Haití/ Crónica de una rebelión. "Tenemos derecho a vivir como personas" [Lautaro Rivara]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Vie Feb 15 20:52:50 UYT 2019


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Correspondencia de Prensa

15 de febrero 2019

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Haití

 

“Debemos vivir como personas”: crónica desde un Haití al rojo vivo

 

Lautaro Rivara-Nodal *

Nodal, 14-2-2019

https://www.nodal.am/

 

El clima social viene caldeándose en Haití, conforme las frustraciones
sociales se acumulan en un polvorín que nunca termina de desactivarse.
Después de las intensas movilizaciones del año pasado, con epicentros
masivos y radicales en los meses de julio, octubre y noviembre, la tregua
tácita de fin de año dio lugar a unas navidades materialmente precarias,
pero tranquilas. Pero las festividades no fueron más que un interludio
breve.

 

Pronto se reanudarían las batallas contra la carestía de la vida, la
corrupción endémica, la crisis social y económica y la ausencia de un modelo
de nación para la primera república independiente surgida a la historia de
este lado del Río Bravo. Las protestas ya llevan ocho intensas jornadas, y
nada parece señalar que vayan a detenerse.

 

Los primeros síntomas de este nuevo ciclo de protestas se manifestaron en
nuestro propio pueblo, cuando jóvenes descontentos por el accionar policial
en un conflicto de tierras prendieron fuego a la comisaría de policía de la
localidad de Montrouis, en el departamento Artibonite. La respuesta,
previsible, fue la rápida militarización de un poblado por lo demás
pacífico. Al día siguiente del hecho, las fuerzas especiales del CIMO ya
dormían su siesta larga frente al mercado del pueblo, y nadie podía recordar
cómo era que habían ido a parar allí, ni con qué propósito. Pero pronto el
conflicto comenzó a multiplicarse en diferentes focos del país hasta llegar
a la explosiva jornada del 7 de febrero, aniversario de la huida del país
del dictador Jean-Claude Duvalier. Desde entonces comenzó a combinarse todo
el repertorio de acciones callejeras habidas y por haber: concentraciones
esporádicas, inmensas movilizaciones espontáneas, caravanas de motocicletas,
huelgas de transportistas, la quema de comisarías y edificios
gubernamentales, y, sobre todo, miles de barricadas que rápidamente
tabicaron la capital y los diez departamentos del país.

 

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Hace semanas que la escasez de combustible no deja de agravarse. Las largas
colas que poblaban las estaciones de gas han cedido paso a puertas cerradas
y playones vacíos, sin autos ni transeúntes. Los últimos galones de
circulación legal fueron engullidos por el contrabando, y ahora sólo es
posible conseguir combustible en la calle, tras arduas negociaciones y a
precios imposibles. En estas refriegas es el pequeño consumidor quién lleva
todas las de perder, desde el chofer que necesita echar a rodar su
motocicleta para comprar su ración diaria de arroz con frijoles, hasta la
vendedora que precisa encender su mechero para continuar sus ventas al
menudeo en las horas sin sol.

 

Las causas del desabastecimiento tienen que ver con las responsabilidades
contraídas por el deficitario estado haitiano, que adeuda pagos millonarios
a la empresa que concentra las importaciones. Los monopolios, sin
remordimientos, ajustan cuentas haciendo rechinar los dientes de toda la
población con su poder de paralizar el país. Las calles están casi vacías, y
los precios de todas las cosas, desde el transporte hasta la alimentación,
se han disparado por los aires. La economía cotidiana está deshecha, y está
paralizado el trajinar diario de quiénes cada día luchan por su subsistencia
en el país más pobre (o más bien, empobrecido) de todo el hemisferio.

 

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Mientras la agenda internacional se empecina en volver la mirada hacia la
agredida Venezuela, la grave crisis haitiana pasa, una vez más,
prácticamente desapercibida. Y es que a los motivos del aislamiento que
sufre la nación caribeña, en dónde los factores políticos y económicos son
aún más determinantes que su condición insular o su singularidad
lingüística, se suma un hecho fundamental. El ensimismado gobierno nacional
de Jovenel Moïse, jaqueado por ocho días de protestas y repudiado por
prácticamente todos los sectores de la vida nacional haitiana, viene de dar
una significativa señal de alineamiento a la diplomacia de guerra
norteamericana, al reconocer en la OEA al autoproclamado Juan Guaidó. “White
dog”, como se ha dado en llamar al recientemente ungido “presidente” del
Departamento de Estado. 

 

La política abstencionista que Haití venía sosteniendo junto a otras
naciones caribeñas, había sido determinante para evitar que los Estados
Unidos y el Grupo de Lima expulsaran a Venezuela del mismo organismo
inter-regional en el mes de febrero del 2018. Ahora bien, la política
pragmática y mendicante de Moïse malamente podría ser confundida con
afinidad ideológica con el socialismo del siglo XXI. Al ser jalado de la
correa Moïse volvió rápidamente al redil, traicionando los vínculos
históricos del país con Venezuela y sobre todo la generosa política
sostenida por Hugo Chávez Frias y la plataforma de integración energética
Petrocaribe desde el año 2005.

 

Así es que a casi nadie conviene hoy señalar que si se trata de urgencias
humanitarias, éxodos migratorios, inseguridad alimentaria, represión estatal
y ausencia de democracia, el foco de las preocupaciones debería recaer sobre
el devastado Haití y las miradas admonitorias sobre su clase política y sus
puntales internacionales. Pero es evidente, dado el apoyo irrestricto de los
Estados Unidos al apartheid israelí o al desquiciado régimen de la monarquía
absolutista saudí, que de lo que se trata es de garantizar la explotación
del crudo venezolano y de completar el proceso de recolonización continental
inaugurado con el golpe de estado en Honduras hace ya exactamente una
década. Lo demás son tan sólo coartadas más o menos imaginativas, como las
armas de destrucción masiva de Iraq o el patrocinio de Cuba al terrorismo.

 

Resultado de imagen para haiti racismoA esta resonante indiferencia ante la
crisis haitiana, debemos sumar también una explicación ligada al secular
racismo de un mundo colonialmente estructurado desde los tiempos de la
esclavitud plantacionista y el comercio triangular. Racismo que hace que
diversos sectores, incluso progresistas o de “izquierda”, se encandilen ante
la “elegancia” con que luchan en las calles parisinas miles de chalecos
amarillos (ciertamente dignos), pero despreciar las batallas desesperadas de
un pueblo negro y tercermundista que no ha cesado de movilizarse de a
cientos de miles, e incluso de a millones, desde la insurrección popular de
julio de 2018.

 

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La palabra “ladrón” tiene en creol, la lengua nacional de los haitianos, una
connotación mucho más subida que en otras lenguas continentales como el
portugués, el español y el inglés. No es un término de uso tan frecuente ni
un vocablo para dispensar a la ligera. El robo es considerado una ofensa
grave a toda la comunidad, por lo que en algunas zonas rurales aún se lo
castiga severamente, con métodos de justicia autogestionados por las propias
comunidades. Por eso es que caracterizar al presidente de la república y a
toda la clase política como viles ladrones, es un hecho menos frecuente y
aún más significativo que en muchos de nuestros países. Resultado de imagen
para haiti pobreza

 

La acusación se relaciona al desfalco de fondos públicos, probado por el
Senado haitiano e investigado por el propio Tribunal Superior de Cuentas,
que inculpa a altos funcionarios de estado de la actual administración y de
la anterior gestión presidencial de Michel Martelly. La suma, dilapidada por
la clase política local en convenio con capitales diversos, es de unos 3.800
millones de dólares, previstos para atender las infinitas urgencias
infraestructurales que tiene el país. Se trata de fondos que la Revolución
Bolivariana otorgara generosamente en el marco de los programas de
desarrollo de la Plataforma Petrocaribe.

 

Si a esta corrupción endémica sumamos la delicada situación de la economía y
la sociedad haitianas, podremos comprender fácilmente los rencores
acumulados y las ansias de trasformación social, expresadas en las calles
por un mosaico que expresa contradictoriamente a sectores sindicales y
políticos, urbanos y campesinos, eclesiásticos y empresarios, conservadores
y radicales.

 

Algunos indicadores económicos pueden ayudarnos a resumir rápidamente la
situación: una devaluación de la moneda nacional, el gourde, de un 20 por
ciento a lo largo del 2018; una inflación de dos dígitos que algunos
analistas estiman en el orden del 14 o 15 por ciento; el derroche de
recursos públicos en prebendas de todo tipo absorbidas por la clase
política; el desmanejo económico de un estado que ni siquiera cuenta con un
presupuesto oficial desde que fuera retirado el previsto para el ciclo
2018-2019; los niveles alarmantes de desempleo y la completa informalidad
del mundo laboral; la ruina pronunciada de la producción agrícola; el éxodo
permanente de las jóvenes, expulsados del campo a la ciudad y de allí a
países dónde son discriminados y superexplotados; y por último, el hambre
que golpea duramente a prácticamente un 60% de toda la población.

 

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Un carro blindado de las Naciones Unidas, conducido por militares
extranjeros, perdió el control y embistió de lleno a un tap tap, el popular
medio de locomoción haitiano. El saldo, trágico, fue de cuatro muertos y
nueve heridos. Un accidente involuntario, sin dudas. Pero el estupor y la
bronca de los ciudadanos de a pie no parece deberse a la impericia del
conductor, sino al hecho de no poder entender por qué un carro blindado, un
vehículo de guerra, circula amenazante por un país pobre y sin fuerzas
armadas que no representa una amenaza para la seguridad de terceros países.
Hace 15 años comenzó la llamada pacificación de Haití, impulsada por las
Naciones Unidas y plasmada en la intervención de una fuerza militar y civil
multilateral, la MINUSTAH (hoy MINUJUSTH).

 

Pero al día de hoy, la principal amenaza para la población, más que la
inseguridad local (baja si la comparamos con su incidencia en el resto de la
región) y aún más que el accionar sus propias fuerzas policiales, lo
constituye la presencia de una fuerza de ocupación. Entre los atropellos se
cuentan las violaciones sistemáticas a mujeres de los llamados “guetos”,
entre 7 mil y 9 mil víctimas fatales por la epidemia de cólera traída al
país por un contingente de soldados nepalíes, y un número incierto de
jóvenes asesinados en las barriadas de la capital Puerto Príncipe. En Haití,
cómo podría suceder en Venezuela, la llamada “ayuda humanitaria” no ha sido
más que una excelente coartada para violar la soberanía territorial de
nuestras naciones. La pequeña nación caribeña es hoy un muestrario de lo que
el “capitalismo humanitario” podría generar en Venezuela.

 

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10 muertos reconocen ya las fuerzas policiales. Una media centena, e igual
número de heridos, afirman enfáticamente sectores de la oposición y los
movimientos sociales. En los últimos días las calles y las redes sociales
muestran una serie de imágenes escabrosas. Jóvenes y niños tendidos,
agonizando, en las calles de la capital. Un militante popular socorrido por
sus compañeros, tras ser derribado por una bala policial en las
inmediaciones del parlamento. Una densa humarada negra que cubre la ciudad
de forma casi permanente, generando un clima irrespirable. 

 

El mercado de Croix-des-Bossales, mil veces incendiado, mil veces
reconstruido, otra vez reducido a una maraña de hierros retorcidos. Pero
también hay imágenes indudablemente heroicas, con ese heroísmo propio de las
gentes sencillas, sin margen, que se animan. Estar en las calles de Haití es
hoy mucho más que una opción política y un gesto de coraje: es una necesidad
vital, el cross desesperado de un pueblo contra las cuerdas. Hombres en
sillas de ruedas o en muletas marchando bajo el sol abrasador de mediodía.
Vendedoras y mujeres ancianas gritando sus consignas desaforadas frente a la
represión policial. Y también, pequeños de gestos de solidaridad
internacional que titilan como luces tenues, y llegan al país saltando las
barreras del idioma y la desidia.

 

Nou gen dwa viv tankou moun. “Tenemos derecho a vivir como personas”, se lee
en una pancarta que sintetiza un programa mínimo, elemental, meramente
humano. El programa de un pueblo que aún recuerda las glorias pasadas, que
aún cree en las posibilidades de regeneración nacional y que busca
fanáticamente y por segunda vez, su independencia y su dignidad. Un pueblo
que sufre, sí, pero que jamás se resigna. 

 

* Sociólogo y miembro de la Brigada Dessalines de Solidaridad con Haití.

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