México/ Con el norte bien claro. El éxodo centroamericano se abre paso. [Dossier]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Vie Nov 9 15:19:33 UYT 2018


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Correspondencia de Prensa

9 de noviembre 2018

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México



El éxodo centroamericano se abre paso a través de México



Con el norte bien claro



Frente a la presión de las autoridades por detenerla, la primera caravana en
llegar a Ciudad de México debate cómo seguir. La situación desenmascaró la
larga crisis que vive Honduras, donde la violencia, la pobreza y el
autoritarismo empujan a la gente a partir, y la migración es el verdadero
sostén de la economía nacional.



Eliana Gilet, desde Ciudad de México

Brecha, 9-11-2018

https://brecha.com.uy/



Ya son cinco los grupos de migrantes que atraviesan México en caravana rumbo
a Estados Unidos. Van a pie, “a jalón” de los camiones en la ruta o, cuando
pueden pagarlo, en autobús. La Policía Federal dice que son 17 mil personas;
4 mil ya están en la capital mexicana. Es un éxodo.



La sangría de gente es apenas una muestra que permite intuir la profundidad
de la crisis hondureña: servicios públicos devastados, salarios de chiste y
un presidente impopular que simboliza un sistema opresivo con toda
disidencia. “¡Fuera joh!”, gritan los migrantes al marchar, en referencia al
presidente de Honduras, Juan Orlando Hernández.



En este éxodo viaja gente de las dos ciudades principales de ese país,
Tegucigalpa y San Pedro Sula, de aldeas de las zonas rurales, y trabajadores
de campo guatemaltecos. Los salvadoreños también están: se acercaron en
grupos más pequeños y en su propia caravana. Hay familias enteras que han
sido amenazadas en sus países de origen. Cuando los padres se sienten en
peligro, no dejan a sus hijos atrás.



Otros ya estaban en México, pero como su trámite de refugio no avanzaba, las
caravanas se transformaron en la manera obvia de subir al norte por un país
peligroso, sin tener que pagar los costos del “pollero”, ni las extorsiones
de la policía o la “migra”.



En varias oportunidades durante la sucesión actual de marchas migratorias el
gobierno federal mostró el garrote, con represión o demoras en la ruta
durante las horas más duras del sol mesoamericano. Aunque algunos gobiernos
locales ofrecieron ayuda humanitaria, la respuesta solidaria de los
pobladores que recibieron a los centroamericanos rebasó a la autoridad, en
un despliegue de redes de ayuda y autoorganización como el ocurrido tras el
sismo del 19 de setiembre de 2017. Los mexicanos tienen el migrar en la
genética, y las respuestas xenófobas se mantienen confinadas a las redes
sociales.



Antes de que la primera caravana saliera de Chiapas, el presidente mexicano,
Enrique Peña Nieto, anunció el plan de contención Estás en tu Casa. Según
sostuvo en un comunicado la coordinadora de los migrantes centroamericanos
en México, la medida no ofrece nada distinto a lo que ya garantiza la
legislación vigente, mientras reduce la posibilidad de solicitar refugio a
los estados de Chiapas y Oaxaca. La respuesta del éxodo fue seguir
caminando.



Los primeros miembros de estas caravanas que pidieron refugio en territorio
mexicano fueron recluidos por el Instituto Nacional de Migración (Inm) en la
Feria Mesoamericana de Tapachula durante más de dos semanas. El
confinamiento duró hasta el 5 de noviembre, cuando se anunció el cierre del
predio y se desalojó sin aviso previo ni planificación a unas 2 mil
personas, según denunció la Misión de Observación del Éxodo Centroamericano
en Chiapas, integrada por diversas organizaciones sociales.



Ahora el gran campo de refugiados está en Ciudad de México. La autoridad
local armó lo que llama un “puente humanitario” para coordinar la ayuda, que
concentró en un solo punto: el estadio Jesús Martínez, “Palillo”, ubicado en
la ciudad deportiva Magdalena Mixhuca, de la capital mexicana.



Arde Honduras



La primera vez que esta cronista cubrió la ruta migrante en México, los
hondureños ya eran mayoría. Sentado bajo la pequeña línea de sombra del
albergue de la ciudad chiapaneca de Palenque, un trabajador de la industria
textil hondureña de 33 años trazó en 2015 los motivos que hay detrás de lo
que ahora ocurre.



“La gente se ha rebelado en San Pedro, en Tegucigalpa, en Comayagua, pero
ellos responden con su Policía Militar para gasear y golpear a las personas
y luego hacen que los medios tarifados no publiquen cuando hay
manifestaciones contra el gobierno”, explicó.



Recordó el golpe de Estado de 2009 y el posterior estado de sitio que duró
seis meses –con toque de queda a partir de las 5 de la tarde–, los
escándalos públicos de corrupción que fueron cebando el malestar entre la
gente, los bajos salarios que ahogaron a los pocos que tenían trabajo:
“1.500 lempiras (60 dólares) a la semana y explotados los siete días”.



“Cuando empezaron los movimientos, muchos nos quejamos. No han querido
bloquear las redes sociales porque las usan para intimidarnos. En Facebook
no se puede publicar cosas contra el gobierno”, contó el hondureño. Mencionó
como ejemplo la persecución al periodista David Romero, quien luego sería
condenado a diez años de prisión por difamación, tras revelar un millonario
desfalco del oficialismo en el Instituto Hondureño de Seguridad Social.



En aquel entonces el hombre migraba a escondidas, porque el Plan Frontera
Sur llevaba un año en pie y la ruta mexicana estaba llena de retenes de la
migra. Todos los albergues, en su mayoría pertenecientes a congregaciones
religiosas, ya anunciaban que las violaciones a los derechos humanos de la
gente en tránsito se habían disparado, debido a la militarización sin pausa
de los estados del sureste.



Es en ese marco que debe leerse el avance de las fuerzas armadas mexicanas
sobre la frontera con Guatemala que se vio el pasado 19 de octubre en el río
Suchiate, cuando ingresó el éxodo actual. Se trata de la culminación de un
proceso represivo que ya lleva cuatro años y que busca cerrar la frontera
sur de México hasta convertirla en el verdadero muro prometido por el
presidente de Estados Unidos (véase Brecha, 26-X-18).



Entre quienes llegaron por estos días a Ciudad de México, una joven de 26
años del departamento hondureño de Yoro denunció lo mismo que aquel obrero:
trabajo doméstico con cama –un día libre cada 15– por 1.500 lempiras la
quincena. Ella tiene un hijo de 10 años que dejó con su madre y al que tiene
que mantener.



“Honduras está atrapada en un círculo vicioso de bajo crecimiento debido a
factores como la violencia, el escaso dinamismo de la economía y la
debilidad institucional. Hay un agotamiento del sistema político tradicional
hondureño, que no responde a las necesidades de la población”, analizó en
entrevista con Brecha el economista Noé Pino.



Pino fue presidente del Banco Central de Honduras, ministro de Finanzas y
embajador en Washington. Actualmente se desempeña como docente
universitario. Según él, la migración que hoy vemos convertida en una
situación dramática comenzó tras los efectos del huracán Mitch, en 1998.



La ola migratoria ha quedado registrada en las cifras de expulsión. “Si
tomamos en cuenta la última década, Estados Unidos ha estado deportando
entre 70 mil y 80 mil hondureños al año”, explicó Pino. “No nos debe
extrañar lo que estamos viendo ahora. Se venía dando diariamente”, señaló el
economista, y mencionó además que desde los últimos años México deporta una
cantidad similar a la de su vecino del norte. Ahí se ve uno de los efectos
del Programa Frontera Sur: en un año y medio –entre fines de 2016 y abril de
2018– México deportó a Centroamérica 60 mil niños y adolescentes, sin más
proceso que una entrevista.



“Tenemos las cifras de las deportaciones, pero no sabemos cuánta gente se
queda irregularmente en Estados Unidos, cuántos logran evadir la
deportación”, agregó el experto. Esas personas son clave para Honduras, por
el peso que ocupa en su economía el envío de dinero que hacen desde el
exterior. “Se calcula que para 2018 vamos a recibir alrededor de 4.600
millones de dólares, lo que hace de las remesas la principal fuente de
ingreso por exportaciones. Esto quiere decir, puesto en término muy gruesos
y muy duros, que el principal producto de exportación de Honduras son las
personas”, sostuvo Pino.



En ese sentido, el periodista y ex diputado opositor Bartolo Fuentes afirmó
a Brecha: “Juan Orlando Hernández no tiene ningún interés en detener la
migración. Lo que no quiere es que se haga pública, pero a él le gustaría
que se fueran 50 mil para bajar la presión en el país”. Fuentes acaba de
salir de Honduras por el temor a una detención arbitraria (véase “Persigan
al mensajero”). El gobierno hondureño lo señala como el promotor de la
caravana, algo que tanto él como otros integrantes del éxodo desmienten.



Cruzar México



Cuando atravesó el estado de Chiapas la primera de las actuales caravanas,
el gobierno federal mandó a su policía y a agentes de Migración para
“explicarle” la propuesta del presidente a la cabecera del éxodo. Los retuvo
casi cinco horas sobre el asfalto caliente hasta que les permitió el paso. A
la segunda caravana también le cerró el camino en el puente binacional
Rodolfo Robles, sobre el río Suchiate, mientras la marina impedía el
abordaje de la gente a las balsas. Los migrantes armaron un pasamano para
cruzar, con sus hijos y sus cosas sobre la cabeza, mientras un helicóptero
les volaba encima con el ruido ensordecedor de sus aspas.



En uno de los grupos grandes detenidos en la frontera vino un costarricense
de 43 años que relató así a Brecha el cruce: “Salimos como 400 personas en
una caravana de (la ciudad guatemalteca de) Tecún Umán, pero cinco
quilómetros antes de entrar a Tapachula nos emboscaron y nos cayeron
Migración y los federales, con cuatro buses adelante, las ‘trocas’ en que
andan ellos, los antimotines. Nosotros nos agachamos y vino uno de los
antimotines y comenzó a pegarle a un muchacho hondureño”. A ese siguieron
otros golpes y “luego ya todo fue un desmadre”. En su mayoría quedaron
detenidos. El hombre contó que sólo nueve pudieron escapar tras esconderse
en un matorral cercano, y llegaron a Ciudad de México pagando transporte.



Junto a él, una muchacha flaquita comentó que había venido en autobús desde
la localidad veracruzana de Acayucan. Por ese viaje pagó unos 600 pesos
mexicanos (30 dólares). En conjunto con su hermano también pagaron el boleto
de otra muchacha que viaja con un niño. Según dijo, en ese autobús “eran
puros hondureños”, y explicó que ellos han pagado el transporte de buena
parte de los trayectos que han recorrido.



De esos gastos también habló a Brecha Tomás González Castillo, un fraile que
comanda el albergue La 72. “Una comida para 7 mil personas ¿quién la da? Hay
una organización colectiva de los pueblos por donde van pasando, eso ya es
un gasto enorme. Ahora, multiplícalo por dos o tres comidas al día. Es mucho
dinero”, subrayó el sacerdote.



González Castillo contó que también ingresa gente por la zona donde trabaja,
en la frontera del estado de Tabasco que da al Petén guatemalteco: “La
mayoría entra por Tapachula, pero hay muchos que por ser rechazados están
tomando nuestra ruta, por Tabasco. En el albergue, en diez días llegaron
1.500 personas. Es lo que habitualmente recibimos en un mes. Está migrando
todo tipo de gente, pero en su mayoría son de Honduras”.



El fraile fue crítico con las nuevas autoridades que actúan en el tema. El
futuro gobierno de Andrés Manuel López Obrador anunció que el académico
Tonatiuh Guillén estará al frente del Inm y que Andrés Ramírez Silva, un ex
funcionario de Acnur, encabezará la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados.
“El Inm está perdido. No creo que una persona pueda componer esto, por mucha
voluntad política y buena intención que tenga. Están prometiendo demasiado,
y creo que tienen que poner los pies sobre la tierra”, sostuvo González
Castillo.



El religioso, un referente en el tema de la movilidad fronteriza, denunció
que los propios agentes estatales atacan a los migrantes, les cobran por
pasar y los extorsionan ofreciéndoles seguridad.



Pánico en Veracruz



Desde la noche del sábado 3 de noviembre hasta el momento de publicarse esta
nota los miembros de la primera caravana vienen llegando a Ciudad de México
con cuentagotas, en contraste con el impulso masivo con que lograron cruzar
la frontera guatemalteca.



La situación, que agrava la vulnerabilidad de los migrantes, es en buena
medida responsabilidad del gobernador de Veracruz, Miguel Ángel Yunes. El 2
de noviembre Yunes había prometido 150 camiones para trasladar a los
integrantes de la caravana desde la ciudad veracruzana de Sayula de Alemán
hasta la capital mexicana. Dos horas más tarde el jerarca negó esa ayuda con
el pretexto de que la Ciudad de México no tenía las condiciones para
recibirlos.



La Misión de Observación del Éxodo Migrante en Veracruz denunció “la
dispersión del éxodo en 300 quilómetros de ruta” de ese estado, “producto de
la frustración, el desconcierto y la desesperación” provocadas por la acción
del gobernador. Un miembro de esa organización de la sociedad civil relató a
Brecha un panorama desolador, de “mucho caos”, luego de que la gente se
lanzara a la carretera y recorriera los 70 quilómetros que separan Sayula de
Alemán de Ciudad Isla, epicentro de una región de enorme peligro, donde son
comunes las desapariciones forzadas y el accionar de las organizaciones
criminales.



Los antecedentes violentos de la zona, que comprende el límite entre
Veracruz y Oaxaca, por donde pasó la caravana, multiplicaron los titulares
de prensa que decían que una parte de la gente había sido “secuestrada por
camioneros y entregada al cartel de Los Zetas”. Aunque nadie ha podido
confirmar ese extremo, el ombudsman de Oaxaca, Arturo Peimbert, alimentó los
rumores al afirmar que tiene indicios de que entre 80 y 100 migrantes están
desaparecidos. El funcionario dijo basar su denuncia en su propia impresión
de lo ocurrido en la ruta y en testimonios que él mismo recogió.



En una entrevista radial (Radio Fórmula, 5-XI-18) Peimbert reconoció no
tener cómo contactar a los denunciantes de esas supuestas desapariciones,
por lo que no puede comprobar si ya se reencontraron con quienes buscaban.
Tampoco ha dado nombres o fotografías de las personas faltantes, lo primero
que se hace en casos de desaparición. Desde la Misión de Observación en
Veracruz sostuvieron que no hay forma de dar una certeza absoluta del
destino de cada uno de los migrantes que pasaron por ese estado.



A pesar de la irresponsabilidad de las autoridades, de haber menguado sus
fuerzas tras padecer lluvias, lodazales y decenas de noches durmiendo en el
suelo, y de saberse engañada por los gobernantes, la gente se las ha
ingeniado para concentrarse por miles en la capital mexicana. La caravana
decidirá en asamblea cómo continuar. Dicen que seguirán hacia el norte.

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Tierra para todos



Mientras el éxodo se mueve por México, un pequeño grupo de mujeres
centroamericanas entró al país por el paso fronterizo entre la localidad
chiapaneca de Talismán y la aldea de El Carmen, en el departamento
guatemalteco de San Marcos.



Conforman la 14ª Caravana de Madres Centroamericanas de Migrantes
Desaparecidos en México, que hacen lo que las autoridades no encaran:
buscarlos. En este año, tres mujeres (una nicaragüense y dos hondureñas) se
reencontraron con sus hijos, con quienes llevaban una década sin contacto.



Es el resultado de la alianza del Movimiento Migrante Mesoamericano (una
organización mexicana) con los comités de familiares de migrantes
desaparecidos de Honduras, Guatemala, El Salvador y Nicaragua.



Al llegar a Ciudad de México, durante el Foro Mundial de las Migraciones,
las mujeres de esta caravana participaron como la delegación centroamericana
en la Cumbre Mundial de Madres de Migrantes Desaparecidos, y se reunieron
con el otro polo migratorio: el que recorre el camino entre África y Europa.



Las mujeres que buscan a aquellos originarios de Túnez, Argelia, Senegal y
Mauritania desaparecidos en los pasos hacia Italia y España expresaron su
reconocimiento al avance de las centroamericanas para empujar la desidia
oficial.



En los 14 años que lleva realizándose, la Caravana de Madres ha encontrado a
301 personas que estaban desaparecidas en México. Cada año las mujeres
recaban pistas con un método sencillo: extienden las fotos de los miles que
faltan a lo largo de las distintas rutas migratorias que existen en el país,
y le piden a la gente de los pueblos que las miren y digan si reconocen a
alguien. Así de sencillo.



Luego siguen esas pistas y se las entregan a la autoridad para sus búsquedas
oficiales. También preguntan entre los que viven aquí y son de allá si
tienen contacto con sus familias, o si desean que ellas las busquen.



Junto a mujeres como Fatma Kasraoui, que busca a su hijo Ramzi Walhasi desde
2011 –desaparecido al migrar junto a otros nueve jóvenes de su barrio
tunecino–, y Souad ben Sassi, madre de Bader Msalmi –también desaparecido
desde 2011, cuando salió hacia Italia–, llegó Imed Soltani.



A Soltani le faltan dos hermanos, Slim y Bethesen, que tenían 31 y 27 años
al desaparecer en marzo de 2011. Además preside la organización La Terre
pour Tous, de Túnez. Formalmente el Estado reconoce 504 personas
desaparecidas, pero las madres cuentan 2 mil.



Gracias a la traducción de Yu, una de las voluntarias de la cumbre, Soltani
dijo a Brecha en francés que son las madres quienes en realidad presiden la
organización, y que él ocupa el cargo formalmente.



“Nuestro trabajo es contra las políticas de la Unión Europea y el sistema
actual, en que los gobiernos funcionan como el coyote. Al mismo tiempo que
empujan a estos jóvenes a salir, les ponen barreras. Son políticas que han
construido muros contra las personas que se mueven”, afirmó.



Soltani sostuvo que estas organizaciones de madres de desaparecidos, que se
han formalizado en el último año, son una forma de reclamar a los gobiernos
por su responsabilidad en la desaparición de migrantes, “mostrarles lo que
han ocasionado con sus políticas”.



Su preocupación y la de las madres de su organización son los campos de
refugiados en Libia, donde se concentra a los migrantes en condiciones
precarias y se busca impedir su salida hacia Europa.



“El problema con Libia es que el gobierno no funciona como tal, sino que hay
muchas mafias a cargo. El gobierno de Italia y el de la Unión Europea han
trabajado con esas mafias dándoles fondos para que bloqueen el tránsito de
la gente”, dijo Soltani.



El propósito de La Terre pour Tous es realizar una caravana que salga de
Túnez hasta esos campos de refugiados, como forma de pronunciarse contra
estas políticas, según explicó el militante.



“Con esta cumbre mundial pudimos entender que las madres pueden contar unas
con otras, que la voz de Túnez puede escucharse en México y la de México en
Túnez. La solidaridad y reciprocidad es lo más importante que me llevo”,
agregó.

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Con Bartolo Fuentes



Persigan al mensajero



Eliana Gilet

Brecha, 9-11-2018



Desde el 12 de octubre, medios y autoridades hondureñas acusan a Bartolo
Fuentes de ser el promotor y organizador del éxodo migratorio que ha dejado
al descubierto las carencias del gobierno liderado por Juan Orlando
Hernández.



Además de periodista, Fuentes también fue diputado por el partido Libre,
pero sostiene que hace tiempo dejó de tener poder político. En abril pasado
se unió en México a la caravana organizada por Pueblo sin Fronteras, una
organización de Estados Unidos que logró conseguir asilo en ese país para el
93 por ciento (347 de 401) de quienes marcharon en aquella ocasión.



El grupo asesoró a la gente sobre la ley migratoria estadounidense y
disuadió de solicitar refugio a quienes no tenían el perfil para superar la
entrevista “de miedo creíble”. Esta se trata de un interrogatorio hecho a
cada persona que pide asilo en Estados Unidos, en el que la autoridad
migratoria decide si creer o no que el solicitante ha sufrido persecución o
torturas en su país de origen, y con base en ello lo acepta o lo deporta.



Fuentes trasmitió la caravana de abril y generó material para un programa de
televisión llamado Los migrantes. Por el mismo motivo se sumó al grupo que
salió el 12 de octubre desde San Pedro Sula: para trasmitir y acompañar a
los que entonces se calculaba serían unos 500 hondureños. Un mes después, se
estima que son más de 7 mil los que han entrado a México.



El ex diputado denuncia que sufre una criminalización contradictoria: lo
acusan de cobrar a las personas como “coyote” y también de pagarles con
dinero extranjero para que migren. Las autoridades –estadounidenses y
hondureñas– lo vinculan con George Soros, con el gobierno de Venezuela, con
los demócratas de Estados Unidos y con el depuesto presidente hondureño
Manuel Zelaya, quienes habrían depositado su autoridad en un solo periodista
de un departamento del norte del país.



Fuentes salió de Honduras por sugerencia de una organización que protege la
libertad de expresión, ante el peligro de ser detenido arbitrariamente. Esta
entrevista se hizo en México, durante la Cumbre Mundial de Madres de
Migrantes Desaparecidos, celebrada entre el 2 y el 4 de noviembre en
paralelo con el Foro Social Mundial de las Migraciones.



—¿Cómo fue su detención cuando cubría el inicio del éxodo?



—Fui detenido en Guatemala durante cuatro días en un “albergue de Migración”
que está en la zona 5 de la capital guatemalteca. Es una cárcel: me quitaron
el cinturón, los cordones de los zapatos y mis pertenencias, y me tenían
bajo llave. Fui deportado a Honduras el viernes 19 de octubre. No tuve en
Guatemala ninguna acusación criminal, la gente de Migración me acompañó
hasta Tegucigalpa.



Al llegar al aeropuerto había como ocho oficiales de la policía nacional, y
en un momento intentaron evitar que yo saliera. No sé si por temor, porque
había mucha gente esperando, entre periodistas y amigos, o realmente querían
llevarme detenido, pero lo hicieron al grito de “¡No lo dejen salir!”. Entró
la gente y me arrebató, prácticamente, de las manos de la Policía.



—¿Por qué denuncia que se lo acusa sin pruebas?



—Antes de que fuera deportado a Honduras, la canciller de la república
(María Dolores Agüero) hizo una conferencia de prensa en la que me menciona
seis veces por cosas de las que no soy responsable y que además no son
delitos. Me enteré, por otras vías, de que el gobierno llevó un expediente
al Ministerio Público para que procediera en mi contra. Pero lo que llevaron
fueron artículos de periódico, declaraciones de los mismos funcionarios de
gobierno y capturas de pantallas de las redes sociales.



Sin embargo, yo sé que en Honduras la fiscalía no aplica la ley y no actúa
con independencia, sino que recibe órdenes de la presidencia. Así tenemos
más de cien compañeros que, por estar con una cacerola protestando tras el
fraude electoral, están judicializados. No hay necesidad de que le aporten
pruebas a un juez, si la fiscalía presenta eso y le dicen “mándelo a la
cárcel”, me van a mandar.



—¿Hay arbitrariedades?



—Claro. Me van a tener dos años para después decirme que soy inocente,
porque no van a poder probar nada. Para evitar eso salí del país, por
recomendación del Comité por la Libre Expresión (C-Libre). Por medio de unos
compañeros presentaré una querella contra la canciller Agüero, para que
responda por sus declaraciones.



Si los funcionarios se atreven a decir en el tribunal que soy un coyote y un
traficante, que se atengan a las consecuencias. Yo jamás le he cobrado a
nadie por llevar a otra persona, no he sido coyote. Y si promoví o no la
caravana, puede decirse que a lo mejor sí, por mis opiniones. Lo que yo
escribí fue: “Migrantes, no se vayan solos”, porque tengo casi 20 años de
estar viendo el sufrimiento de la gente. Los matan, los violan, llegan
mutilados. El gobierno sólo presenta sus estadísticas, no lo inmuta nada de
eso. A uno le toca vivir esos sufrimientos a diario, cuando las madres le
preguntan a uno y le cuentan, o cuando están intentando repatriar un cuerpo.
Son gente pobre, y les dicen que vayan a Tegucigalpa, cuando la gente no
tiene ni para el pasaje.



—¿Va a pedir protección en México?



—Por ahora no pienso solicitar refugio ni asilo. Lo que quiero es regresar a
Honduras con la garantía de que no voy a ser perseguido ni mandado a la
cárcel. Que pare la campaña de odio que tiene el gobierno de manera directa
a través de los medios que ellos pagan, pues. Es una criminalización
terrible que pone en riesgo mi vida.



Yo no tengo poder económico, ni siquiera político. Ahora ya no soy
funcionario, no soy nada. Pero la verdad es poderosa y la palabra dicha en
favor de la justicia pega. Ellos ahora no pueden controlar la circulación de
las ideas, porque están las redes sociales. Yo escribí en Facebook y ha
servido.



Me siento perseguido, triste de estar lejos de mi familia, me da miedo en
determinados momentos, pero no me paraliza. Cuando uno viene a este foro de
gente de tantas partes del mundo que está luchando, no es momento de echarse
para atrás. A pesar de lo que le toque vivir a uno, hay que ir para
adelante. No nos podemos callar estas realidades.

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Un salvadoreño a las puertas de Estados Unidos



Relato de una huida



Giovanny Jaramillo Rojas, desde Tijuana, México

Brecha, 9-11-2018



Josué Enríquez es uno de esos seres humanos que lo único que quieren en la
vida es tranquilidad y, para conseguirla, tiene un as bajo la manga, un as
que le ha resultado infalible, incluso en los momentos de absoluta amargura:
su sonrisa. Tiene 27 años y trabaja lavando autos en Tijuana, en el estado
mexicano de Baja California. Cuando le pregunto en qué consiste su
tranquilidad me responde enseguida que en ser feliz. Le cuento que la
palabra felicidad me parece muy complicada, y él –revelándome sus
ina­gotables dientes– asegura: “Estados Unidos, hermano, mi felicidad está
allá”.



En su tiempo libre, Josué acude como voluntario a la Casa del Migrante, de
Tijuana. Allí hace lo que mande la ocasión: desde cambiar un bombillo,
pintar una pared o colaborar en labores de limpieza, hasta resolver
inconvenientes eléctricos y logísticos. Aunque ya no vive ahí, sigue yendo
porque se siente muy agradecido. Dice que en el difícil viaje que le ha
tocado asumir nunca fue tan bien tratado como cuando llegó al albergue.



Con lo poco que gana lavando autos, Josué cubre una ínfima parte de los
gastos de su esposa y su hijo en El Salvador y, aparte, intenta ahorrar para
cuando decida cruzar. ¿Por dónde? No sabe. “Por donde se pueda –insinúa
sonriendo, y agrega: yo tengo una hermana en Los Ángeles que no veo hace 25
años. La idea sigue siendo llegar allá. Como sea.”



El 10 de julio de 2017 el hermano mayor de Josué fue obligado a servir de
testigo en un concejo municipal organizado por la Mara Salvatrucha en La
Libertad, un pequeño municipio costero ubicado a 30 quilómetros al occidente
de la capital de El Salvador. Según Josué, en dicho concejo no sólo
participaron pandilleros y civiles presionados, también concurrieron figuras
de la administración pública y las fuerzas de seguridad del Estado
salvadoreño, con un objetivo puntual: negociar y repartir los territorios de
dominio.



Un mes después, el 12 de agosto, Josué abandonaría el país. Su hermano fue
amenazado de muerte por los mismos que lo habían obligado a presenciar lo
que nunca debió presenciar. El ultimátum, de paso, intimidó a la familia
entera que, sigilosamente y sin dudarlo, empezó a desplazarse a otras
provincias del país. Josué fue el único que se animó a salir de El Salvador.
Para eso renunció a la licenciatura en idiomas que cursaba, escondió a su
esposa y su hijo de 2 años en un pueblo que no menciona, pidió 1.000 dólares
prestados y persuadió a un sobrino suyo de 19 años de emprender la travesía
hacia Estados Unidos.



* * *



“Al llegar a Tapachula conocimos a un comerciante de ropa que nos advirtió
sobre los peligros de cruzar México. Ese señor fue lo mejor que nos pasó. Le
caímos muy bien, tanto que mientras nosotros pensábamos en subirnos a La
Bestia,1 él nos ofreció darnos una mano y llevarnos hasta Ciudad de México,
encubiertos, en uno de sus vehículos. Cuando llegamos sólo teníamos lo que
llevábamos puesto y, para no parecer mendigos, compramos ropa nueva. Hasta
ahí, por suerte, no había gastado un solo dólar de los 1.000 que llevaba.
Después nos fuimos a Hermosillo2 en camión. Allí conocimos a un guatemalteco
que había vivido varios años en El Salvador. Él nos conectó con un ‘coyote’
en la frontera, en Nogales, que era seguro, ya que sólo se dedicaba a pasar
gente sin robos ni mafias. Negociamos 700 dólares cada uno, por anticipado.
Allá, además de nosotros dos, iban cuatro hondureños y siete guatemaltecos.
El coyote nos dio una cartulina, que funcionaba como clave para cuando nos
parara el Ejército o la Policía de México. Sólo teníamos que mostrarla y ya
ellos sabían a qué veníamos y nos dejaban pasar sin problemas. Todo funciona
como una red.



Compré víveres porque nos dijeron que caminaríamos varios días por el
desierto. El coyote no quería que yo llevara esa maleta que pesaba unos diez
quilos, pero lo convencí, porque no iba a pasar hambre, ni sed. Todos los
demás sólo llevaban algunas botellas con agua y, por exigencia del coyote,
iban vestidos de negro. Éramos diez personas. De seis a siete días de camino
por el desierto. Sólo en la noche caminaríamos. Si algo llegaba a pasar con
alguno de los pasajeros, todos los demás teníamos que seguir sin mirar
atrás. Es decir, nadie era responsabilidad de nadie. En la noche hacía mucho
frío y en el día las temperaturas eran muy pesadas y la arena se metía en
los ojos. Una noche, entre unos arbustos, nos encontramos con los restos de
una persona. Seguramente murió haciendo lo que nosotros hacíamos.



Después de ver eso, pasaron muchas horas de caminata triste, muda, hasta que
un viejo rompió el silencio para pedir un poco de agua y limpiar las heridas
de sus pies. Así cruzamos. A las afueras de Río Rico, Arizona, nos recibió
un señor de Guatemala. Pasamos 22 días en su casa rodante. Ahí comíamos y
dormíamos y sólo teníamos permiso de movernos para ir al baño. Esperábamos a
que el coyote estuviera seguro de poder llevarnos a la ciudad de Tucson,
pero eso nunca pasó. Un día el guatemalteco que nos hospedaba dijo que
teníamos que irnos como pudiéramos, porque él ya no podía tenernos más
tiempo ahí. Todos salimos esa misma noche. En Río Rico logré contactar a mi
hermana y recibí su okay para llegar a Los Ángeles. Agarramos un autobús en
dirección a Tucson a las 10 de la noche y, apenas nos subimos, me quedé
dormido. Caí como una piedra. Yo creo que fue el cansancio acumulado el que
me noqueó.



Como a la una de la mañana me cachetearon para que me despertara. Un tipo
vestido de verde hablándome en inglés me pidió identificación. Yo saqué un
documento falso que me habían dado en Nogales por si pasaba algo. El tipo no
creyó nada. Se llevó la identificación y a los pocos minutos subió otro
oficial, de apellido hispano, y me hizo bajar del bus, diciéndome que ese
documento pertenecía a un mexicano que había sido asesinado en Texas años
atrás. ‘Usted no es mexicano. Dígame de dónde es o le va a ir peor’, me dijo
sujetándome del cuello. ‘La neta es que soy salvadoreño’, respondí con
miedo. Ahí me subieron a la patrulla migratoria. Mucha mala suerte la mía,
cruzar tranquilamente, como todos lo sueñan, y que me agarren el primer día
que pude transitar libremente por Estados Unidos. Entonces ahí mismo nos
esposaron a todos. Nos llevaron a un contenedor por diez días con unas 50
personas más, sin poder ver la luz del sol.



Un día me sacaron, con un grupo de 20 en el que no iba mi sobrino, y nos
llevaron a un lugar en el que estuvimos siete días, hasta que la orden fue
que nos llevaran a Houston, en donde pasamos otros 64 días encerrados con
gente que esperaba la deportación. Estábamos hacinados y nos trataban como a
criminales. Allí recibimos la visita del cónsul de mi país, y él nos trató
mal, diciéndonos que qué chingadas íbamos a hacer allá, que no arrastráramos
la miseria del país por el mundo y que menos mal que nos podían mandar
directamente a El Salvador, porque a muchos latinos simplemente los dejan
tirados a su suerte, en alguna frontera con México.



Entonces me deportaron. Volví sin un solo dólar y una bolsa con una muda de
ropa sucia. En San Salvador pedí plata en la calle para poder ir al pueblo
donde había dejado escondidos a mi esposa y a mi hijo. Ya en el pueblo no
alcancé a durar ni una semana cuando decidí venirme para Tijuana con la
ayuda de un amigo que me prestó 300 dólares. Volví a cruzar México y acá
estoy, con la idea de pasar como sea. Un coyote me cobra 8 mil dólares para
cruzarme desde el aeropuerto de Tijuana hasta el de San Diego. Sin riesgos
de ningún tipo, ni desiertos ni nada de eso. Esa persona ya ayudó a cruzar a
los hijos de mi hermana. Es seguro. Ella me dijo que me daba la mitad de lo
que cobra el coyote. También me han dicho que contemple la posibilidad de
pedir refugio acá en México, y así empezar a trabajar legalmente, pero yo no
quiero, necesito ganar verdes para pagar los 1.300 que debo y ahorrar lo que
necesito para cruzar.



Necesito hacer una nueva vida en Estados Unidos. Alcanzar la felicidad,
mejor dicho. Yo no puedo estar en El Salvador, y aunque pueda estar en
México no quiero. Si trabajo acá el dinero no me alcanza. Si intento pasar,
saltando el muro o nadando por el mar o con el coyote de mi hermana, y me
vuelven a agarrar, voy a intentarlo las veces que sea necesario. El
Salvador, aunque es mi país, ya es historia en mi vida, y yo estoy mirando
para el norte, donde está la plata y la realización de mis sueños. Ni
siquiera teniendo dinero volvería, ni siquiera si se acabara la mara. El
Salvador es la violencia hecha país. No me importa si mi esposa me deja por
otro, lo único que realmente me interesa es mi hijo, y si cruzo me lo
traigo, también, como sea.”



* * *



Josué no deja que fotografiemos su extensa sonrisa. Cree que una imagen
suya, por ahí, dando vueltas, puede arruinarle sus planes. Nos indica,
entonces, que le gustaría una foto que lo exhibiera esperando. Algo en lo
que sin querer se ha especializado. Se pone de pie y, mostrándonos su
espalda, se sumerge en un pasillo de la Casa del Migrante. La cámara
dispara. Al ver la foto exclama: “¡Uy! De verdad parece que yo fuera un
ilegal, pero no, sólo soy un indocumentado”. Y vuelve a sonreír.



Notas



1) Tren de carga que usan algunos inmigrantes para atravesar México de sur a
norte, montados en el techo.

2) Capital del estado norteño de Sonora, limítrofe con Estados Unidos.

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