”, que había consistido en “su odio y su espíritu de sacrificio”, que
“se nutren de la imagen de antepasados esclavizados y no del ideal de los
descendientes liberados”.

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El trasfondo de las elecciones

 

Charles-André Udry 

A l´encontre, 29-10-2018 

http://alencontre.org/

Traducción de Faustino Eguberri – Viento Sur

https://www.vientosur.info/

 

Dos dinámicas socioeconómicas deben tenerse presentes para comprender el
trasfondo de una elección así en Brasil y sobre todo comprender una
estructura del poder económico-político distorsionada. Según las tendencias
propias a la acumulación del capital y a la distribución de la plusvalía
producida por la fuerza de trabajo y acaparada por los sectores dominantes,
Brasil está marcado, a la vez, por: 1º desigualdades sociales muy profundas,
con rasgos en gran medida aún imprimidos por el período esclavista que duró
hasta 1888. Esta fecha tardía, es el producto de las inercias de la
existencia de una formación social esclavista durante más de dos siglos,
como han puesto notablemente de relieve los trabajos de Jacob Gorender; 2º
desigualdades regionales exacerbadas en un país que parece un continente.

 

Esta desigualdad espacial y social se acentúa aún más bajo los efectos de
una reforma agraria que está estancada (desde 2003, primer gobierno Lula).
Estimula por tanto un exilio de la población rural, por etapas, hacia las
grandes ciudades. Esto se efectúa bajo las presiones violentas de la
extensión de los cultivos rentistas (soja transgénica, naranja, caña de
azúcar, en parte para los biocarburantes, etc.), de una ganadería extensiva
(para la carne de vacuno) e intensiva (gigantescas fábricas para la
producción de pollos en batería, por ejemplo), de políticas extractivistas
que implican el saqueo de los diferentes minerales, de los hidrocarburos y
de la deforestación de superficies gigantescas de tierra, entre otros
lugares en la Amazonía. Este colosal territorio sirve también de reserva que
utilizan las transnacionales a la búsqueda de moléculas (plantas, árboles,
diversos insectos, hongos…) aptas, potencialmente, al final de la cadena,
para la producción de medicamentos o materiales nuevos. En una palabra, se
trata de una enorme privatización de lo vivo.

 

Toda esta conquista territorial se efectúa por medio de una “verdadera caza
criminal” contra las y los pobres, indígenas (indios de la Amazonia entre
otros), negros de los quilombos, los territorios “autónomos” formados por
las y los negros que escaparon al esclavismo o/y buscaron un refugio a
finales del siglo XIX. Bandas criminales, financiadas por las y los grandes
propietarios de la tierra y especuladores inmobiliarios, cazan a las y los
campesinos sin tierra y a las personas “inmigrantes urbanos” que no tienen
techo.

 

Estos últimos han sido expulsados (y lo siguen siendo) bajo los efectos de
proyectos inmobiliarios o como consecuencia de la megalomanía de las
construcciones “deportivas” necesarias para la construcción del imperio de
los Juegos Olímpicos (en 2016 en Rio de Janeiro) -colocados bajo el
liderazgo de la CIO, cuya sede está en Lausana -o de la Copa del mundial de
fútbol (en 2014), bajo las órdenes de la FIFA, “organización filantrópica”
cuya sede está en Zurich. Y entonces dirigida por Sepp Blatter, el “balón de
oro” de la estafa… invitado (privado) en Moscú, en el último mundial, a fin
de evitar su posible detención.

 

No comprender estos elementos socioeconómicos e históricos elementales
conduce a algunas y algunos comentaristas “cultivados” -de hecho
cavernícolas- a farfullar cifras sobre el número de homicidios y la
“violencia”- completamente “natural”, casi “cultural”- que reina en Brasil.
Repiten, así, un discurso bolsonarista del que no tienen siquiera
conciencia, al estar tan obstruido su “cerebro” por los comunicados, muy
resumidos, de las agencias de prensa.

 

Dilma Roussef, Michel Temer, Jair Bolsonaro

 

Los resultados completos -incluyendo los votos de las y los 500.727
electores brasileños que votan en 99 países- estuvieron disponibles algunos
minutos después de la medianoche. La votación electrónica permitía, clicando
el número 13, elegir al candidato del “Frente Democrático”, en realidad del
Partido de los Trabajadores, y en el 17, al capitán en la reserva y diputado
federal desde hace 27 años: el neofascista Jair Bolsonaro.

 

El resultado de la votación presidencial en la segunda vuelta es del 55,13%
para Jair Messias Bolsonaro, con 57.977.423 votos y Fernando Haddad: 44,87%,
correspondiente a 47.040.574 votos; por tanto una ventaja de 10 millones de
votos a favor del admirador de la dictadura, de quien promete y va a poner
en marcha una aceleración de las contrarreformas sociales y económicas ya
iniciadas por el sórdido Michel Temer. Un Temer que, sin temor, reemplazaba
a Dilma Rousseff, debido a su destitución en agosto de 2016. Michel Temer
había sido candidato a la vicepresidencia en la candidatura de Dilma
Rousseff, lo que explica no solo su sucesión, sino su encarnizamiento por
destituirla. Termina su mandato con el 4% de “opiniones favorables” y tiene
procesos que esperándole, quizás…

 

Dilma Rousseff, por su parte, ha sido derrotada en la primera vuelta de las
elecciones (el 7 de octubre) para el puesto de senadora en el importante
Estado de Minais Gerais, con el 15,21% de los votos, a pesar de una
inversión de más de 5 millones de reales. Eliminada por un reaccionario
ligado a Bolsonaro, Rodrigo Pacheco (Demócratas, un oxímoron). De hecho,
quedó la cuarta. Su “suerte”, como la de Temer, aunque ciertamente
diferente, ilustra la farsa político-electoral puesta en marcha por el PT en
las elecciones presidenciales de octubre de 2014. Su desenlace se ha
concretado este 28 de octubre de 2018.

 

Jair Messiah Bolsonaro es el octavo presidente elegido directamente tras el
período de la dictadura militar de 1964-1985. Es el tercer militar que gana
la presidencia por votación directa. En 1910, Hermes Fonseca, antiguo
Ministro de Defensa, admirador del ejército prusiano de Guillermo II y
católico conservador, obtuvo este puesto. Impuso el “servicio militar
obligatorio”. Vivió seis años en Suiza en los años 1920.

 

En 1945, Euricio Gaspar Dutra (1883-1974) fue elegido presidente y ocupó su
mandato de enero de 1946 a enero de 1951. Había ocupado también,
anteriormente, el puesto de Ministro de la Guerra del 5 de diciembre de 1936
al 3 de agosto de 1945. Jugó un papel en la conspiración para establecer el
“Estado Novo” en 1937, con Getulio Vargas. Un proyecto que combinaba una
afirmación nacionalista frente al declive de los antiguos imperialismos, un
poder autoritario, una cierta política de desarrollo (mediante el comienzo
de una política de sustitución de las importaciones) y un anticomunismo
feroz. Conjuntamente a esta opción, frente a una Argentina en pleno auge,
Brasil realizó un comienzo de alianza con los Estados Unidos, lo que se
concretó, durante la Segunda Guerra Mundial, en un sentido políticamente
opuesto al de Argentina.

 

El tercer militar post-1945, elegido por sufragio universal directo, es solo
un capitán que fracasó en su carrera y fue reciclado durante 27 años como
diputado federal de Sao Paolo: Jair Messiah Bolsonaro.

 

Hay que remontarse a 2013 para comprender el comienzo del giro. Se opera
cuando el movimiento de junio demostró la cobardía del PT para responder a
él por la acción (movimiento para el transporte gratuito, entre otros) y por
un contraataque decidido a la presencia de grupos de derecha radicales en
ese movimiento. Estos últimos le pusieron sobre la defensiva, en este
terreno, igual que a formaciones de la izquierda radical que se dividían a
la hora de analizar la “naturaleza del movimiento” -con sociólogos que
sondeaban las almas y los corazones, de lejos evidentemente- y no
respondiendo, en la movilización plural a las provocaciones de la extrema
derecha. Esta situación dio la señal de que se había instalado un vacío,
entre, de una parte, un sector de la población, incluso la pauperizada así
como una fracción de la juventud, y, de otra parte, la llamada “clase
política”.

 

En este contexto comenzó la movilización, bien organizada, contra el
gobierno de Dilma Rousseff que no solo no aplicaba sus “promesas”
electorales, sino que multiplicaba las concesiones a los ruralistas.

 

Por ejemplo, colocaba en la dirección del Ministerio de Agricultura a Katia
Abreu, de enero de 2015 a mayo de 2016. Ahora bien, esta última había sido
-como propietaria de una gran granja enTocantins- la presidenta durante años
(1995 a 2005) de la asociación de propietarios rurales de ese Estado. Luego,
ganando galones, se convirtió en la presidenta de la CNA (la Confederación
de la Agricultura y de Ganadería de Brasil) entre 2008 y 2011. Cumplió en
ese puesto con firmeza su papel de defensora de los ruralistas. Expresaba
los deseos y los intereses de estos últimos. Los de la “fracción B” (buey),
del complejo reaccionario BBB, es decir, Buey, Balas y Biblia. Esto no
planteaba problemas a “su amiga” Dilma Rousseff.

 

En la onda de tal naufragio gubernamental se organizó por tanto la
movilización de la derecha contra el gobierno del PT y, simbólicamente para
personalizar la campaña, contra Dilma Rousseff. El despegue de esta
movilización se hizo en el momento en que la crisis económica golpeaba
duramente Brasil, de hecho desde 2014 pero con un pico en 2015-2016. Se
prolongaba aún en 2017.

 

De todo ello se ha seguido una pauperización de una capa social que había
pensado subir en “la escala social” -algunos escalones, ¡no más!- y
manifestaba su decepción buscando un “chivo expiatorio” que estaba ya creado
y dispuesto a ser utilizado. En efecto, surgía, desarmado de la cabeza a los
pies, de los “escándalos de corrupción” que golpeaban a todos los partidos,
en particular al PT porque se le suponía a su imagen histórica contrastar
con el dogma de corrupción que operaba desde hacía mucho en la política
brasileña; un poco a imagen de la extrañeza que algunas personas expresan
ante los “votos” del clero católico y sus prácticas de pedofilia.

 

Como la ocasión hace al ladrón, la operación “manos limpias” brasileña (Lava
Jato) desestabilizó a todas las formaciones políticas. La autonomía parcial
de lo judicial, la judicialización de la llamada vida política y, en fin,
los métodos utilizados -según el modelo italiano admirado por el juez Sergio
Moro- consistentes en declararse testigo de cargo para ver su pena de
encarcelamiento disminuida al denunciar “a los suyos” engordaron una ola
creciente y continua de “escándalos”. Eran difíciles de frenar. Resultó de
ello una complejidad de la crisis económica, de la del régimen político, de
la relación entre las instituciones y el “control de la población”, hasta
medidas de militarización de un Estado por el poder central, como en el caso
de Rio de Janeiro. Mientras tanto, Jair Bolsonaro, junto con quienes le
apoyaban, preparaba el terreno.

 

Los dos partidos que dominaban el campo político desde el final de la
dictadura estaban muy sacudidos y lo siguen estando: 1º el PSDB (Partido de
la Social Democracia Brasileña), en cuyo seno la figura emblemática era y es
Fernando Henrique Cardoso, que ha conocido el exilio en París durante una
parte del período electoral y 2º el PT lulista; Lula fue un miembro clave
del núcleo que lanzó el PT a comienzos de los años 1980, luego se convirtió
en el hombre del “lulismo”, tras haber sido el líder del PT.

 

Que estos dos partidos no hayan dejado de realizar alianzas absolutamente
“podridas” política y financieramente, a fin de controlar un legislativo
(Asamblea de Diputados y Senado), no hace sino desacreditar a formaciones
cómplices como el PMDB (hoy el MDB de Temer) o el Partido Democrático
Laborista (PDT) cuyo líder es Ciro Gomes. Fue candidato a las elecciones
presidenciales de 2018. Obtuvo el tercer puesto con el 12,47% de los votos;
mientras que Geraldo Alckmin del PSDB alcanzaba penosamente el 4,76% de los
votos.

 

Por la brecha abierta por esta multiplicación de choques se colaron pequeñas
formaciones. Entre ellas el PSL (Partido Social Liberal) de Jair Bolsonaro
que encontró un apoyo, en un primer momento, entre fracciones del ejército
cuyos miembros fueron por otra parte muy activos en la campaña electoral.
Luego en una red de comunicación controlada por las iglesias evangélicas y
pentecostales que le ganan la partida desde hace años a la iglesia católica.
Estas iglesias organizan a sus bases (activas durante la campaña) con un
sistema de solidaridad -que consiste en redistribuir una fracción de las
sumas cogidas a “sus” fieles, a un pequeño porcentaje de electos,
agradecidos- y una maquinaria de socialización, sobre todo para la gente
excluida que vive en las grandes ciudades, proveniente del éxodo rural.

 

A esto se ha añadido lo que The Economist (27 de octubre-2 de noviembre de
2018) califica de una adhesión dubitativa de una fracción del gran capital
con el objetivo siguiente: “Bajo la presidencia de Bolsonaro, Brasil[¿qué
Brasil?] puede esperar una reforma [del sector público], una economía en
crecimiento rápido [que será impulsada por las privatizaciones cuyo campeón
es el consejero de J. Bolsonaro: Paulo Guedes] y con un presidente que
controla sus pulsiones autoritarias”. Un verdadero programa para el capital
brasileño.

 

Pero entre estos proyectos, estas visiones prospectivistas tecnocráticas, y
las fuerzas sociales y políticas puestas en marcha casi se puede dar por
seguro el choque.

 

Volveremos sobre la situación en Brasil, examinando, entre otras cosas, las
elecciones a gobernadores/as, las reacciones populares “instantáneas” y el
anuncio hecho por la Folha de Sao Paolo según el cual “Bolsonaro desmonta su
búnker en Brasilia”, es decir el comienzo de la formación de un nuevo
gobierno que abre un nuevo período en Brasil. Esto tanto más cuanto que
estas elecciones son la prolongación de las de Colombia, Chile, de la
Argentina de Macri, de los poderes autoritarios -de orígenes diversos en
América central- y del desastre completo del gobierno Maduro en Venezuela,
que se convierte, sobre la base de lo que vive concretamente la población
(cuando no se exilia en masa) en un espantajo fácilmente agitable.

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Bolsonaro y sus repercusiones en la región 

 

Decio Machado

Brecha, 2-11-2018

 

Brasil, país emergente que ha sido referencia en el subcontinente, se ha
convertido tras las elecciones del pasado 28 de octubre en el eje sobre el
que pivota gran parte de la inestabilidad política y económica regional.

 

La nación más grande de Sudamérica, con una tasa de homicidios que supera la
de Europa y también la de Estados Unidos, decidió, en el marco de una fuerte
deslegitimación social de su ecosistema político institucional, votar por el
antipetismo plasmado en la figura de una nueva derecha que se manifiesta
como alternativa pese a sus cánones sumamente conservadores en el sentido
moral y neoliberales en lo referente a sus planteamientos económicos.

 

El fenómeno puede ser extensible a otros países de América Latina en la
medida en que el subcontinente ostenta la nada envidiable distinción de ser
la región más violenta del mundo, con 23,9 homicidios por cada 100 mil
habitantes, comparado con los 9,4 de África, 4,4 de América del Norte, 2,9
de Europa y 2,7 de Asia.

 

Hablamos de un territorio que concentra apenas el 8 por ciento de la
población mundial pero el 37 por ciento de los homicidios que acontecen en
el planeta, donde están ocho de los diez países más violentos a nivel global
y 42 ciudades del ranking de las 50 más inseguras del globo terráqueo. En
ese contexto, las expresiones políticas de “mano dura” contra la violencia,
como las que representa Bolsonaro, pueden imponerse ante conceptos
anteriormente aceptados con respecto a la inviolabilidad de la integridad
física y los derechos ciudadanos.

 

En paralelo, tres de cada cuatro ciudadanos latinoamericanos manifiesta
–según diversos estudios de alcance regional– escasa o nula confianza en sus
respectivos gobiernos, y alrededor del 80 por ciento de la sociedad es
consciente de que la corrupción está extendida en las instituciones públicas
de la región. El sistema de partidos políticos está actualmente altamente
desprestigiado, las clases vulnerables – o sectores recién salidos de la
pobreza– y las clases medias más consolidadas no sienten que sus reclamos
sean adecuadamente canalizados por sus gobiernos ni por las formaciones
políticas de viejo cuño, a la par que la mayoría de la gente no tiene fe en
el futuro. En resumen, la desconfianza ciudadana es cada vez mayor y está
llevando a una fuerte desconexión entre la sociedad y la estructura del
Estado, lo que pone en jaque la cohesión social y debilita el “hipotético”
contrato social existente.

 

En este contexto, el terreno está abonado para la configuración de nuevas
fuerzas políticas que se posicionen como antisistémicas frente a los
partidos convencionales, incluyendo entre ellos a las candidaturas
progresistas que durante el pasado ciclo político no pusieron en cuestión el
modelo de acumulación heredado ni el statu quo existente dentro de nuestras
sociedades, ni el modelo para la toma de decisiones en el Estado. En
paralelo, se reposiciona socialmente –en sociedades asediadas por el crimen
y la violencia– el imaginario de que para acabar con la delincuencia es
necesario que haya “mano dura” por parte de las autoridades, mientras las
tácticas militarizadas vuelven a ser propuestas como herramientas para
asegurar una gestión exitosa en la seguridad ciudadana.

 

Pero más allá de un posible “efecto contagio” en la región, y contrariamente
a las lógicas emanadas por líderes como Lula, Chávez o Correa, el actual
presidente electo de Brasil no manifiesta inicialmente pretensiones de
convertirse en una figura de liderazgo regional.

 

Más allá de su confrontación ideológica con gobiernos como Cuba, Venezuela e
incluso Bolivia –países a los que Bolsonaro considera que “no agregan valor
económico y tecnológico a Brasil”–, el futuro mandatario brasileño ha
manifestado interés por acercarse a países desarrollados fuera de la región
con el fin de reimpulsar el comercio exterior del gigante sudamericano.
Dicha posición posiblemente termine de sepultar los ya semimoribundos
procesos de integración regional: Celac, Unasur e incluso el propio
Mercosur. El primer destino que aparece en su agenda internacional es Chile,
donde será recibido por Sebastián Piñera, lo que parece indicar un cambio en
la preferencia de las alianzas comerciales brasileñas en la región, antes
encabezada por Argentina, el tercer país que más importa desde Brasil.
Bolsonaro también visitará Estados Unidos con el fin de entrevistarse con
Donald Trump, líder por el cual el presidente electo brasileño ha
manifestado “gran admiración”; y en tercer lugar Israel, país en el cual
pretende trasladar su embajada desde Tel Aviv a la ciudad de Jerusalén,
siguiendo las presiones internas recibidas desde sectores evangélicos y
pentecostales.

 

China, principal socio comercial de Brasil en estos últimos años –con un
monto de 75.000 millones de dólares en comercio bilateral durante el
ejercicio 2017 (20,3 por ciento del comercio exterior brasileño)–, se
mantiene a la expectativa respecto de los iniciales movimientos de Jair
Bolsonaro, quien ha descrito al coloso asiático como “un depredador” que
busca dominar las áreas económicas clave de su país y la región. Pese a
ello, Beijing confía en que las relaciones comerciales con Brasil sigan
siendo prósperas, y en prueba de buena voluntad tituló el editorial del
China Daily (periódico controlado por el Partido Comunista Chino) del día
después del triunfo de Bolsonaro “No hay razones para que el Trump tropical
interrumpa las relaciones con China”. En dicho texto la burocracia
gubernamental asiática manifestaba: “Tenemos la sincera esperanza de que
cuando asuma el liderazgo de la octava economía más grande del mundo,
Bolsonaro mirará de manera objetiva y racional el estado de las relaciones
China-Brasil”. En todo caso, y más allá de su posible alineamiento
geopolítico con los intereses de Estados Unidos a nivel global, preocupa
sobremanera en Beijing qué devendrá del viaje a Taiwán programado por
Bolsonaro para el mes de marzo.

 

Por otro lado, las continuas referencias neonacionalistas expresadas por
Jair Bolsonaro durante la reciente campaña electoral indicarían una
tendencia a la revisión de lo que han sido las políticas impulsadas desde el
palacio de Itamaraty durante las últimas décadas. Su lema “Brasil por encima
de todo, Dios por encima de todos” se asemeja bastante al “America First” de
Donald Trump, y pese a que la política exterior está minimizada tanto en el
discurso como en el programa electoral del actual presidente electo,
Bolsonaro defiende en la práctica un cierre de fronteras en cuanto a
políticas migratorias pero una mayor apertura comercial con base en la
reducción de aranceles y barreras no arancelarias, así como la firma de
acuerdos bilaterales de comercio país a país y no integrados en el Mercosur.

 

Según Luiz Philippe de Orléans e Bragança, uno de los pocos nombres que
aparecen como posibles titulares de la cartera de Relaciones Exteriores en
el futuro gabinete de ministros de Bolsonaro: “Brasil está abierto a los
negocios pero cerrado a la influencia (…). Tenemos que cerrarnos a la
influencia de las Naciones Unidas, de China y de los grandes bloques
negociadores de la Unión Europea que tienen a Brasil en sus agendas”.

 

Así las cosas, incluso en la Alianza del Pacífico, bloque de países de
economías abiertas compuesto por estados de clara tendencia conservadora, se
manifiesta inquietud respecto al impacto en la región del “nuevo” Brasil que
presidirá Bolsonaro a partir del 1 de enero del próximo año.

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