México/ El grito feminista que retumba. Los peligros del relato patriarcal [Dossier]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Dom Ago 25 12:03:34 UYT 2019


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Correspondencia de Prensa

25 de agosto 2019

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México



El grito feminista retumba



Las manifestaciones de los últimos días constatan el auge de las
movilizaciones de las mujeres y evidencian el hartazgo ante el clima
generalizado de violencia.



Sonia Corona/Javier Lafuente, desde México

El País, 25-8-2019

https://elpais.com/



El Ángel de la Independencia de Ciudad de México amaneció hace unos días con
pintadas que narraban la realidad de un país: “México feminicida”, porque
cada cuatro minutos una mujer sufre una violación; “Autodefensa ya”, porque
las denuncias por delitos sexuales han aumentado un 20% en lo que va de año
en un país donde el 93% de los delitos queda sin resolver. También “Nunca
más tendrán la complicidad de nuestro silencio”, porque cientos de mujeres
mexicanas han decidido que su grito de hartazgo resuene cada vez con más
fuerza, por las miles, millones, que no lo pueden hacer.



La violación de una menor de 17 años presuntamente por cuatro policías fue
el detonante de las últimas protestas ante la inacción de las autoridades de
Ciudad de México, gobernada por una mujer, progresista, Claudia Sheinbaum,
cuya primera reacción fue decir que no caería en provocaciones cuando
lanzaron glitter (brillantina, diamantina) contra uno de sus funcionarios.
Las manifestaciones de los últimos días, no obstante, son la constatación
del auge del movimiento feminista en México.



La movilización de las mujeres no es nueva. En 2016, después de que la
etiqueta #MiPrimerAcoso visibilizara la frecuencia con la que las mexicanas
padecen el acoso en las calles, las mujeres salieron a denunciar. Tres años
después, la situación es igual o más alarmante: el movimiento Me Too logró
que las mujeres rompieran el silencio con una única voz; las manifestaciones
han subido el tono y cuentan con más participación. A través de símbolos
como la diamantina, las mujeres se han plantado en las principales calles de
la ciudad. El movimiento feminista ha encontrado en las mexicanas tanto el
hartazgo ante una situación que las pone en desventaja, como un alto
potencial de organización para la movilización social. “El feminismo está en
las calles, en los medios y en las redes. Algunas veces llega diluido, pero
existen diferentes corrientes. Es una nueva generación que no tiene canales
de diálogo, no tiene oportunidades y que no les queda más que manifestarse”,
describe Valentina Zendejas, subdirectora del Instituto de Liderazgo Simone
de Beauvoir.



El auge del movimiento feminista en México va en consonancia con las
movilizaciones globales, caso de países como España, Argentina, Brasil o
Estados Unidos. La marea verde de Argentina —que promueve el derecho al
aborto en ese país— llegó a tocar a la mujeres mexicanas, que también
adoptaron el pañuelo verde para exigir su derecho a decidir sobre sus
cuerpos. Pese a que existen diferencias culturales, las mujeres de esos
países han encontrado puntos en común que se difunden con rapidez a través
de las redes sociales. “Son mujeres muy jóvenes que protestan en una
reacción a la violencia patriarcal. Usan mucho las redes sociales y le dan
un carácter internacional a la protesta”, explica.



México tiene, no obstante, un claro elemento que lo diferencia de cualquier
países del mundo: la violencia generalizada y la falta de respuesta de las
autoridades. En el país latinoamericano son asesinadas en promedio unas 100
personas al día, al menos tres son víctimas de feminicidios, según los datos
oficiales. La perpetua imagen de la violencia ha permeado entre los
mexicanos todos los días desde hace más de una década y ya ha exacerbado a
varios grupos, entre ellos a las mujeres. “Existe un contexto generalizado
de violencia en México y la violencia contra las mujeres es mucho más
extrema que en otro países. Es curioso que sea el movimiento feminista el
que sale a las calles a manifestarse contra la violencia y contra un sistema
de justicia inoperante”, asegura la experta del Simone de Beauvoir . Como
recalca Zendejas, la mecha que ha prendido y que lejos de apagarse por la
organización de diferentes colectivos va camino de convertirse en llamarada,
es el resultado de una “rabia legítima ante la inoperancia del Gobierno
durante muchísimos años”.



La llegada al poder del primer presidente de izquierda del país, Andrés
Manuel López Obrador y de la primera mujer electa jefa de gobierno de la
capital insufló un atisbo de esperanza para los movimientos por los derechos
civiles. López Obrador ha prometido, en general, abordar con una perspectiva
distinta a la de sus antecesores los principales problemas de México. La
expectativa sobre las acciones del Gobierno mexicano respecto a la violencia
contra las mujeres es altísima. El Instituto Nacional de las Mujeres
(Inmujeres) se encuentra evaluando las principales problemáticas alrededor
de las mexicanas, aunque ya reconoce que este género carece de acceso a la
justicia y que padecen significativamente la brecha salarial.



Sin embargo, hasta ahora López Obrador no ha conseguido disminuir los
niveles de violencia que asolan al país ni reducir el número de
feminicidios. El presidente que ha hecho de los símbolos y los gestos su
bandera de gobierno, no ha logrado siquiera tener uno para con las mujeres.
Después de las protestas de los últimos días, cuando se le preguntó si
tenían un plan para reducir los feminicidios, su respuesta fue decir que la
Guardia Nacional, es decir, los militares, tenían una estrategia para
erradicarlos.

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Los peligros del relato patriarcal



Brenda Lozano *

El País, 25-8-2019

https://elpais.com/



El problema de los relatos oficiales y mediáticos es que son patriarcales.
Este comienza el lunes 12 de agosto cuando un grupo de mujeres se manifiesta
frente a la Secretaría de Seguridad Ciudadana de la Ciudad de México para
exigir el castigo de cuatro policías señalados por violar a una menor. El
titular de la Secretaría baja de su oficina para calmar las aguas ante la
prensa cuando un puñado de diamantina rosa lo interrumpe ante las cámaras.
Aquí no hay diálogo, dice enojado y diez policías lo escoltan de vuelta. La
Procuradora General de Justicia también habla: "Los policías seguirán en sus
cargos, hacen buen trabajo". La primera mujer jefa de Gobierno de la Ciudad
de México electa dice: "El Gobierno de la Ciudad de México no caerá en la
provocación". El 16 de agosto varios grupos de mujeres convocan para
manifestarse en varios puntos del país y en la Glorieta de los Insurgentes
en la Ciudad de México. Los medios se enfocan, como pasa en los relatos
patriarcales, en el final de todo (el clímax del arco narrativo
masculinista, la eyaculación): humo, unos cuantos vidrios rotos y las pintas
en El Ángel. Siguen una buena cantidad de comentarios condenando los
llamados actos vandálicos que pueden resumirse en este tuit de Elena
Poniatowska: "La brutalidad y el destrozo jamás pueden estar ligados a la
acción de la mujer." Otras mujeres comentan en redes bajo el hashtag
#EllasNoMeRepresentan. Doce horas después la estación de metrobús opera, El
Ángel está cercado y las pintas ocultas. Fin del relato.



A los medios y al Gobierno les urge perspectiva de género. Y también le
falta perspectiva de género a este relato que comienza el 3 de agosto cuando
cuatro policías en el lapso de 15 minutos, entre la 1.45 y las dos de la
mañana, violan a una menor de 17 años en Azcapotzalco. No es un caso
aislado: se han documentado 10 casos de violencia sexual por parte de la
policía en lo que va de este año. Y es parte de un problema más grande: cada
cuatro segundos una mujer es violada en México. Entonces, ¿por qué no
centramos la discusión en lo urgente que es hablar en sociedad sobre la
violación? Este fue el origen de las dos manifestaciones y la razón de fondo
que no debe disiparse con el ruido. Una pregunta, ¿qué procede con las
violaciones a menores en el país? De cada 1.000 casos de abuso sexual, 100
se denuncian, 10 van a juicio y uno, acaso, resulta en una condena que puede
ir de 8 a 20 años en prisión. Y, además de los términos jurídicos, ¿qué
supone una violación? Que un hombre por medio de la violencia física o moral
anula el consentimiento de su víctima. En otras palabras, se cree en
posesión de su libertad. La violación es, sobre todo, un crimen de poder.
Vamos a empujar un poco más con otra pregunta, ¿es consciente un violador de
la gravedad de su acto, es consciente del daño, la vergüenza, la depresión,
la culpa, la ansiedad, las secuelas en el autoestima, las consecuencias en
las relaciones íntimas que puede tener un delito como el suyo? ¿Qué nos
lleva como sociedad a que el violador anule estas implicaciones graves de su
delito? En un país con números negros en violencia de género, en el que
nueve mujeres al día son asesinadas por el único hecho de haber nacido
mujeres, es un territorio muy extenso el de la violencia que se ha
normalizado y algo que hacen los relatos patriarcales es justamente
solaparlos, invisibilizarlos, alimentarlos: continuarlos. Las pintas
violetas, verdes, amarillas, rosa fosforescentes en la victoria alada
(Antonieta Rivas Mercado, de este lado del relato) es un pequeño mapa
representativo de la situación: "México feminicida", "Amigas, se va a caer",
"Estado feminicida", "Ni una menos", "Nunca más tendrán la comodidad de
nuestro silencio", "Violicía", "Por las que no volvieron", "Autodefensa ya",
"Pelea como niña".



¿Por qué les resultó tan molesto que cientos de mujeres nos reuniéramos para
manifestar que estamos indignadas por un caso impune de violación, la
violencia con la que hemos crecido y los altos índices de feminicidios que
vivimos día con día? Voy a invocar otra vez a Elena Poniatowska porque en el
relato patriarcal (aunque sobre decirlo, en el que los personajes pueden ser
hombres o mujeres) se resume bien: la desobediencia de las mujeres es mal
vista porque se espera que seamos de tal o cual forma. Eso es precisamente,
en todos los grados de la violencia, lo que tanto daño nos hace. Estar
encabronadas es nuestro derecho, como también lo es expresarlo. Esto no
había pasado antes, esta es la potencia de lo que pasó y así es como
resistimos en comunidad. De hecho, esta ha sido una de las grandes
aportaciones de los feminismos latinoamericanos, cuestionar esta
construcción de género que nos ha impuesto el patriarcado. México y
Argentina han tenido importantes pasos en el activismo feminista, la marea
verde en Argentina y las actrices pronunciando discursos en el Parlamento
con pañuelos verdes a favor de los derechos de las mujeres; en México hace
poco el pronunciamiento de las actrices en los Arieles con los pañuelos
rojos y el puño en alto en busca de perspectiva de género en el cine. En
Latinoamérica y en España, mujeres de diversos gremios nos reunimos,
hablamos con la urgencia de articularnos en contra de la violencia de
género. "Mexicanas al glitter de guerra" es un grafiti verbal al himno
nacional, que además de cambiar al género femenino intercambió la palabra
"grito" por esa diamantina rosa que modificó la narrativa del secretario de
seguridad. Ese gesto mínimo transformó la narrativa. La diamantina, ese
elemento asociado con lo superficial, la fiesta, el maquillaje, lo bajo, se
transformó en un símbolo de resistencia. En la segunda marcha con una mayor
convocatoria hubo diversos grupos de mujeres con ideas muy distintas, pero
todas marcharon en sororidad, respetándose unas a otras. Esto, la razón de
unión y manifestación, es lo que debe trascender la coyuntura. Urge cambiar
la narrativa de los relatos patriarcales. No, no queremos leer otra columna
de alguien hablando de feminismo para limpiar su imagen, queremos que tenga
prácticas feministas. No, no queremos leer otra novela ni ver otra película
de un hombre seduciendo a una y otra mujer. No, no queremos ver series en
las que solo haya puntos de vista masculinos o historias en las que las
mujeres sean cosificadas. No queremos leer noticias que den prioridad al
ruido, necesitamos que expongan por qué se rompieron vidrios y se hicieron
las pintas, no solamente las imágenes de las pintas y los vidrios rotos. No,
no necesitamos el mismo relato patriarcal con esta forma y ahora con esta
otra forma: nos urge cambiar la narrativa.



* Brenda Lozano es escritora mexicana.

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