Nicaragua/ Las luchas de los universitarios ayer y hoy [José Luis Rocha]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Sab Sep 1 15:02:38 UYT 2018


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Correspondencia de Prensa

1° de setiembre 2018

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Nicaragua



Las luchas de los universitarios ayer y hoy



Los universitarios de hoy, que son mayores en número, también se enfrentan a
mayores exigencias que los de ayer. Enfrentan una dictadura más sangrienta.



José Luis Rocha *



Confidencial, 31-8-2018

https://confidencial.com.ni/



Por sus contrastes y sus semejanzas, la revuelta de abril, en gran medida
protagonizada por los estudiantes universitarios, puede recibir luces
provenientes de las luchas estudiantiles contra los dos primeros Somoza. La
inserción de la universidad en el sistema capitalista es el primer
contraste. Cuando Carlos Fonseca Amador dirigió –en abril de 1968, hace
exactamente medio siglo– un mensaje a los estudiantes para animarlos a que
emprendieran protestas beligerantes que no se redujeran a meras proclamas,
atribuyó la inercia estudiantil a la penetración capitalista en las
universidades. En 2018, esa penetración se ha profundizado. Hay en Nicaragua
un mercado donde compiten –no sólo dos sino– más de medio centenar de
universidades, algunas enloquecidas por insertarse en los sistemas de
acreditación internacional, autopublicando adefesios y autograduando
doctores semianalfabetas que les permitan elevar su puntuación en los
baremos de las multinacionales de la “accountability” académica.



La calidad se contabiliza en número de graduados, posgrados, doctores,
reglamentos, procedimientos burocráticos, publicaciones, etcétera. Se ha
mercantilizado un ámbito que antes no era “vendible”. En paradójica
contrapartida, los estudiantes están recibiendo títulos cuyo valor facial no
corresponde a su valor real porque reciben una retribución cada vez más
deprimente cuando lo canjean en el mercado laboral. La burocracia
universitaria se mercantiliza y sus “productos” son peor recibidos en el
mercado. La parafernalia burocrática de la universidad se conecta al
mercado; sus títulos están desconectándose cada día más y más.



Las y los estudiantes están jugando ese juego, les guste o no, lo entiendan
o no. Nadie entre ellos ha cuestionado las reglas de ese juego. Ningún grupo
de la coalición estudiantil ha emitido un pronunciamiento al respecto. Su
lucha tiene una finalidad generalizable e inmediata: ponerle fin a la
dictadura. En este horizonte estrecho pero urgente coinciden con los
primeros universitarios antisomocistas de los años 40 e inicios de los 50,
enfocados en impedir la reelección del primer Somoza. Sólo cuando se fueron
creando círculos de estudio marxistas y de la teología de la liberación, las
luchas universitarias intensificaron su ambición, decantándose hacia una
batalla contra el sistema capitalista.



Este rasgo avisa de otro punto de contraste: los universitarios
antisomocistas de los años 50 y más aún los de los 60 y 70 podían apuntar
con el dedo hacia un horizonte tangible: la Unión Soviética, la Europa del
este y la Cuba revolucionaria. Su anhelo tenía una concreción y era
sistémica. No era utópico, sino tópico. Los universitarios de hoy parecen
contentarse con aspirar a la democracia representativa, un objetivo que
hubiera parecido modesto a sus predecesores, pero que por desgracia no lo es
en el contexto actual.



Estos universitarios, huérfanos de utopías más amplias, se han tenido que
enfrentar no a un Estado artillado como el de Somoza –a una Guardia Nacional
que era el ejército de una familia, pero un ejército profesional al fin y al
cabo-, sino a un Estado gamberro, que echa mano de antiguos militantes con
experiencia militar a los que tenía en el olvido, los recoge de las acequias
de la historia, los encapucha y los dota de armas y licencia para matar. El
resultado salta a la vista. Había en la Guardia Nacional una especie de
contención. No todos los excesos estaban permitidos contra manifestaciones
pacíficas. Los estudiantes de hoy han enfrentado un baño de fuego que
suscita la perplejidad de los analistas más curtidos.



En su memorable mensaje de abril de 1968, Carlos Fonseca hace un recuento de
los estudiantes caídos en una década de lucha: un total de 23.  Esas cifras
incluyen los muertos en la traumática masacre de julio de 1959. La tarde del
23 de julio de 1959, un pelotón de la Guardia Nacional disparó contra una
manifestación de universitarios en León y asesinó a cuatro estudiantes, una
mujer y una niña. Los periodistas de la época hablaron de “asesinato en
masa”. En la revuelta de abril de 2018, solamente el día de las madres hubo
18 muertos. La Asociación Nicaragüense por los Derechos Humanos ha
registrado un total de 448 muertos, la mayoría asesinados por grupos
paramilitares y la Policía Nacional. “Asesinato en masa” parece una etiqueta
insuficiente.



Este es un contraste entre el antes y el ahora que no podemos pasar por
alto. La explicación más simple es que Ortega es más criminal que Somoza.
Sin duda los individuos imponen cierto sesgo a la historia cuando pueden
decidir el rumbo de acontecimientos clave. Pero ni la aceptación de las
doctrinas de Lutero se explica sin la oposición nacionalista germánica a las
exacciones pecuniarias de Roma ni el arrastre de Hitler sin el antisemitismo
tan arraigado y difundido, por mencionar sólo un aspecto del contexto. El
contexto en el que operan los individuos explica mucho. El contraste entre
el contexto de antes y el de ahora nos puede dar algunas respuestas.



Curiosamente el contexto actual parecía adecuado para que los organismos
supranacionales –cuyo poder interventor se tiene en alta estima en la era de
la globalización legal y judicial- sirvieran como fuerza de contención. Pero
sus funcionarios casi vieron caer los cadáveres a sus pies y no consiguieron
detener la serie de masacres que iban en curso. La rapidez con que corren
las noticias también debía haber operado en favor de una rápida intervención
de organismos internacionales. Pero no lo hizo. No lo hizo porque los
organismos internacionales trabajan con la misma parsimonia de la era
pre-informática, pero los criminales trabajan con menos contención y
escrúpulos y más rapidez: para saber que no estamos ante casos aislados de
falta de contención y de deseos de guardar las formas echemos una mirada a
los numerosos asesinatos de periodistas y ecologistas en la vecina Honduras.



Sin embargo, esos crímenes han sido cometidos a cuenta gotas. Y en Nicaragua
hubo una sucesión de masacres. ¿Por qué? Otras explicaciones del exceso de
Ortega y la contención de Somoza encuentran asideros prestando atención al
contexto interno. Propongo tres explicaciones, sin presumir que sean las
únicas. En primer lugar, el FSLN como partido-iglesia. Los universitarios
que enfrentaron a la dictadura somocista no estaban ante un personaje ni un
partido que suscitaran tanta veneración. La militancia en el FSLN es un
culto y sus adeptos inmolan su capacidad de juicio en su humeante altar.
Este es un capital moral que los miembros menos escrupulosos del FSLN han
sabido explotar. El carácter confesional del FSLN convence al Sumo sacerdote
y su sacerdotisa de tener la razón y les permite actuar como jueces y emitir
condenas.



En segundo lugar, hay un miedo a los números grandes que no debemos
subestimar. El pánico produce reacciones drásticas. En 1950 había apenas 494
universitarios, grupo muy selecto en una población de 160,658 jóvenes de
entre 18 y 25 años. Un quinquenio después ese grupo se había casi duplicado:
en 1955 había 840 estudiantes universitarios. Aun así, los universitarios
seguían siendo un ave rara dentro de un gran universo de 174,487 jóvenes de
18 a 25 años. Apenas uno de cada 200 jóvenes de ese rango etario estaba en
la universidad.



En contraste, en 2014 había 123,220 universitarios y un total de 1,283,174
jóvenes de 15 a 24 años.  Son universitarios cerca de 20 de cada 200 jóvenes
de ese rango etario, que empleo por ser el más cercano al de 18-25 años
disponible en las estadísticas oficiales. Los universitarios son muy
numerosos. La lucha contra Somoza requirió el concurso de los estudiantes de
secundaria para aproximarse a números significativos. En la revuelta de
abril de 2018 ha bastado un porcentaje muy reducido de universitarios
dispuestos a jugarse la vida para poner de cabeza un país tan pequeño como
Nicaragua.



La relación numérica también favorece a los universitarios frente a las
“fuerzas de orden”. En 1956, año del ajusticiamiento de Anastasio Somoza
García y tres años antes de la masacre de julio de 1959, había 970
estudiantes.  Ese año la Guardia Nacional registró en su haber 4,391
miembros, una proporción de 4.5 guardias por cada estudiante y de 349
guardias por cada 100 mil habitantes.  Seis décadas después, tenemos 454
entre policías y militares por cada 100 mil habitantes, una combinación de
fuerzas coercitivas superior a aquella de la que dispusieron los primeros
dos Somoza.  Pero la proporción con respecto a los universitarios se
invirtió: ahora hay 4.4 universitarios por cada policía/militar. Este es el
contexto demográfico y del peso relativo universitarios/fuerza coercitiva
que produce pánico en el gobierno de Ortega.



En tercer lugar, las redes sociales actúan como magnificadoras de eventos,
redes, aliados y contendientes. Facebook, Twitter, WhatsApp y los miles de
blogs son mucho más rápidos, masivos y económicos que los volantes y
folletos producidos en mimeógrafo de los universitarios que enfrentaron al
somocismo. Sus imágenes y palabras son indestructibles, llegan a un público
más amplio y son menos reprimibles que los discursos de dirigentes trepados
sobre cajas de jabón a guisa de podio a cielo abierto. Los universitarios de
hoy pueden –y de hecho lo hacen- seguir recurriendo a estos medios, pero ya
no tienen que limitarse a ellos porque las redes sociales les permiten
superar las limitaciones espaciotemporales. Los volantes podían ser
decomisados y quemados. Los mensajes de WhatsApp atraviesan ciudades, países
y continentes antes de llegar a los tenebrosos despachos de la seguridad del
Estado.



La capacidad de convocatoria de los nuevos medios de comunicación pudo ser
apreciada en las multitudinarias manifestaciones que desde su búnker en El
Carmen la pareja presidencial vio. El hecho de que la vicepresidente se
refiera a los autoconvocados como minúsculos, puchitos, remanentes,
chingastes, poquedad y almas pequeñas es sintomático del pánico ante su
tamaño.  La palabra “minúsculos” aparece en cinco de los primeros nueve
párrafos de su alocución del 19 de abril.  La sangrienta reacción del poder
fue proporcional al pánico experimentado. Fue terrorista todo lo que les
provocó terror.



Los universitarios de hoy, que son mayores en número, también se enfrentan a
mayores exigencias que los de ayer. Sobre sus espaldas la historia ha echado
cuatro centenares de muertos. Enfrentan una dictadura que ha probado ser más
sangrienta y que ahora busca descubrirlos, perseguirlos y castigarlos. En
estos momentos están respondiendo a una dura ordalía que pone a prueba su
compromiso y su creatividad. Ya probaron que tienen coraje. Las redes
sociales seguirán siendo su instrumento, uno del que sus predecesores no
dispusieron. Y aunque no hay determinismo tecnológico, las redes sociales
expanden el horizonte de posibilidades. Sabemos que son un magnificador de
los eventos. Falta averiguar si son también un acelerador de los procesos.



* José Luis Rocha, periodista, escritor y sociólogo nicaragüense,
investigador de la revista Envío (Managua), de la Universidad
Centroamericana José Simeón Cañas, de El Salvador, y de la Universidad
Rafael Landívar, de Guatemala. (Redacción Correspondencia de Prensa]

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