Argentina/ La economía en el infierno del FMI [Esteban Mercatante]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Dom Abr 7 14:47:29 UYT 2019


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Correspondencia de Prensa

7 de abril 2019

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Argentina

 

La economía en el infierno del FMI

 

Esteban Mercatante

Ideas de Izquierda, 7-4-2019

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Como se esperaba, el viernes el FMI aprobó el nuevo giro de dólares del
acuerdo stand by iniciado en junio y revisado en septiembre del año pasado.
Lo hizo sin dejar de advertir lo “decepcionantes” que resultaron los niveles
de inflación registrados en enero y febrero (que volverán a ser altos en
marzo y abril, y algunos análisis anticipan que probablemente también en
mayo y junio), y señalar que “a la luz de un nivel inferior al esperado del
ingreso tributario en el primer bimestre del año”, será “crítico actuar
continuamente con prudencia en la ejecución de los planes de gasto y tomar
otras medidas para incrementar los ingresos fiscales a fin de que la
posición fiscal de 2019 llegue al balance primario”. El Fondo pide menos
gasto, es decir, que el gobierno profundice los recortes que ya viene
aplicando en línea con el presupuesto del “déficit cero”.

 

Todo para pasar el invierno

 

Más allá de las esperables advertencias, el visto bueno pone al gobierno más
cerca de lo que más ansía, que es iniciar las subastas de dólares que
habilitó el organismo (por USD 60 millones diarios). Con eso, más los
esperados dólares de las exportaciones de maíz, soja, y lo que resta de
trigo, el gobierno espera construir un puente de dólares para mantener la
cotización del billete verde bajo control durante unos meses, recreando la
sensación de estabilidad que se vivió durante algunos meses, hasta que en
febrero de este año se conocieron los datos de inflación de enero y se
esfumó el efímero “veranito financiero”.

 

Al gobierno de Macri, el FMI lo aprieta pero no lo ahorca (todavía al
menos). Le impuso una amplia banda cambiaria en la cual el Banco Central
(BCRA) no puede intervenir en la cotización de la divisa, dejando que flote
libremente. Hoy los valores de la banda son $ 39,57 y $ 51,22, una brecha de
30 % entre el nivel inferior y el superior. Es decir, que el valor del dólar
en el mercado mayorista tendría que subir $ 7,32 desde su actual nivel ($
43,90) para que el BCRA pueda salir a vender dólares. Una depreciación
adicional de 16 %, algo que el gobierno quiere evitar a toda costa. Pero al
mismo tiempo que le impuso estas condiciones, que obligan a la entidad que
preside Guido Sandleris a observar cómo el valor del dólar toma vuelo sin
poder vender ni un solo billete, el FMI dio luz verde para que sea el Tesoro
quien venda dólares. Podrá hacerlo en dosis homeopáticas (los USD 60
millones son un 10 % del volumen que se opera en los días más tranquilos) y
con condiciones conocidas de antemano por los operadores del mercado, lo
cual resta posibilidad de manejar esas liquidaciones con alguna
discrecionalidad para sorprender al mercado. Es lo mejor que pudo conseguir
Macri, considerando que Lagarde y su staff son partidarios de una libre
flotación del tipo de cambio.

 

El único y pírrico logro que tenía para mostrar lo que queda del “mejor
equipo de los últimos 50 años” después de la tormenta financiera que
atravesó el año pasado, era una cotización del dólar relativamente
estabilizada. Así lo estuvo entre octubre y febrero. A tal punto fue así que
durante algunas semanas, a comienzos de 2019, el BCRA se dio el lujo de
comprar dólares., porque la cotización había perforado el piso de la zona de
no intervención. Así, hasta aumentaron modestamente las reservas.

 

Pero esa efímera estabilidad es historia antigua. En dos meses el dólar
subió 17 %; con esta suba se corta el negocio que contribuyó a estos meses
de calma, que es la apuesta a la bicicleta financiera. La clave de este
negocio es que los rendimientos le ganen a la cotización del dólar. Un tipo
de cambio relativamente estabilizado, y tasas de interés en niveles
siderales, son los dos ingredientes de este cocktail explosivo. Con el BCRA
pagando arriba de 70 % anual por las Letras de Liquidez (Leliq) cuando
asumió Sandleris al frente de la entidad en los primeros días de octubre en
reemplazo de Luis Caputo (quien apenas tres meses antes había sustituido a
Federico Sturzenegger), sumado a la salvaje contracción monetaria, a fines
de 2018 la cotización del dólar había alcanzado algunos meses de
estabilidad. Claro, esto ocurrió solo después de que la megadevaluación
había hecho el “trabajo sucio” de poner el valor del dólar altísimo, y de
que una fuga de capitales de casi USD 30.000 millones en un año redujo
notablemente los fondos disponibles para seguir comprando billetes verdes.
Pero ahora, aunque por estos días la tasa está nuevamente cerca de 70 %, eso
se está mostrando insuficiente para atraer a los especuladores. Es que aun
con esos niveles que paga el BCRA alimentar los negocios de los bancos (que
a su vez aumentan sus tasas para atraer ahorristas a los depósitos a plazo
fijo), el dólar le gana a la tasa, por afano.

 

Las tasas no alcanzan para controlar al dólar, pero si el BCRA intenta
bajarlas un poco como hizo a finales de esta semana, alimenta todavía más la
suba del dólar. En conclusión, el costo financiero en niveles cercanos al 70
% llegó para quedarse. Es el precio que imponen las restricciones del FMI
para actuar sobre el dólar de manera directa y la total liberalización y
desregulación financiera que aplicó Macri desde que asumió. Bajo estas
condiciones, el BCRA es un rehén (voluntario) de los bancos, que cada vez
más tienen al BCRA como “cliente” casi exclusivo: prestarle a este
adquiriendo Leliq que se renuevan cada 7 días se convierte en un jugoso
negocio (con tasas que hoy son casi del 100 % anual acumulativo) que crece
en detrimento de los créditos al sector privado. Para asegurar el
florecimiento de ese próspero negocio, Sandleris habilitó hace unas semanas
la posibilidad de que los bancos tengan Leliq por hasta el 100 % de sus
depósitos. ¿Qué costo tiene esto? Alimentar un déficit cuasi fiscal (llamado
así porque es el que genera al BCRA la política monetaria, a diferencia del
déficit fiscal que es aquel en el que incurre el Tesoro) por USD 20.000
millones de dólares en un año. Estamos hablando de 5 % del producto bruto
(PBI). Si sumamos el déficit que tendrá el Tesoro por pagar la deuda, y el
del BCRA, llegamos a la friolera de 8 % del PBI. El “déficit cero” encubre
este desfalco que produce la política económica con la única meta de generar
una sensación de estabilidad por algunos meses (y de paso generar una
formidable transferencia de riqueza hacia los sectores más concentrados en
detrimento del pueblo trabajador). Pero esta ansiada estabilidad no se
estaría consiguiendo.

 

Al mismo tiempo, si bien esta desbocada emisión de Leliq genera un
formidable negocio para los bancos en lo inmediato, genera una bola de nieve
de resultado incierto. “Si yo te debo $ 10.000, yo tengo un problema; pero
si te debo $ 1.000.000, el problema es tuyo”, dice un conocido refrán. Los
bancos tienen como deudor cada vez más importante a un BCRA que, como
ocurrió hasta el año pasado con la “bomba de las Lebac”, deteriora su
balance al ritmo de la emisión de Leliq, ya que tiene más pasivos contra los
mismos activos. Las únicas maneras para resolver esta encrucijada para el
BCRA son una nueva devaluación acelerada como la del año pasado que reduzca
el valor en dólares de sus pasivos, o un canje compulsivo de los títulos en
manos de los bancos por algún bono, lo que también podría alcanzar a los
depósitos como ocurrió en 1989 con el plan Bonex, alternativa que hace
semanas volvió a circular con fuerza entre los analistas. Ante esta
perspectiva, no sorprende que se registre una salida de ahorristas de
depósitos en pesos, aunque todavía sin alcanzar niveles alarmantes (USD
1.300 millones en el último mes).

 

Apretar las clavijas para ganar tiempo, que es lo intenta hacer el BCRA,
promete producir nuevos efectos explosivos, en tiempos que se acortarán cada
vez más mientras sigan las tasas actuales.

 

La “pesada herencia”… (que no es solo) de Macri

 

El visto bueno del FMI, el empeño por alcanzar el déficit cero y las
proyecciones optimistas sobre el programa financiero que dio a conocer Macri
en la última semana no tienen ningún efecto en el riesgo país, que el
viernes subió 2 % para cerrar en 782 puntos.

 

La creciente debilidad política de Macri y la incapacidad de su gobierno
para calmar al dólar no ayudan, pero lo que determina el alto costo son las
sombrías perspectivas que afrontará la Argentina con la pesada herencia de
Macri. El próximo mandato presidencial afrontará vencimientos de deuda por
USD 40.000 millones de promedio al año, según dio a conocer la última semana
la Secretaría de Finanzas. Estos cálculos provisionales podrían crecer con
los nuevos desembolsos del FMI, que no están aun enteramente contemplados.

 

Esto es el resultado del “endeudamiento serial” con el que, junto a la
bicicleta financiera, el gobierno de Macri apuntó desde el día uno de su
gobierno a asegurar la disponibilidad de dólares para compensar los que la
economía argentina pierde de manera crónica. Esta pérdida se debe a las
remesas de utilidades de empresas imperialistas, la desarticulación de la
estructura productiva que exige elevadas importaciones en todas las ramas,
los intereses de la propia deuda y la fuga de capitales (que suma la
friolera de USD 64.000 millones desde que asumió Macri). En todas estas
cuestiones Cambiemos actuó agravando los desequilibrios.

 

Pero los mismos, que responden al carácter dependiente y atrasado de la
economía argentina, también se mantuvieron inalterados durante los años de
gobiernos kirchneristas, aunque se afirmaba que estaba teniendo lugar un
“cambio estructural”. El mismo no se verificó ni en la extranjerización de
la estructura productiva (con las consecuencias que esto tiene en giros de
utilidades al exterior), ni en la fuerte dependencia de insumos importados,
que por el contrario fue favorecida al privilegiar verdaderas “armadurías”
entre los principales sectores a estimular productivamente. Tampoco se
verificó en el dominio imperialista de un sector estratégico como el
energético, en el que el déficit se generó durante los mandatos de Cristina
Fernández; recién en 2012 se percataron de que Repsol era una empresa
vaciadora (aunque el descalabro en la producción de petróleo y gas era
visible hace años y había llevado al déficit energético) y “recompró” YPF…
para asociarse con Chevron y otros “buitres” petroleros y desarrollar el
fracking. Si a esto agregamos los “pagos seriales” de deuda entre 2005 y
2015 que rondaron los USD 210.000 millones como expresó varias veces la ex
presidenta (e insumieron dólares contantes y sonantes del BCRA por USD
55.000 millones netos solo considerando los pagos de intereses), se completa
el cuadro que explica el faltante de dólares que pavimentó el camino para el
endeudamiento serial retomado por Macri, que le permitió crear jugosos
beneficios en los sectores de las finanzas por pago de intereses.

 

Los desembolsos de los próximos cuatro años equivalen a más de 10 % del PBI
cada año, y al 60 % de las exportaciones anuales de bienes. Aun con las
proyecciones de superávit y los aportes del FMI, el horizonte sigue siendo
el de una deuda impagable. La presencia del FMI apunta a que el país siga
haciendo hasta lo imposible para pagar con el “hambre y la sed”. Pero ni aun
así resulta creíble que el país escape a una nueva reestructuración de
deuda, programada en el mejor de los casos, por la vía del default en el
peor.

 

Todavía más al Fondo

 

Ante este panorama, en los últimos días circuló la versión de que el enviado
del FMI en la Argentina, Trevor Alleyne, habría explicitado lo que hace
tiempo circula como versión, que es la posibilidad de que el FMI dé más
tiempo a la Argentina para que devuelva el generoso préstamo otorgado a
Macri. Sería a través de lo que se conoce como Programa de Facilidades
Extendidas (EFF según sus siglas en inglés), que según habría declarado
Alleyne “conlleva poco dinero adicional por encima del otorgado por el stand
by pero sí otorgan un plazo significativamente mayor en la reestructuración
de los pagos con la deuda del FMI”. Un plazo de hasta 10 años. El precio,
porque todo lo tiene cuando se trata del FMI, es agregar a las estrictas
metas fiscales que ya tiene el país, la introducción de “reformas
estructurales de mediano plazo”.

 

No es una novedad, es lo mismo que ha hecho el FMI cada vez que “asistió”
financieramente a la Argentina. Como recuerda Noemí Brenta, quien estudió en
detalle las relaciones entre la Argentina y el FMI, “entre 1982 y 2004 la
Argentina estuvo prácticamente en todo momento con acuerdos con el
organismo. Ningún otro país de ingresos medios estuvo tanto”. Los préstamos
tuvieron numerosas extensiones de plazos, y en cada caso fueron apareciendo
nuevas exigencias en todos los ámbitos de la política económica:
flexibilización laboral, privatizaciones, creación de las AFJP, apertura
económica, desregulación financiera. Todo con el argumento de “modernizar” y
hacer “sustentables” las finanzas del Estado. Es decir, los préstamos son un
caballo de Troya para la introducción de una política de ataque a la clase
trabajadora y el pueblo pobre, en beneficio de los acreedores y de los
grandes empresarios.

 

Que eso es parte del plan, lo adelanta el comunicado emitido el viernes por
el organismo, al anunciar la aprobación del nuevo giro de fondos. Allí
manifiesta que las “reformas del lado de la oferta son esenciales para
lograr un crecimiento vigoroso […] Las prioridades incluyen esfuerzos
adicionales por crear un sistema tributario menos distorsivo, promover una
mayor competencia en los mercados internos de productos, eliminar las
barreras al comercio internacional y a la inversión extranjera…”. Todavía no
aparecen con nombre y apellido exigencias como una nueva reforma
previsional, pero considerando las recomendaciones propuestas hace unos
meses en el seminario organizado por el FMI en Tokio con el título “El
futuro del ahorro: el rol del diseño del sistema de pensiones en un mundo
que envejece”, no es difícil adivinar por dónde vendrán las indicaciones del
organismo para que el Tesoro pueda lograr en 2020 y los años siguientes al
ahorro adicional que le exigirán las metas de superávit primario.

 

La presencia que mantendrá el FMI quienquiera sea que gane, significa que,
independientemente de que Macri siga en el gobierno o no, solo puede
esperarse en el próximo mandato lo que este prometió en una charla con el
escritor Mario Vargas Llosa hace 10 días: ir “en la misma dirección, pero
más rápido”. Podemos imaginarnos lo que significa si todavía no se cumplió
un año desde la tormenta financiera de 2018 y la llegada del FMI, y ya son
nefastos los impactos en materia de actividad económica (que terminará el
gobierno de Macri con tres años de cuatro en recesión), desempleo (que se
acerca al 10 %), pobreza (35,9 % en el cuarto trimestre), y un largo etc.

 

No tiene ningún sustento el planteo de que es posible “renegociar” con el
Fondo otra cosa que no sea cómo profundizar el ajuste. Quienes enuncian esa
perspectiva como posible se están preparando para seguir los lineamientos de
la política económica definida en Washington. Para terminar con la política
del ajuste permanente, que ni quiera está logrando sus mínimos objetivos de
estabilizar la macroeconomía y mostrar un sendero creíble para los pagos de
deuda, lo que se impone es rechazar el acuerdo con el FMI y romper con este
organismo que es parte de la gestión global de los intereses del capital
imperialista. Esta perspectiva aparece como un salto al vacío para los
grandes empresarios, integrados como nunca en las redes de la economía
mundial de las que participan de manera subordinada. Por eso, quienes
aspiran a continuar con la gestión del capitalismo argentino, atrasado y
dependiente, no pueden más que afirmar que “no podés romper con el Fondo”,
como viene haciendo Axel Kicillof. Por el contrario, si de lo que se trata
es de avanzar en una serie de medidas para que la crisis no la paguemos esta
vez los trabajadores, empezando por el no pago de toda la deuda fraudulenta,
la nacionalización de la banca y el monopolio estatal del comercio exterior,
romper con este organismo es el punto de partida inevitable. Esta es hoy la
línea divisoria entre terminar con el ajuste o profundizarlo.

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